El Psicoanálisis de niños. OC TII.
Los niños presentan durante el período de latencia especiales dificultades al análisis. A diferencia del niño de corta edad, cuya imaginación viva y aguda ansiedad nos permiten ganar una comprensión más fácil de su inconsciente y tomar contacto con él, tienen una vida imaginativa muy limitada, de acuerdo con la poderosa tendencia a la represión que es característica de esta edad, mientras que si los comparamos con los adultos, su yo no está aún desarrollado y no tienen conciencia de enfermedad ni sienten la necesidad de ser curados, de modo que no poseen un estímulo para comenzar el análisis ni aliento para continuarlo. Se puede agregar a esto la actitud general de reserva y desconfianza tan típica de este período de la vida, actitud que en parte es resultado de su intensa preocupación por la lucha contra la masturbación, y que los hace profundamente adversos a todo aquello que tenga un dejo de averiguaciones sexuales o que afecte los impulsos que están controlando con tanta dificultad.
Los pacientes de esta edad no juegan como los niños pequeños ni proporcionan asociaciones verbales como los adultos. De este modo, el analista no encuentra un camino de acceso franco. Sin embargo, he encontrado que es posible establecer la situación analítica muy pronto tomando contacto con su inconsciente como lo hago con los niños de corta edad, pero desde un ángulo de acercamiento adaptado a sus mentes de niños mayores. El niño de corta edad está aun bajo la influencia poderosa e inmediata de sus fantasías y experiencias instintivas y las pone frente a nosotros desde el primer momento, de modo que ya en las primeras horas de análisis podemos interpretar sus representaciones de coito y sus fantasías sádicas; mientras que el niño en latencia ya ha desexualizado esas experiencias y fantasías en una forma más completa y las expresa de otro modo.
Los dos casos siguientes ilustrarán bien este tema. Grete, de 7 años, era una criatura muy reservada y limitada mentalmente. Tenía pronunciados rasgos esquizoides y era completamente inaccesible. Sin embargo, dibujaba figuras y producía representaciones primitivas de casas y árboles, dibujándolos una y otra vez de un modo obsesivo, primero las casas y después los árboles. De ciertas diferencias repetidas en el color y tamaño de las casas y árboles, y debido al orden en el cual eran dibujados, pude inferir que las casas la representaban a ella misma y a su madre y los árboles a su padre y a su hermano, y que ella estaba interesada en sus correspondientes relaciones.
En este momento comencé a interpretar y le dije que lo que a ella le interesaba era la diferencia de sexo entre su madre y su padre y entre su hermano y ella; y además la diferencia entre los adultos y los niños. Estuvo de acuerdo conmigo, y me mostró la impresión inmediata que le había causado la interpretación al hacer alteraciones en sus dibujos, que hasta entonces habían sido bastante monótonos. (Sin embargo, dejo constancia de que el análisis fue continuado por unos meses con la ayuda de los dibujos.)
En el caso de Inge, de 7 años, no pude encontrar un modo de acercamiento por varias horas. Sostuvo una conversación sobre la escuela y asuntos similares con alguna dificultad, y su actitud hacia mí era de mucha desconfianza y reserva. Demostró un poco más de interés cuando comenzó a hablarme de un poema que había leído en la escuela. Le parecía notable el hecho de que palabras largas hubieran alternado con cortas en dicha poesía. Un ratito antes había hablado de unos pájaros que había visto volar en un jardín, pero que no los había visto salir. Estas observaciones surgieron a continuación de señalar al pasar que una amiga y ella habían jugado a ciertos juegos de varones.
Le expliqué que había estado ocupada por el deseo de saber de dónde vienen los niños (los pájaros) y, además, de entender mejor la diferencia de sexo entre las mujeres y los varones (palabras largas y cortas; la habilidad comparada de niños y niñas). Mi interpretación tuvo el mismo efecto sobre Inge que sobre Grete. Se estableció el contacto, se enriqueció el material traído por ella y el análisis se puso en marcha.
En éste y en otros casos vemos la curiosidad reprimida dominando el cuadro. Si en nuestros análisis del período de latencia elegimos este punto para hacer nuestra primera interpretación por lo cual, claro, yo no quiero significar explicaciones en el sentido intelectual, sino sólo interpretaciones del material a medida que surge bajo la forma de dudas y temores o conocimientos inconscientes, o teorías sexuales, etc. , pronto nos encontramos con un sentimiento de culpa y ansiedad en el niño y de este modo habremos establecido la situación analítica.
El efecto de la interpretación, que depende de haber suprimido cierta cantidad de represiones, se manifiesta de varias maneras:
1. Se establece la situación analítica.
2. La imaginación del niño se torna más libre. Sus medios de representación crecen en riqueza y extensión; su lenguaje es más rico y sus relatos están más llenos de fantasías.
3. El niño no sólo siente alivio, sino que llega a una cierta comprensión del propósito del trabajo analítico, lo que es análogo a la conciencia de enfermedad en el adulto .
De esta manera, la interpretación conduce gradualmente a vencer las dificultades mencionadas al principio de este capítulo, que son obstáculos para comenzar y llevar a cabo los análisis durante el período de latencia.
Durante este período, de acuerdo con la más intensa represión de la imaginación y con su yo más desarrollado, los juegos del niño se adaptan más a la realidad y son menos imaginativos que los de un niño de corta edad. En sus juegos con el agua, por ejemplo, no encontramos una representación directa de sus deseos orales, o de mojar y ensuciar, como en los niños más pequeños, sino que, más bien, sus ocupaciones siguen en gran parte a las tendencias reactivas y toman formas racionalizadas, como cocinar, limpiar, etc. La gran importancia del elemento racional en el juego de los niños de esta edad se debe, creo, no sólo a una mayor intensidad de la represión de la imaginación, sino a un exagerado énfasis obsesivo sobre la realidad, que está ligado a las condiciones especiales de desarrollo de este período.
Al tratar con casos típicos de este período, vemos una y otra vez cómo el yo del niño, que es aun mucho más débil que el del adulto, trata de fortificar su posición colocando todas sus energías al servicio de las tendencias represoras y manteniéndose unido a la realidad. Nuestro trabajo analítico se opone a todas las tendencias del yo del niño, y ésa es la razón, creo, por la cual nosotros no deberíamos al comienzo esperar ayuda de su yo, sino que tendríamos que tratar de establecer primero comunicación con su sistema inconsciente y, de ahí, gradualmente, ganar también la cooperación de su yo.
Como contraste con los niños pequeños, quienes por regla general tienden a jugar con juguetes al comienzo del análisis, los niños en período de latencia muy pronto comienzan a representar roles.
He jugado con niños de cinco a diez años a juegos de esta clase, que han sido continuados hora tras hora durante períodos de semanas y meses, y un juego sólo era reemplazado por otro, cuando todos sus detalles y conexiones eran explicados por el análisis. El juego siguiente, por lo común, despliega las mismas fantasías complejas en otras formas y con nuevos detalles, que conducen a conexiones más profundas. Inge, de 7 años, por ejemplo, podría ser descripta como una niña normal , en general, a pesar de ciertas perturbaciones cuya extensión fue revelada sólo por el análisis. Durante un período considerable, jugó cierto juego de oficina conmigo: ella era el gerente, quien daba órdenes de todas clases, dictaba cartas, las escribía, hecho que contrastaba con su inhibición fuerte para aprender y escribir.
En esto, su deseo de ser un hombre era muy fácil de reconocer. Un día abandonó este juego y comenzó a jugar a la escuela conmigo. (Debe notarse que no sólo encontraba las lecciones difíciles y desagradables, sino que también sentía profunda aversión por la escuela.) Entonces, jugó a la escuela durante un lapso bastante largo. Ella era la maestra y yo la alumna, y la clase de errores que ella me hizo hacer, arrojaron bastante luz sobre las causas de su propio fracaso en la escuela. Resultó que, como era la más chica en su casa, encontró, a pesar de que las apariencias señalaban lo contrarío, muy difícil tolerar la superioridad de sus hermanas y hermanos mayores, y cuando asistió a la escuela, sintió que se reproducía la misma situación. La razón última por la cual no podía tolerar esa superioridad y no podía soportar aprender en la escuela más tarde, era que sus propios deseos por los conocimientos habían sido reprimidos y no satisfechos en una época muy temprana , como lo mostraron los detalles de las lecciones dadas por ella, como maestra.
Hemos visto cómo Inge hizo primero una amplia identificación con su padre (como lo mostró el juego en el cual ella era el gerente), y luego con su madre (como lo mostró el juego en el cual ella era la maestra y yo el alumno). En el juego siguiente, ella era una vendedora de una juguetería y yo tenía que comprarle toda clase de cosas para mis hijos, tales como lapiceras fuentes, lápices, etc., para hacerlos más rápidos e inteligentes. Las cosas vendidas eran todas símbolos del pene y mostraban que era eso lo que quería que su madre le diera. La satisfacción de deseos en este juego, en el cual era nuevamente predominante la actitud homosexual de la pequeña niña y el complejo de castración, era que su madre le diera el pene de su padre, de modo que con su ayuda pudiera suplantar a su padre y ganar el amor de su madre. En el desarrollo adicional del juego, sin embargo, prefirió venderme, como su cliente, cosas para comer para mis hijos, y resultó evidente que el pene de su padre y los pechos de su madre eran los objetos de sus deseos orales más profundos, y que eran las frustraciones orales las que se encontraban en el fondo de sus trastornos, en general, y en su dificultad referente al aprendizaje en la escuela, en particular.
Debido a sus sentimientos de culpa, ligados a la introyección oralsádica de los pechos de su madre, Inge, desde una época muy temprana, había considerado su frustración oral como un castigo . Sus impulsos agresivos contra su madre, que surgieron de la situación edípica, y sus deseos de robarle sus hijos habían fortificado este temprano sentimiento de culpa, y la habían conducido a un temor a su madre, muy hondo aunque oculto. Esta era la razón por la cual no era capaz de mantener su posición femenina y trataba de identificarse con su padre. Pero tampoco fue capaz de aceptar la posición homosexual debido a un temor excesivo a su padre, cuyo pene quería robar. A esto se agregaba su sentimiento de ser inhábil para hacer, como consecuencia de su inhabilidad para conocer (la temprana frustración de su deseo de saber), a lo que contribuyó su posición como la más pequeña de la casa.
Fracasó, por consiguiente, en la escuela, en las actividades que correspondían a sus componentes masculinos; y desde que no pudo mantener su posición femenina que involucraba la concepción y dar a luz hijos en la fantasía no fue capaz de desarrollar sublimaciones femeninas derivadas de esta posición. Debido a su ansiedad y sentimiento de culpa, además, también fracasó en la relación de hija a madre (y en su relación con la maestra de escuela) desde que ella, inconscientemente, equiparaba la absorción de conocimiento con la gratificación de sus deseos oralsádicos, y esto implicaba la destrucción de los pechos de la madre y del pene del padre.
Mientras que en la realidad Inge era una fracasada, en la imaginación actuaba todos los papeles. Así, en el juego que he descripto, en el cual ella tomaba la parte del gerente, representaba sus éxitos en el papel del padre; como maestra de escuela, tenía numerosas criaturas y al mismo tiempo cambiaba su papel de hija menor por el de la de más edad e inteligencia; mientras que en el juego de vendedora de juguetes y alimentos, no sólo estaba en una posición superior, sino que compensaba las frustraciones orales sufridas cuando bebé.
He expuesto este caso para mostrar cómo, para descubrir las conexiones psicológicas fundamentales, tenemos que investigar no sólo los detalles de un juego determinado, sino también la razón por la cual un juego es cambiado por otro. He encontrado a menudo que este cambio de juegos nos permite una percepción de la naturaleza interior de las causas de los cambios de una posición psicológica a otra, o de las fluctuaciones entre estas posiciones, y de ahí la del juego dinámico de las fuerzas mentales.
El caso siguiente nos da oportunidad de demostrar la aplicación de una técnica mixta. Kenneth, de 9 años y medio, era un niño muy infantil para su edad y me fue enviado para ser analizado por presentar varias dificultades. Era miedoso, vergonzoso, seriamente inhibido, y sufría una gran ansiedad. Desde edad temprana sufría de una acentuada cavilación mórbida. Era un completo fracasado en sus lecciones; sus conocimientos de las materias escolares eran los de una criatura de 7 años. En su casa era de temperamento fuertemente agresivo, insolente e intratable. Su interés en temas sexuales, no sublimado y aparentemente no inhibido, era fuera de lo común; usaba preferentemente palabras obscenas, se exhibía y se masturbaba de un modo extraordinariamente desvergonzado para una criatura de su edad .
La historia previa del niño era, brevemente, como sigue: A una edad muy temprana había sido seducido por su niñera. El recuerdo era totalmente consciente, y las circunstancias fueron conocidas por la madre, más tarde. Según ella, la niñera, María, había sido muy afecta al niño, pero muy severa en lo que se refería a su higiene. El recuerdo de Kenneth de haber sido seducido se remontaba al comienzo de su quinto año, pero es seguro que se llevó a cabo mucho antes. El refirió, aparentemente con placer y sin inhibición alguna, que su niñera acostumbraba a llevarlo con ella, cuando se bañaba, y le pedía que frotara sus órganos genitales. Aparte de esto, decía de ella sólo cosas buenas; aseguraba que lo quería y por mucho tiempo negó que lo hubiese tratado severamente. Al comienzo del análisis nos relató un sueño que había soñado repetidamente desde los 5 años: "Estaba tocando los órganos genitales a una mujer desconocida y masturbándola".
Su temor hacía mí surgió en la primera hora. Tuvo un sueño de ansiedad poco después del comienzo del análisis, en el cual "repentinamente un hombre estaba sentado en mi silla, ocupando mi lugar. Yo entonces me desvestí y él se horrorizó al ver que yo tenía un genital viril extraordinariamente grande". En conexión con la interpretación de este sueño surgió una cantidad de material referente a su teoría sexual de "la madre con pene", una imagen mental que, como lo probó el análisis, había personificado en María. Evidenció haberle temido cuando era un niño pequeño, porque le había pegado fuertemente, pero él era incapaz de admitir este hecho, hasta que otro sueño, posteriormente, le hizo cambiar su actitud. A pesar de ser desde varios puntos de vista muy infantil, Kenneth adquirió rápidamente la comprensión del objeto y la necesidad del análisis. Acostumbraba a ofrecer asociaciones propias de niños de más edad, y voluntariamente permanecía a veces acostado mientras las decía. La mayor parte de su análisis tuvo este curso. Pronto agregó a este material verbal un suplemento de acción. Tomaba algunos lápices de la mesa y con ellos representaba gente. Otras veces traía broches para papeles, los que también se convertían en personas y se peleaban. Otras veces los hacía actuar como proyectiles o hacía construcciones con ellos. Todo esto se llevaba a cabo en el sofá en el que estaba tendido.
Finalmente descubrió una caja de cubos sobre el parapeto de la ventana y trajo la pequeña mesa de juego hasta el sofá, acompañando sus asociaciones con representaciones por medio de los cubos.
El segundo sueño de Kenneth significó un paso adelante en el análisis, y relataré de él lo necesario para ilustrar la técnica empleada. "Estaba en el baño orinando; un hombre entró y disparó una bala que le pegó en la oreja y ésta se cayó". Mientras me contaba el sueño, Kenneth llevó a cabo operaciones con los cubos que él me explicó así: El, su padre, su hermano, su niñera María, eran representados cada uno por un cubo. Todos ellos yacían dormidos en diferentes cuartos (las paredes también estaban representadas por cubos). María se levantó, tomó un palo grande (otro cubo) y vino hacia él. Ella le iba a hacer algo porque él, de algún modo, se había portado mal (resultó ser que se había masturbado y orinado). Mientras ella le pegaba con el bastón él comenzó a masturbarla, y ella enseguida dejó de pegarle. Cuando comenzó a pegarle otra vez, él volvió a masturbarla y ella se detuvo; y este proceso fue repetido una y otra vez, hasta que al fin, a pesar de todo, ella lo amenazó con matarlo con su bastón. Entonces su hermano vino a salvarlo.
Kenneth se sorprendió grandemente cuando, por fin, percibió en el juego y las asociaciones que él, realmente, había tenido miedo a María. Al mismo tiempo, parte del miedo a sus padres se había hecho consciente. Sus asociaciones mostraban claramente que detrás del miedo por María asomaba el miedo a una madre mala asociada con el padre castrador. Este último estaba representado en el sueño por el hombre que apuntó a la oreja en el cuarto de baño, el mismo lugar en que él a menudo había masturbado a su niñera.
El miedo de Kenneth hacia sus dos padres unidos contra él y copulando continuamente, probaba ser muy importante en el análisis. Fue solamente después que hice observaciones de esta índole en otros casos , que comprendí el hecho de que el miedo a "la mujer con pene" se basa en una teoría sexual que aparece en etapas muy tempranas del desarrollo y según la cual la madre incorpora el pene del padre en el acto del coito , y, en último término, la mujer con pene representa los dos padres unidos.
Ilustraré esto con el material en discusión. En el sueño, Kenneth fue primeramente atacado por un hombre, pero luego, en sus juegos, fue María la que lo atacó. Ella representaba, como mostraban sus asociaciones, no sólo la mujer con pene, sino también su madre unida a su padre. En esta figura, el padre, que antes había aparecido como un hombre, ahora era representado solo por el pene, es decir, por el palo con el cual María le pegó. Puedo señalar aquí la similitud entre la técnica de los análisis tempranos y la técnica de juego que se emplea en ciertos casos con niños de más edad. Kenneth había hecho consciente una importante parte de su primera infancia por medio del juego con cubos. A medida que su análisis avanzaba solía producirse un retorno de su ansiedad, y entonces sólo podía comunicarme sus asociaciones si las completaba por medio de representaciones con cubos (en realidad, no era raro que cuando su ansiedad volvía le faltaran palabras, y lo único que podía hacer era jugar). Después que su ansiedad disminuyó con la interpretación, fue capaz de hablar más libremente.
Otro ejemplo de la modificación de la técnica es el método que adopté con Werner, un niño de 9 años, neurótico obsesivo. Este niño, cuya conducta en muchos aspectos era la de un adulto obsesivo y en el que había una marcada cavilación mórbida, sufría también de fuerte ansiedad que se manifestaba por una gran irritabilidad y crisis de rabia . Una gran parte de su análisis se llevó a cabo por medio de juguetes y con ayuda de dibujos. Estaba obligada a sentarme a su lado en la mesa de juegos y a jugar con él mucho más de lo común, aun tratándose de niños más pequeños. En algunas ocasiones yo tenía que efectuar las acciones del juego por mí misma, bajo su dirección. Por ejemplo, tuve que construir con los cubos, mover los carros, etc., mientras que él sólo dirigía mis acciones. La razón que dio para esto era que sus manos, a veces, temblaban mucho, de modo que él no podía colocar los juguetes en su lugar, pues los tumbaría o echaría a perder el arreglo. El temblor era signo de un acceso de ansiedad. En la mayoría de los casos podía amortiguar el ataque continuando el juego como él deseaba y, al mismo tiempo, interpretando, en relación a su ansiedad, el significado de mis acciones. Parece que el temor a su propia agresividad y su incredulidad en su capacidad de amar le había hecho perder toda esperanza de restaurar a sus padres, hermanos y hermanas, a quienes, en su imaginación, había atacado y dañado. De aquí su temor a, por accidente, tumbar los cubos y cosas que habían sido construidas. La desconfianza a sus propias tendencias constructivas y a su habilidad de reconstruir lo que había destruido era una de las causas de su severa inhibición en el trabajo y el juego.
Después que su ansiedad fue resuelta en su mayor parte, Werner jugaba sus juegos sin mi ayuda.
Hizo una buena cantidad de dibujos y dio abundantes asociaciones a ellos. En 1a última parte de su análisis produjo material, principalmente en forma de asociaciones libres. Tendido en el sofá posición que, a igual que Kenneth prefería para dar sus asociaciones me narraba continuas fantasías de aventuras en las que jugaban el papel más importante aparatos y artefactos mecánicos. En estos cuentos, el material que antes había sido representado en sus dibujos aparecía nuevamente, pero enriquecido por muchos detalles. La intensa y aguda ansiedad de Werner se expresaba en su mayor parte, como ya he dicho, por medio de ataques de rabia y agresividad y en una actitud dominadora, desafiante y de crítica. No tenía conciencia de su enfermedad e insistía en que no había razón para continuar el análisis y, por un período largo, cuando surgían resistencias se comportaba conmigo de un modo insolente e irritado. En su casa era también un niño difícil de manejar, y sus padres casi no hubieran podido inducirlo a seguir el tratamiento si yo muy pronto no hubiese logrado resolver su ansiedad, poco a poco, por el análisis, hasta que las manifestaciones de resistencia al tratamiento se limitaron a la hora de análisis.
Ahora llegamos a un caso que presentó excepcionales dificultades técnicas. Egon, de 9 años y medio, no evidenciaba síntomas definidos, pero su aspecto general producía una impresión poco tranquilizadora. Era completamente "cerrado", aun con las personas más cercanas a él; hablaba sólo cuando era estrictamente necesario, casi no tenía vínculos sentimentales, carecía de amigos y nada le interesaba o agradaba; era, en verdad, un buen escolar, pero, como lo demostró el análisis, sólo sobre una base obsesiva. Cuando se le preguntaba si algo le gustaba o no, su contestación estereotipada era siempre "me es indiferente". La expresión tensa y poco infantil de su cara y la dureza de sus movimientos eran muy notables. Su alejamiento de la realidad llegó a tal extremo que no veía lo que sucedía a su alrededor y no reconocía a sus amistades cuando las encontraba. El análisis reveló la presencia de fuertes rasgos psicóticos, en aumento constante, que muy posiblemente lo hubiesen llevado a una esquizofrenia en la pubertad. He aquí el breve resumen de la historia previa del niño.
Cuando tenía alrededor de 4 años su padre lo había amenazado repetidamente por haberse masturbado y le había dicho que siempre debería confesar cuando lo hiciera. Estas amenazas fueron seguidas de acentuados cambios de carácter. Comenzó a mentir y a tener frecuentes ataques de rabia.
Más tarde su agresividad pasó a segundo plano y, en cambio, toda su actitud general fue indiferente, de oposición pasiva y de alejamiento del mundo externo.
Comencé por conseguir que Egon se tendiera sobre el sofá (esto lo tuvo sin cuidado y, en apariencia, lo prefirió a jugar), y durante varias semanas traté, por los varios métodos comunes, de comenzar el tratamiento, hasta que me vi obligada a reconocer que mis intentos por esos medios estaban condenados al fracaso. Fue claro para mí que las dificultades del niño en hablar estaban tan arraigadas, que mi primera labor era vencerlas por el análisis. Al notar que el escaso material que hasta entonces había podido conseguir de él era en su mayoría deducido del modo en que jugaba con sus dedos mientras pronunciaba unas palabras que no llegaron a más de unas pocas oraciones en una hora, comprendí que era necesario que me ayudara con la acción, y por consiguiente le pregunté una vez más si después de todo no le interesaría jugar con mis pequeños juguetes. Dio su acostumbrada contestación: "Me es indiferente". Sin embargo miró las cosas de la mesa de juego, y a continuación se ocupó de los carritos, y sólo de ellos. Entonces comenzó un juego monótono que ocupó toda su hora varias semanas. Egon hacía correr los carritos sobre la mesa y luego los hacía caer en mi dirección. Me di cuenta, por su mirada, que yo debía levantarlos y empujarlos nuevamente hacia él.
Para distanciarme del papel de padre escudriñador, contra el cual se dirigía su oposición, jugué con él durante semanas, en silencio, y no hice interpretaciones, tratando sencillamente, de establecer rapport jugando con él. Durante todo este tiempo los detalles del juego fueron siempre iguales, pero (aunque era monótono y es claro muy cansador para mí) había muchos pequeños puntos dignos de ser anotados. Parece que en su caso, como en todos los análisis de varones, hacer mover un carro significa masturbación y coito, hacer que los carros choquen significa coito, y la comparación de un carro mas grande con uno pequeño significa rivalidad con su padre o con el pene de su padre.
Cuando después de algunas semanas expliqué este material a Egon, en relación con lo ya conocido tuvo un importante efecto en dos direcciones. En la casa se asombraban sus padres por su conducta más libre, y en el análisis mostró lo que he encontrado es una reacción típica a una buena interpretación. Comenzó a agregar nuevos detalles a su monótono juego, detalles que al principio sólo se advertían después de una profunda observación, pero que a medida que el tiempo pasaba fueron más y más evidentes, hasta que finalmente se produjo un completo cambio en el juego. Del simple empujar los carritos, Egon pasó a un juego de construcción, cada vez con más habilidad.
Comenzó a apilar los carritos unos sobre otros hasta una gran altura y a competir conmigo en esto.
Entonces procedió por primera vez a usar los cubos, y muy pronto evidenció que todo lo que él construyera, por más hábilmente que disfrazara el hecho, eran seres humanos o genitales de ambos sexos. De la construcción, Egon pasó a una forma de dibujar notable. Sin mirar el papel, hacía girar el lápiz entre sus dos manos y así dibujaba líneas. De estos garabatos, él mismo descifraba formas, y éstas siempre representaban cabezas, entre las cuales él mismo podía distinguir con claridad las femeninas y las masculinas. En los detalles de estas cabezas y en sus mutuas relaciones muy pronto reapareció el material que había surgido en su primer juego, es decir, su incertidumbre sobre la diferencia entre los sexos y sobre el coito entre sus padres; las preguntas relacionadas en su mente con este tema, las fantasías en las cuales él como un tercero desempeñaba una parte en el coito de sus padres, etc. Pero su odio y sus impulsos destructivos también se evidenciaron al recortar y cortar en pedacitos esas cabezas, que también representaban a los hijos en el cuerpo de su madre y a sus mismos padres. Sólo ahora llegamos al significado completo de las pilas de carritos tan altas como fuera posible. Representaban el cuerpo preñado de su madre, por lo que él la había envidiado y cuyos contenidos deseaba robar.
Tenía un poderoso sentimiento de rivalidad hacia su madre, y su deseo de robarle el pene del padre y sus hijos lo había llevado a un vivo temor de ella. Más tarde, estas representaciones fueron suplementadas por los recortes, en los cuales adquirió bastante habilidad. Lo mismo que en sus actividades de construir, las formas que él recortaba representaban sólo seres humanos. El modo de poner en contacto estas formas unas con otras, sus tamaños diferentes, el que representaran hombres o mujeres, el que tuvieran partes de más o de menos, cuándo y cómo comenzó a cortarlas en pedacitos, todo esto nos llevó al fondo de su complejo de Edipo, tanto directo como invertido. La rivalidad con su madre, basada en su poderosa y pasiva actitud homosexual, y la ansiedad que por eso sentía, tanto en relación con su madre como con su padre, fue más y más evidente. Su odio por su hermano y hermanas y los impulsos destructivos que había tenido hacia ellos cuando su madre estaba encinta, se manifestaron en el recorte de formas que él reconocía como representación de seres humanos pequeños e incompletos. También aquí el orden en que jugaba sus juegos era importante.
Después de recortar y cortar en pedazos, solía comenzar a construir, como un acto de restauración, y del mismo modo procedía a decorar en exceso las figuras que había recortado, impulsado por tendencias reactivas. En todas estas representaciones, sin embargo, siempre reaparecían sus interrogantes y curiosidad intensa y tempranamente reprimidos, que resultaron ser un factor importante en su incapacidad para hablar, en su carácter hermético y su falta de interés.
LA TÉCNICA DEL ANALISIS EN EL PERÍODO DE LATENCIA
La inhibición de Egon en sus juegos databa de la edad de cuatro años, y, en parte, de una época más temprana aún. Había comenzado a hacer construcciones antes de los tres años y a cortar papel algo más tarde, pero sólo por un corto período, y aun entonces sólo había recortado cabezas. Nunca había dibujado, y después de los cuatro años de edad no encontró placer en ninguna de estas actividades. Lo que aparecía ahora, entonces, eran sublimaciones rescatadas de profundas represiones, en parte en forma de restablecimiento y en parte como creaciones nuevas, y la forma infantil y completamente primitiva en la que se dedicaba a estas actividades realmente correspondían a las de una criatura normal de tres o cuatro años. Se puede asegurar que, simultáneamente con estos cambios, todo el carácter del niño mejoró.
Sin embargo, la inhibición en el habla por mucho tiempo se alivió sólo muy levemente. Es verdad que gradualmente comenzó a contestar las preguntas que yo le hacía durante los juegos de una manera más completa y libre, pero, por el otro lado, me fue imposible por mucho tiempo conseguir que diera libres asociaciones de la clase común en los niños de más edad. Recién después de mucho tiempo y durante la última parte de su tratamiento, que ocupó 425 horas en total, reconocimos y exploramos los factores paranoides que eran la razón fundamental de su inhibición del habla, que entonces fue suprimida por completo .
A medida que su ansiedad disminuyó, comenzó por sí solo a darme asociaciones aisladas, por medio de la escritura. Más tarde solía susurrarlas y hacer que yo le contestara en voz baja. Resultaba más y más claro que temía ser oído por alguna persona en la habitación, y había algunas partes de ésta a las que nunca se acercaba de modo alguno. Si, por ejemplo, su pelota había rodado debajo del sofá o de los estantes o a un rincón oscuro, yo tenía que buscársela, mientras que a medida que su ansiedad crecía asumía nuevamente la misma postura rígida y expresión fija que habían sido tan acentuadas al comienzo del análisis. Resultó que él sospechaba la presencia de ocultos perseguidores que lo observaban desde todos esos lugares y aun desde el techo, y sus temores de persecución retrocedían en último término hasta su temor de los muchos penes dentro del cuerpo de su madre y del suyo propio. Este temor paranoico del pene como perseguidor había sido aumentado por la actitud de su padre al observarlo y hacerle preguntas relacionadas con la masturbación, y lo había hecho alejar también de su madre, ya que estaba aliada a su padre (la mujer con pene). A medida que su creencia en una madre "buena" se hizo más fuerte, me trató más y más como una aliada y como una protección contra sus perseguidores, que le amenazaban de todas partes. Sólo cuando decreció su ansiedad a este respecto y disminuyó su cálculo sobre el número y peligrosidad de los perseguidores, fue capaz de hablar y moverse con más libertad .
La última parte del tratamiento de Egon fue casi exclusivamente conducida mediante asociaciones libres. No dudo de que yo tuve éxito al tratar y curar a este niño por haber sido capaz de lograr acceso a su inconsciente con la ayuda de la técnica de juegos empleada para niños pequeños. Me parece dudoso que hubiera sido posible hacerlo en una edad más tardía . Aunque es verdad que, en general, hacemos mucho uso de asociaciones verbales al tratar con niños en período de latencia, sin embargo, en muchos casos, sólo lo podemos hacer de un modo distinto al usado con los adultos. Con niños como Kenneth, por ejemplo, quien prontamente reconoció la ayuda dada por el psicoanálisis y se dio cuenta de que lo necesitaba, y aun con otros más jóvenes, como Erna, cuyo deseo de curarse era muy fuerte, fue posible desde el comienzo preguntar algunas veces: "¿En qué piensa ahora?" Pero con muchos niños menores de nueve o diez años sería inútil hacer esa pregunta. El modo de preguntar a un niño debe descubrirse en conexión con sus juegos y asociaciones.
Si observamos el juego de un niño bastante pequeño, pronto veremos que los ladrillitos, pedazos de papel, y en realidad todos los objetos a su alrededor, son en su imaginación símbolos de otras cosas. Si le preguntamos: "¿Qué es eso?" mientras está ocupado con esos objetos (es verdad que antes es necesario haber hecho una buena cantidad de análisis y haber establecido la transferencia), descubriremos mucho. Nos dirán, a menudo, por ejemplo, que las piedras en el agua son niños que quieren llegar a la orilla o personas peleándose. La pregunta: "¿Qué es eso?" llevará naturalmente a la siguiente pregunta: "¿Qué están haciendo?" o "¿Dónde están ahora?", etc. Tenemos que extraer las asociaciones de niños mayores en un modo similar aunque un tanto modificado, pero esto, por regla general, puede conseguirse sólo cuando la represión de la imaginación y la desconfianza, que son tanto más fuertes en ellos, han sido disminuidas por cierto tiempo de análisis y la situación analítica ha sido establecida.
Volvemos al análisis de Inge, niñita de siete años. Cuando jugaba como gerente de oficina, escribiendo cartas, distribuyendo trabajo, etc., una vez le pregunté: "¿Qué contiene esta carta?" y ella respondió con prontitud: "Usted lo sabrá cuando le llegue". Cuando la recibí, encontré que sólo contenía garabatos . De modo que poco después le dije: "El Sr. X... (que también figuraba en el juego) me ha pedido que le pregunte a usted qué contiene esa carta, ya que él debe saberlo, y estará muy agradecido si usted se la lee por teléfono". Entonces me contó sin ninguna dificultad todo el contenido imaginario de la carta y al mismo tiempo me dio un número de asociaciones que esclarecieron muchas cosas. En otra ocasión tuve que fingir ser un médico. Cuando le pregunté qué le pasaba, contestó: "que eso no tenía importancia". Luego comencé una correcta consulta actuando con ella como un médico, y le dije: "Ahora, señora, usted me debe decir exactamente dónde siente los dolores". De aquí surgieron otras preguntas: por qué se había enfermado, cuándo había comenzado la enfermedad, etc. Presentadas en esta forma, ella contestaba mis preguntas con gusto, y ya que jugó muchas veces seguidas como enferma, yo conseguí abundante y profundo material oculto sobre este tema. Y cuando los papeles fueron trocados y ella fue el doctor y yo la enferma, el consejo médico que ella me dio me suministró aun más información.
De lo que se ha dicho en este capítulo, resulta que al tratar con niños en período de latencia es esencial, sobre todo, establecer contacto con sus fantasías inconscientes, y esto se hace al interpretar el contenido simbólico de su material en relación a su ansiedad y sentimiento de culpa. Pero, ya que la represión de la imaginación en este período del desarrollo es mucho más severa que en períodos más tempranos, a menudo tenemos que buscar acceso al inconsciente a través de representaciones que en apariencia están por completo desprovistas de fantasías. También tenemos, en análisis típicos del período de latencia, que estar preparados a encontrar que sólo es posible resolver las represiones del niño y libertar su imaginación, paso a paso y con mucho trabajo. En muchos casos, después de semanas y aun meses, parece que nada de lo que se realiza en las sesiones nos ofrece un material psicológico. Todo lo que conseguimos, por ejemplo, son informes de los diarios, explicaciones del contenido de libros, cuentos monótonos de la escuela. Más aun, tales actividades monótonas, como dibujo obsesivo, construcción, costura o hacer cosas especialmente cuando conseguimos pocas asociaciones parece no ofrecer ningún medio de acercamiento a la vida de la imaginación. Pero sólo necesitamos recordar los ejemplos de Grete y Egon para tener presente que aun actividades y conversaciones tan completamente desprovistas de fantasías como éstas, en realidad abren el camino al inconsciente, si no las consideramos como expresiones de resistencia sino como material real. Prestando suficiente atención a pequeñas indicaciones y tomando como nuestro punto de partida para la interpretación la conexión entre el simbolismo, el sentimiento de culpa y la ansiedad, que acompañan esas representaciones, siempre encontraremos oportunidad de comenzar y efectuar la labor analítica.
Pero el hecho de que en análisis de niños nos pongamos en comunicación con el inconsciente antes de haber establecido una amplia relación con el yo, no quiere decir que hemos excluido al yo de participar en el trabajo analítico. Cualquier exclusión de esta clase sería imposible, sabiendo que el yo está en íntima relación con el ello y el superyó y que sólo podemos conseguir acceso al inconsciente a través de él. Sin embargo, el análisis no se aplica al yo como tal (como lo hacen los métodos educativos), sino que sólo busca abrir un camino al inconsciente, sistema que es decisivo para la formación del yo.
Volvamos a nuestros ejemplos una vez más. Como ya hemos visto, el análisis de Grete, de siete años de edad, fue en su casi totalidad llevado a cabo por medio de dibujos. Durante largo tiempo, como se recordará, ella solía dibujar casas y árboles de varios tamaños, alternativamente, de un modo obsesivo. Comenzando con estos dibujos sin imaginación y obsesivos, hubiera podido tratar de estimular su fantasía y relacionarla con otras actividades de su yo, del mismo modo que lo hubiera hecho una maestra comprensiva. Hubiera podido conseguir que ella deseara decorar y hermosear sus casas o colocarlas junto con los árboles y hacer una calle con ellos y así haber conectado sus actividades con cualquier interés estético o topográfico que poseyera, o hubiera podido ir más adelante con los árboles, e interesaría en la diferencia entre una clase de árbol y otra, y quizá, de este modo, hubiera estimulado su curiosidad sobre la naturaleza en general. Si cualquiera de estas pruebas hubiera tenido éxito, podía esperarse que los intereses del yo resaltaran más y que el analista llegara a un contacto más íntimo con el yo. Pero la experiencia ha mostrado que en muchos casos tal estimulación de la imaginación del niño falla al tratar de efectuar un debilitamiento de las represiones, y así no encuentra una base para comenzar el trabajo analítico .
Más aun, tal procedimiento muchas veces no es posible, porque el niño sufre de tal ansiedad latente que estamos obligados a establecer la situación analítica tan pronto como sea posible y a comenzar el verdadero trabajo analítico inmediatamente. Y aun cuando hay una posibilidad de ganar acceso al inconsciente, usando el yo como punto de partida, encontraremos que los resultados son pocos en comparación con el tiempo empleado para conseguirlos. Porque el aumento en la riqueza y significado del material así ganado es sólo aparente; en realidad sólo encontramos el mismo material inconsciente vestido con formas más llamativas. En el caso de Grete, por ejemplo, hubiéramos podido estimular su curiosidad, y así, en condiciones favorables, la hubiéramos llevado a interesarla, por ejemplo, en las entradas y salidas de una casa y en las diferencias entre los árboles y en el modo cómo crecen. Mas estos intereses ampliados sólo hubieran sido una versión menos disfrazada del material que ella nos había mostrado en los dibujos monótonos al comenzar el análisis. Los árboles grandes y pequeños y las casas grandes y pequeñas que ella insistía en dibujar de un modo compulsivo representaban a su madre y padre, a ella misma y a su hermano, como lo indicaba la diferencia de tamaños, formas y colores de sus dibujos, y el orden en el cual estaban hechos. El sentimiento básico que los producía era su curiosidad reprimida sobre la diferencia de sexos y problemas similares, y al interpretarlos en este sentido, conseguí llegar a su ansiedad y sentimiento de culpa y comenzar el análisis. Ahora bien, sí el material fundamental de representaciones complicadas y llamativas no es diferente del de las representaciones pobres, desde el punto de vista del análisis, no interesa cuál de las dos clases de representaciones es elegida como punto de partida de la interpretación. En análisis de niños es sólo la interpretación, según mi experiencia, la que comienza el análisis y favorece su desarrollo. Por consiguiente, mientras el analista es capaz de comprender la clase de material presentado y establecer su conexión con la ansiedad latente, está en condición de dar una correcta interpretación de sus representaciones más monótonas y menos prometedoras, mientras que, paso a paso, a medida que resuelve la ansiedad y suprime represiones, los intereses del yo del niño y las sublimaciones comenzarán a progresar. De este modo, Ilse, por ejemplo cuyo caso se considerará con más detalles en el capítulo siguiente, gradualmente desarrolló de sus dibujos invariables y obsesivos un don definido por los trabajos manuales y el dibujo, sin que yo de ningún modo le hubiera sugerido tal actividad.
Antes de dejar el tema de los análisis en períodos de latencia, aun queda un problema para discutir. No es, exclusivamente, de naturaleza técnica, mas es de importancia en el trabajo del analista de niños. Me refiero al trato del analista con los padres de sus pacientes. Con el fin de que pueda realizar su trabajo, debe haber una cierta relación de confianza entre los padres del niño y él mismo. El niño depende de ellos y de este modo ellos están incluidos en el campo de análisis; pero no son ellos quienes son analizados, y, por consiguiente, sólo pueden ser influidos por medios psicológicos comunes. La relación de los padres con el analista del niño implica dificultades peculiares, ya que toca muy de cerca sus propios complejos. La neurosis de su hijo pesa mucho sobre el sentimiento de culpa de los padres, y al mismo tiempo, cuando se dirigen al análisis para pedir ayuda consideran su necesidad como una prueba de su responsabilidad en la enfermedad del niño. Además es muy desagradable para ellos revelar al analista detalles de la vida de familia. A esto debe agregarse, sobre todo en el caso de la madre, celos de la relación confidencial que se establece entre el niño y el analista. Estos celos, que hasta cierto punto son basados en la rivalidad del sujeto con su imago de la madre, son muy notorios en niñeras e institutrices, quienes a menudo no son nada amistosas en su actitud hacia el análisis . Estos y otros factores, que permanecen en su mayor parte inconscientes, dan lugar en los padres, y especialmente en la madre, a una actitud más o menos ambivalente hacía el analista, y esto no desaparece por el hecho de que ellos tengan conciencia de la necesidad del niño de un tratamiento analítico. De aquí que, aunque los padres del niño están, conscientemente, bien dispuestos respecto a su análisis, debemos esperar que sean, hasta cierto punto, elementos perturbadores. El grado de dificultad que causarán dependerá de su actitud inconsciente y del grado de ambivalencia que tengan. Esta es la razón por la cual no he encontrado menos obstáculos cuando los padres estaban familiarizados con el análisis que cuando prácticamente ignoraban de qué se trataba. Por la misma razón, considero que cualquier explicación teórica a los padres antes del comienzo del análisis es no sólo innecesaria, sino que está fuera de lugar, ya que tales explicaciones probablemente tendrán un efecto desfavorable sobre sus propios complejos. Me contento con dar unas pocas ideas sobre el significado y el efecto del análisis, y menciono el hecho de que durante su curso el niño recibirá información sobre asuntos sexuales y preparo a los padres para la posibilidad de otras dificultades que puedan surgir de cuando en cuando durante el tratamiento. En todos los casos rehuso completamente a informarlos acerca de cualquier detalle del análisis. El niño que me hace sus confidencias tiene tanto derecho a la discreción como un adulto.
Lo que debemos tratar al establecer las relaciones con los padres es, a mi juicio, en primer lugar, conseguir que nos ayuden en nuestro trabajo principalmente de un modo pasivo, evitando, tanto como sea posible, toda interferencia, tal como alentar al niño con preguntas, hablar del análisis en su casa o prestar ayuda a cualquier resistencia que se pueda producir. Pero necesitamos su cooperación más activa cuando se producen en el niño ansiedad aguda y resistencias violentas. En tales situaciones puedo recordar aquí el caso de Ruth y Trude depende de los que están a cargo del niño conseguir medios para que él venga a pesar de las dificultades. Según mí experiencia, esto ha sido siempre posible porque, en general, aun cuando la resistencia es fuerte, existe también una transferencia positiva al analista, de modo que la actitud del niño ante el análisis es ambivalente. La ayuda dada por los padres del niño no debe ser nunca considerada como ayuda permanente para la labor analítica. Períodos de tan intensa resistencia debieran presentarse rara vez, y no por mucho tiempo. El trabajo del análisis debe evitarlo, y si eso es posible, resolverlo rápidamente.
Si tenemos éxito en establecer una buena relación con los padres del niño y estamos seguros de su cooperación inconsciente, podremos obtener información útil sobre el comportamiento del niño fuera del análisis, tal como cualquier cambio, aparición o desaparición de sus síntomas, hechos que pueden ocurrir en relación con el trabajo analítico. Pero sí esta información sólo es adquirida a costa de otros inconvenientes, prefiero no obtenerla pues si bien es útil no es indispensable. Insisto siempre a los padres sobre la necesidad de que no se dé ocasión para que el niño crea que cualquier modificación educativa se debe a mi indicación, ya que la educación y el análisis deben ser independientes. En este sentido el análisis se mantiene como debe ser, un vínculo personal entre mi paciente y yo. En el análisis de niños, como en el de adultos, considero esencial que el trabajo del analista se limite a la hora del análisis y a la casa del analista. Aun más, para evitar desplazamientos en la situación analítica establecí que la persona que acompañase al niño no lo esperase en mi casa. Deja al niño y lo viene a buscar a la hora indicada.
A menos que los errores cometidos por los padres sean muy graves, no me interpongo en su sistema educativo, ya que estos errores están tan ligados a los propios complejos de los padres, y los consejos no sólo son inútiles, sino que aumentan sus sentimientos de culpa y ansiedad, lo que obstaculiza el análisis y tiene un efecto desfavorable en su relación con los hijos .
La situación total mejora después que el análisis ha terminado o cuando está muy avanzado. La disminución o desaparición de la neurosis en el niño tiene un favorable efecto sobre los padres. Cuando disminuyen las dificultades de la madre en su trato con el niño, disminuye también su sentimiento de culpa, y esto mejora su actitud frente al niño.
Esto la hace más accesible a los consejos del analista en lo referente a la crianza y, lo que es más importante aun, disminuye la dificultad interna para seguirlos. No obstante, según mi experiencia, no espero mucho de las posibilidades de modificar el ambiente.
Es mejor confiar en los resultados logrados en el niño mismo, pues lo capacitarán para una mejor adaptación, aun en un medio ambiente difícil, poniéndole en mejores condiciones frente a los esfuerzos que puede exigirle el medio. Claro que esta capacidad de esfuerzo tiene su límite. Cuando el medio es absolutamente desfavorable no podemos esperar pleno éxito en nuestro análisis y tenemos que contar con la posibilidad de una neurosis futura. De cualquier modo, he encontrado a menudo que los resultados conseguidos en el análisis, aunque no logren una curación completa de la neurosis, alivian mucho la difícil situación del niño y mejoran su desarrollo. Es dable esperar que si logramos cambios fundamentales en los estratos más profundos, la enfermedad, si se repite, no será tan grave. También puede observarse que en algunos casos una disminución de la neurosis del niño trae modificaciones favorables en su ambiente neurótico . También puede suceder que después de un análisis completo y exitoso, el niño pueda ser llevado a otro ambiente, como ser un internado, cosa que antes no era posible a causa de su neurosis y falta de adaptación.
La conveniencia de que el analista vea a los padres con bastante frecuencia o que limite estas entrevistas, depende de las circunstancias de cada caso. En muchos casos he encontrado que es mejor lo segundo, para evitar rozamientos con la madre. La ambivalencia con que los padres viven el análisis de sus hijos nos explica un hecho que para el analista joven es doloroso y sorprendente, y es que aun los tratamientos que tienen más éxito no reciben mucho reconocimiento por parte de los padres. Es claro que aunque he tratado también padres comprensivos, en la mayoría de los casos vi que olvidaban fácilmente los síntomas por los que habían traído al paciente y estimaban en poco los cambios sobrevenidos. Agregado a esto, no debemos olvidar que es difícil para el padre ser juez y parte y que lo más importante son nuestros resultados. El análisis de adultos prueba su valor suprimiendo dificultades que estorban la vida del paciente. Nosotros sabemos, aun cuando los padres por lo general lo ignoren, que hemos prevenido trastornos de esta índole y aun el advenimiento de una psicosis.
Generalmente el padre mira los síntomas del niño como molestia, pero desconoce su importancia debido a que no gravitan en la vida del niño como los síntomas neuróticos en la vida del adulto. Pienso que podemos renunciar a este reconocimiento, ya que nuestro trabajo se dirige al niño y no a la gratitud del padre o de la madre
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