Señoras y señores: Hemos averiguado que la función libidinal recorre un largo camino de desarrollo hasta poder entrar al servicio de la reproducción en la manera llamada normal. Ahora querría exponerles la importancia que este, hecho tiene para la causación de las neurosis.
Creo que coincidimos con las doctrinas de la patología general si suponemos que un desarrollo de esa índole acarrea dos peligros: primero, el de la inhibición y, segundo, el de la regresión. Vale decir, dada la tendencia general de los procesos biológicos a la variación, por fuerza sucederá que no todas las fases preparatorias transcurran con igual felicidad y se superen completamente; partes de la función quedarán retrasadas de manera permanente en esos estadios primeros, y un cierto grado de inhibición se mezclará en el cuadro total del desarrollo.
Procurémonos analogías con estos procesos en otros campos. Cuando un pueblo entero abandona su lugar de residencia para buscar uno nuevo, como tantas veces ocurrió en períodos anteriores de la historia humana, es seguro que no todos sus miembros llegarán al nuevo sitio. Prescindiendo de otras pérdidas, debe contarse por lo general con que pequeños grupos o bandas de los migrantes se detendrán en el camino y se establecerán en esas estaciones mientras el grueso sigue adelante. 0, para buscar una comparación más sugerente: ustedes bien saben que en los mamíferos superiores las glándulas sexuales masculinas, originariamente situadas muy adentro de la cavidad abdominal, en un cierto momento de la vida intrauterina inician una migración que las lleva casi directamente bajo la piel de la extremidad pélvica. Como consecuencia de esta migración, hallamos que en cierto número de machos uno de esos órganos dobles se quedó atrás en la cavidad pélvica o encontró ubicación duradera en el llamado canal inguinal, por el cual ambos tienen que pasar en su migración, o, al menos, que este canal ha permanecido abierto, cuando normalmente debe cerrarse una vez cumplido el cambio de ubicación de las glándulas sexuales. De joven estudiante, cuando realicé mi primer trabajo científico bajo la dirección de Von Brücke, me ocupé de las raíces nerviosas posteriores de la médula espinal de un pequeño pez, de conformación muy arcaica todavía (99). Hallé que las fibras nerviosas de estas raíces tenían su origen en grandes células situadas en el asta posterior de la sustancia gris, lo que no sucede en otros vertebrados. Pero enseguida descubrí que tales células nerviosas estaban presentes, fuera de la sustancia gris, en todo el trayecto que va hasta el llamado ganglio espinal de la raíz posterior; y de ahí deduje que las células de estas masas de ganglios habían migrado desde la médula espinal hasta las raíces de los nervios. Esto es lo que enseña también la historia evolutiva; pero en este pequeño pez toda la vía de la migración se manifestaba por unas células retrasadas (VER NOTA********** (100)).
Si estudian más a fondo estas comparaciones, no les resultará difícil pesquisar sus puntos débiles. Por eso iremos a una formulación directa: juzgamos posible, respecto de cada aspiración sexual separada, que partes de ella queden retrasadas en estadios anteriores del desarrollo, por más que otras puedan haber alcanzado la meta última. Advierten ustedes que nos representamos a cada una de estas aspiraciones como una corriente continuada desde el comienzo de la vida, que descomponemos, en cierta medida artificialmente, en oleadas separadas y sucesivas. Es justa la impresión de ustedes en cuanto a que estas representaciones han menester de ulterior aclaración. Pero ese intento nos llevaría demasiado lejos. Permítanme añadir todavía que una demora así de una aspiración parcial en una etapa anterior debe llamarse fijación (a saber, de la pulsión).
El segundo peligro de un desarrollo como este, que procede por etapas, reside en que fácilmente las partes que ya han avanzado pueden revertir, en un movimiento de retroceso, hasta una de esas etapas anteriores; a esto lo llamamos regresión. La aspiración se verá impelida a una regresión de esta índole cuando el ejercicio de su función, y por tanto el logro de su meta de satisfacción, tropiece con fuertes obstáculos externos en la forma más tardía o de nivel evolutivo superior. Aquí se nos presenta la conjetura de que fijación y regresión no son independientes entre sí. Mientras más fuertes sean las fijaciones en la vía evolutiva, tanto más la función esquivará las dificultades externas mediante una regresión hasta aquellas fijaciones, y la función desarrollada mostrará una resistencia tanto menor frente a los obstáculos externos que se oponen a su decurso. Consideren esto: si un pueblo en movimiento ha dejado tras sí poderosos contingentes en las estaciones de su migración, los que siguieron avanzando se inclinarán a retirarse a estas estaciones si son derrotados o tropiezan con un enemigo muy poderoso. Pero también, mayor peligro correrán de ser derrotados cuanto mayor sea el número de sus miembros que se quedaron atrás.
Para la comprensión de las neurosis, es importante que no pierdan de vista este nexo entre fijación y regresión. Ello les proporcionará un apoyo seguro en el problema de la causación de las neurosis, en el problema de la etiología de las neurosis, en el que enseguida entraremos.
Pero ahora quiero demorarme todavía en la regresión. Tras lo que han aprendido sobre el desarrollo de la función libidinal, pueden esperar ustedes regresiones de dos clases: retroceso a los primeros objetos investidos por la libido, que como sabemos son de naturaleza incestuosa, y retroceso de toda la organización sexual a estadios anteriores. Las dos se presentan en las neurosis de trasferencia y desempeñan un importante papel en su mecanismo. En particular, el retroceso a los primeros objetos incestuosos de la libido es un rasgo que con regularidad francamente fatigosa hallamos con los neuróticos. Mucho más puede decirse acerca de las regresiones de la libido si se trae a consideración otro grupo de neurosis, las llamadas narcisistas, lo que por el momento no nos proponernos hacer (VER NOTA**********(101)). Estas afecciones nos anotician sobre otros procesos de desarrollo de la función libidinal, que no hemos mencionado aún, y concomitantemente nos muestran nuevas variedades de la regresión. Ahora bien, creo que tengo que advertirles, sobre todo, que no confundan regresión y represión(102), y ayudarlos para que tengan claros los vínculos entre esos dos procesos. Represión es, como ustedes recuerdan, aquel proceso por el cual un acto admisible en la conciencia, vale decir, un acto que pertenece al sistema Prcc, se vuelve inconciente y por tanto es relegado al sistema Icc (ver nota(103)). Y de igual modo hablamos de represión si al acto anímico inconciente no se lo admite en el sistema que sigue, el preconciente, sino que es rechazado en el umbral por la censura. El concepto de la represión no tiene, pues, ningún vínculo con la sexualidad; por favor, retengan bien esto. Designa un proceso puramente psicológico, al que podemos caracterizar todavía mejor si lo llamamos tópico. Con ello queremos decir que se relaciona con las supuestas espacialidades psíquicas o, si abandonamos esta grosera representación auxiliar, con el edificio del aparato anímico compuesto por sistemas psíquicos separados.
La comparación que establecimos nos hace reparar en que hasta aquí no hemos usado la palabra «regresión» en su significado general, sino en uno muy especial. Si le dan ustedes su sentido general, el de un retroceso desde una etapa más alta del desarrollo a una más baja, entonces también la represión se subordina a la regresión, pues puede describirse como el retroceso de un acto psíquico a un estadio más profundo y anterior del desarrollo. Sólo que en el caso de la represión no nos interesa esta dirección retrocedente, pues también hablamos de represión en sentido dinámico, cuando un acto psíquico es retenido en el estadio más bajo, el de lo inconciente. Es que la represión es un concepto tópico-dinámico, y la regresión, un concepto puramente descriptivo. Ahora bien, al hablar de la regresión como lo hicimos hasta aquí, relacionándola con la fijación, mentamos exclusivamente el retroceso de la libido a estaciones anteriores de su desarrollo, vale decir, algo por entero diverso de la represión en cuanto a su naturaleza y completamente independiente de ella. Por otra parte, no podemos decir que la regresión libidinal sea un proceso puramente psíquico, ni sabemos qué localización debemos atribuirle en el interior del aparato anímico. Y si bien ejerce la influencia más poderosa sobre la vida anímica, el factor orgánico es el que más se destaca en ella.
Elucidaciones como estas tienen que resultar un poco áridas. Volvámonos a la clínica para encontrar ejemplos de aplicación más concretos. Ustedes saben que histeria y neurosis obsesiva son los dos principales exponentes del grupo de las neurosis de trasferencia. Sin duda, en el caso de la histeria tenemos una regresión de la libido a los objetos sexuales primarios, incestuosos, pero nada que se parezca a una regresión a una etapa anterior de la organización sexual. En cambio, el papel principal en el mecanismo de la histeria recae en la represión. Si se me permite completar por medio de una construcción lo que sobre esta neurosis hemos verificado hasta aquí, podría describir la situación de la siguiente manera: La unificación de las pulsiones parciales bajo el primado de los genitales se ha cumplido, pero sus resultados chocan con la resistencia del sistema preconciente enlazado con la conciencia. La organización genital rige entonces para el inconciente, mas no de igual modo para el preconciente; y esta repulsa de parte del preconciente produce un cuadro que presenta ciertas analogías con el estado anterior al del primado genital. No obstante, constituye algo enteramente diverso.
De las dos regresiones libidinales, la que lleva a una fase anterior de la organización sexual es con mucho la más llamativa. Como ella falta en la histeria, y como toda nuestra concepción de las neurosis está todavía muy influida por el estudio de esa enfermedad, que fue el primero en emprenderse, el significado de la regresión libidinal se nos aclaró también mucho después que el de la represión. Estemos preparados para que nuestros puntos de vista vuelvan a ampliarse y a subvertirse cuando podamos incorporar a nuestras consideraciones, además de la histeria y la neurosis obsesiva, las otras neurosis, las narcisistas.
En el caso de la neurosis obsesiva, al contrario, la regresión de la libido al estadio previo de la organización sádico-anal es el hecho más llamativo y el decisivo para la exteriorización en síntomas. El impulso de amor tiene que enmascararse, entonces, como impulso sádico. La representación obsesiva: «Querría matarte», quiere decir en el fondo, cuando se la ha librado de ciertas circunstancias accesorias -pero que no son contingentes, sino insoslayables-, nada más que esto: «Querría gozarte en amor». Sumen a esto que al mismo tiempo se ha producido una regresión en cuanto al objeto, de suerte que ese impulso sólo puede dirigirse a las personas más próximas y más amadas, y se formarán una idea del horror que estas representaciones obsesivas provocan en el enfermo, así como la ajenidad con que aparecen a su percepción conciente. Pero también la represión participa considerablemente en el mecanismo de estas neurosis, lo cual no es cosa fácil de exponer en una introducción somera como la presente. Una regresión de la libido sin represión nunca daría por resultado una neurosis, sino que desembocaría en una perversión. De aquí infieren ustedes que la represión es el proceso más peculiar ' de las neurosis, y el que mejor las caracteriza. Quizá tenga todavía oportunidad de exponerles lo que sabemos acerca del mecanismo de las perversiones, y verán entonces que tampoco aquí las cosas son tan sencillas como se querría imaginarlas (VER NOTA**********(104)).
¡Estimados señores! Deberían considerar las elucidaciones que acaban de escuchar sobre fijación y regresión de la libido como preparativos para explorar la etiología de las neurosis. Creo que sería el mejor modo de reconciliarse con ellas. Sobre esto, sólo les he comunicado que los seres humanos contraen una neurosis cuando se les quita la posibilidad de satisfacer su libido, vale decir, por una «frustración», según la expresión que utilicé; y sus síntomas son justamente el sustituto de la satisfacción frustrada {denegada}. Desde luego, esto no quiere decir que toda frustración de la satisfacción libidinosa provoque una neurosis en quien la sufre, sino meramente que el factor de la frustración se registra en todos los casos de neurosis investigados. Así pues, ese enunciado no puede invertirse. Por otra parte, bien comprenden ustedes que esa aseveración no está destinada a revelar todo el secreto de la etiología de las neurosis, sino que sólo destaca una condición importante e indispensable.
En el ulterior examen de esta proposición, ¿hemos de detenernos en la naturaleza de la frustración o en la peculiaridad de aquellos a quienes afecta? Por ahora no lo sabemos. Pero es rarísimo que la frustración sea omnímoda y absoluta; para producir efectos patógenos tiene que recaer sobre la forma de satisfacción que la persona quiere con exclusividad, la única de que ella es capaz. En general, muchas vías permiten soportar la privación de la satisfacción libidinosa sin enfermar por ello. Ante todo, conocemos personas capaces de aceptar una privación así sin deterioro; es verdad que no son dichosas, padecen de añoranza, pero no enferman. Enseguida tenemos que tener en cuenta que justamente las mociones pulsionales de carácter sexual son extraordinariamente plásticas, si así puedo decir. Pueden remplazarse unas a otras, una puede tomar sobre sí la intensidad de las otras; cuando la satisfacción de una es frustrada por la realidad, la de otra puede ofrecer un resarcimiento pleno. Se comportan entre sí como una red de vasos comunicantes, y ello a pesar de que están sometidas al primado de lo genital, estado de cosas nada fácil de conciliar en una representación. Además, las pulsiones parciales de la sexualidad, así como la aspiración sexual que las compendia, muestran gran capacidad para mudar su objeto, para permutarlo por otro, y por ende también por uno más asequible; esta proclividad al desplazamiento y esta predisposición a adoptar subrogados no pueden sino contrarrestar con fuerza el efecto patógeno de una frustración. Entre estos procesos que protegen de enfermar por una privación, hay uno que ha alcanzado particular importancia cultural. Consiste en que la aspiración sexual abandona su meta dirigida al placer parcial o al placer de la reproducción, y adopta otra que se relaciona genéticamente con la resignada, pero ya no es ella misma sexual, sino que se la debe llamar social. Damos el nombre de «sublimación» a este proceso, plegándonos al juicio general que sitúa más alto las metas sociales que las sexuales, en el fondo egoístas. Por lo demás, la sublimación no es sino un caso especial del apuntalamiento de unas aspiraciones sexuales en otras, no sexuales. En otro contexto tendremos que referirnos nuevamente a ello.
Ahora tendrán la impresión de que, en virtud de todos estos recursos para soportarla, la privación ha quedado reducida a algo insignificante. Pero no es así; ella conserva su poder patógeno. Las medidas tomadas para contrarrestarla no son en general suficientes. El grado de libido insatisfecha que los seres humanos, en promedio, pueden tolerar en sí mismos es limitado. La plasticidad o libre movilidad de la libido en modo alguno se ha conservado intacta en todos, y la sublimación nunca puede tramitar sino una cierta porción de la libido, prescindiendo de que a muchas personas se les ha concedido en escasa medida la capacidad de sublimar. La más importante de estas restricciones es manifiestamente la que recae sobre la movilidad de la libido, pues hace depender la satisfacción del individuo del logro de un número muy escaso de metas y objetos. Baste recordar que un desarrollo libidinal incompleto deja tras sí fijaciones libidinales muy extensas llegado el caso, también múltiples fases anteriores de la organización y del hallazgo de objeto, que las más de las veces no son susceptibles de una satisfacción real; así discernirán en la fijación libidinal el segundo factor poderoso que se conjuga con la frustración para causar la enfermedad. De manera esquemática pueden formularlo así: en la etiología de las neurosis la fijación libidinal es el factor interno, predisponente, y la frustración es el factor externo, accidental.
Aprovecho aquí la oportunidad para disuadirles de tomar partido en una disputa superflua. En el cultivo de la ciencia hay un expediente muy socorrido: se escoge una parte de la verdad, se la sitúa en el lugar del todo y, en aras de ella, se pone en entredicho todo lo demás, que no es menos verdadero. Por este camino ya se han escindido del movimiento psicoanalítico varias orientaciones: una admite sólo las pulsiones egoístas, pero en cambio desmiente las sexuales; la otra sólo aprecia la influencia de las tareas reales de la vida, pero descuida las que plantea el pasado del individuo (ver nota(105)), etc. Y bien; en este punto se ofrece un asidero para promover una objeción y una pregunta polémica de esa índole: ¿Son las neurosis enfermedades exógenas o endógenas? ¿Son la consecuencia ineludible de una cierta constitución o el producto de ciertas impresiones vitales dañinas (traumáticas)? Y, en particular:
¿Son provocadas por la fijación libidinal (y el resto de la constitución sexual) o por la presión de la frustración? Este dilema no me parece, en su conjunto, más atinado que otro que podría plantearles: ¿El niño es procreado por el padre o es concebido por la madre? Las dos condiciones son igualmente indispensables, responderán ustedes. En la causación de las neurosis la situación es, si no idéntica, muy parecida. Con respecto a la causación, los casos de contracción de neurosis se ordenan en una serie dentro de la cual dos factores -constitución sexual y vivencia o, si ustedes quieren, fijación libidinal y frustración- aparecen de tal modo que uno aumenta cuando el otro disminuye. En un extremo de la serie se sitúan los casos de los que ustedes pueden decir con convencimiento: A consecuencia de su peculiar desarrollo libidinal, estos hombres habrían enfermado de cualquier manera, cualesquiera que hubiesen sido sus vivencias y los miramientos con que los tratase la vida. En el otro extremo se encuentran los casos en que ustedes se verían llevados a juzgar, a la inversa, que sin duda habrían escapado a la enfermedad si la vida no los hubiera puesto en esta o estotra situación. En los casos ubicados entre ambos extremos, un más o un menos de constitución sexual predisponente se conjuga con un más o un menos de exigencias vitales dañinas. Su constitución sexual no les habría provocado la neurosis sí no hubieran tenido tales vivencias ' y estas no habrían tenido un efecto traumático sobre ellos con otra disposición de su libido. Dentro de esta serie, quizá podría concederse un peso algo mayor a los factores predisponentes, pero esta misma concesión depende del punto hasta el cual quieran ustedes extender las fronteras de la neurosis.
¡Señores! Les propongo que a las series de esta clase las llamemos series complementarias(106), y les anticipo que tendremos ocasión de establecer todavía otras de igual índole.
La tenacidad con que la libido adhiere a determinadas orientaciones y objetos, su viscosidad {Klebrigkeit}, por así decir, se nos presenta como un factor autónomo, variable de un individuo a otro, cuyos acondicionamientos nos son por completo desconocidos, pero cuya importancia para la etiología de las neurosis no podemos seguir subestimando (VER NOTA**********(107) ). Empero, tampoco hemos de sobrestimar la constancia de esta relación. Una «viscosidad» de la libido de esa misma índole, en efecto, se presenta (por razones desconocidas) en el individuo normal bajo numerosas condiciones, y la hallamos como factor determinante en las personas que en cierto sentido son el opuesto de los neuróticos: entre los perversos. Ya antes de la época del psicoanálisis (Binet [1888]) se descubrió con harta frecuencia en la anamnesis de los perversos una impresión muy temprana que provocó una orientación pulsional o una elección de objeto anormales, y a la que la libido de esa persona permanecía adherida por toda la vida. A menudo no se sabe indicar lo que ha habilitado a esa impresión para ejercer una atracción tan intensa sobre la libido. Quiero contarles un caso de este tipo que yo mismo he observado. Un hombre a quien hoy no le importan los genitales de la mujer ni ningún otro de sus encantos, y a quien sólo un pie de cierta forma, calzado, le provoca una excitación sexual incontenible, atina a recordar una vivencia de su sexto año de vida que fue decisiva para la fijación de su libido. Estaba sentado sobre un escabel junto a la gobernanta, con quien tomaba su lección de inglés. La gobernanta, una señorita entrada en años, seca, fea, con ojos de un celeste lavado y una nariz arremangada, tenía ese día un pie enfermo y por eso lo dejó descansar, cubierto con una pantufla de terciopelo, extendido sobre un almohadón; en esa posición, su pierna permanecía oculta de la manera más decente. Un pie así, magro, nervudo, como se lo vio una vez a la gobernanta, pasó a ser (tras un tímido intento de práctica sexual normal en la pubertad) su único objeto sexual, y se apoderaba de él un entusiasmo irresistible cuando a ese pie se asociaban todavía otros rasgos que le recordaban el tipo de la gobernanta inglesa. Pero el hombre no se convirtió en neurótico a raíz de esta fijación de su libido, sino en perverso, en fetichista del pie, como decimos nosotros (VER NOTA**********(108)). Ya ven: si bien la desmedida, y sobre todo aún prematura, fijación de la libido es indispensable para la causación de las neurosis, su círculo de acción rebasa con mucho el ámbito de estas. Por sí sola, entonces, esta condición no es más decisiva que la mencionada antes, la frustración.
De este modo, el problema de la causación de las neurosis parece complicarse. De hecho la indagación psicoanalítica nos familiariza con un nuevo factor que no fue tenido en cuenta en nuestra serie etiológica y que se reconoce mejor en casos en que una persona, hasta entonces sana, enferma repentinamente de neurosis. En tales personas hallamos por regla general los indicios de una lucha entre mociones de deseo 0, como solemos decir, de un conflicto psíquico. Un fragmento de la personalidad sustenta ciertos deseos, otro se revuelve y se defiende contra ellos. Sin un conflicto de esa clase no hay neurosis. Nada de particular vemos en ello. Ustedes saben que nuestra vida anímica es agitada sin cesar por conflictos que nos vemos obligados a zanjar. Por tanto, tienen que cumplirse condiciones particulares para que uno de esos conflictos se vuelva patógeno. Tenemos derecho a preguntar por esas condiciones, por los poderes anímicos entre los cuales se libran esos conflictos patógenos, por el vínculo del conflicto con los otros factores causales.
Espero poder darles respuestas satisfactorias a estas preguntas, por más que deban ser esquemáticas. El conflicto es engendrado por la frustración; ella hace que la libido pierda su satisfacción y se vea obligada a buscar otros objetos y caminos. Aquel tiene por condición que estos otros caminos y objetos despierten enojo en una parte de la personalidad, de modo que se produzca un veto que en principio imposibilite la nueva modalidad de satisfacción. Desde aquí parte el camino hacia la formación de síntoma, por el cual después nos internaremos (109). No obstante, las aspiraciones libidinosas rechazadas logran imponerse dando ciertos rodeos, no sin verse obligadas a sortear el veto a través de ciertas desfiguraciones y atemperamientos. Los rodeos son los caminos de la formación de síntoma; los síntomas son la satisfacción nueva o sustitutiva que se hizo necesaria por la frustración.
Es posible dar razón del significado del conflicto psíquico en otra terminología: Para que la frustración exterior tenga efectos patógenos es preciso que se le sume la frustración interior. Frustración externa e interna se refieren, desde luego, a diversos caminos y objetos. La primera elimina una posibilidad de satisfacción, y la segunda querría excluir otra en torno de la cual estalla después el conflicto. Yo prefiero esta manera de exponer las cosas porque posee un contenido secreto. En efecto, apunta a la probabilidad de que en épocas prehistóricas del desarrollo humano las coartaciones internas surgieran de impedimentos externos. (VER NOTA********** (110))
Ahora bien, ¿cuáles son los poderes de que parte el veto a la aspiración libidinosa? O sea, ¿cuál es la otra parte en el conflicto patógeno? Dicho en términos totalmente generales, son las fuerzas pulsionales no sexuales. Las reunimos bajo la designación de «pulsiones yoicas (111)».
El psicoanálisis de las neurosis de trasferencia no nos proporciona un buen acceso para discernirles sus componentes; a lo sumo, tomamos de algún modo conocimiento de ellas a través de las resistencias que se oponen al análisis. El conflicto patógeno se libra, pues, entre las pulsiones yoicas y las pulsiones sexuales. En toda una serie de casos se presenta como si pudiera ser también un conflicto entre diversas aspiraciones puramente sexuales; pero en el fondo es lo mismo, pues de las dos aspiraciones sexuales que se encuentran en conflicto una es siempre, por así decir, acorde con el yo {Ichgerecht}, mientras que la otra convoca al yo a defenderse. Sigue siendo, por tanto, un conflicto entre el yo y la sexualidad.
¡Señores! Con harta frecuencia, cuando el psicoanálisis pretendió que un acontecer anímico era la operación de las pulsiones sexuales, se le arguyó, a manera de enconada defensa, que el hombre no consiste sólo en sexualidad, que en la vida del alma hay otros intereses y pulsiones además de los sexuales, que no es lícito derivarlo «todo» de la sexualidad, etc. Ahora bien, es motivo de gran alegría poder coincidir alguna vez con los oponentes. El psicoanálisis nunca olvidó que existen también fuerzas pulsionales de carácter no sexual; él mismo se construyó sobre la tajante separación entre las pulsiones sexuales y las pulsiones yoicas, y aseveró, fuera de toda objeción, no que las neurosis brotan de la sexualidad, sino que deben su origen al conflicto entre el yo y la sexualidad. Tampoco tiene motivo alguno imaginable para poner en entredicho la existencia o la importancia de las pulsiones yoicas mientras estudia el papel de las pulsiones sexuales en la enfermedad y en la vida. Sólo que su destino le hizo ocuparse primero de las pulsiones sexuales porque las neurosis de trasferencia abrían el mejor acceso para inteligirlas y porque le fue deparado estudiar lo que otros descuidaron.
Tampoco es cierto que el psicoanálisis no haya hecho caso de la parte no sexual de la personalidad. justamente la separación entre yo y sexualidad nos permitió conocer de manera bien clara que también las pulsiones yoicas recorren un importante camino de desarrollo; este no es del todo independiente de la libido, ni deja de reaccionar sobre ella. Es cierto que conocemos mucho peor el desarrollo del yo que el de la libido; en efecto, sólo el estudio de las neurosis narcisistas (112) nos promete una intelección del edificio del yo. No obstante, existe ya un valioso estudio de Ferenczi [1913c] que intenta construir en la teoría las etapas de desarrollo del yo, y por lo menos en dos lugares hemos conseguido firmes puntos de apoyo para apreciarlo. No creemos que los intereses libidinosos de una persona se encuentren de entrada en oposición a sus intereses de autoconservación; más bien el yo se afanará en cada etapa por mantener el acuerdo con la organización sexual que en ese momento tiene y por subordinarse a ella. Dentro del desarrollo libidinal, el relevo de cada fase por otra sigue probablemente un programa prescrito; empero, no puede descartarse que este decurso sea influido por el yo, y quizás estaríamos autorizados a prever una determinada correspondencia entre las fases evolutivas del yo y la libido; y aun la perturbación de esa correspondencia podría revelarse como un factor patógeno. Ahora bien, un punto de vista más importante para nosotros es el de averiguar el modo en que el yo se comporta cuando su libido deja tras sí, en un lugar de su desarrollo, una fuerte fijación. Puede admitirla ' y entonces se volverá perverso en esa misma medida o, lo que es idéntico, se volverá infantil. Pero también puede adoptar una conducta de repulsa frente a ese asiento (Fests etzung} de la libido, y entonces el yo tiene una represión donde la libido ha experimentado una fijación.
Por este camino averiguamos que el tercer factor de la etiología de las neurosis, la inclinación al conflicto, depende tanto del desarrollo del yo como del de la libido. Así se ha completado nuestra intelección de la causación de las neurosis. Primero, tenemos su condición más general, la frustración; después, la fijación de la libido, que la empuja en determinadas direcciones, y, en tercer lugar, la inclinación al conflicto, proveniente del desarrollo del yo, que ha rechaza do esas mociones libidinales. Por tanto, la situación no es tan confusa ni impenetrable como probablemente les pareció cuando yo iba avanzando en mis puntualizaciones. Claro que no hemos terminado todavía, como pronto descubriremos. Tendremos que agregar algo nuevo y volver a descomponer algo que ya nos es familiar.
Para ilustrarles la influencia del desarrollo del yo sobre la formación del conflicto y, por ende, sobre la causación de las neurosis, les presentaré un ejemplo totalmente inventado, pero que en ningún punto se aleja de lo verosímil. Apoyándome en el título de una farsa de Nestroy(113), quiero ponerlo bajo esta rúbrica: «En los bajos y en los altos». En los bajos vive el portero de la casa, y en los altos el propietario, un señor rico y distinguido, Ambos tienen hijos, y supondremos que a la hijita del propietario le permiten sin vigilancia jugar con la hija del proletario. Bien puede ocurrir entonces que los juegos cobren un carácter indecoroso, vale decir, sexual; que jueguen a «papá y mamá», se observen en sus funciones íntimas y se estimulen los genitales. La hija del portero, que a pesar de sus cinco o seis años de edad pudo observar muchas cosas sobre la sexualidad de los adultos, quizá desempeñe el papel de la seductora. Estas vivencias son suficientes, aunque no prosigan mucho tiempo, para activar en ambas niñas ciertas mociones sexuales que, tras el cese de los juegos en común, :se exteriorizarán durante algunos año! como masturbación. Hasta aquí la identidad de desarrollo; el resultado final será muy diverso en ambas niñas. La hija del portero seguirá masturbándose quizás hasta tener su primer período; después dejará sin dificultad de hacerlo, pocos años más tarde tendrá un amado, quizá también un hijo, emprenderá este o estotro camino en la vida, y tal vez llegue a ser una artista popular que terminará como aristócrata. Es probable que su destino sea menos brillante, pero en todo caso cumplirá su vida sin que la haya afectado la práctica prematura de su sexualidad, y estará exenta de neurosis. Cosa muy distinta sucederá a la hijita del propietario. Muy temprano, siendo todavía una niña, sospechará que ha hecho algo malo, y al poco tiempo, pero quizá tras dura lucha, renunciará a la satisfacción masturbatoria y a pesar de eso conservará algo oprimido en su ser. Si, ya de muchacha, se encuentra en situación de enterarse de alguna cosa sobre el comercio sexual, se extrañará de eso con un horror inexplicado y querrá permanecer ignorante. Es probable que quede sometida entonces a un nuevo esfuerzo a masturbarse, que reaparecerá incoercible y del cual no osará quejarse. En los años en que como mujer está destinada a gustarle a un hombre, estallará en ella la neurosis, que le tronchará el matrimonio y sus esperanzas en la vida. Si por medio del análisis se logra penetrar en esta neurosis, se demostrará que esta mu chacha bien educada, inteligente y de elevadas aspiraciones ha reprimido por completo sus mociones sexuales, pero estas, inconscientes para ella, permanecen adheridas a las mezquinas vivencias que tuvo con su amiguita de juegos.
La diferencia entre los dos destinos, a pesar de ser igual la vivencia, se debe a que el yo de una ha experimentado un desarrollo no iniciado en el de la otra. A la hija del portero, la práctica sexual le parecerá más tarde tan natural y tan sin reparos como en la infancia. La hija del propietario ha experimentado la influencia de la educación y aceptado sus exigencias. A partir de las incitaciones que se le presentaron, su yo ha formado ideales de pureza y de austeridad femeninas con los cuales la práctica sexual no es conciliable; su formación intelectual ha rebajado su interés por el papel femenino a que está destinada. En virtud de este desarrollo de su yo, más elevado en lo moral y lo intelectual, ha caído en conflicto con los requerimientos de su sexualidad.
Todavía quiero demorarme hoy en un segundo punto relativo al desarrollo del yo; me interesa tanto por ciertos vastos panoramas que abre, cuanto por el hecho de que lo que sigue permite justificar nuestra tajante separación entre pulsiones yoicas y pulsiones sexuales, separación que a nosotros nos parece bien pero no es evidente de suyo. En nuestros juicios sobre los dos desarrollos, el del yo y el de la libido, tenemos que dar la precedencia a un punto de vista que hasta ahora no se ha apreciado muy a menudo. Helo aquí: ambos son en el fondo heredados, unas repeticiones abreviadas de la evolución que la humanidad toda ha recorrido desde sus épocas originarias y por lapsos prolongadísimos. En el desarrollo libidinal, creo yo, se ve sin más este origen filogenético. Consideren ustedes que en una clase de animales el aparato genital se relaciona de la manera más íntima con la boca, en otra es inseparable del aparato excretorio, y en otra, todavía, se asocia con los órganos del movimiento, cosas todas que ustedes hallan descritas de manera atractiva en el valioso libro de W. Bölsche [1911-13]. En los animales vemos, por así decir, todas las variedades de perversión cristalizadas en su organización sexual. Ahora bien, en el hombre el punto de vista filogenético está velado en parte por la circunstancia de que algo en el fondo heredado es, empero, vuelto a adquirir en el desarrollo individual (ver nota(114)), probablemente porque todavía persiste, e influye sobre cada individuo, la misma situación que en su época impuso la adquisición. Yo diría que en ese tiempo operó como una creación, y ahora actúa como un llamado. Por otra parte, es indudable que influencias recientes pueden perturbar y modificar desde fuera, en cada individuo, el curso de ese desarrollo prefigurado. Pero el poder que ha forzado en la humanidad tal desarrollo, y que aún hoy conserva su presión en el mismo sentido, es uno que ya conocemos: de nuevo, la frustración dictada por la realidad o, si querernos darle su gran nombre, su nombre justo, el apremio de la vida. Ha sido un educador riguroso y ha conseguido mucho de nosotros. Los neuróticos se cuentan entre los niños en quienes ese rigor tuvo un mal resultado, pero es el riesgo que se corre con cualquier educación. Por lo demás, esta apreciación del apremio de la vida como el motor del desarrollo no nos lleva a restar importancia a las «tendencias internas del desarrollo», si es que puede demostrarse su existencia.
Y bien; es muy digno de notarse que pulsiones sexuales y pulsiones de autoconservación no se comportan de la misma manera hacia el apremio real(115). Las segundas y todo lo que depende de ellas son más fáciles de educar; aprenden temprano a plegarse al apremio y a enderezar su evolución según los señalamientos de la realidad. Es comprensible, pues no pueden procurarse de ninguna otra manera los objetos de que necesitan; y sin estos, el individuo sucumbiría. Las pulsiones sexuales son más difíciles de educar, pues al principio no conocen ningún apremio de objeto. En efecto, se apuntalan parasitariamente, por así decir, en las otras funciones corporales y se satisfacen de manera autoerótica en el cuerpo propio; por eso al comienzo se sustraen del influjo pedagógico del apremio real y se afianzan en este carácter suyo de porfía, de inaccesibilidad a toda influencia, en lo que llamamos «irrazonabilidad»; y en la mayoría de los hombres, en ciertos aspectos lo hacen por toda la vida. Además, la posibilidad de educar a un joven cesa, por regla general, cuando sus pulsiones sexuales despiertan en la plenitud de su fuerza. Los educadores lo saben y actúan en consecuencia; pero quizá si consideran los resultados del psicoanálisis se verán llevados a trasladar lo principal de la presión pedagógica a la primera infancia, desde la lactancia misma. En su cuarto o quinto año de vida, el pequeño ser humano a menudo está hecho, y no hace sino sacar a luz poco a poco lo que ya se encontraba en él.
Para apreciar en toda su importancia el distingo que acabamos de indicar entre los dos grupos de pulsiones, tenemos que aventurarnos a dar otro paso e introducir el tipo de consideraciones que merecen llamarse económicas. Con ello nos internamos en uno de los más importantes campos del psicoanálisis, pero que por desdicha es también uno de los más oscuros. Nos planteamos esta pregunta: ¿Puede discernirse en el trabajo de nuestro aparato anímico un propósito principal? Y respondemos, en una primera aproximación, que ese propósito está dirigido a la ganancia de placer. Parece que toda nuestra actividad anímica está dirigida a conseguir placer y a evitar el displacer, y que se regula automáticamente por el principio de placer. Ahora bien, daríamos cualquier c osa por saber cuáles son las condiciones de la génesis del placer y del displacer, pero es justamente lo que nos falta. Sólo esto podemos atrevernos a aseverar: El placer se liga de algún modo con la reducción, la rebaja o la extinción de los volúmenes de estímulo {Reizmenge(116)} que obran en el interior del aparato anímico, y el displacer, con su elevación. La indagación del placer más intenso que es dado al hombre, el que experimenta en la consumación del acto sexual, pocas dudas deja sobre este punto. A las consideraciones de este tipo las llamamos económicas porque en tales procesos placenteros están en juego los destinos de cantidades de excitación o de energía anímicas. Notamos que nos es posible describir la tarea y la operación del aparato anímico también de otro modo y en términos más generales que insistiendo en la ganancia de placer. Podemos decir que el aparato anímico sirve al propósito de domeñar y tramitar los volúmenes de estímulo que le llegan de adentro y de afuera (VER NOTA**********(117)). En cuanto a las pulsiones sexuales, no hay duda de que al comienzo y al final de su desarrollo trabajan para la ganancia de placer; conservan sin variaciones esta función originaria. A lo mismo aspiran al comienzo también las otras, las pulsiones yoicas. Pero bajo el influjo del maestro apremio, pronto aprenden a sustituir el principio de placer por una modificación. La tarea de evitar displacer se ,es eleva casi al mismo rango que la de ganar placer; el yo experimenta que es inevitable renunciar a una satisfacción inmediata, posponer la ganancia de placer, soportar un poco de displacer y resignar por completo determinadas fuentes de placer. El yo así educado se ha vuelto «razonable», ya no se deja gobernar más por el principio de placer, sino que obedece al principio de realidad,(118) que en el fondo quiere también alcanzar placer, pero un placer asegurado por el miramiento a la realidad, aunque pospuesto y reducido.
El tránsito del principio de placer al principio de realidad es uno de los progresos más importantes es el desarrollo del yo. Ya sabemos que las pulsiones sexuales se suman tardíamente y con renuencia a este tramo del desarrollo del yo, y después nos enteraremos de las consecuencias que tiene para el ser humano el hecho de que su sexualidad se conforme con un vínculo tan laxo con la realidad exterior. Y ahora, para concluir, una última observación que corresponde a este contexto: Si el yo del ser humano tiene, al igual que la libido, su historia de desarrollo, no les sorprenderá enterarse de que existen también «regresiones del yo», y querrán saber, además, el papel que este retroceso del yo a fases más tempranas de su desarrollo puede cumplir en la contracción de neurosis (VER NOTA**********(119) ).
99 [El amocetes, larva de la lamprea de río.]
100 [Freud resume aquí los hallazgos de sus dos primeros trabajos (1877a y 1878a). Una síntesis anterior (1897b, N° II y III) se incluye en AE, 3, págs. 223-5.]
101 [Se las examina en la 26ª conferencia.]
102 {No se refiere, naturalmente, a la semejanza verbal entre ambas; esta se da en nuestro idioma (también en inglés: regression y repression) pero no en alemán, donde los términos respectivos son Regression y Verdrängung.}
103 [Las abreviaturas aquí empleadas corresponden a los sistemas preconciente e inconciente, y fueron utilizadas por primera vez en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, págs. 534 y sigs. {En ese lugar explicarnos también (pág. 533, n. 9) los motivos que nos llevaron a adoptar en castellano las abreviaturas Cc, Prcc, Icc, etc.}]
104 [Este es aparentemente uno de los puntos sobre los que no tuvo ocasión de volver, mencionados por Freud al final de estas conferencias.]
105 [Las doctrinas de Adler y Jung fueron discutidas con cierta extensión por Freud en la sección III de su «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d), AE, 14, págs. 41 y sigs.]
106 [Parece ser esta la primera oportunidad en que Freud empleó la frase «series complementarias». El concepto era de antigua data. Se lo encuentra, sí bien en una forma algo diferente, como «ecuación etiológica», en el segundo de sus trabajos sobre la neurosis de angustia (1895f); en la «Nota introductoria» de ese trabajo hemos trazado en parte la historia del concepto (AE, 3, págs. 120-1). En estas Conferencias, la expresión recurre en tres ocasiones (págs. 330, 332 y 338), y vuelve a aparecer en las Nuevas conferencias (1933a), AE, 22, pág. 117, y en Moisés y la religión monoteísta (1939a), AE, 23, pág; ,70-1.]
107 [Este factor, bajo diversos nombres, fue examinado por Freud en época muy temprana; ya se lo menciona en la primera edición de los Tres ensayos (1905d), AE, 7, pág. 221. Doy referencias en una nota al pie de «Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica» (19151), AE, 14, pág. 272n.]
108 [Dos o tres años antes Freud había leído en la Sociedad Psicoanalítica de Viena un trabajo que se ocupaba de un caso semejante -posiblemente el mismo-. Dicho trabajo no fue publicado hasta la fecha; Ernest Jones lo resume en el segundo volumen de su biografía de Freud (1955, págs. 342-3). En mi «Nota introductoria» al trabajo sobre «Fetichismo» (1927e), AE, 21, págs. 143 y sigs., doy cuenta de los numerosos análisis del tema hechos por Freud.]
109 [En la conferencia siguiente.]
110 [La frustración como causa de neurosis fue ampliamente examinada por Freud en «Sobre los tipos de contracción de neurosis» (1912c)]
111 [Se hallará un comentario sobre el uso de esta expresión en mi «Nota introductoria» a «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), AE 14, págs. 110 y sigs.]
112 [Examinadas en la 26ª conferencia.]
113 [Johann Nestroy (1801-1862), célebre en Viena por sus comedias y farsas.]
114 [Resuena en estas palabras de Freud un dístico del Fausto de Goethe, que era una de sus citas preferidas. Véase, por ejemplo, Tótem y tabú (1912-13), AE, 13, pág. 159, y las frases finales de su inconcluso Esquema del psicoanálisis (1940a).]
115 [«Reale Not», o sea las exigencias impuestas por la realidad. Para lo que sigue, véase el párrafo 3 de «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» (1911b), AE, 12, pág. 227.]
116 {Más adelante Freud emplea la expresión «Erregungsmenge» (volúmenes de excitación) relacionándola con «Reizmassen» (masas de estímulo); cf. pág. 342.}
117 [Esto es llamado a veces «principio de constancia»; véase mi comentario sobre este principio y el «principio de placer» en el «Apéndice» al primer trabajo de Freud sobre «Las neuropsicosis de defensa» (1894a), AE, 3, pág. 65. Cf. También infra, pág. 342n.]
118 [Esta expresión aparece por primera vez en «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» (1911b), AE, 12, pág. 225, donde en una «Nota introductoria» reseño el origen del concepto.]
119 [Se hallarán algunos comentarios sobre la evolución de las opiniones de Freud respecto de la regresión y sus diversos usos del término en un «Apéndice» que agregué al final de la parte I del «Proyecto de psicología» (1950a),
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