La
reina celosa en «Blancanieves» y el mito de Edipo.
Blancanieves. Pp217-239
Por
lo tanto, puede ser útil considerar brevemente este famoso mito que, a través
de los estudios psicoanalíticos, se ha convertido en la metáfora con la que nos
referimos a una relación emocional concreta dentro de la familia, que puede dar
lugar a grandes obstáculos en el camino hacia la madurez y la plena integración
de una persona, mientras es, por otra parte, el origen potencial del desarrollo
más completo de la personalidad. En general, cuanto menos capaz es una persona
de resolver, de modo constructivo, sus sentimientos edípicos, mayor es el
peligro de que estos sentimientos vuelvan a abrumarlo cuando tenga hijos.
El
padre que no haya conseguido integrar, en el proceso de maduración, su deseo
infantil de poseer a su madre y el temor irracional a su padre, es muy probable
que se sienta angustiado por la rivalidad de su propio hijo, y que actúe
destructivamente, como le ocurrió al rey Layo. Tampoco el inconsciente de un
niño dejará de reaccionar a los sentimientos del progenitor, si forman parte de
la relación de éste con su hijo.
El cuento de hadas permite que el niño comprenda
que él no es el único que está celoso de su padre, puesto que éste puede tener
sentimientos semejantes. Esta percepción puede ayudar a acortar las distancias
entre padre e hijo y, además, a solucionar algunas dificultades que, de otro
modo, serían irresolubles. Otra característica importante es que el cuento de
hadas le asegura al niño que no necesita tener miedo de los posibles celos del
progenitor, puesto que los superará con éxito por muchas complicaciones que se
originen debido a estos sentimientos. Los cuentos de hadas no dicen por qué un
progenitor es incapaz de disfrutar del proceso de maduración de su hijo ni por
qué, en cambio, siente celos cuando ve que éste le supera.
No sabemos por qué
la reina de «Blancanieves» no puede envejecer y sentirse, al mismo tiempo,
satisfecha del proceso de su hija al convertirse en una muchacha encantadora.
Algo debe haber sucedido en el pasado para hacerla vulnerable hasta el punto de
odiar a la hija que debería querer.
Toda una serie de mitos, cuya parte central
es el de Edipo, sirve de ejemplo a cómo la secuencia de las generaciones puede
explicar el temor que un progenitor tiene a su hijo. 60 Esta serie de mitos,
que termina con Los siete contra Tebas, empieza con Tántalo que, como amigo de
los dioses, intenta comprobar si es verdad que éstos lo saben todo, haciendo
matar a su hijo Pélope y sirviéndolo en una cena para los dioses. (La reina de
«Blancanieves» ordena que maten a su hija y se come lo que cree que es parte de
su cuerpo.) El mito nos dice que la mala acción de Tántalo fue provocada por su
vanidad, la misma causa que impulsa a la reina a cometer su villanía.
Ésta, que
quería ser siempre la más bella, es castigada a bailar con unos zapatos al rojo
vivo hasta morir. Tántalo, que intentaba engañar a los dioses dándoles el
cuerpo de su hijo para comer, es castigado a sufrir eternamente en el reino de
Hades, donde se ve tentado a satisfacer su constante sed y hambre con agua y
frutos que parecen estar a su alcance pero que se apartan tan pronto como intenta
cogerlos. Así pues, el castigo es adecuado al crimen cometido, tanto en el mito
como en el cuento de hadas. En ninguna de las dos historias significa la muerte
el final de la vida, puesto que los dioses resucitan a Pélope y Blancanieves
recupera el conocimiento.
La muerte es más bien un símbolo de que se desea que
una persona desaparezca, lo mismo que un niño en el período edípico no quiere
que su progenitor muera de verdad, sino sólo que desaparezca del camino que le
lleva a conseguir la atención del otro progenitor. Lo que el niño espera es
que, aunque en un momento determinado haya deseado esta desaparición, su
progenitor esté vivo y a su disposición cuando lo necesite. Por esta razón, en
los cuentos de hadas, una persona muere o se convierte en estatua de piedra
para, a continuación, volver a la vida. Tántalo era un padre dispuesto a
sacrificar el bienestar de su hijo para alimentar su vanidad y esto le llevó a
su propia destrucción y a la de su hijo. Pélope, tras ser utilizado de este
modo por su padre, no dudó después en matar a un progenitor para alcanzar sus
objetivos.
El rey Enómao de Elis deseaba conservar, de manera egoísta, a su
bella hija Hipodamia, y trazó un plan con el que disfrazar su deseo,
asegurándose, al mismo tiempo, de que la muchacha no lo abandonaría. Todo
pretendiente de Hipodamia debía competir con el rey Enómao en una carrera de
cuadrigas; si ganaba el pretendiente, podía casarse con Hipodamia; si perdía,
el rey tenía derecho a matarlo, cosa que siempre llevaba a cabo. Pélope cambió
los tornillos de cobre de la cuadriga del rey por piezas de cera, y de esta
manera consiguió ganar la carrera, en la que el rey se mató. El mito indica que
las consecuencias son igualmente trágicas tanto si un padre se sirve de su hijo
en su propio beneficio, como si, al tener una relación edípica con su hija,
intenta privarla de una vida propia y mata a sus pretendientes. Además, el mito
nos habla también de los resultados dramáticos de la rivalidad fraterna
«edípica». Pélope tuvo dos hijos legítimos, Atreo y Tiestes.
Muerto de celos,
Tiestes, el menor de los dos, robó a Atreo una oveja que daba lana de oro. Como
represalia, Atreo mató a los dos hijos de Tiestes y se los sirvió en un gran
banquete. Este no es el único ejemplo de rivalidad fraterna en la familia de
Pélope.
Había también un hijo ilegítimo, Crisipo. Layo, el
padre de Edipo, encontró, de joven, protección y un hogar en la corte de
Pélope. A pesar de la amabilidad que éste le demostró, Layo injurió a Pélope
raptando —o hechizando— a Crisipo. Se supone que Layo llevó a cabo esta acción
por los celos que sentía respecto a Crisipo, que era el preferido de Pélope.
Como castigo por esta rivalidad, el oráculo de Delfos le dijo a Layo que sería
asesinado por su propio hijo. De la misma manera que Tántalo había destruido, o
intentado destruir, a su hijo Pélope y éste se las había arreglado para que
muriera su suegro Enómao, asimismo Edipo tenía que matar a su padre, Layo. Es
ley de vida que un hijo sustituya al padre, por lo que podemos leer estas
historias como relatos del deseo de un hijo por hacerlo y de los esfuerzos del
padre por evitarlo. No obstante, este mito nos dice que las acciones edípicas
de los padres preceden a las de los hijos. Para evitar que su hijo lo matara,
Layo hizo perforar los tobillos de Edipo cuando éste nació, y le encadenó los
pies. Layo ordenó que un pastor se llevara a su hijo y lo abandonara en el
bosque. Pero el pastor —como el cazador de «Blancanieves»— se compadeció del
niño y fingió haber abandonado a Edipo; pero lo dejó al cuidado de otro pastor.
Éste llevó a Edipo hasta su rey, quien lo educó como si fuera su propio hijo.
De joven, Edipo consultó el oráculo de Delfos, que pronosticó que mataría a su
padre y se casaría con su madre. Al creer que la pareja real que lo había
educado eran sus padres, Edipo no volvió a casa para evitar la tragedia. En una
encrucijada, se encontró con Layo, al que mató sin saber que era su padre y más
tarde llegó a Tebas, resolvió el enigma de la Esfinge y liberó a la ciudad. Como
recompensa, Edipo se casó con la reina viuda, su madre, Yocasta. Así, el hijo
sustituyó a su padre como rey y esposo; el hijo se enamoró de su madre y ésta
tuvo relaciones sexuales con él. Cuando se descubrió finalmente la verdad,
Yocasta se suicidó y Edipo se sacó los ojos como castigo por no haber sabido
ver lo que estaba haciendo.
Pero la tragedia no termina aquí. Los hijos gemelos
de Edipo, Eteocles y Polínices, no se ocuparon de él en su desgracia; sólo su
hija Antígona permaneció a su lado. El tiempo pasó, y en la guerra contra
Tebas, Eteocles y Polínices se mataron uno a otro en una batalla. Antígona
enterró a Polínices en contra de las órdenes del rey Creón, lo que causó su
muerte. Es decir, que no sólo la intensa rivalidad fraterna lleva a la destrucción,
como vemos por el destino de los dos hermanos, sino que un excesivo vínculo
fraterno es igualmente perjudicial, como nos indica el destino de Antígona. La
variedad de relaciones que conducen a la muerte en estos mitos se puede resumir
de la manera siguiente: en lugar de aceptar con cariño a su hijo, Tántalo lo
sacrifica para conseguir sus propósitos, y lo mismo hace Layo con Edipo, por lo
que ambos padres terminan por destruirse. Enómao muere porque intenta conservar
a su hija para él solo, al igual que Yocasta, que se relaciona demasiado
íntimamente con Edipo: el amor sexual hacia el hijo del sexo opuesto es tan destructivo
como el temor de que el hijo del mismo sexo sustituya y supere al progenitor.
El error de Edipo consiste en eliminar al padre del mismo sexo, y el de sus
hijos en abandonarlo en su desgracia. La rivalidad fraterna castiga a los hijos
de Edipo. Antígona, que no abandona a su padre, muere por la gran devoción que
siente por su hermano. Pero tampoco en este punto concluye la historia. Creón,
quien, como rey, condena a muerte a Antígona, no atiende a las súplicas de su
hijo, Hemón, enamorado de Antígona. Al destruirla, Creón aniquila también a su
propio hijo, con lo que nos encontramos, una vez más, ante un padre que no puede
dejar de encauzar la vida de su hijo. Hemón, desesperado por la muerte de su
amada, intenta matar a su padre y, al fracasar en su intento, se quita la vida;
también su madre, la esposa de Creón, acaba por suicidarse ante la pérdida del
hijo.
La única que sobrevive en la familia de Edipo es Ismene, hermana de
Antígona, que no se ha relacionado demasiado estrechamente ni con sus padres ni
con sus hermanos, y con la que ningún miembro de la familia se encontraba
demasiado unido. Según el mito, no parece haber solución alguna: aquel que por
azar o por sus propios deseos, mantenga una relación «edípica» demasiado
profunda acabará por ser destruido. En esta serie de mitos se pueden encontrar
prácticamente todos los tipos de relaciones incestuosas que se insinúan asimismo
en los cuentos de hadas. Pero en estos relatos, la historia del héroe muestra
cómo las relaciones infantiles, potencialmente destructivas, pueden estar, y de
hecho están, integradas en los procesos del desarrollo. En el mito se expresan
las dificultades edípicas y, en consecuencia, el desenlace es una destrucción
total, tanto si las relaciones son positivas como negativas.
El mensaje está muy claro: cuando un progenitor no
puede aceptar a su hijo como tal y no es capaz de sentirse satisfecho porque
algún día será su sucesor, el resultado es una tragedia enorme. Únicamente una
aceptación del hijo como tal —no como rival ni como objeto sexual—, permite que
las relaciones entre hermanos y entre padres e hijos sean satisfactorias. La
manera en que el cuento de hadas y el mito clásico presentan las relaciones
edípicas y sus consecuencias es completamente distinta. A pesar de los celos de
su madrastra, Blancanieves no sólo sobrevive, sino que además alcanza una
felicidad completa. Y lo mismo sucede con Nabiza, a la que sus padres habían
abandonado porque la satisfacción de sus propios deseos había sido más urgente
que conservar a su hija, y cuya madre adoptiva había deseado tenerla a su lado
durante demasiado tiempo.
El padre de Bella en «La bella y la bestia» la ama
intensamente, y ella hace lo propio con él, pero ninguno de ellos recibe
castigo alguno por sus relaciones mutuas: por el contrario, Bella salva a su
padre y a la Bestia, desplazando su vínculo amoroso del padre al amante.
Cenicienta, lejos de ser destruida por los celos de sus hermanastras, lo mismo
que los hijos de Edipo, acaba por vencer todas las dificultades. Esto es lo que
encontramos en todos los cuentos de hadas. El mensaje que estas historias nos
transmiten es que, aunque los conflictos y dificultades de tipo edípico
parezcan irresolubles, si se lucha con vehemencia contra estas complicaciones
familiares emocionales, se puede llegar a una vida mucho mejor que la que
tienen los que nunca experimentaron esos problemas.
Todo lo que se expresa en
el mito es una dificultad insuperable y la derrota consiguiente; en el cuento
de hadas se da el mismo peligro, pero se supera con éxito. La recompensa del
héroe al final del cuento no es la muerte ni la destrucción, sino la
integración superior, simbolizada por la victoria sobre el rival o el enemigo y
por la felicidad alcanzada en el desenlace. Para llegar a este final
satisfactorio, el héroe debe pasar por las experiencias necesarias para su
evolución, que corren paralelas a las del niño que avanza hacia su madurez.
Esto estimula al niño para que no renuncie a sus esfuerzos ante las
dificultades que encuentra en su lucha por convertirse en él mismo.
«Blancanieves»
* Por
ejemplo, hay una versión italiana titulada «La ragazza di latte e sangue» («La
chica de leche y sangre»), cuyo nombre se explica por el hecho de que en muchos
relatos italianos las tres gotas de sangre que la reina derrama no caen sobre
la nieve, que escasea en muchas zonas de Italia, sino sobre leche, mármol
blanco o queso, también blanco.
Algunas versiones de «Blancanieves» empiezan de este modo: «Un
conde y una condesa pasaron por delante de tres montículos cubiertos de nieve,
que hicieron exclamar al conde: "Desearía tener una niña tan blanca como
esta nieve". Al poco rato, llegaron a un lugar donde había tres pozos
llenos de sangre roja, entonces el conde exclamó de nuevo: "Querría tener
una niña con las mejillas tan rojas como esta sangre". Finalmente, tres
cuervos negros pasaron volando sobre sus cabezas, y, en aquel instante, volvió
a desear "una niña con el cabello tan negro como estos cuervos". Al
reemprender la marcha, se encontraron con una niña tan blanca como la nieve,
tan roja como la sangre y con los cabellos tan negros como un cuervo: era
Blancanieves. El conde la hizo subir inmediatamente a la carroza y le tomó
cariño, cosa que no gustó en absoluto a la condesa, de modo que se puso a
pensar en la manera de deshacerse de ella. Al fin, tiró uno de sus guantes y
ordenó a Blancanieves que fuera a buscarlo; cuando ésta hubo descendido del carruaje,
el cochero arrancó a toda velocidad».
Tanto si se exponen abiertamente como si se dan a entender
mediante alusiones, los problemas edípicos y el modo de resolverlos de cada
individuo son básicos para el subsiguiente desarrollo de la personalidad y
relaciones humanas. Los cuentos de hadas, al camuflar los conflictos edípicos o
al insinuarlos sutilmente, nos permiten sacar nuestras propias conclusiones en
el momento propicio para alcanzar una mayor comprensión de estos problemas. Los
cuentos de hadas nos enseñan de manera indirecta. En las versiones mencionadas,
Blancanieves no es la niña del conde y de la condesa, amada y deseada
profundamente por aquél y víctima de los celos de aquélla. En la historia más conocida
de Blancanieves, el personaje femenino que siente celos no es la madre, sino la
madrastra, y no se menciona en absoluto a la persona por cuyo amor ambas son
rivales. De este modo, los problemas edípicos —origen de la trama de dicha
historia— quedan limitados al poder de nuestra imaginación.
Psicológicamente
hablando, si bien los padres crean al niño, es la llegada de éste lo que hace
que aquellas dos personas se conviertan en padres. Visto de este modo, es el
niño el que provoca los problemas paternos, creando, al mismo tiempo, su propio
conflicto. Los cuentos de hadas suelen empezar en el momento.
Algunos elementos de una de las primeras
versiones del tema de «Blancanieves», encontrada en «La joven esclava» de
Basile, ponen en evidencia que la persecución de la heroína se debe a los celos
de una madre (madrastra), y su causa no es solamente la belleza de la joven
muchacha sino el real o supuesto amor que el esposo de la madre (madrastra) profesa
a la niña. Ésta, llamada Lisa, muere temporalmente por haberse clavado un peine
mientras se estaba peinando. Al igual que Blancanieves, es depositada en una
urna de cristal, donde continúa creciendo al mismo tiempo que el ataúd.
Transcurridos siete años, su tío se marcha. Éste, que en realidad es su padre
adoptivo, es el único padre que ha tenido en toda su vida, ya que su madre
quedó mágicamente embarazada al tragarse un pétalo de rosa. Su esposa,
perversamente celosa por el amor que su marido siente por Lisa, la saca
violentamente del ataúd; el peine resbala de su cabeza y la muchacha se
despierta. La celosa madre (madrastra) la convierte en esclava, de ahí el
título de la historia. Al final, su esposo descubre que la joven esclava no es
otra que Lisa. Decide recompensarla y echar a su mujer, quien, por celos, llega
casi hasta el extremo de destruir a Lisa.
En «Hansel y Gretel» la presencia de los niños es causa
de penurias para los padres y, por esta misma razón, la vida de los niños se
torna problemática. Sin embargo, en la historia de «Blancanieves» lo que crea
la situación conflictiva no es un problema externo, como la pobreza, sino las
relaciones entre la muchacha y sus padres. En el instante preciso en que la
posición del niño dentro de la familia se hace problemática, para él o para sus
padres, comienza su proceso de lucha para escapar a esa existencia triangular.
Con ella, entra en la búsqueda, desesperadamente solitaria, de sí mismo, y
lleva a cabo una lucha en la que los demás sirven, sobre todo, para facilitar o
impedir dicho proceso. En algunos cuentos de hadas, el héroe tiene que indagar,
viajar y sobrellevar, durante años, una existencia solitaria, antes de estar
preparado para encontrar, rescatar y unirse a una persona, cuya relación dará
un significado permanente a la vida de ambas.
En «Blancanieves», los años que
la muchacha pasa junto a los enanitos representan su período de crecimiento.
Pocos cuentos de hadas ayudan al lector a distinguir entre las principales
fases del desarrollo infantil tan netamente como lo hace la historia de
«Blancanieves». Apenas se mencionan los primeros años, preedípicos y totalmente
dependientes, como en la mayoría de los cuentos. La historia trata,
esencialmente, de los conflictos edípicos entre madre e hija, de la niñez, y,
por último, de la adolescencia, haciendo hincapié en lo que constituye una
infancia satisfactoria, y en lo que se necesita para evolucionar a partir de la
misma. La historia de los Hermanos Grimm «Blancanieves» comienza del siguiente
modo: «Había una vez, en pleno invierno, cuando los copos de nieve caían sin
cesar del cielo, una reina que estaba sentada junto a un ventanal cuyo marco
era de ébano negro.
Mientras cosía, miraba la nieve a través de la ventana,
pero, de pronto, se pinchó un dedo y tres gotas de sangre cayeron sobre la
nieve. Aquel color rojo era tan bonito sobre la nieve blanca, que la reina
pensó para sí: "Me gustaría tener una niña tan blanca como la nieve, tan
roja como la sangre y con el cabello tan negro como la madera de esta
ventana". Poco tiempo después, tuvo una niña blanca como la nieve, roja
como la sangre y con el pelo negro como el ébano; y por esta razón la llamó Blancanieves.
Al poco tiempo de nacer la niña, la reina murió y, al cabo de un año, el rey
volvió a casarse...». La historia comienza cuando la madre de Blancanieves se
pincha un dedo y tres gotas de sangre resbalan sobre la nieve. Aquí se indican
ya los problemas que plantea la historia: la inocencia sexual y la pureza
contrastan con el deseo sexual, simbolizado por la sangre roja.
Los cuentos de
hadas preparan al niño para que acepte un hecho todavía más traumático: la
hemorragia sexual como en la menstruación o, más tarde, en la relación sexual
cuando se rompe el himen. Al oír las primeras frases de «Blancanieves», el
pequeño descubre que el hecho de sangrar —tres gotas de sangre (tres porque es
el número que, en el inconsciente, está más íntimamente relacionado con el
sexo)— es una condición previa para la fecundación, pues precede necesariamente
al nacimiento de un niño. En este caso, la hemorragia (sexual) está ligada a un
suceso «feliz»; sin otras explicaciones más detalladas, el pequeño aprende que
ningún niño —ni tan sólo él— puede venir al mundo sin que se dé antes esta
hemorragia. Aunque el cuento nos diga que la madre de Blancanieves murió a
causa del nacimiento de ésta, vemos que durante los primeros años no le ocurre
nada a la niña, a pesar de que su madre es sustituida por una madrastra. Esta
última se convierte en una «típica» madrastra de cuento de hadas después de que
Blancanieves alcanza la edad de siete años y empieza a hacerse mayor. Entonces,
la madrastra empieza a sentirse amenazada por la muchacha y se vuelve celosa.
El narcisismo de la madrastra está representado por el espejo mágico y su
continua búsqueda de seguridad respecto a su belleza, mucho antes de que la
hermosura de Blancanieves eclipse la suya. La reina, al consultar en todo
momento al espejo sobre sus cualidades —es decir, sobre su belleza—, repite el
antiguo mito de Narciso, que se enamoró de sí mismo, hasta el extremo de quedar
totalmente absorbido por su propio amor. Es la imagen del progenitor narcisista
que se siente amenazado por el crecimiento de su hijo, pues esto significa que
él está envejeciendo. Mientras el niño es totalmente dependiente, permanece
como si fuera parte de su progenitor; no hiere el narcisismo paterno. Pero
cuando el pequeño empieza a crecer y alcanza la independencia, esta figura
paterna narcisista lo experimenta como una amenaza, al igual que ocurre con la
reina en la historia de «Blancanieves». El narcisismo es parte importante del
carácter del niño. El pequeño debe aprender gradualmente a superar esta
peligrosa forma de sentirse implicado en todas las cosas. La historia de
Blancanieves nos previene de las fatales consecuencias que puede acarrear el
narcisismo, tanto para el padre como para el hijo. El narcisismo de
Blancanieves llega casi a destruirla cuando cede por dos veces consecutivas a
las trampas que la reina disfrazada le tiende para hacerla parecer todavía más
hermosa; mientras que la reina acaba por ser destruida por su propio
narcisismo.
Durante el tiempo que permaneció en el hogar paterno
no sabemos lo que hizo Blancanieves, desconocemos por completo su vida antes de
ser expulsada. No se menciona en absoluto la relación con su padre, aunque
parece lógico suponer que lo que enfrenta a la madre (madrastra) con la hija es
la rivalidad respecto a aquél. El cuento de hadas no percibe el mundo, ni lo
que en él suceda, de modo objetivo, sino desde el punto de vista del héroe, que
es, siempre, una persona en pleno desarrollo.
El niño, al identificarse con
Blancanieves, ve todas las cosas a través de sus ojos y no a través de los de
la reina. Para la niña pequeña, el amor por su padre es lo más natural del
mundo, al igual que el cariño de éste por su hija. No puede imaginar que esto
suponga un problema, a menos que no la quiera por encima de todas las cosas.
Aunque la niña desee que su padre sienta más cariño por ella que por su madre,
no puede aceptar que esto sea causa de celos por parte de aquélla. Sin embargo,
a un nivel preconsciente, la niña sabe perfectamente lo celosa que se siente de
las atenciones que sus padres se prodigan, cuando cree que todas estas
atenciones deberían ir dirigidas a ella. Para el pequeño resulta demasiado
amenazador imaginar que el amor de uno de sus progenitores puede originar los
celos del otro, pues lo que realmente desea es ser amado por ambos, hecho harto
sabido, pero que cuando se discute la situación edípica se suele olvidar,
debido a la naturaleza del problema.
Cuando estos celos —como en el caso de la
reina de «Blancanieves»— no pueden ser disimulados, debemos buscar alguna otra
razón para explicarlos; en esta historia se adscriben a la belleza de la niña.
Normalmente, las relaciones entre los padres no están amenazadas por el cariño
que cada uno de ellos siente por su hijo. Y, a menos que dichas relaciones
conyugales sean nefastas, o que su progenitor sea muy narcisista, los celos de
un niño, favorecidos por uno de los padres, estarán mitigados y controlados por
el otro. No obstante, para el niño las cosas son muy distintas. En primer
lugar, si las relaciones que mantienen sus padres son satisfactorias, no podrá
encontrar alivio a sus penas. En segundo, todos los niños sienten celos, si no
de sus padres, de los privilegios de que éstos gozan en tanto que adultos. Si
los cariñosos y tiernos cuidados de un progenitor del mismo sexo no son lo
suficientemente fuertes como para crear vínculos cada vez más positivos e
importantes en el niño, celoso por naturaleza mientras atraviesa la fase
edípica —con lo que se ayudaría a iniciar el proceso de identificación,
luchando contra esos celos—, dichos celos pueden llegar a dominar la vida
emocional del niño.
Si Blancanieves fuera una criatura real, no podría evitar
el sentirse profundamente celosa de su madre y de todos los privilegios y
facultades que posee, pues una madre (madrastra) narcisista no es un personaje
apropiado para relacionarse e identificarse con él. Si un niño no puede
permitirse el experimentar celos de un progenitor (cosa que amenaza su
seguridad), proyecta sus propios sentimientos en este mismo progenitor.
Entonces, la idea de «estoy celoso de todos los privilegios y prerrogativas de
mi madre» se convierte en el sueño dorado de «mi madre siente celos de mí». El
sentimiento de inferioridad se transforma, por reacción defensiva, en un sentimiento
de superioridad.
El adolescente, o el niño de la etapa de la prepubertad, se
dice a sí mismo: «Yo no compito con mis padres porque soy mucho mejor que
ellos, son más bien ellos quienes rivalizan conmigo». Pero, desgraciadamente,
también existen padres que se empeñan en demostrar a sus hijos adolescentes que
ellos son superiores en todo; en cierto modo es verdad, pero deberían guardar
silencio al respecto para no entorpecer el proceso de adquisición de seguridad
de sus hijos. Y todavía peor, hay padres que sostienen que, en cualquier
aspecto, son tan brillantes como lo pueda ser su hijo adolescente: el padre que
intenta conservar, por todos los medios, la fuerza juvenil y la potencia sexual
de su hijo; o la madre que quiere parecer tan joven y atractiva como su hija,
vistiéndose y comportándose como ella. La historia de los cuentos como
«Blancanieves» nos muestra que este es un fenómeno que ya se daba antiguamente.
Pero la competencia entre un progenitor y su hijo hace que la vida de ambos sea
insoportable.
Bajo tales circunstancias, el niño desea liberarse y deshacerse
de un padre que le fuerza, constantemente, a competir o a resignarse. No
obstante, el ansia por perder de vista a uno de los padres provoca un intenso
sentimiento de culpabilidad, aunque esté justificado si se observa la situación
desde un punto de vista objetivo. Así pues, invirtiendo los términos y
proyectando este mismo deseo en el progenitor, se logra eliminar el sentimiento
de culpabilidad. Por esta razón, en los cuentos de hadas aparecen padres que
intentan deshacerse de sus hijos, como ocurre en «Blancanieves». En
«Blancanieves», al igual que en «Caperucita Roja», aparece una figura masculina
que podría interpretarse como una representación inconsciente del padre: el
cazador, al que se da la orden de matar a Blancanieves y que, sin embargo, le
salva la vida. ¿Quién si no un padre sustituto fingiría someterse a la voluntad
de la madrastra y, a sus espaldas, arriesgarse a contradecir sus deseos; por
amor a la pequeña? Esto es lo que a la niña adolescente, o en el período
edípico, le gustaría creer de su padre, que ante lo que la madre le ruega, si
fuera libre de elegir, se pondría de parte de su hija, burlando, así, a la
madre.
¿Por qué los personajes masculinos libertadores están
casi siempre representados por cazadores? La explicación de que, cuando
surgieron los cuentos de hadas, la caza era una ocupación típicamente masculina
resulta demasiado simple, puesto que, por aquel entonces, los príncipes y las
princesas eran seres tan extraños como lo son hoy en día, y, en cambio, abundan
en los cuentos de hadas. De todas formas, en el lugar y la época en que estas
historias se crearon, la caza constituía un privilegio aristocrático, hecho que
ahora nos proporciona una buena razón para ver al cazador como un personaje
sublime comparable al padre.
En realidad, los cazadores aparecen con mucha
frecuencia en los cuentos de hadas porque se prestan perfectamente a este tipo
de proyecciones. Todos los niños, en algún momento de su vida, desean ser un
príncipe o una princesa; y, a veces, a nivel inconsciente, el pequeño llega
incluso a creer que lo es en realidad, aunque temporalmente degradado a causa
de las circunstancias. En los cuentos hallamos casi siempre reyes y reinas,
porque este rango simboliza el poder absoluto, como el que ostenta el padre
sobre su hijo.
Así pues, la realeza de estas historias representa las
proyecciones de la imaginación infantil, lo mismo que el cazador. La rápida
aceptación del personaje del cazador como símbolo de la figura paterna, fuerte
y protectora —opuesta a la de muchos padres inútiles, como el de Hansel y
Gretel—, debemos relacionarla con las asociaciones que se adhieren a aquella
imagen. A nivel inconsciente, el cazador es un símbolo de protección. En relación
a esto, hemos de tener en cuenta las fobias a los animales, de las que el niño
no está totalmente exento. En sus sueños y fantasías diurnas el niño se ve
amenazado y perseguido por feroces animales, producto de sus temores y
sentimientos de culpabilidad. Tan sólo el padre-cazador, a los ojos del niño,
puede ahuyentar a estos animales que amenazan al pequeño y alejarlos
definitivamente de su mundo. Por consiguiente, el cazador no es un personaje
que mata criaturas inocentes, sino alguien que domina, controla y somete a
bestias feroces y salvajes.
A un nivel más profundo, simboliza la represión de
las violentas tendencias animales y asociales que coexisten en el hombre. El
cazador es un personaje eminentemente protector que puede salvarnos, y de hecho
así lo hace, de los peligros de nuestras violentas emociones y de las de los
otros, puesto que busca, rastrea y vence los aspectos más miserables del
hombre: el lobo. En «Blancanieves», el conflicto edípico de la muchacha en el
período de la pubertad no aparece reprimido, sino dramatizado en torno a la
madre con figura rival.
En la historia de Blancanieves, el padre-cazador no
logra mantener una posición firme y definida, porque no cumple su deber
respecto a la reina ni se enfrenta a su obligación moral de procurar a
Blancanieves la seguridad y consuelo necesarios. No la mata directamente, pero
la abandona en medio del bosque, dejándola a merced de los animales salvajes,
que acabarán con la pequeña. El cazador intenta aplacar, tanto a la madre, fingiendo
cumplir sus órdenes, como a la hija, perdonándole la vida. La ambivalencia del
padre provoca en la madre los celos y el odio constantes que, en
«Blancanieves», se proyectan en la malvada reina, quien, por esta razón, vuelve
a intervenir en la vida de la niña.
Un padre de carácter débil de poco puede
servir a Blancanieves, como tampoco ayudó a Hansel y Gretel. La constante
aparición de tales personajes en los cuentos de hadas nos indica que los
maridos dominados por sus mujeres no representan nada nuevo en nuestra época.
Incluso podríamos decir que este tipo de padres crea en el niño dificultades
insuperables, sin poder ayudarle a resolverlas. Este es otro ejemplo del
importante mensaje que los cuentos de hadas transmiten a los padres. ¿Por qué
en estos cuentos la figura materna es tan despreciable, mientras que el padre
es simplemente inútil e inepto? El hecho de que se describa a la madre
(madrastra) como un ser perverso y al padre como alguien sumamente débil, hace
referencia a lo que el niño espera de sus padres. En una familia nuclear
típica, el deber del padre consiste en proteger al niño de los peligros del
mundo externo y de los que sus propias tendencias asociales originen.
La madre
tiene que proporcionar la nutrición y la satisfacción de las necesidades
físicas inmediatas, imprescindibles para la supervivencia del niño. Por lo
tanto, si la madre abandona al pequeño en los cuentos de hadas, la vida de éste
estará plagada de peligros, como ocurre en «Hansel y Gretel» cuando su madre
insiste en deshacerse de los dos niños. Si el padre débil descuida sus
obligaciones, la vida del niño no se ve directamente perjudicada, aunque, al
carecer de la protección paterna, el pequeño tendrá que arreglárselas por su
cuenta.
Así, Blancanieves se ve obligada a defenderse sola al ser abandonada
por el cazador en medio del bosque. Tan sólo el cuidado amoroso combinado con
una conducta responsable por parte de ambos progenitores facilita la
integración de los conflictos edípicos en el niño. Tanto si se le priva de uno como
de ambos, el niño no podrá identificarse con ellos. Si una muchacha no puede
llegar a una identificación positiva con su madre, no sólo se queda fijada en
el conflicto edípico, sino que da comienzo en ella una regresión, al igual que
sucede cuando el niño no consigue alcanzar un estadio superior de desarrollo
para el que está cronológicamente preparado. La reina, que permanece fijada a
un narcisismo primitivo y a un estadio oral, es una persona incapaz de
relacionarse positivamente y con la que nadie puede identificarse. La reina no
se limita a ordenar al cazador que dé muerte a Blancanieves, sino que además,
como prueba de que ha cumplido sus órdenes, le exige que le arranque los
pulmones y el hígado.
Al regresar, el cazador muestra a la malvada reina las
vísceras de un animal que había matado por el camino, «el cocinero las guisó
con sal y todo, y la perversa mujer se las comió pensando que eran de
Blancanieves». De acuerdo con el pensamiento y costumbres de los primitivos,
uno adquiere las cualidades y poderes de lo que está comiendo. La reina, celosa
de la belleza de Blancanieves, deseaba apropiarse de los atractivos de la
muchacha, simbolizados por sus órganos internos. No es esta la primera historia
de una madre celosa por la floreciente sexualidad de su hija, como tampoco es
tan extraño que una hija acuse, en su fuero interno, a su madre de sentir
celos. El espejo mágico parece hablar por boca de una hija más que por boca de
una madre. Una niña pequeña está convencida de que su madre es la persona más
hermosa del mundo y esto es, precisamente, lo que el espejo le dice a la reina
al principio. Sin embargo, a medida que la niña va creciendo piensa que ella es
mucho más bella que su madre, como más adelante declara el espejo.
Una madre,
cuando se mira al espejo y se compara con su hija, puede sentirse desilusionada
y pensar: «Mi hija es mucho más bonita que yo». Pero el espejo insiste: «Ella
es mil veces más hermosa»; esta afirmación es análoga a la exageración del
adolescente, que aumenta sus ventajas y acalla sus dudas internas. El niño, en
la etapa de la pubertad, siente una gran ambivalencia en cuanto al deseo de
superar en todo al progenitor del mismo sexo, pues teme que éste, mucho más
poderoso, desate su terrible venganza sobre él, en el caso de que sus
suposiciones sean ciertas. Pero hemos de señalar que es el niño el que teme una
destrucción a causa de su superioridad real o imaginada, y no el padre quien
quiere destruir. El progenitor puede sentirse celoso y sufrir si, a su vez, no
ha logrado una identificación positiva con su hijo, porque sólo entonces podrá
obtener un placer sustitutivo ante los éxitos del pequeño.
Es importante que el
padre se identifique con su hijo del mismo sexo para que la identificación del
niño con él sea satisfactoria. Cuando el joven, en la etapa de la pubertad,
revive los conflictos edípicos, la vida en el seno de la familia se le hace
insoportable debido a sus sentimientos ambivalentes. Para escapar a su
agitación interna, sueña que es hijo de otros padres más bondadosos y junto a
los cuales nunca hubiera conocido estos desórdenes psicológicos. Algunos niños
van mucho más lejos en sus fantasías y huyen, realmente, en busca de este hogar
ideal. Sin embargo, los cuentos de hadas les muestran que este maravilloso
hogar existe tan sólo en países imaginarios y que, una vez hallado, dista mucho
de ser satisfactorio. Esto resulta particularmente cierto para Hansel y Gretel,
así como para Blancanieves. Aunque la experiencia de Blancanieves en un hogar
lejos del suyo sea menos penosa que la de Hansel y Gretel, tampoco es demasiado
agradable. Los enanitos no pueden protegerla lo suficiente y su madre continúa
ejerciendo sobre ella un poder al que Blancanieves no puede escapar, y que está
simbolizado por el hecho de permitir que la reina (hábilmente disfrazada) entre
en la casa, a pesar de las advertencias de los enanitos de que tenga cuidado
con los trucos de la reina y de que no abra la puerta a nadie.
Uno no puede
liberarse del impacto de los padres ni de los propios sentimientos respecto a
ellos por el simple hecho de haber huido de casa; aunque nos parezca la
solución más fácil. Únicamente se podrá alcanzar la independencia si uno logra
resolver los conflictos internos, que los niños suelen proyectar en sus padres.
Al principio, el niño desearía poder eludir esta penosa tarea de integración,
que, como ilustra la historia de Blancanieves, está plagada de enormes
peligros. Durante algún tiempo parece factible escapar a esta difícil empresa.
Blancanieves vive, por algunos años, una existencia pacífica, al lado de los
enanitos, donde deja de ser una niña, incapaz de enfrentarse a los problemas
que el mundo le plantea, para convertirse en una muchacha que aprende a
trabajar y a disfrutar de sus tareas. Esto es precisamente lo que los enanitos
le exigen si quiere quedarse a vivir con ellos: puede permanecer a su lado y no
le faltará nada: «cuidarás de nuestra casa, guisarás, harás las camas, lavarás,
coserás, harás calceta, y lo tendrás todo muy limpio y aseado». Así, Blancanieves
se convierte en una perfecta ama de casa, al igual que sucede con muchas niñas
que, en ausencia de su madre, cuidan del padre, de la casa y de los hermanos.
Antes de encontrarse con los enanitos, Blancanieves se muestra capaz de
controlar sus impulsos orales, por muy imperiosos que sean. Al llegar a la casa
de los enanitos, aun estando muy hambrienta, se limita a coger tan sólo un poco
de comida de cada platito y a beber un sorbito de cada uno de los siete
vasitos, para no escatimar la porción a uno solo. (¡Qué diferente de Hansel y
Gretel, fijados en el estadio oral, que se lanzan, voraz y desesperadamente, a
devorar la casita de turrón!)
Después de saciar el hambre, Blancanieves intenta
acostarse en las siete camitas, pero una es demasiado grande, otra demasiado
pequeña; hasta que finalmente se echa en la séptima y se queda profundamente
dormida. Blancanieves sabe que todas estas camas pertenecen a otras personas,
que querrán dormir en ellas aunque encuentren a la niña allí tumbada. El hecho
de ir probando todas las camas nos indica que la pequeña es consciente de este
riesgo, e intenta quedarse en una que no comporte peligro alguno. Y así sucede.
Al regresar a casa, los enanitos se sienten completamente atraídos por su
belleza; sin que el séptimo, en cuya cama reposa Blancanieves, llegue a
lamentarse; por el contrario, «durmió una hora en la camita de cada uno de sus
compañeros hasta que apuntó el día».
Desde el punto de vista popular de la
inocencia de Blancanieves, la idea de que se haya arriesgado inconscientemente
a pasar la noche en la cama con un hombre parece ultrajante. Pero Blancanieves
demuestra también, al dejarse convencer tres veces por la reina oculta bajo un
disfraz, que, como la mayoría de seres humanos —sobre todo los adolescentes—,
se la puede tentar fácilmente. Sin embargo, esta incapacidad para resistir a la
tentación, hace a Blancanieves más humana y atractiva, sin que el lector sea
consciente de ello. Por otra parte, el hecho de reprimirse en el momento de
comer y beber, y el resistir a no tumbarse a dormir en una cama que no es
adecuada para ella, prueba que Blancanieves ha aprendido, también, en cierto
modo, a controlar los impulsos del ello y a mantenerlos bajo las demandas del
super-yo. Asimismo nos damos cuenta de que su yo se ha hecho más maduro, pues
ahora Blancanieves trabaja bien y con ahínco, compartiendo su vida con otros.
Los enanos —estos hombres diminutos— tienen distintas connotaciones en los
diferentes cuentos en que aparecen. 64
Al igual que las hadas, pueden ser
buenos o malos; en Blancanieves nos encontramos con unos enanitos bondadosos y
serviciales. Lo primero que se nos dice de ellos es que regresan de las
montañas donde trabajan como mineros. Al igual que todos los enanitos, incluso
los más desagradables, son muy trabajadores y listos en sus negocios. El
trabajo es la esencia de sus vidas; desconocen el ocio y la distracción. Aunque
queden profundamente impresionados por la belleza de Blancanieves y conmovidos
por su desgracia, dejan muy bien sentado que el precio que la niña deberá pagar
por permanecer con ellos será su concienzudo trabajo. Los siete enanitos
simbolizan los siete días de la semana: días llenos de trabajo.
Así pues, si
Blancanieves quiere desarrollarse satisfactoriamente, deberá hacer suyo este
universo de trabajo; este aspecto que caracteriza su estancia con los enanitos
es fácilmente comprensible. Otros significados históricos de los enanitos
pueden ayudarnos a entender mejor su simbolismo. Las leyendas y los cuentos de
hadas europeos son, a menudo, residuos de temas religiosos precristianos que,
con la llegada del cristianismo, perdieron popularidad, al no tolerar éste que
se manifestaran abiertamente tendencias paganas. En cierto modo, el origen de
la armoniosa belleza de Blancanieves parece provenir del sol; su nombre nos
sugiere la blancura y pureza de la intensa luz de ese astro. De acuerdo con las
creencias de los antiguos, eran siete los planetas que giraban alrededor del
sol; de ahí los siete enanitos. En la doctrina teutónica, los enanos o gnomos
trabajaban en la tierra, extrayendo metales preciosos, de los que, en el
pasado, tan sólo se conocían siete. Y, siguiendo la antigua filosofía natural,
cada uno de esos metales estaba relacionado con un planeta (el oro con el sol,
la plata con la luna, etc.).
No obstante, estas connotaciones no son válidas
para el niño actual. En él, los enanitos evocan otras asociaciones
inconscientes. No hay enanitas, mientras que las hadas son siempre figuras
femeninas, siendo los magos su contrapartida masculina; sin embargo, existen
tanto hechiceros como hechiceras o brujas. Así pues, los enanos son,
eminentemente, personajes masculinos que no han logrado completar su
desarrollo. Estos «hombrecillos» con sus cuerpos abortados y su trabajo en las
minas —penetran hábilmente en oscuros agujeros— poseen connotaciones fálicas.
Evidentemente, no se trata de hombres en el sentido sexual, ya que su forma de
vida y sus intereses por los bienes materiales, excluyendo el amor, sugieren
una existencia preedípica. * 65 A simple vista puede parecer extraño que la
etapa anterior a la pubertad, período en el que toda actividad sexual está
latente, esté encarnada por una figura que simboliza una existencia fálica. Sin
embargo, los enanitos están libres de conflictos internos y no tienen deseo
alguno de ir más allá de su existencia fálica, en busca de relaciones íntimas.
Se sienten satisfechos con la rutina de sus actividades; su vida es un ciclo
interminable e inmutable de trabajo en el seno de la tierra, al igual que los
planetas giran constantemente en el cielo siguiendo, siempre, su curso
invariable. Lo que hace que su existencia sea paralela a la del niño en la
etapa anterior a la pubertad es esta falta de cambio o de deseo de hacerlo.
Por
esta misma razón, los enanitos no pueden comprender ni justificar las pulsiones
internas que hacen que Blancanieves no sea capaz de resistir a las tentaciones
de la reina. Son, pues, los conflictos los que nos hacen sentir distinto y una personalidad determinada —en el
cuento son todos idénticos—, como en la película de Walt Disney, obstaculiza la
comprensión inconsciente de que simbolizan una forma de existencia
preindividual e inmadura, que Blancanieves ha de superar. Así pues, al añadir a
los cuentos de hadas estas modificaciones erróneas, que aparentemente
incrementan el interés por la historia, lo único que se consigue es destruir el
relato porque se dificulta la correcta comprensión del significado profundo del
mismo.
El poeta está mucho más capacitado para captar el significado profundo
de los personajes de los cuentos de hadas que un director de cine y todas
aquellas personas que repiten la historia siguiendo su ejemplo. La versión
poética que Anne Sexton hace de «Blancanieves» insinúa la naturaleza fálica de
los enanitos al referirse a ellos como «los enanos, aquellos perritos
calientes», insatisfechos con nuestro sistema de vida actual y nos inducen a
buscar otras soluciones; si nos viéramos libres de problemas, no correríamos
los riesgos que comporta el paso hacia un tipo de vida distinto y, como es de
esperar, superior. El período preadolescente y apacible que Blancanieves vive
junto a los enanitos, antes de que la malvada reina vuelva a importunarla, le
da la energía suficiente para poder alcanzar la adolescencia.
De este modo,
entra, de nuevo, en una etapa llena de inquietudes; pero ya no como una niña
que tiene que soportar pasivamente los daños que su madre le inflige, sino como
una persona que tiene que participar y ser responsable de lo que le sucede. Las
relaciones entre Blancanieves y la reina simbolizan los graves problemas que
pueden darse entre una madre y una hija. Pero, al mismo tiempo, son también
proyecciones, en dos personajes distintos, de las tendencias incompatibles en
una misma persona. A menudo, estas contradicciones internas se originan en las
relaciones del niño con sus padres.
Así, el hecho de que los cuentos de hadas
proyecten un aspecto de un conflicto interno en una figura paterna representa,
también, una verdad histórica: es precisamente de ahí de donde procede. Esto lo
vemos claramente por lo que le sucede a Blancanieves cuando su tranquila y
sosegada vida junto a los enanitos queda interrumpida. Casi destruida por su
temprano conflicto puberal y por la rivalidad con su madrastra, Blancanieves
intenta retroceder al período de latencia, libre de problemas, en el que el
sexo permanece aletargado y, en consecuencia, se pueden evitar los
desequilibrios de la adolescencia. Pero ni el tiempo ni el desarrollo humano
permanecen estáticos; por lo tanto, el volver a la etapa de latencia para
escapar de los problemas de la adolescencia no resulta satisfactorio.
Cuando
Blancanieves se convierte en una adolescente, comienza a experimentar los
deseos sexuales que, durante el período de latencia, permanecían dormidos y
aletargados. En este preciso momento, la madrastra, que representa los
elementos conscientemente negados en el conflicto interno de Blancanieves,
reaparece en escena y perturba la paz interior de la muchacha. La facilidad con
que Blancanieves se deja tentar por la madrastra, haciendo caso omiso de las
advertencias de los enanitos, nos muestra lo próximas que están las tentaciones
de ésta a los deseos internos de Blancanieves. El consejo de los enanitos de no
abrir la puerta —es decir, de no dejar penetrar a nadie en el ser interno de
Blancanieves— no sirve de nada. (Para los enanitos resulta muy fácil predicar
contra los peligros de la adolescencia, ya que, al permanecer fijados en el
estadio fálico de desarrollo, no están sujetos a ellos.)
Los altibajos por los
que pasan los conflictos de la adolescencia están simbolizados por las dos
veces consecutivas en que Blancanieves es tentada, puesta en peligro y salvada
al volver a su anterior existencia latente. La tercera experiencia en la que
Blancanieves se deja seducir, pone fin a sus esfuerzos por volver a la
inmadurez, puesto que se ve enfrentada a las dificultades de la adolescencia.
Aunque no se mencione el tiempo que Blancanieves permaneció con los enanitos
antes de que la madrastra reapareciera en su vida, sabemos que lo que induce a
Blancanieves a abrir la puerta y permitir que la reina entre en la casa,
disfrazada de vendedora ambulante, es su atracción por las cintas de corsé.
Esto pone de manifiesto que Blancanieves es ya una adolescente perfectamente
desarrollada y, siguiendo la moda de aquella época, necesita y desea tener
cintas de corsé. La madrastra le ata la cinta con tal fuerza que Blancanieves
cae al suelo, quedando como muerta. *
Ahora bien, si la reina tenía intención
de matar a Blancanieves, podía haberlo hecho en aquel momento con toda
tranquilidad. Pero si su objetivo era tan sólo el de impedir que su hija la superara,
bastaba con dejarla inmóvil durante algún tiempo. En esta ocasión, la reina
representa al progenitor que, temporalmente, logra mantener su dominio
bloqueando el desarrollo de su hijo. A otro nivel, el significado de este
episodio es el de insinuar los conflictos de Blancanieves en cuanto a su deseo
adolescente de ir bien ceñida, porque así resulta sexualmente más atractiva. El
hecho de desmayarse y quedar inconsciente indica que se vio abrumada por la
lucha entre sus deseos sexuales y su angustia respecto a los mismos.
Blancanieves tiene mucho en común con la madrastra presuntuosa, puesto que es
su propia vanidad lo que la lleva a dejarse abrochar la cinta por esta última.
Parece que son los conflictos y deseos adolescentes de Blancanieves los que la
arrastran a la perdición. Sin embargo, el cuento no termina aquí, sino que
enseña al niño una lección mucho más significativa: sin haber experimentado y
dominado todos aquellos peligros que comporta el crecimiento, Blancanieves
nunca hubiera podido unirse a su príncipe. A su regreso del trabajo, los
bondadosos enanitos encuentran a Blancanieves inconsciente en el suelo y le
desatan la cinta. La muchacha vuelve a la vida y se refugia, temporalmente, en
el período de latencia. Los enanitos vuelven a advertirla, esta vez con más
severidad, contra los trucos de la malvada reina, es decir, contra las
tentaciones ocultas del sexo. Pero los anhelos de Blancanieves son demasiado
fuertes, y cuando la reina, disfrazada de anciana, se brinda a arreglarle sino
cualquier otra prenda de vestir; en algunas versiones se trata de un corpiño o
de una capa, que la reina sujeta violentamente hasta que Blancanieves se
desploma.
Según las costumbres del lugar y de la época, lo que
tienta a Blancanieves no son las cintas de corsé el pelo —«acércate que te
peinaré»—, la niña se deja engañar de nuevo. Las intenciones conscientes de
Blancanieves se ven superadas por su deseo de lucir un hermoso peinado y por su
anhelo inconsciente de ser sexualmente atractiva. Una vez más, este deseo
resulta ser «venenoso» para Blancanieves en su temprana e inmadura etapa
adolescente; por ello, vuelve a perder el conocimiento, siendo de nuevo
rescatada por los enanitos. La tercera vez, Blancanieves cede nuevamente a la
tentación y muerde la funesta manzana que la reina, disfrazada de campesina, le
ofrece. Sin embargo, ahora los enanitos ya no pueden ayudarla, porque la
regresión de la adolescencia a la etapa de latencia ha dejado de ser una
solución válida para Blancanieves. En numerosos mitos, así como en los cuentos
de hadas, la manzana simboliza el amor y el sexo, tanto en su aspecto positivo
como peligroso.
La manzana que se ofreció a Afrodita, diosa del amor, dando a
entender que era la preferida de entre las diosas, provocó la guerra de Troya.
Por otra parte, la manzana bíblica fue el instrumento que tentó al hombre a
renunciar a la inocencia a cambio de conocimiento y sexo. Aunque Eva fuera
seducida por la masculinidad del macho, representada por la serpiente, esta
última no podía hacerlo todo por sí sola: necesitaba la manzana, que en la
iconografía religiosa simboliza, también, el pecho materno. En el pecho de
nuestra madre todos nos sentimos impulsados a formar una relación y a encontrar
satisfacción en ella. En la historia de «Blancanieves», madre e hija comparten
la manzana. En este relato, lo que dicha fruta simboliza es algo que la madre y
la hija tienen en común y que yace a nivel incluso más profundo que los celos que
sienten la una de la otra: sus maduros deseos sexuales. Para vencer el recelo
de Blancanieves, la reina corta la manzana por la mitad y se come la parte
blanca, ofreciendo a la muchacha la parte roja, es decir, la mitad
«envenenada». Ya se nos ha hablado repetidamente de la doble naturaleza de
Blancanieves: era blanca como la nieve y roja como la sangre; su ser consta de
dos aspectos, el asexual y el erótico.
El hecho de comer la parte roja
(erótica) de la manzana significa el fin de la «inocencia» de Blancanieves. Los
enanitos, compañeros de su período latente, ya no pueden devolverle la vida;
Blancanieves ha llevado a cabo su elección, tan necesaria como fatal. El color
rojo de la manzana provoca asociaciones sexuales, lo mismo que las tres gotas
de sangre que precedieron al nacimiento de Blancanieves; también recuerda la
menstruación, hecho que marca el inicio de la madurez sexual.
Al comer la parte
colorada de la manzana, la niña que hay dentro de Blancanieves muere y es
enterrada en un ataúd de cristal transparente. Allí permanece durante largo
tiempo; tres aves van siempre a visitarla, además de los enanitos; primero una
lechuza, luego un cuervo y por último una paloma. La lechuza simboliza la
sabiduría; el cuervo —como el cuervo del dios teutónico Woden— representa,
probablemente, la conciencia madura; y la paloma encarna, tradicionalmente, el
amor.
Estas aves indican que el sueño letárgico de Blancanieves en el ataúd no
es más que un período de gestación, el período final que prepara para la madurez.
La historia de Blancanieves muestra que el hecho de haber alcanzado la
madurez física no significa, de ningún modo, que uno esté intelectual y
emocionalmente preparado para la edad adulta, representada por el matrimonio.
Es necesario que se produzca un considerable desarrollo y que transcurra un
cierto tiempo antes de que pueda formarse la nueva y madura personalidad y de
que se integren los viejos conflictos. Sólo entonces está uno preparado para
recibir un compañero de otro sexo y establecer una relación íntima con él,
necesaria para alcanzar la madurez adulta. La pareja de Blancanieves es el
príncipe, que «se la lleva» en su ataúd; el movimiento la hace toser y escupir
la manzana envenenada volviendo así a la vida, lista ya para el matrimonio. Su
tragedia comenzó con los deseos orales: el ansia de la reina por comer los
órganos internos de Blancanieves. Ésta, al escupir la manzana que la asfixiaba
—el objeto nocivo que había incorporado—, alcanza la libertad final,
abandonando la primitiva oralidad, que simboliza todas sus fijaciones
inmaduras. Al igual que Blancanieves, cada niño debe repetir, en su desarrollo,
la historia de la humanidad, real o imaginada.
En un determinado momento, nos
vemos todos arrojados del paraíso original de la infancia, donde todos nuestros
deseos parecían realizarse sin ningún esfuerzo por nuestra parte. El ir
aprendiendo y diferenciando el bien del mal —adquiriendo sabiduría— parece
disociar nuestra personalidad en dos elementos: el rojo caos de emociones
desenfrenadas, el ello; y la blanca pureza de nuestra conciencia, el super-yo.
A medida que vamos creciendo, oscilamos entre ser vencidos por la confusión del
primero o por la rigidez del segundo (el ser asfixiado y la inmovilidad exigida
por el ataúd). Sólo se podrá llegar a la edad adulta cuando todas estas
contradicciones internas queden permanece inerte podría explicar el nombre de
Blancanieves que insiste en uno de los tres colores que explican su belleza.
El
blanco simboliza frecuentemente la pureza, la inocencia, lo espiritual. Pero al
enfatizar su conexión con la nieve, queda también representado su carácter
inerte. Cuando la nieve cubre la tierra, todo parece sin vida, al igual que
Blancanieves parece haber dejado de vivir, mientras yace en su ataúd. También el
hecho de comer la manzana roja muestra que todavía no era lo suficientemente
madura y que se excedió en sus actos. La historia nos advierte de que el
experimentar la sexualidad demasiado temprano no conduce a nada bueno. Pero, si
esto va seguido de un período prolongado de inactividad, la muchacha podrá
recuperarse de sus prematuras y, por ello, destructivas experiencias sexuales resueltas
y se logre un nuevo despertar de un yo maduro, en el que rojo y blanco puedan
coexistir armónicamente. Pero, antes de que pueda empezar una vida «feliz», los
aspectos perversos y destructivos de nuestra personalidad deben estar bajo
control. En «Hansel y Gretel» la bruja es castigada por sus deseos devoradores,
siendo arrojada a las llamas del horno. También en «Blancanieves» la vanidosa,
celosa y destructora reina es castigada, obligándosele a calzar unos zapatos de
hierro calentados al rojo vivo, con los que tiene que bailar incesantemente
hasta morir.
Los celos sexuales sin trabas, que intentan arruinar a los demás,
terminan por destruirse a sí mismos; como le sucede a la reina, simbolizado por
las ardientes zapatillas y la muerte que acarrea el bailar llevándolas puestas.
Simbólicamente, la historia nos dice que hay que reprimir las pasiones
incontroladas o éstas se convertirán en la propia perdición. Sólo la muerte de
la celosa reina (la eliminación de los conflictos internos y externos)
posibilita la existencia de un mundo feliz. Muchos héroes de los cuentos de
hadas, en un determinado momento de su vida, caen en un profundo sopor, o son
resucitados. Todo despertar o renacer simboliza la consecución de un estadio
superior de madurez y comprensión. Es el modo característico en que los cuentos
de hadas estimulan el deseo de encontrar un mayor sentido a la vida: una
conciencia más profunda, un mayor conocimiento de sí mismo y un grado de
madurez más elevado. Este largo período de inactividad antes de volver a despertar
hace que nos demos cuenta —sin verbalizarlo a nivel consciente— de que este
renacimiento requiere un tiempo de concentración y sosiego en ambos sexos. El
cambio comporta la necesidad de abandonar algo que hasta este momento ha sido
satisfactorio, como nos muestra la existencia de Blancanieves antes de que la
reina se volviera celosa, o su vida tranquila al lado de los enanitos:
experiencias difíciles y penosas que el crecimiento lleva consigo, y que no
pueden evitarse.
Estas historias aseguran al oyente que no tiene por qué temer
el abandonar su posición infantil de dependencia de los demás, ya que, después
de las numerosas penalidades del período de transición, se elevará a un plano
superior y más satisfactorio para emprender una existencia más rica y feliz.
Aquellos que son reacios a experimentar tal transformación, como los dos
hermanos mayores de «Las tres plumas», nunca conquistarán el reino. Aquellos
que permanecen fijados en el estadio de desarrollo preedípico, como los
enanitos, no conocerán nunca la dicha del amor y del matrimonio. Y, por último,
aquellos padres que, como la reina, pongan de manifiesto celos edípicos,
llegarán casi a destruir a sus hijos y, sin duda alguna, se destruirán a sí
mismos.