Sigmund Freud 1909 [1908].
«Der
Familienroman der Neurotiker»
Fotos y anotaciones: José Luis González Fernández
En
el individuo que crece, su desasimiento de la autoridad parental es una de las
operaciones más necesarias, pero también más dolorosas, del desarrollo. Es
absolutamente necesario que se cumpla, y es lícito suponer que todo hombre
devenido normal lo ha llevado a cabo en cierta medida. Más todavía: el progreso
de la sociedad descansa, todo él, en esa oposición entre ambas generaciones.
Por otro lado, existe una clase de neuróticos en cuyo estado se discierne, como
condicionante, su fracaso en esa tarea.
Para
el niño pequeño, los padres son al comienzo la única autoridad y la fuente de
toda creencia. Llegar a parecerse a ellos -vale decir, al progenitor de igual
sexo-, a ser grande como el padre y la madre: he ahí el deseo más intenso y más
grávido en consecuencias de esos años infantiles. Ahora bien, a medida que
avanza en su desarrollo intelectual el niño no puede dejar de ir tomando
noticia, poco a poco, de las categorías a que sus padres pertenecen. Conoce a
otros padres, los compara con los propios, lo cual le confiere un derecho a
dudar del carácter único y sin parangón a ellos atribuido. Pequeños sucesos en
la vida del niño, que le provocan un talante descontento, le dan ocasión para
iniciar la crítica a sus padres y para valorizar en esta toma de partido contra
ellos la noticia adquirida de que otros padres son preferibles en muchos
aspectos. Por la psicología de las neurosis sabemos que en esto cooperan, entre
otras, las más intensas mociones de una rivalidad sexual. El paño donde se
cortan tales ocasiones es evidentemente el sentimiento de ser relegado.
Hartas
son las oportunidades en que al niño lo relegan, o al menos él lo siente así, y
en que echa de menos el amor total de sus padres, pero en particular lamenta
tener que compartirlo con otros hermanitos. La sensación de que no le son
correspondidas en plenitud sus inclinaciones propias se ventila luego en la
idea, a menudo recordada concientemente desde la primera infancia, de que uno
es hijo bastardo o adoptivo. Muchos hombres que no han devenido neuróticos
suelen acordarse de tales oportunidades en que tramaron -las más de las veces
influidos por lecturas- esa concepción y esa réplica respecto del
comportamiento hostil de sus padres. Ahora bien, aquí se muestra ya la
influencia del sexo, pues el varoncito presenta inclinación a mociones hostiles
mucho más hacia su padre que hacia su madre, y se inclina con mayor intensidad
a emanciparse de aquel que de esta. Puede ocurrir que la actividad fantaseadora
de la niña pequeña resulte harto más débil en este punto. En tales mociones
concientemente recordadas de la infancia hallamos el factor que nos posibilita
entender el mito.
Rara
vez recordado con conciencia, pero casi siempre pesquisable por el
psicoanálisis, es el estadio siguiente en el desarrollo de esta enajenación
respecto de los padres, estadio que se puede designar como novela familiar de
los neuróticos. Es enteramente característica de la neurosis, como también de
todo talento superior, una particularísima actividad fantaseadora, que se
revela primero en los juegos infantiles y luego, más o menos desde la época de
la prepubertad, se apodera del tema de las relaciones familiares. Un ejemplo
característico de esta particular actividad de la fantasía son los consabidos
sueños diurnos[i],
que se prolongan mucho más allá de la pubertad. Una observación exacta de ellos
enseña que sirven al cumplimiento de deseos, a la rectificación de la vida, y
conocen dos metas principales: la erótica y la de la ambición (tras la cual,
empero, las más de las veces se esconde la erótica). Pues bien, hacia la edad
que hemos mencionado la fantasía del niño se ocupa en la tarea de librarse de
los menospreciados padres y sustituirlos por otros, en general unos de posición
social más elevada. Para ello se aprovechan encuentros casuales con vivencias
efectivas (conocer al señor del castillo o al terrateniente, en el campo, o a
los nobles, en la ciudad). Tales vivencias casuales despiertan la envidia del
niño, envidia que luego halla expresión en una fantasía que le sustituye a sus
dos padres por unos de mejor cuna. Para la técnica de llevar a cabo tales
fantasías, que desde luego son concientes en esa época, interesan la destreza y
el material de que el niño disponga. También importa que se las haya realizado
con mayor o menor empeño por obtener verosimilitud. A este estadio se llega en
una época en que el niño no tiene aún noticia de las condiciones sexuales del
nacimiento.
Luego
viene a sumarse la noticia sobre las condiciones sexuales diversas de padre y
madre; si el niño llega a aprehender que «pater semper incertus est», mientras
que la madre es «certissima»[ii],
la novela familiar experimenta una curiosa limitación, a saber: se conforma con
enaltecer al padre, no poniendo ya en duda la descendencia de la madre,
considerada inmodificable. Este segundo estadio (sexual) de la novela familiar
tiene por portador, además, un segundo motivo que faltaba en el primer estadio
(asexual). Con la noticia sobre los procesos sexuales nace una inclinación a
pintarse situaciones y vínculos eróticos en que entra como fuerza pulsional el
placer de poner a la madre, que es asunto de la suprema curiosidad sexual, en
la situación de infidelidad escondida y secretos enredos amorosos.[iii]
De esta manera, aquellas primeras fantasías, en cierto modo asexuales, son
llevadas hasta la cúspide del actual discernimiento.
Por
lo demás, el motivo de la venganza y la represalia, situado antes en el primer
plano, también se muestra aquí. Es que son las más de las veces estos niños
neuróticos los que han sido castigados por sus padres a raíz del desarraigo de
malas costumbres sexuales, de lo cual se vengan mediante tales fantasías.
Muy
en particular son los niños nacidos después que otros hermanos quienes mediante
esas imaginerías (Dichtung} arrebatan la primacía sobre todo a los predecesores
(exactamente como en las intrigas que registra la historia), y a menudo no les
arredra inventar {andichten} a la madre tantos enredos amorosos como
competidores haya. Una notable variante de esta novela familiar consiste en
reclamar el héroe fantaseador {dichtend} para sí mismo la legitimidad, a la vez
que así elimina por ilegítimos a sus otros hermanos. Y en todo esto es posible
todavía que un interés particular gobierne la novela familiar, que, por su
carácter polifacético y su múltiple aplicabilidad, puede establecer transacción
con toda clase de afanes. De este modo el pequeño fantaseador puede eliminar
mediante ella el vínculo de parentesco con una hermana que acaso lo atrajo
sexualmente.[iv]
Quien
aparte la vista horrorizado ante esta corrupción del ánimo infantil, e incluso
pretenda impugnar la posibilidad misma de que existan tales cosas, debe
observar que todas estas imaginerías al parecer tan hostiles no llevan, en
verdad, intención tan maligna y, bajo ligero disfraz, acreditan la ternura
originaría del niño hacia sus padres, que se ha conservado. Sólo en apariencia
son infieles y desagradecidas; en efecto, si uno escruta en los detalles las
más frecuentes de esas fantasías noveladas, esa sustitución de ambos
progenitores o del padre solo por unas personas más grandiosas, descubre que estos
nuevos y más nobles padres están íntegramente dotados con rasgos que provienen
de recuerdos reales de los padres inferiores verdaderos, de suerte que el niño
en verdad no elimina al padre, sino que lo enaltece. Y aun el íntegro afán de
sustituir al padre verdadero por uno más noble no es sino expresión de la
añoranza del niño por la edad dichosa y perdida en que su padre le parecía el
hombre más noble y poderoso, y su madre la mujer más bella y amorosa. Entonces,
se extraña del padre a quien ahora conoce y regresa a aquel en quien creyó
durante su primera infancia; así, la fantasía no es en verdad sino la expresión
del lamento por la desaparición de esa dichosa edad. Por tanto, la
sobrestimación de los primeros años de la infancia vuelve a campear por sus
fueros en estas fantasías. Una interesante contribución a este tema proviene
del estudio de los sueños. En efecto, su interpretación enseña que aun en años
posteriores el emperador y la emperatriz, esas augustas personalidades,
significan en los sueños padre y madre.[v]
Por consiguiente, la sobrestimación infantil de los padres se ha conservado
también en el sueño del adulto normal.
[i]
Cf. «Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad» (1908a), donde
se hallará una referencia a la bibliografía sobre el tema.
[ii]
{«El padre es siempre incierto, la madre es certísima», antigua fórmula
jurídica.}
[iii]
Freud retorna esto en «Sobre un tipo particular de elección de objeto en el
hombre» (1910b), AE, 11, págs. 164-5.
[iv]
Encontramos mencionado esto último en la carta a Fliess del 20 de junio de 1898
(Freud, 1950a, Carta 91).
[v]
Véase Freud, Sigmund, La interpretación de los sueños (1900) AE, 5, pág. 359
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