Tomado de Sigmund Freud / Obras Completas de Sigmund Freud. Standard Edition. Notas e Introducción de James Strachey / Volumen 16 (1916-17). Conferencias de introducción al psicoanálisis / Parte III. Doctrina general de las neurosis (1917 [1916-17]) / 25ª conferencia. La angustia
Subrayado, notas en azul y algunas otras notas de Jose Luis González Fernández
25ª conferencia.
La angustia[i]
Señoras y señores: Lo que les he dicho en mi última conferencia acerca del estado neurótico general[ii] les habrá parecido, sin ninguna duda, la más incompleta e insuficiente de mis comunicaciones. Lo sé. Y nada les habrá asombrado más, creo, que el hecho de que ni se hablase de la angustia[iii], a pesar de que la mayoría de los neuróticos se quejan de ella, la señalan como su padecimiento más horrible y, realmente, puede alcanzar en ellos una intensidad enorme y hacerles adoptar las más locas medidas. Pero, al menos en esto, no quiero yo escatimarles nada; por el contrario, me he propuesto abordar con particular dedicación el problema de la angustia en los neuróticos, y elucidarlo en detalle ante ustedes.
A la angustia como tal no necesito presentársela; cada uno de ustedes ha experimentado alguna vez esta sensación o, mejor dicho, este estado afectivo. Pero creo que no se ha inquirido con suficiente seriedad por qué justamente los neuróticos sienten una angustia tanto más fuerte que los otros. Quizá se lo juzgue algo obvio; y aun las palabras «neurótico» {nervös} y «angustiado» {ängstlich} suelen emplearse indistintamente como si significasen lo mismo. Pero no hay ningún derecho a hacerlo; existen hombres angustiados que por lo demás nada tienen de neuróticos, y hay neuróticos que padecen de muchos síntomas sin que entre estos se encuentre la inclinación a la angustia.
Angustia Neurótica (las notas a color son referencias para la clase)
Comoquiera que sea, el problema de la angustia es un punto nodal en el que confluyen las cuestiones más importantes y diversas; se trata, en verdad, de un enigma cuya solución arrojaría mucha luz sobre el conjunto de nuestra vida anímica. No aseveraré que puedo darles esa solución íntegra, pero sin duda ustedes esperan que el psicoanálisis aborde también este tema de manera por completo diversa que la medicina académica. Esta parece interesarse sobre todo por los caminos anatómicos a través de los cuales se produce el estado de angustia. Se nos dice que la medulla oblongata es estimulada, y el enfermo se entera de que padece de una neurosis del nervus vagus. La medulla oblongata es un objeto muy serio y muy lindo. Recuerdo bien todo el tiempo y el esfuerzo que hace años consagré a su estudio. Pero hoy no podría indicar algo más indiferente para la comprensión psicológica de la angustia que el conocimiento de las vías nerviosas por las que transitan sus excitaciones[iv].
Angustia Realista
Al comienzo es posible tratar un buen rato de la angustia sin considerar para nada el estado neurótico.* Ustedes me comprenderán sin más si designo a esta angustia como angustia realista, por oposición a una angustia neurótica. Y bien; la angustia realista aparece como algo muy racional y comprensible. De ella diremos que es una reacción frente a la percepción de un peligro exterior, es decir, de un daño esperado, previsto; va unida al reflejo de la huida, y es lícito ver en ella una manifestación de la pulsión de autoconservación. Las oportunidades en que se presente la angustia (es decir, frente a qué objetos y en qué situaciones) dependerán en buena parte, como es natural, del estado de nuestro saber y de nuestro sentimiento de poder respecto del mundo exterior. Hallamos sumamente comprensible que el salvaje sienta miedo frente a un cañón y se angustie frente a un eclipse de sol, mientras que el hombre blanco, que maneja aquel instrumento y puede predecir el eclipse, permanece exento de angustia en esas situaciones. En otras ocasiones es justamente el mayor saber el que promueve la angustia, porque permite individualizar antes el peligro. Así, el salvaje se aterrorizará frente a un rastro que descubra en el bosque y que al inexperto nada le dio, pero a él le revela la proximidad de una fiera carnicera; y el navegante experimentado verá con terror una nubecilla en el cielo, que le anuncia la proximidad del huracán, mientras que al pasajero le parece insignificante.
Si se reflexiona un poco más, hay que decir que el juicio según el cual la angustia realista es racional y adecuada[v] debe revisarse a fondo. En efecto, la única conducta adecuada frente a un peligro que se cierne sería la fría evaluación de las propias fuerzas comparadas con la magnitud de la amenaza, y el decidirse, sobre esa base, por lo que prometa un mejor desenlace: si la huida o la defensa, o aun el ataque, llegado el caso. Pero en una situación así no hay lugar alguno para la angustia; todo cuanto acontece se consumaría igualmente bien, e incluso mejor, probablemente, si no se llegase al desarrollo de angustia. Bien advierten ustedes que si la angustia alcanza una fuerza desmedida, resulta inadecuada en extremo: paraliza toda acción, aun la de la huida. Por lo común, la reacción frente al peligro consiste en una mezcla de afecto de angustia y acción de defensa. El animal aterrorizado se angustia y huye, pero lo adecuado en ese caso es la «huida», no el «angustiarse».
Angustia Expectante
Estamos tentados de afirmar, por tanto, que el desarrollo de angustia nunca es adecuado. Quizás obtengamos una mejor intelección si descomponemos con mayor cuidado la situación de angustia. Lo primero que hallamos en ella es el apronte para el peligro, que se exterioriza en un aumento de la atención sensorial y en una tensión motriz. Ese apronte expectante debe reconocerse, sin ninguna duda, como ventajoso, y su falta puede traer serias consecuencias. En él se origina, por un lado, la acción motriz -primero la huida y, en un nivel superior, la defensa activa-; por el otro, lo que sentimos como estado de angustia. Mientras más se limita el desarrollo de angustia a un meto amago, a una señal[vi], tanto menores son las perturbaciones en el paso del apronte angustiado a la acción, y tanto más adecuada la forma que adopta todo el proceso. Por eso, en lo que llamamos angustia, el apronte angustiado me parece lo más adecuado al fin, y el desarrollo de angustia lo más inadecuado.
Miedo, Terror, Angustia
Miedo, Terror, Angustia
Omito entrar a considerar más de cerca si las acepciones usuales de angustia {Angst}, miedo {Furcht} y terror {Schreck} designan lo mismo o cosas claramente distintas. Creo, tan sólo, que «angustia» se refiere al estado y prescinde del objeto, mientras que «miedo» dirige la atención justamente al objeto. En cambio, «terror» parece tener un sentido particular, a saber, pone de resalto el efecto de un peligro que no es recibido con apronte angustiado. Así, podría decirse que el hombre se protege del horror mediante la angustia.[vii]
Angustia Filogenética
Angustia Filogenética
No se les escapará a ustedes cierta ambigüedad e imprecisión en el uso de la palabra «angustia». Casi siempre se entiende por tal el estado subjetivo en que se cae por la percepción del «desarrollo de angustia», y designa en particular a este afecto. Ahora bien, ¿qué es, en sentido dinámico, un afecto? Para empezar, algo muy complejo. Un afecto incluye, en primer lugar, determinadas inervaciones motrices o descargas; en segundo lugar, ciertas sensaciones, que son, además, de dos clases: las percepciones de las acciones motrices ocurridas, y las sensaciones directas de placer y displacer que prestan al afecto, como se dice, su tono dominante. Pero no creo que con esta enumeración hayamos alcanzado la esencia del afecto. En el caso de algunos afectos creemos ver más hondo y advertir que el núcleo que mantiene unido a ese ensamble es la repetición de una determinada vivencia significativa. Esta sólo podría ser una impresión muy temprana de naturaleza muy general, que ha de situarse en la prehistoria, no del individuo, sino de la especie. Para que se me comprenda mejor: el estado afectivo tendría la misma construcción que un ataque histérico y sería, como este, la decantación de una reminiscencia. Por tanto, el ataque histérico es comparable a un afecto individual neoformado, y el afecto normal, a la expresión de una histeria general que se ha hecho hereditaria[viii].
Angustia de Nacimiento
Angustia de Nacimiento
No crean que lo que les he dicho sobre los afectos es patrimonio admitido en la psicología normal. Al contrario; son concepciones nacidas en el terreno del psicoanálisis, su único solar natal. Lo que ustedes pueden averiguar en la psicología acerca de los afectos, por ejemplo la teoría de James-Lange, es algo que nosotros, psicoanalistas, no comprendemos ni podemos examinar.[ix] Pero tampoco creemos muy seguro lo que sabemos sobre los afectos; es un primer intento de orientarse en este oscuro campo. Y ahora prosigo: En cuanto al afecto de angustia, creemos conocer cuál es esa impresión temprana que él reproduce en calidad de repetición. Decimos que es el acto del nacimiento, en el que se produce ese agrupamiento de sensaciones displacenteras, mociones de descarga y sensaciones corporales que se ha convertido en el modelo para los efectos de un peligro mortal y desde entonces es repetido por nosotros como estado de angustia. El enorme incremento de los estímulos sobrevenido al interrumpirse la renovación de la sangre (la respiración interna) fue en ese momento la causa de la vivencia de angustia; por tanto, la primera angustia fue una angustia tóxica. El nombre «angustia» {Angst} -angustiae, angostamiento {Enge}-[x] destaca el rasgo de la falta de aliento, que en ese momento fue consecuencia de la situación real y hoy se reproduce casi regularmente en el afecto. Admitiremos también como significativo que ese primer estado de angustia se originara en la separación de la madre. Por cierto, estamos convencidos de que la predisposición a repetir el primer estado de angustia se ha incorporado tan profundamente al organismo, a través de la serie innumerable de las generaciones, que ningún individuo puede sustraerse á ese afecto, por más que, como el legendario Macduff, haya sido «arrancado prematuramente del seno materno[xi], y por eso no haya experimentado por sí mismo el acto del nacimiento. No podemos decir en qué ha parado el estado de angustia en los animales que no son mamíferos. Tampoco sabemos, por eso, si en estas criaturas el complejo de sensaciones equivale a nuestra angustia.
Quizá les interese saber cómo llegué a la idea de que el acto del nacimiento es la fuente y el modelo del afecto de angustia. La especulación fue la que menos parte tuvo; más bien, me inspiré en el pensamiento ingenuo del pueblo. Hace muchos años, un grupo de jóvenes médicos de hospital almorzábamos en una posada; un asistente relató la cómica historia que había sucedido en el último examen de parteras. Se le preguntó a una candidata qué significaba el hecho de que en el parto apareciese meconio (alhorre, excremento) en el agua del nacimiento, y ella respondió sin vacilar: «Que el niño está angustiado». Se rieron de ella y la reprobaron. Pero yo, calladamente, tomé partido por ella y empecé a sospechar que esa pobre mujer del pueblo había puesto certeramente en descubierto un nexo importante[xii].
Angustia Neurótica Libremente Flotante
Quizá les interese saber cómo llegué a la idea de que el acto del nacimiento es la fuente y el modelo del afecto de angustia. La especulación fue la que menos parte tuvo; más bien, me inspiré en el pensamiento ingenuo del pueblo. Hace muchos años, un grupo de jóvenes médicos de hospital almorzábamos en una posada; un asistente relató la cómica historia que había sucedido en el último examen de parteras. Se le preguntó a una candidata qué significaba el hecho de que en el parto apareciese meconio (alhorre, excremento) en el agua del nacimiento, y ella respondió sin vacilar: «Que el niño está angustiado». Se rieron de ella y la reprobaron. Pero yo, calladamente, tomé partido por ella y empecé a sospechar que esa pobre mujer del pueblo había puesto certeramente en descubierto un nexo importante[xii].
Angustia Neurótica Libremente Flotante
Y si ahora pasamos a la angustia neurótica, ¿qué nuevas formas de manifestación y qué nuevos nexos nos presenta la angustia en los neuróticos? Mucho hay para decir sobre esto. Hallamos, en primer lugar, un estado general de angustia, por así decir una angustia libremente flotante. Está dispuesta a prenderse del contenido de cualquier representación pasajera; influye sobre el juicio, escoge expectativas, acecha la oportunidad de justificarse. Llamamos a este estado «angustia expectante» o «expectativa angustiada». Las personas aquejadas de esta clase de angustia prevén, entre todas las posibilidades, siempre la más terrible, interpretan cada hecho accidental como indicio de una desgracia, explotan en el peor sentido cualquier incertidumbre. La inclinación a esa expectativa de desgracia se encuentra como rasgo de carácter en muchos hombres que en lo demás no podríamos llamar enfermos, y a quienes se moteja de hiperangustiados o pesimistas; empero, un grado llamativo de angustia expectante corresponde, por regla general, a una afección neurótica que yo he llamado «neurosis de angustia[xiii]» e incluyo entre las neurosis actuales.
Una segunda forma de la angustia, a diferencia de la que acabamos de describir, está más bien psíquicamente ligada[xiv] y anudada a ciertos objetos o situaciones. Es la angustia de las «fobias», de enorme diversidad y a menudo muy extrañas. Stanley Hall [1914], el respetado psicólogo norteamericano, no hace mucho se ha tomado el trabajo de presentarnos toda la serie de estas fobias con lujosos rótulos procedentes del griego. Eso suena como la cuenta de las diez plagas de Egipto, sólo que su número rebasa con mucho la decena [xv]. Escuchen ustedes todo lo que puede ser objeto o contenido de una fobia: la oscuridad, el aire libre, lugares abiertos, gatos arañas, orugas, serpientes, ratones, tormentas, puntas aguzadas, sangre, espacios cerrados, multitudes, la soledad, el paso de puentes, los viajes por mar y por ferrocarril, etc. En un primer intento de orientarnos en esta maraña, es sugerente diferenciar tres grupos. Muchos de los objetos y situaciones temidos tienen también para nosotros, normales, algo de ominoso, una dimensión de peligro, y por eso tales fobias no nos parecen inconcebibles, aunque sí muy exageradas en su fuerza. Así, la mayoría de nosotros experimentamos un sentimiento de repugnancia si tropezamos con una víbora. La fobia a las víboras, puede decirse, es común a todos los hombres, y Charles Darwin [1890] ha descrito de manera muy impresionante su incontenible angustia frente a una víbora que se le abalanzó, aunque se sabía protegido por un grueso vidrio. En un segundo grupo reunimos los casos en que sigue habiendo una dimensión de peligro, pero solemos minimizar y no anticipar ese peligro. Entre ellos se cuentan la mayoría de las fobias a una situación. Sabemos que si viajamos en ferrocarril, la probabilidad de sufrir un accidente es mayor que si permaneciésemos en casa, pues puede producirse un choque de trenes; sabemos también que un barco puede hundirse, a raíz de lo cual uno por lo general se ahoga, pero no pensamos en estos peligros y viajamos libres de angustia por tren y por barco. Es innegable, asimismo, que si el puente se rompiera en el momento en que pasamos sobre él nos precipitaríamos al río, pero es un suceso tan raro que no lo computamos como peligro. También la soledad tiene sus peligros, y en ocasiones la evitamos; pero no es que no podamos la: siquiera un momento en condiciones normales.
Lo mismo vale para las multitudes, los espacios cerrados, las tormentas, etc. Lo que nos extraña en estas fobias de los neuróticos no es tanto su contenido como su intensidad. ¡La angustia de las fobias es directamente abrumadora! Y muchas veces tenemos la impresión de que los neuróticos no se angustian frente a las mismas cosas y situaciones que en ciertas circunstancias pueden provocarnos angustia también a nosotros, aunque las llamen con idénticos nombres.
Nos queda un tercer grupo de fobias que ya están por completo fuera de nuestra comprensión. Cuando la angustia impide a un hombre fuerte, adulto, atravesar una calle o una plaza de su ciudad natal, tan familiar para él; cuando una mujer sana y bien desarrollada cae presa de incomprensible angustia porque un gato roza el ruedo de su vestido o una laucha atravesó corriendo la habitación, ¿cómo estableceríamos el nexo con el peligro que evidentemente existe para el fóbico? En el caso de las fobias a los animales, que pertenecen a este grupo, no puede tratarse de unas aumentadas antipatías, comunes a todos los seres humanos; en efecto, como para demostrar lo contrario, hay muchas personas que no pueden pasar junto a un gato sin atraerlo y hacerle caricias. El ratón, tan temido por las mujeres, es al mismo tiempo [en alemán] un apelativo cariñoso por excelencia; muchas muchachas que gustosas se oirían llamar «ratoncito» por su amado gritan despavoridas al divisar el gracioso animalito que lleva ese nombre. En cuanto al hombre que siente angustia en calles o plazas, se nos impone esta única explicación: se comporta como un niño pequeño. Los educadores dirigen a este la exhortación directa de evitar como peligrosas tales situaciones, y nuestro agorafóbico se siente, de hecho, protegido de su angustia si lo acompañamos por la plaza.
Una segunda forma de la angustia, a diferencia de la que acabamos de describir, está más bien psíquicamente ligada[xiv] y anudada a ciertos objetos o situaciones. Es la angustia de las «fobias», de enorme diversidad y a menudo muy extrañas. Stanley Hall [1914], el respetado psicólogo norteamericano, no hace mucho se ha tomado el trabajo de presentarnos toda la serie de estas fobias con lujosos rótulos procedentes del griego. Eso suena como la cuenta de las diez plagas de Egipto, sólo que su número rebasa con mucho la decena [xv]. Escuchen ustedes todo lo que puede ser objeto o contenido de una fobia: la oscuridad, el aire libre, lugares abiertos, gatos arañas, orugas, serpientes, ratones, tormentas, puntas aguzadas, sangre, espacios cerrados, multitudes, la soledad, el paso de puentes, los viajes por mar y por ferrocarril, etc. En un primer intento de orientarnos en esta maraña, es sugerente diferenciar tres grupos. Muchos de los objetos y situaciones temidos tienen también para nosotros, normales, algo de ominoso, una dimensión de peligro, y por eso tales fobias no nos parecen inconcebibles, aunque sí muy exageradas en su fuerza. Así, la mayoría de nosotros experimentamos un sentimiento de repugnancia si tropezamos con una víbora. La fobia a las víboras, puede decirse, es común a todos los hombres, y Charles Darwin [1890] ha descrito de manera muy impresionante su incontenible angustia frente a una víbora que se le abalanzó, aunque se sabía protegido por un grueso vidrio. En un segundo grupo reunimos los casos en que sigue habiendo una dimensión de peligro, pero solemos minimizar y no anticipar ese peligro. Entre ellos se cuentan la mayoría de las fobias a una situación. Sabemos que si viajamos en ferrocarril, la probabilidad de sufrir un accidente es mayor que si permaneciésemos en casa, pues puede producirse un choque de trenes; sabemos también que un barco puede hundirse, a raíz de lo cual uno por lo general se ahoga, pero no pensamos en estos peligros y viajamos libres de angustia por tren y por barco. Es innegable, asimismo, que si el puente se rompiera en el momento en que pasamos sobre él nos precipitaríamos al río, pero es un suceso tan raro que no lo computamos como peligro. También la soledad tiene sus peligros, y en ocasiones la evitamos; pero no es que no podamos la: siquiera un momento en condiciones normales.
Lo mismo vale para las multitudes, los espacios cerrados, las tormentas, etc. Lo que nos extraña en estas fobias de los neuróticos no es tanto su contenido como su intensidad. ¡La angustia de las fobias es directamente abrumadora! Y muchas veces tenemos la impresión de que los neuróticos no se angustian frente a las mismas cosas y situaciones que en ciertas circunstancias pueden provocarnos angustia también a nosotros, aunque las llamen con idénticos nombres.
Nos queda un tercer grupo de fobias que ya están por completo fuera de nuestra comprensión. Cuando la angustia impide a un hombre fuerte, adulto, atravesar una calle o una plaza de su ciudad natal, tan familiar para él; cuando una mujer sana y bien desarrollada cae presa de incomprensible angustia porque un gato roza el ruedo de su vestido o una laucha atravesó corriendo la habitación, ¿cómo estableceríamos el nexo con el peligro que evidentemente existe para el fóbico? En el caso de las fobias a los animales, que pertenecen a este grupo, no puede tratarse de unas aumentadas antipatías, comunes a todos los seres humanos; en efecto, como para demostrar lo contrario, hay muchas personas que no pueden pasar junto a un gato sin atraerlo y hacerle caricias. El ratón, tan temido por las mujeres, es al mismo tiempo [en alemán] un apelativo cariñoso por excelencia; muchas muchachas que gustosas se oirían llamar «ratoncito» por su amado gritan despavoridas al divisar el gracioso animalito que lleva ese nombre. En cuanto al hombre que siente angustia en calles o plazas, se nos impone esta única explicación: se comporta como un niño pequeño. Los educadores dirigen a este la exhortación directa de evitar como peligrosas tales situaciones, y nuestro agorafóbico se siente, de hecho, protegido de su angustia si lo acompañamos por la plaza.
Angustia Fóbica como resultado de la liga de la libre con una nueva representación exterior
Las dos formas de angustia aquí descritas, la angustia expectante, libremente flotante, y la unida a fobias, son independientes entre sí. No es que una sea una etapa superior de la otra; sólo por excepción se presentan juntas, y cuando lo hacen es como por casualidad. Un estado de angustia general, aun el más fuerte, no necesita manifestarse en fobias; personas que durante toda su vida se han visto coartadas por una agorafobia pueden hallarse totalmente exentas de una angustia expectante pesimista. Muchas de las fobias, por ejemplo la angustia a las plazas o a los ferrocarriles, se adquieren sólo a edad madura, según puede demostrarse; otras, como la angustia a la oscuridad, a las tormentas, a ciertos animales, parecen haber existido desde el comienzo. Las del primer tipo tienen la dimensión de enfermedades graves; las segundas aparecen más bien como rarezas, caprichos. En las personas que muestran una de estas últimas, puede conjeturarse por regla general la existencia de otras del mismo tipo. Debo agregar que incluimos todas estas fobias en la histeria de angustia, vale decir, las consideramos como una afección muy próxima a la conocida histeria de conversión[xvi].
La tercera de las formas de angustia neurótica nos plantea, entonces, este enigma: perdemos totalmente de vista el nexo entre la angustia y la amenaza de un peligro. En el caso de la histeria, por ejemplo, esta angustia aparece acompañando a los síntomas histéricos, o bien en estados emotivos en que esperaríamos, por cierto, una exteriorización de afectos, pero no justamente de angustia; o bien, puede aparecer desligada de cualquier condición, como un ataque gratuito de angustia tan incomprensible para nosotros como para el enfermo. Ni hablar entonces de un peligro o de una ocasión que, exagerada, pudiese elevarse a la condición de tal. En esos ataques espontáneos advertimos, además, que el complejo que designamos como estado de angustia es susceptible de una división. La totalidad del ataque puede estar subrogada por un único síntoma, intensamente desarrollado: por un temblor, un vértigo, palpitaciones, ahogos; y el sentimiento general que individualizamos como angustia puede faltar o hacerse borroso. No obstante, esos estados, que describimos como «equivalentes de la angustia», pueden equipararse a esta última en todos los aspectos clínicos y etiológicos.
Ahora se plantean dos preguntas. ¿Puede la angustia neurótica, en la cual el peligro no desempeña papel alguno o lo tiene muy ínfimo, vincularse con la angustia realista, que es, en todo, una reacción frente al peligro? ¿Y cómo hemos de entender la angustia neurótica? Consignemos primero nuestra expectativa: si hay angustia, tiene que existir también algo frente a lo cual uno se angustie.
Angustia y Neurosis Actuales o de angustia
De la observación clínica se obtienen varias indicaciones para la comprensión de la angustia neurótica, cuyo contenido dilucidaré ante ustedes.
A. No es difícil comprobar que la angustia expectante o estado de angustia general mantiene estrecha dependencia con determinados procesos de la vida sexual; queremos decir: con ciertas aplicaciones de la libido. El caso más simple y más instructivo de esta clase se presenta en personas expuestas a la llamada excitación frustránea, es decir, aquellas en que unas violentas excitaciones sexuales no experimentan descarga suficiente, no son llevadas a una consumación satisfactoria. Por ejemplo, los hombres mientras están de novios, o las mujeres cuyos maridos no tienen suficiente potencia o que, por precaución, practican el acto sexual abreviado o mutilado. En estas circunstancias, la excitación libidinosa desaparece y en su lugar emerge angustia[xvii], tanto en la forma de la angustia expectante cuanto en ataques y sus equivalentes. La interrupción deliberada del acto sexual, cuando se la practica como régimen sexual, es tan regularmente causa de neurosis de angustia en los hombres, y en particular en las mujeres, que en la práctica médica es recomendable investigar en tales casos ante todo esta etiología. Y entonces podrá comprobarse innumerables veces que la neurosis de angustia desaparece cuando se elimina ese mal hábito sexual.
Este nexo entre retención sexual y estados de angustia es un hecho. Por lo que yo sé, ni siquiera médicos alejados del psicoanálisis lo ponen en duda. No obstante, bien puedo imaginar que no se omitirá el intento de invertir la relación, sosteniendo que en tales casos se trata de personas de antemano propensas a los estados de angustia y que por eso se retienen en materia sexual. Pero contradice terminantemente esa concepción la conducta de las mujeres, cuya práctica sexual es por esencia de naturaleza pasiva, vale decir, está determinada por el trato que reciben del hombre. Mientras más temperamental, y por tanto más inclinada al comercio sexual y más capaz de satisfacción, sea una mujer, tanto más seguramente reaccionará con manifestaciones de angustia frente a la impotencia del marido o al coitus interruptus, en tanto que en mujeres anestésicas o poco libidinosas ese mal trato ejercerá un papel mucho menor.
Desde luego, la abstinencia sexual tan vivamente recomendada hoy por los médicos tiene la misma importancia para la génesis de estados de angustia sólo cuando la libido a que se deniega la descarga de satisfacción posee la correspondiente fuerza y no ha sido tramitada en su mayor parte por sublimación. Es que siempre la decisión en cuanto al resultado patológico recae en los factores cuantitativos. Aun donde no está en juego la enfermedad, sino la conformación del carácter, es fácil advertir que una restricción sexual va de la mano con cierta propensión a la angustia y cierta medrosidad, mientras que la intrepidez y la audacia acompañan al libre consentimiento de las necesidades sexuales. Por más que estas relaciones sean alteradas y complicadas por múltiples influencias culturales, para el promedio de los hombres es cierto que angustia y restricción sexual se corresponden entre sí.
Lejos estoy de haberles comunicado todas las observaciones que abonan nuestra tesis del vínculo genético entre libido y angustia. Entre ellas se cuenta, todavía, la influencia que sobre la contracción de angustia ejercen ciertas fases de la vida, como la pubertad y la menopausia, a las que es lícito atribuir un considerable incremento en la producción de libido. En muchos estados emocionales es posible observar directamente el entrelazamiento de libido y angustia, y la sustitución final de la primera por la segunda. La impresión que recibimos de todos estos hechos es doble: en primer lugar, que está en juego una acumulación de libido a la que se le coartó su aplicación normal; en segundo lugar, que ello nos sitúa por entero en el campo de los procesos somáticos. A primera vista no se discierne el modo en que se genera la angustia a partir de la libido; se comprueba, solamente, que falta libido y en su lugar se observa angustia.[xviii]
Angustia e Histeria
B. Nos proporciona un segundo indicio el análisis de las psiconeurosis, en especial de la histeria. Dijimos que en esta afección la angustia aparece a menudo acompañando a los síntomas, pero se exterioriza también, como ataque o como estado crónico, una angustia no ligada. Los enfermos no saben decir qué es eso ante lo cual se angustian y, mediante una inequívoca elaboración secundaria, lo enlazan con las fobias que tienen más a mano, como morir, enloquecer, sufrir un síncope. Si sometemos al análisis la situación de la cual nació la angustia o los síntomas acompañados por ella, por regla general podemos indicar el decurso psíquico normal interceptado y sustituido por el fenómeno de la angustia. Expresémoslo de otro modo: construimos el proceso inconciente como si no hubiera experimentado ninguna represión y hubiera proseguido, sin inhibición, hasta la conciencia. Este proceso también habrá estado acompañado por un determinado afecto, y ahora nos enteramos con sorpresa de que ese afecto que acompañó al decurso normal es sustituido por angustia en todos los casos, sin que importe su cualidad. Por tanto, cuando estamos frente a un estado de angustia histérica, su correlato inconciente puede ser una moción de similar carácter, es decir, de angustia, vergüenza, turbación, pero también una excitación libidinosa positiva, o una agresiva, de hostilidad, como la furia y el enojo. Esta angustia es, entonces, la moneda corriente por la cual se cambian o pueden cambiarse todas las mociones afectivas cuando el correspondiente contenido de representación ha sido sometido a represión (ver nota[xix].
Angustia y Obsesiones
B. Nos proporciona un segundo indicio el análisis de las psiconeurosis, en especial de la histeria. Dijimos que en esta afección la angustia aparece a menudo acompañando a los síntomas, pero se exterioriza también, como ataque o como estado crónico, una angustia no ligada. Los enfermos no saben decir qué es eso ante lo cual se angustian y, mediante una inequívoca elaboración secundaria, lo enlazan con las fobias que tienen más a mano, como morir, enloquecer, sufrir un síncope. Si sometemos al análisis la situación de la cual nació la angustia o los síntomas acompañados por ella, por regla general podemos indicar el decurso psíquico normal interceptado y sustituido por el fenómeno de la angustia. Expresémoslo de otro modo: construimos el proceso inconciente como si no hubiera experimentado ninguna represión y hubiera proseguido, sin inhibición, hasta la conciencia. Este proceso también habrá estado acompañado por un determinado afecto, y ahora nos enteramos con sorpresa de que ese afecto que acompañó al decurso normal es sustituido por angustia en todos los casos, sin que importe su cualidad. Por tanto, cuando estamos frente a un estado de angustia histérica, su correlato inconciente puede ser una moción de similar carácter, es decir, de angustia, vergüenza, turbación, pero también una excitación libidinosa positiva, o una agresiva, de hostilidad, como la furia y el enojo. Esta angustia es, entonces, la moneda corriente por la cual se cambian o pueden cambiarse todas las mociones afectivas cuando el correspondiente contenido de representación ha sido sometido a represión (ver nota[xix].
Angustia y Obsesiones
C. Una tercera experiencia nos la proporcionan los enfermos que padecen de acciones obsesivas, notablemente exentos de angustia, en apariencia. Si intentamos impedirles que ejecuten su acción obsesiva, su lavado o su ceremonial, o si ellos mismos se aventuran a abandonar una de sus compulsiones, una angustia horrible los fuerza a obedecer a la compulsión. Caemos en la cuenta de que la angustia estaba encubierta por la acción obsesiva, y esta no se ejecutaba sino para evitar aquella. En la neurosis obsesiva, por tanto, una formación de síntoma sustituye a la angustia que, de lo contrario, sobrevendría necesariamente. Y si ahora nos volvemos a la histeria, hallamos una situación parecida en esta neurosis: el resultado del proceso represivo es, o bien un desarrollo de angustia pura, o bien una angustia con formación de síntoma, o bien una formación de síntoma más completa, sin angustia. Por consiguiente, en un sentido abstracto no parecería erróneo decir que, en general, los síntomas sólo se forman para sustraerse a un desarrollo de angustia que de lo contrario sería inevitable. Esta concepción sitúa a la angustia, por así decir, en el centro de nuestro interés en cuanto a los problemas de las neurosis.
De las observaciones hechas sobre la neurosis de angustia inferíamos que la desviación de la libido de su aplicación normal, desviación generadora de la angustia, se produce en el campo de los procesos somáticos. Los análisis de la histeria y de la neurosis obsesiva nos permiten agregar que esa misma desviación, con idéntico resultado, puede ser también el efecto de un rehusamiento de parte de las instancias psíquicas. Eso es, pues, todo lo que sabemos sobre la génesis de la angustia neurótica; suena bastante impreciso todavía. Pero por ahora no diviso camino alguno que pudiera llevarnos adelante. Aún más difícil de solucionar parece la segunda tarea que nos hemos planteado, la de establecer un vínculo entre la angustia neurótica, que es libido aplicada de manera anormal, y la angustia realista, que corresponde a una reacción frente al peligro. Se creería que se trata de cosas por entero dispares; empero, no disponemos de ningún medio para distinguir, por la sensación que ellas nos provocan, la angustia realista de la angustia neurótica.
Angustia Señal de las Neurosis
De las observaciones hechas sobre la neurosis de angustia inferíamos que la desviación de la libido de su aplicación normal, desviación generadora de la angustia, se produce en el campo de los procesos somáticos. Los análisis de la histeria y de la neurosis obsesiva nos permiten agregar que esa misma desviación, con idéntico resultado, puede ser también el efecto de un rehusamiento de parte de las instancias psíquicas. Eso es, pues, todo lo que sabemos sobre la génesis de la angustia neurótica; suena bastante impreciso todavía. Pero por ahora no diviso camino alguno que pudiera llevarnos adelante. Aún más difícil de solucionar parece la segunda tarea que nos hemos planteado, la de establecer un vínculo entre la angustia neurótica, que es libido aplicada de manera anormal, y la angustia realista, que corresponde a una reacción frente al peligro. Se creería que se trata de cosas por entero dispares; empero, no disponemos de ningún medio para distinguir, por la sensación que ellas nos provocan, la angustia realista de la angustia neurótica.
Angustia Señal de las Neurosis
El enlace buscado se establece, por fin, si tomamos como premisa la oposición, tantas veces aseverada, entre yo y libido. Como sabemos, el desarrollo de angustia es la reacción del yo frente al peligro y la señal para que se inicie la huida; esto nos sugiere la siguiente concepción: en el caso de la angustia neurótica, el yo emprende un idéntico intento de huida frente al reclamo de su libido y trata este peligro interno como si fuera externo. Así se cumpliría nuestra expectativa de que ahí donde aparece angustia tiene que existir algo frente a lo cual uno se angustia. Ahora bien, la analogía puede proseguirse. Así como el intento de huida frente al peligro exterior es relevado por la actitud de hacerle frente y adoptar las medidas adecuadas para la defensa, también el desarrollo de la angustia neurótica cede paso a la formación de síntoma, que produce una ligazón de la angustia.
La dificultad para comprenderlo radica ahora en otro lugar. La angustia que significa una huida del yo frente a su libido no puede haber nacido sino de esa libido misma. Esto nos resulta oscuro y nos advierte que no debemos olvidar que la libido de una persona en el fondo le pertenece a ella y no puede contraponérsele como algo exterior. Es la dinámica tópica del desarrollo de angustia la que todavía nos resulta oscura, a saber, la clase de energías anímicas que son convocadas, y los sistemas psíquicos desde los cuales lo son. No puedo prometerles respuesta también para esta cuestión, pero sin dejar de recurrir a la observación directa y a la investigación analítica como auxiliares de nuestra especulación, perseguiremos otras dos pistas: la génesis de la angustia en el niño y el origen de la angustia neurótica que está ligada a fobias.
En los niños es muy común el estado de angustia, y parece muy difícil discernir si se trata de angustia realista o neurótica. Y aun el valor de este distingo es puesto en entredicho por la conducta de aquellos. En efecto, por una parte no nos asombra que el niño se angustie frente a todas las personas extrañas, frente a situaciones y objetos nuevos, y nos explicamos fácilmente esta reacción por su debilidad y su ignorancia. Por tanto, atribuimos al niño una fuerte inclinación a la angustia realista, y nos parecería totalmente acorde a fines que ese estado de angustia fuese congénito en él. El niño no haría sino repetir así la conducta del hombre primordial y de los primitivos de nuestros días, quienes, a causa de su ignorancia y de su indefensión, sienten angustia frente a todo lo nuevo, aun frente a cosas familiares que hoy no nos la provocarían. Y si las fobias del niño siguiesen siendo, al menos en parte, las mismas que nos es lícito atribuir a aquellas épocas primordiales del desarrollo humano, ello respondería por completo a nuestra expectativa.
Por otro lado, no podemos desconocer que no todos los niños están sometidos a la angustia en igual medida, y que son precisamente los que exteriorizan un horror particular frente a todos los objetos y situaciones posibles los que resultan más tarde neuróticos. Entonces, la disposición neurótica se trasluce también por una inclinación expresa a la angustia realista; el estado de angustia aparece como lo primario, y se llega a la conclusión de que el niño y, más tarde, el adolescente se angustian frente al nivel de su libido justamente porque todo los angustia. Ello refutaría la tesis de que la angustia se genera desde la libido, y, si se investigaran las condiciones de la angustia realista, se llegaría consecuentemente a la concepción de que la conciencia de la propia debilidad e indefensión -la inferioridad, en la terminología de Adler- es también el fundamento último de la neurosis, toda vez que puede proseguir desde la infancia en la vida adulta.
Esto suena tan simple y seductor que solicita nuestra atención. Es verdad que no haría sino desplazar el enigma del estado neurótico. La persistencia del sentimiento de inferioridad (y, con él, de la condición de la angustia y de la formación de síntoma) parece tan segura que más bien haría falta una explicación para los casos excepcionales en que se produjera lo que conocemos como salud. Ahora bien, ¿qué podemos averiguar mediante una observación cuidadosa del estado de angustia de los niños? Al comienzo, el niño pequeño se angustia frente a personas extrañas; las situaciones cobran importancia únicamente si incluyen a personas, y las cosas sólo más tarde entran en cuenta. Pero el niño no se angustia frente a estos extraños porque les atribuya malas intenciones y compare su debilidad con la fuerza de ellos, individualizándolos como peligros para su vida, su seguridad o la ausencia de dolor. Un niño así, desconfiado, aterrorizado por la pulsión de agresión que gobernaría al mundo, no es más que una malograda construcción teórica. No; el niño se aterroriza frente al rostro extraño porque espera ver a la persona familiar y amada: en el fondo, a la madre. Son su desengaño y su añoranza las que se trasponen en angustia; vale decir, en una libido que ha quedado inaplicable, que por el momento no puede mantenerse en suspenso, sino que es descargada como angustia. Difícilmente será casual que en esta situación arquetípica de la angustia infantil se repita la condición del primer estado de angustia durante el acto del nacimiento, a saber, la separación de la madre.[xx]
Las primeras fobias situacionales de los niños son las fobias a la oscuridad y a la soledad; la primera persiste a menudo durante toda la vida, y es común a las dos la nostalgia por la persona amada que cuidó al niño, vale decir, la madre. Una vez oí, desde la habitación vecina, exclamar a un niño que se angustiaba en la oscuridad: «Tía, háblame, tengo miedo». «Pero, ¿de qué te sirve, si no puedes verme? »; y respondió el niño: «Hay más luz cuando alguien habla»[xxi].Por tanto, la añoranza en la oscuridad se trasforma en angustia frente a la oscuridad. Lejos de que la angustia neurótica sea sólo secundaria y un caso especial de la angustia realista, en el niño pequeño vemos más bien que se comporta como angustia realista algo que comparte con la angustia neurótica el rasgo esencial de provenir de una libido no aplicada. En cuanto a la angustia realista en sentido más estricto, el niño parece traerla congénita en escasa medida. En todas las situaciones que más tarde pueden condicionar fobias (alturas, puentes estrechos sobre el agua, viajes por ferrocarril o por barco), el niño no muestra angustia alguna, y tanta menos cuanto más ignorante es. Muy deseable sería que se recibieran en herencia más instintos[xxii] de esta clase, protectores de la vida; así se aliviaría mucho la tarea de la vigilancia, destinada a impedir que el niño se exponga a un peligro tras otro. Pero, en realidad, el niño sobrestima inicialmente sus fuerzas y actúa exento de angustia porque no conoce los peligros. Correrá por el borde del agua, se trepará al alféizar de las ventanas, jugará con objetos filosos y con fuego; en suma, hará todo lo que puede causarle daño y preocupar a quienes lo tienen a su cargo. Es por entero obra de la educación que por fin despierte en él la angustia realista, pues no puede permitírsele que haga por sí mismo la aleccionadora experiencia.
Y bien; si hay niños que transigen un poco más[xxiii] con esta educación para la angustia y después encuentran por sí mismos peligros sobre los cuales no se les había advertido, para explicarlo basta suponer que era congénita a su constitución una medida mayor de necesidad libidinosa, o que prematuramente se los malcrió con una satisfacción libidinosa. Y no cabe asombrarse de que entre estos niños se encuentren también los que después serán neuróticos; ya sabemos que lo que más favorece la génesis de una neurosis es la incapacidad para soportar por largo tiempo una estasis libidinal considerable[xxiv]. Notan ustedes que aquí el factor constitucional recupera unos derechos que, por lo demás, nunca quisimos impugnarle. Sólo nos ponemos en guardia cuando alguien pretende, por sustentar ese derecho, descuidar todo lo demás e introducir el factor constitucional aun allí donde, según los resultados conjugados de la observación y del análisis, no es pertinente o debe ser computado en último término.
Resumamos ahora las observaciones acerca del estado de angustia de los niños: La angustia infantil tiene muy poco que ver con la angustia realista y, en cambio, se emparienta de cerca con la angustia neurótica de los adultos. Como esta, se genera a partir de una libido no aplicada y sustituye al objeto de amor, que se echa de menos, por un objeto externo o una situación.
La dificultad para comprenderlo radica ahora en otro lugar. La angustia que significa una huida del yo frente a su libido no puede haber nacido sino de esa libido misma. Esto nos resulta oscuro y nos advierte que no debemos olvidar que la libido de una persona en el fondo le pertenece a ella y no puede contraponérsele como algo exterior. Es la dinámica tópica del desarrollo de angustia la que todavía nos resulta oscura, a saber, la clase de energías anímicas que son convocadas, y los sistemas psíquicos desde los cuales lo son. No puedo prometerles respuesta también para esta cuestión, pero sin dejar de recurrir a la observación directa y a la investigación analítica como auxiliares de nuestra especulación, perseguiremos otras dos pistas: la génesis de la angustia en el niño y el origen de la angustia neurótica que está ligada a fobias.
En los niños es muy común el estado de angustia, y parece muy difícil discernir si se trata de angustia realista o neurótica. Y aun el valor de este distingo es puesto en entredicho por la conducta de aquellos. En efecto, por una parte no nos asombra que el niño se angustie frente a todas las personas extrañas, frente a situaciones y objetos nuevos, y nos explicamos fácilmente esta reacción por su debilidad y su ignorancia. Por tanto, atribuimos al niño una fuerte inclinación a la angustia realista, y nos parecería totalmente acorde a fines que ese estado de angustia fuese congénito en él. El niño no haría sino repetir así la conducta del hombre primordial y de los primitivos de nuestros días, quienes, a causa de su ignorancia y de su indefensión, sienten angustia frente a todo lo nuevo, aun frente a cosas familiares que hoy no nos la provocarían. Y si las fobias del niño siguiesen siendo, al menos en parte, las mismas que nos es lícito atribuir a aquellas épocas primordiales del desarrollo humano, ello respondería por completo a nuestra expectativa.
Por otro lado, no podemos desconocer que no todos los niños están sometidos a la angustia en igual medida, y que son precisamente los que exteriorizan un horror particular frente a todos los objetos y situaciones posibles los que resultan más tarde neuróticos. Entonces, la disposición neurótica se trasluce también por una inclinación expresa a la angustia realista; el estado de angustia aparece como lo primario, y se llega a la conclusión de que el niño y, más tarde, el adolescente se angustian frente al nivel de su libido justamente porque todo los angustia. Ello refutaría la tesis de que la angustia se genera desde la libido, y, si se investigaran las condiciones de la angustia realista, se llegaría consecuentemente a la concepción de que la conciencia de la propia debilidad e indefensión -la inferioridad, en la terminología de Adler- es también el fundamento último de la neurosis, toda vez que puede proseguir desde la infancia en la vida adulta.
Esto suena tan simple y seductor que solicita nuestra atención. Es verdad que no haría sino desplazar el enigma del estado neurótico. La persistencia del sentimiento de inferioridad (y, con él, de la condición de la angustia y de la formación de síntoma) parece tan segura que más bien haría falta una explicación para los casos excepcionales en que se produjera lo que conocemos como salud. Ahora bien, ¿qué podemos averiguar mediante una observación cuidadosa del estado de angustia de los niños? Al comienzo, el niño pequeño se angustia frente a personas extrañas; las situaciones cobran importancia únicamente si incluyen a personas, y las cosas sólo más tarde entran en cuenta. Pero el niño no se angustia frente a estos extraños porque les atribuya malas intenciones y compare su debilidad con la fuerza de ellos, individualizándolos como peligros para su vida, su seguridad o la ausencia de dolor. Un niño así, desconfiado, aterrorizado por la pulsión de agresión que gobernaría al mundo, no es más que una malograda construcción teórica. No; el niño se aterroriza frente al rostro extraño porque espera ver a la persona familiar y amada: en el fondo, a la madre. Son su desengaño y su añoranza las que se trasponen en angustia; vale decir, en una libido que ha quedado inaplicable, que por el momento no puede mantenerse en suspenso, sino que es descargada como angustia. Difícilmente será casual que en esta situación arquetípica de la angustia infantil se repita la condición del primer estado de angustia durante el acto del nacimiento, a saber, la separación de la madre.[xx]
Las primeras fobias situacionales de los niños son las fobias a la oscuridad y a la soledad; la primera persiste a menudo durante toda la vida, y es común a las dos la nostalgia por la persona amada que cuidó al niño, vale decir, la madre. Una vez oí, desde la habitación vecina, exclamar a un niño que se angustiaba en la oscuridad: «Tía, háblame, tengo miedo». «Pero, ¿de qué te sirve, si no puedes verme? »; y respondió el niño: «Hay más luz cuando alguien habla»[xxi].Por tanto, la añoranza en la oscuridad se trasforma en angustia frente a la oscuridad. Lejos de que la angustia neurótica sea sólo secundaria y un caso especial de la angustia realista, en el niño pequeño vemos más bien que se comporta como angustia realista algo que comparte con la angustia neurótica el rasgo esencial de provenir de una libido no aplicada. En cuanto a la angustia realista en sentido más estricto, el niño parece traerla congénita en escasa medida. En todas las situaciones que más tarde pueden condicionar fobias (alturas, puentes estrechos sobre el agua, viajes por ferrocarril o por barco), el niño no muestra angustia alguna, y tanta menos cuanto más ignorante es. Muy deseable sería que se recibieran en herencia más instintos[xxii] de esta clase, protectores de la vida; así se aliviaría mucho la tarea de la vigilancia, destinada a impedir que el niño se exponga a un peligro tras otro. Pero, en realidad, el niño sobrestima inicialmente sus fuerzas y actúa exento de angustia porque no conoce los peligros. Correrá por el borde del agua, se trepará al alféizar de las ventanas, jugará con objetos filosos y con fuego; en suma, hará todo lo que puede causarle daño y preocupar a quienes lo tienen a su cargo. Es por entero obra de la educación que por fin despierte en él la angustia realista, pues no puede permitírsele que haga por sí mismo la aleccionadora experiencia.
Y bien; si hay niños que transigen un poco más[xxiii] con esta educación para la angustia y después encuentran por sí mismos peligros sobre los cuales no se les había advertido, para explicarlo basta suponer que era congénita a su constitución una medida mayor de necesidad libidinosa, o que prematuramente se los malcrió con una satisfacción libidinosa. Y no cabe asombrarse de que entre estos niños se encuentren también los que después serán neuróticos; ya sabemos que lo que más favorece la génesis de una neurosis es la incapacidad para soportar por largo tiempo una estasis libidinal considerable[xxiv]. Notan ustedes que aquí el factor constitucional recupera unos derechos que, por lo demás, nunca quisimos impugnarle. Sólo nos ponemos en guardia cuando alguien pretende, por sustentar ese derecho, descuidar todo lo demás e introducir el factor constitucional aun allí donde, según los resultados conjugados de la observación y del análisis, no es pertinente o debe ser computado en último término.
Resumamos ahora las observaciones acerca del estado de angustia de los niños: La angustia infantil tiene muy poco que ver con la angustia realista y, en cambio, se emparienta de cerca con la angustia neurótica de los adultos. Como esta, se genera a partir de una libido no aplicada y sustituye al objeto de amor, que se echa de menos, por un objeto externo o una situación.
La Represión separa la liga entre la Representación y el Afecto
No les disgustará saber que el análisis de las fobias no nos enseña muchas cosas nuevas. En efecto, en ellas ocurre lo mismo que en la angustia infantil; una libido que permanece inaplicable se trasmuda en una aparente angustia realista[xxv] y, de ese modo, un minúsculo peligro externo se erige como subrogación de los reclamos libidinales. Esta coincidencia nada tiene de extraño, pues las fobias infantiles no sólo son el modelo de las posteriores, que incluimos en la «histeria de angustia», sino su directa precondición y su preludio. Toda fobia histérica se remonta a una angustia infantil y la continúa, aun si tiene un contenido diverso y, por ende, debe recibir otro nombre. La diferencia entre ambas afecciones reside en el mecanismo. En el adulto, para la mudanza de la libido en angustia no basta que aquella, en calidad de añoranza, se haya vuelto momentáneamente inaplicable. Desde largo tiempo atrás ha aprendido a mantener en suspenso esa libido o a aplicarla de otro modo. Pero cuando la libido pertenece a una moción psíquica que ha experimentado la represión, se restablece una situación parecida a la del niño que todavía no posee ninguna separación entre conciente e inconciente. Y por la regresión a la fobia infantil se abre, digámoslo así, el desfiladero a través del cual puede consumarse cómodamente la mudanza de la libido en angustia.
Como ustedes recuerdan, ya nos ocupamos bastante de la represión,[xxvi] pero no hicimos sino perseguir el destino de la representación que había de ser reprimida, desde luego porque era más fácil de averiguar y de exponer. En todo momento dejamos de lado lo que acontece con el afecto adherido a la representación reprimida, y sólo ahora nos enteramos de que el destino más inmediato de ese afecto es el de ser mudado en angustia, sin que interese la cualidad que haya presentado en el decurso normal. Pues bien, esta mudanza del afecto es, con mucho, la parte más importante del proceso represivo. No es tan fácil hablar de ella porque no podernos aseverar la existencia de afectos inconscientes en el mismo sentido en que podemos hacerlo respecto de las representaciones inconscientes[xxvii]. Una representación sigue siendo la misma, salvada la diferencia de que sea conciente o inconciente. Pero un afecto es un proceso de descarga y ha de ser objeto de un juicio muy diverso que una representación; no puede decirse qué habrá de corresponderle en el inconciente sin reflexionar con más hondura y aclarar nuestras premisas sobre los procesos psíquicos. No podemos abordar esto aquí. Sólo queremos destacar la impresión obtenida, a saber, que el desarrollo de angustia se anuda estrechamente al sistema del inconciente.
Decía que la mudanza en angustia o, mejor, la descarga en la forma de la angustia es el destino más inmediato de la libido afectada por la represión. Tengo que agregar: no el único ni el definitivo. En las neurosis hay en marcha procesos que se empeñan en ligar este desarrollo de angustia, y que lo logran incluso, por diversas vías. En el caso de las fobias, por ejemplo, es posible diferenciar nítidamente dos fases del proceso neurótico. La primera tiene a su cargo la represión y el trasporte de la libido a la angustia, que es ligada a un peligro exterior. La segunda consiste en la edificación de todas aquellas precauciones y aseguramientos destinados a evitar un contacto con ese peligro considerado como algo externo.[xxviii] La represión corresponde a un intento de huida del yo frente a la libido sentida como peligro. La fobia puede compararse a un atrincheramiento contra el peligro externo que subroga ahora a la libido temida. La debilidad del sistema protector en el caso de las fobias reside, desde luego, en que la fortaleza tan afianzada hacia afuera sigue siendo vulnerable desde adentro. Nunca puede conseguirse del todo la proyección del peligro libidinal hacia afuera.[xxix] Por eso en las otras neurosis se usan sistemas diferentes para protegerse contra la posibilidad del desarrollo de angustia. Esta es una parte muy interesante de la psicología de las neurosis, pero por desgracia nos llevaría demasiado lejos y presupone unos conocimientos especiales más profundos. Sólo quiero agregar algo todavía. Ya les he hablado de la «contrainvestidura» que el yo gasta a raíz de una represión y que debe mantener permanentemente para que esta persista. Sobre tal contrainvestidura recae la tarea de ejecutar las diversas formas de protección contra el desarrollo de angustia tras la represión.
Volvamos a las fobias. Creo que advierten cuán insuficiente es querer explicar sólo su contenido, interesarse exclusivamente por su proveniencia, por el hecho de que este o aquel objeto, o una situación cualquiera, pasaron a ser el tema de la fobia. El contenido de una fobia tiene para esta más o menos la misma importancia que posee para el sueño su fachada manifiesta. Con las necesarias restricciones, es preciso conceder que entre estos contenidos de las fobias se encuentran muchos que, como destaca Stanley Hall [1914], son aptos, por herencia filogenética, para convertirse en objetos de angustia. Y no está en desacuerdo con ello el hecho de que muchas de estas cosas angustiantes sólo puedan establecer su enlace con el peligro mediante una referencia simbólica.
Hemos llegado al convencimiento de que el problema de la angustia ocupa entre las cuestiones de la psicología de las neurosis un lugar que ha de llamarse lisa y llanamente central. Tuvimos la fuerte presunción de que el desarrollo de angustia se conecta con los destinos de la libido y con el sistema del inconciente. Sólo a un punto lo percibimos corno inconexo, como una laguna en nuestra concepción: es el hecho, difícilmente rebatible, de que la angustia realista tiene que considerarse como exteriorización de la pulsión de autoconservación del yo .[xxx]
NOTAS[i] [El problema de la angustia ocupó a Freud toda su vida, y sus puntos de vista al respecto sufrieron unos cuantos cambios. Su primer examen importante de la cuestión se halla en sus dos trabajos iniciales sobre la neurosis de angustia (1895b y 1895f); el último, en Inhibición, síntoma y angustia (1926d), donde en mi «Introducción» doy cuenta en alguna medida de la evolución de sus ideas (AE, 20, págs. 73 y sigs.). Debe tenerse presente que lo que Freud sostiene en esta conferencia fue sometido más adelante a revisiones importantes -y en un caso, fundamentales-; estas modificaciones fueron sintetizadas por él en su «Anexo A» a Inhibición, síntoma y angustia, AE, 20, págs. 147-54. En fecha aún posterior, en la 321 de las Nuevas conferencias (1933a), reformuló su posición definitiva con particular claridad. Recordemos sin embargo que, como el propio Freud indica en su «Prólogo» a estas conferencias (cf. 15, pág. 9), lo que sigue es el tratamiento más exhaustivo que había hecho del tema a la sazón]
[ii] [«Allgemeine» en el original. En la conferencia anterior había utilizado la palabra «gemeine» («común»).]
[iii] [«Angst». En inglés se ha adoptado anxiety como traducción técnica, en un sentido muy distinto del coloquial, pero a menudo nos ha sido preciso emplear expresiones como «temor», «miedo», «terror», etc.] {En la presente versión hemos traducido unívocamente Angst por «angustia», Furcht por «temor» y Schreck por «terror».}
[iv] [Cuando Freud tenía alrededor de treinta años trabajó durante dos años en la histología del bulbo raquídeo, publicando tres artículos sobre el particular (1885d, 1886b y 1886c); los resúmenes que él mismo hiciera de estos artículos se incluyen en Freud (1897b), AE, 3, págs. 228 y 230-2.]
[v] {Rationell y zweckmässig; una traducción más explicitante sería «acorde a la ratio» (el cálculo medios-fines) y conforme a fines.}
[vi] [Esta noción de la angustia como señal cumpliría un papel decisivo en los estudios posteriores de Freud sobre la angustia; cf. Inhibición, síntoma y angustia (1926d) y las Nuevas conferencias (1933a), AE, =, pág. 79. La idea es retomada infra, pág. 369.]
[vii] [Otros exámenes semejantes del tema se encontrarán en Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, págs.
12-3, y en Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, págs. 154-5.]
[viii] [Esta descripción de los ataques histéricos había sido propuesta por Freud muchos años atrás (1909a), AE, 9, págs. 209-10. La concepción aquí expresada de los afectos en general posiblemente se base en Darwin, quien los explicó como relictos de acciones originalmente provistas de un significado (Darwin, 1872) -explicación que Freud había citado en un trabajo previo (1895d), AE, 2, pág. 193- Freud repite la presente argumentación en Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, págs. 80, 89 y 126.]
[ix] La teoría de James y Lange propone un modelo en el que la reacción fisiológica es la que produce la emoción. Establecen que, como respuesta a las experiencias y estímulos, el sistema nervioso autónomo crea respuestas fisiológicas (tensión muscular, lagrimeo, aceleración cardiorespiratoria) a partir de las cuales se crean las emociones. Lange incluso llegó a afirmar que los cambios vasomotores eran las emociones. Un ejemplo clásico de James que la respuesta adecuada ante un oso es correr, lo cual impulsa a sentir miedo y no al revés. (Nota JLGF)
[x] [O sea que tanto Angst como Enge derivan de la misma raíz latina.]
[xi] {Macbeth, acto V, escena 7}
[xii] [El episodio debe de haber ocurrido a comienzos de la década de 1880, y este es el único lugar en que se lo registra. En mi «Introducción» a Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, págs. 81-2, hago una reseña de la creencia de Freud en un vínculo entre la angustia y el nacimiento. Aparentemente, la primera referencia a ello estaba en una nota de la edición de 1909 de La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, pág. 403, redactada probablemente en el verano de 1908. No obstante, luego de que yo publicara esa «Introducción», ha aparecido una referencia anterior en las Minutes of the Vienna Psychoanalytical Society (1962, 1, pág. 179). Se informa allí que en la reunión del 24 de abril de 1907, en la que Stekel leyó un trabajo sobre «La psicología y patología de la neurosis de angustia», Adler hizo el siguiente comentario: «No es preciso aventurarse tanto como Freud, quien ve angustia en el proceso del nacimiento; pero la angustia puede retrotraerse a la niñez». Ni en la intervención de Freud en ese debate, posterior a la de Adler, ni en ninguna otra de sus contribuciones, se vuelve a mencionar el asunto. Sin embargo, esto permite colegir que la hipótesis de Freud era conocida en la Sociedad de Viena por lo menos un par de años antes de ser publicada por primera vez.]
[xiii] [Véase la descripción original de la neurosis de angustia que hizo Freud (1895b).]
[xiv] [En vez de ser libremente flotante.]
[xv] [En realidad, Stanley Hall enumera 132; véase la reseña de su artículo por Ernest Jones (1916b). Stanley Hall (1846-1924) era al principio partidario de Freud: él fue quien lo invitó a dar conferencias en Estados Unidos en 1909; más tarde, empero, se convirtió en prosélito de Adler.]
[xvi] [El primer examen prolongado de la histeria de angustia por parte de Freud es el que aparece en la historia del pequeño Hans (1909b), AE, 10, págs. 94 y sigs. En mi «Apéndice» a su antiguo trabajo sobre «Obsesiones y fobias» (1895c), AE, 3, págs. 83-4, hago una reseña de sus cambiantes opiniones respecto de las fobias.]
[xvii] Se refiere al papel del Coitus Interruptus y de todas aquellas causas que derivan en una Neurosis Actual (Neurosis de Angustia). Es decir, la propi angustia expectante como resultado de la no satisfacción libidinal y carga energética libidinal sin canalizar. Y que desaparece después de resolver el “mal hábito” sexual. (Nota JLGF)
[xviii] [Los últimos cuatro párrafos son, en gran medida, un resumen del primer trabajo de Freud sobre la neurosis de angustia (1895b).]
[xix] [Cf. «La represión» (1915d), AE, 14, págs. 147 y sigs.]
[xx] [Esta fue la primera oportunidad en que Freud insistió explícitamente en la fundamental importancia de la separación de la madre como factor causante de la angustia, aunque ya lo había sugerido antes en esta misma obra (cf. pág. 361) e implícitamente en escritos anteriores. Se hallarán referencias al respecto en mi «Introducción» a Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, pág. 78, obra en la cual la cuestión es ampliamente discutida (ibid., págs. 129-31 y 142). También se hace una mención pasajera a esto en El yo y el ello (1923b), AE, 19, pág. 59.]
[xxi] [Esta anécdota fue consignada, en forma levemente distinta, en una nota al pie del tercero de los Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, pág. 204n.]
[xxii] [Es esta una de las rarísimas ocasiones en que Freud emplea «Instinkt» en vez de «Trieb».]
[xxiii] {«Que transigen un poco más» = «weit entgegenkommen»; entiéndase: que presentan mayor complacencia o solicitud somática, o son más proclives a recibir esa educación.}
[xxiv] Ver nota 17 (JLGF)
[xxv] En tanto Angustia Libremente Flotante (JLGF)
[xxvi] En la 19ª conferencia.
[xxvii]Para mayor información sobre lo que sigue, véase la sección III de «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, págs. 173-4, y El yo y el ello (1923b), AE, 19, págs., 24-5.]
[xxviii] La operación obsesiva propiamente dicha (JLGF)
[xxix] [Se encontrará una descripción más técnica de la estructura de las fobias en «La represión» (1915d), AE, 14, págs. 149-50, y en «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, págs. 179-80.]
[xxx] [Se aborda esta dificultad hacia el final de la próxima conferencia.]
[ii] [«Allgemeine» en el original. En la conferencia anterior había utilizado la palabra «gemeine» («común»).]
[iii] [«Angst». En inglés se ha adoptado anxiety como traducción técnica, en un sentido muy distinto del coloquial, pero a menudo nos ha sido preciso emplear expresiones como «temor», «miedo», «terror», etc.] {En la presente versión hemos traducido unívocamente Angst por «angustia», Furcht por «temor» y Schreck por «terror».}
[iv] [Cuando Freud tenía alrededor de treinta años trabajó durante dos años en la histología del bulbo raquídeo, publicando tres artículos sobre el particular (1885d, 1886b y 1886c); los resúmenes que él mismo hiciera de estos artículos se incluyen en Freud (1897b), AE, 3, págs. 228 y 230-2.]
[v] {Rationell y zweckmässig; una traducción más explicitante sería «acorde a la ratio» (el cálculo medios-fines) y conforme a fines.}
[vi] [Esta noción de la angustia como señal cumpliría un papel decisivo en los estudios posteriores de Freud sobre la angustia; cf. Inhibición, síntoma y angustia (1926d) y las Nuevas conferencias (1933a), AE, =, pág. 79. La idea es retomada infra, pág. 369.]
[vii] [Otros exámenes semejantes del tema se encontrarán en Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, págs.
12-3, y en Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, págs. 154-5.]
[viii] [Esta descripción de los ataques histéricos había sido propuesta por Freud muchos años atrás (1909a), AE, 9, págs. 209-10. La concepción aquí expresada de los afectos en general posiblemente se base en Darwin, quien los explicó como relictos de acciones originalmente provistas de un significado (Darwin, 1872) -explicación que Freud había citado en un trabajo previo (1895d), AE, 2, pág. 193- Freud repite la presente argumentación en Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, págs. 80, 89 y 126.]
[ix] La teoría de James y Lange propone un modelo en el que la reacción fisiológica es la que produce la emoción. Establecen que, como respuesta a las experiencias y estímulos, el sistema nervioso autónomo crea respuestas fisiológicas (tensión muscular, lagrimeo, aceleración cardiorespiratoria) a partir de las cuales se crean las emociones. Lange incluso llegó a afirmar que los cambios vasomotores eran las emociones. Un ejemplo clásico de James que la respuesta adecuada ante un oso es correr, lo cual impulsa a sentir miedo y no al revés. (Nota JLGF)
[x] [O sea que tanto Angst como Enge derivan de la misma raíz latina.]
[xi] {Macbeth, acto V, escena 7}
[xii] [El episodio debe de haber ocurrido a comienzos de la década de 1880, y este es el único lugar en que se lo registra. En mi «Introducción» a Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, págs. 81-2, hago una reseña de la creencia de Freud en un vínculo entre la angustia y el nacimiento. Aparentemente, la primera referencia a ello estaba en una nota de la edición de 1909 de La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, pág. 403, redactada probablemente en el verano de 1908. No obstante, luego de que yo publicara esa «Introducción», ha aparecido una referencia anterior en las Minutes of the Vienna Psychoanalytical Society (1962, 1, pág. 179). Se informa allí que en la reunión del 24 de abril de 1907, en la que Stekel leyó un trabajo sobre «La psicología y patología de la neurosis de angustia», Adler hizo el siguiente comentario: «No es preciso aventurarse tanto como Freud, quien ve angustia en el proceso del nacimiento; pero la angustia puede retrotraerse a la niñez». Ni en la intervención de Freud en ese debate, posterior a la de Adler, ni en ninguna otra de sus contribuciones, se vuelve a mencionar el asunto. Sin embargo, esto permite colegir que la hipótesis de Freud era conocida en la Sociedad de Viena por lo menos un par de años antes de ser publicada por primera vez.]
[xiii] [Véase la descripción original de la neurosis de angustia que hizo Freud (1895b).]
[xiv] [En vez de ser libremente flotante.]
[xv] [En realidad, Stanley Hall enumera 132; véase la reseña de su artículo por Ernest Jones (1916b). Stanley Hall (1846-1924) era al principio partidario de Freud: él fue quien lo invitó a dar conferencias en Estados Unidos en 1909; más tarde, empero, se convirtió en prosélito de Adler.]
[xvi] [El primer examen prolongado de la histeria de angustia por parte de Freud es el que aparece en la historia del pequeño Hans (1909b), AE, 10, págs. 94 y sigs. En mi «Apéndice» a su antiguo trabajo sobre «Obsesiones y fobias» (1895c), AE, 3, págs. 83-4, hago una reseña de sus cambiantes opiniones respecto de las fobias.]
[xvii] Se refiere al papel del Coitus Interruptus y de todas aquellas causas que derivan en una Neurosis Actual (Neurosis de Angustia). Es decir, la propi angustia expectante como resultado de la no satisfacción libidinal y carga energética libidinal sin canalizar. Y que desaparece después de resolver el “mal hábito” sexual. (Nota JLGF)
[xviii] [Los últimos cuatro párrafos son, en gran medida, un resumen del primer trabajo de Freud sobre la neurosis de angustia (1895b).]
[xix] [Cf. «La represión» (1915d), AE, 14, págs. 147 y sigs.]
[xx] [Esta fue la primera oportunidad en que Freud insistió explícitamente en la fundamental importancia de la separación de la madre como factor causante de la angustia, aunque ya lo había sugerido antes en esta misma obra (cf. pág. 361) e implícitamente en escritos anteriores. Se hallarán referencias al respecto en mi «Introducción» a Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, pág. 78, obra en la cual la cuestión es ampliamente discutida (ibid., págs. 129-31 y 142). También se hace una mención pasajera a esto en El yo y el ello (1923b), AE, 19, pág. 59.]
[xxi] [Esta anécdota fue consignada, en forma levemente distinta, en una nota al pie del tercero de los Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, pág. 204n.]
[xxii] [Es esta una de las rarísimas ocasiones en que Freud emplea «Instinkt» en vez de «Trieb».]
[xxiii] {«Que transigen un poco más» = «weit entgegenkommen»; entiéndase: que presentan mayor complacencia o solicitud somática, o son más proclives a recibir esa educación.}
[xxiv] Ver nota 17 (JLGF)
[xxv] En tanto Angustia Libremente Flotante (JLGF)
[xxvi] En la 19ª conferencia.
[xxvii]Para mayor información sobre lo que sigue, véase la sección III de «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, págs. 173-4, y El yo y el ello (1923b), AE, 19, págs., 24-5.]
[xxviii] La operación obsesiva propiamente dicha (JLGF)
[xxix] [Se encontrará una descripción más técnica de la estructura de las fobias en «La represión» (1915d), AE, 14, págs. 149-50, y en «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, págs. 179-80.]
[xxx] [Se aborda esta dificultad hacia el final de la próxima conferencia.]