Capítulo 13 Acerca de la génesis del aparato de influir en el
curso de la esquizofrenia, (pp. 181-221) en: “Trabajos Psicoanalíticos”, Victor
Tausk, (Trad. Hugo Acevedo) Editorial Gedisa, 1ª Ed. 1983, México.(1)
En 1919, poco después de su suicidio, se publica por promera vez “Acerca de la génesis del aparato de
influir en el curso de la esquizofrenia” de Victor Tausk, en el periódico de la
Sociedad Psicoanalítica de Viena. La vida de Tausk no solamente está llena de interés sino de enfermedades e incomprnsiones, incluso rechazos por la entonces sociedad psicoanalítica de Viena. Desafortunadamente, muchos trabajos de Tausk fueron quemados según las instrucciones dadas por el autor antes de morir, sin embargo, presentamos aqui uno de los trabajos que como podrá apreciarse mantiene vigencia y nos muestra algo de lo que Tausk pudo contribuir al psicoanálisis.
Jose L.González Fernández.
I
Mis consideraciones se basan en un ejemplo único de
“aparato de influir”. Por lo que sé, difiere esencialmente de todos los demás
aparatos a través de los cuales cierto tipo de esquizofrénicos se quejan de
persecución, pero permite, por sus detalles de construcción, abordar no
obstante una tentativa de explicación psicoanalítica del origen y la meta
psíquica de este instrumento construido por el delirio.
Mi ejemplo constituye una variante, por cierto que muy rara,
del típico aparato de influir. Para juzgar acerca de la frecuencia o la rareza
de la muestra, me veo, no obstante, reducido a mi experiencia personal, que es
restringida, cosa que, claro está, lamento por múltiples razones.
Temo que se
me reproche haber extraído prematuramente de un ejemplo único conclusiones tan
generales como las que voy a presentar. Debería ser norma que todo estudio
científico presentara un material clínico más amplio. Yo, para justificarme,
sólo puedo hacer valer el hecho de no haber tenido a mi disposición otros casos
para fundamentar mis deducciones. Tan lejos como se remontan mis recuerdos en
materia de literatura psiquiátrica, nunca he dado con una descripción
pormenorizada de un caso preciso de aparato de influir, por típico que sea. He
llegado a saber que la literatura psiquiátrica nunca da del aparato otra cosa
que una descripción general: enumera a título de ejemplos sus piezas y sus
funciones habituales. La psiquiatría clínica, que sólo se ocupa en la
descripción de cuadros complejos, no atribuye mayor valor a la significación de
los síntomas aislados para elaborar una visión de conjunto del mecanismo
psíquico. La clínica no toma en consideración el origen y la meta del síntoma;
con su rechazo del método de investigación psicoanalítica, no halla ocasión
alguna de plantear estos problemas. Pero en principio es admisible extraer de
las formas aberrantes, o de las variantes, conclusiones sobre la estructura de
la forma común. Muy a menudo son sólo las variantes y las formas asociadas las
que dan ocasión de investigar los orígenes y las condiciones de aparición de
los fenómenos. La uniformidad de los casos clínicos típicos puede actuar como
un muro que obstaculiza nuestra mirada, mientras que una forma clínica atípica
puede oficiar de ventana: bien puede permitir que advirtamos los engranajes.
Una variante clínica nos permite deducir una patogenia diferente. Una forma
asociada obliga a admitir que los fenómenos pueden tener distintos orígenes.
Únicamente cuando un objeto puede ser diferente, así sea por una vez,
encontramos oportunidad de verificar las razones por las que habitualmente se
presenta de una manera invariablemente idéntica, o por las que en todo caso
parece serlo. La investigación de las condiciones de aparición atípicas nos
conduce a la de las condiciones habituales.
Sólo me resta desear que la variante clínica en la que he
basado mis deducciones sea un ejemplo feliz, y cuento con haber captado
correctamente su modo de aparición y su significación.
II
El “aparato de influir” esquizofrénico es una máquina de
naturaleza mística. Sólo por alusiones pueden los enfermos indicar su
estructura. Se compone de cajas, manivelas, palancas, ruedas, botones, hilos,
baterías, etc. Los enfermos cultos se esfuerzan, con el auxilio de los
conocimientos técnicos de que disponen, en adivinar la composición del aparato.
A medida que progresa la difusión de las ciencias técnicas, descubrimos que
todas las fuerzas naturales domesticadas por la técnica concurren a explicar el
funcionamiento de este aparato; pero no bastan todas las invenciones humanas
para explicar las notables acciones de esta máquina, debido a la cual los
enfermos se sienten perseguidos.
HE AQUÍ LOS PRINCIPALES EFECTOS PRODUCIDOS POR EL APARATO DE
INFLUIR.
1.- Les presenta imágenes a los enfermos. Habitualmente se
trata, pues, de una linterna mágica o de un aparato de zinc. A las imágenes se
las ve en un solo plano, proyectadas sobre los muros y los vidrios. No son
tridimensionales, como las alucinaciones visuales típicas.
2.- El aparato produce y sustrae pensamientos y sentimientos,
y ello gracias a ondas o rayos, o con ayuda de fuerzas ocultas; el enfermo no
lo puede explicar con sus conocimientos de la física. En estos casos, al
aparato se lo denomina también “aparato de sugestionar”. Su mecanismo es
inexplicable, pero su función consiste en posibilitar que el perseguidor o los
perseguidores trasmitan o sustraigan pensamientos y sentimientos.
3.- El aparato produce acciones motrices en el cuerpo del
enfermo, erecciones y poluciones. Estas últimas están destinadas, generalmente,
a privar al enfermo de su potencia viril y a debilitarlo. Es un efecto que
también puede ser producido, ora por la sugestión, ora con el socorro de
corrientes atmosféricas, eléctricas o magnéticas, o por rayos X.
4.- El aparato produce sensaciones; algunas de éstas no puede
el enfermo describirlas, porque le resultan completamente extrañas, mientras
que a otras las experimenta como si fuesen corrientes eléctricas, magnéticas o
atmosféricas.
5.- El aparato es asimismo responsable de otros fenómenos somáticos,
como erupciones cutáneas, furúnculos y otros procesos mórbidos.
Es un aparato que sirve para perseguir al enfermo; lo
manipulan los enemigos. Que yo sepa, son exclusivamente enemigos del sexo
masculino quienes utilizan este instrumento, y es muy frecuente que entre los
perseguidores se encuentren los médicos que han prodigado sus cuidados al
enfermo.
Oscura es a su vez la manipulación del aparato. Resulta raro
que el enfermo se represente con claridad, siquiera mínima, el modo de empleo
del aparato. Se aprietan botones, se mueven palancas, se hacen girar manivelas.
A menudo el enfermo se siente atado al aparato por hilos invisibles que
conducen a su cama, y en tal caso sólo cuando se halla en ésta se encuentra
bajo la influencia del aparato.
Es evidente, sin embargo, que buen número de enfermos se
quejan de todos estos rigores sin atribuirlos a la acción de aparato alguno.
Hay enfermos que sienten las modificaciones experimentadas en el nivel de su
propio cuerpo y de su espíritu tan pronto como extraña y tan pronto como
hostiles; atribuyen esas alteraciones únicamente a una influencia psíquica
extraña, a una sugestión, a una fuerza telepática proveniente de los enemigos.
Con arreglo a mis observaciones y a las de otros autores, no me cabe la menor duda
de que los lamentos de los enfermos que no hacen intervenir la influencia de un
aparato preceden la aparición del síntoma del aparato de influir: el “aparato”
es una manifestación más tardía de la enfermedad. Su aparición parece tender,
según diversos autores, a la búsqueda y hallazgo de una causa de las
trasformaciones patológicas que dominan la vida afectiva y sensorial del
enfermo y que son patentemente experimentadas como extrañas y desagradables.
Conforme a esta concepción, la máquina de influir ha sido creada por la
necesidad de causalidad inmanente al hombre. En otros casos, la misma necesidad
de causalidad es responsable de la creencia en perseguidores que actúan por
sugestión y telepatía sin la ayuda de un aparato. La clínica explica el síntoma
de la misma manera que la persecución en la paranoia (persecución igualmente
inventada por el enfermo para justificar su delirio de grandeza), y lo denomina
“paranoia somática”.
Existe, no obstante, un grupo de enfermos que renuncian por
completo a satisfacer su necesidad de causalidad; simplemente se quejan de
sentimientos de trasformación y de fenómenos extraños en su persona física y
psíquica, sin que por ello busquen su causa en una potencia hostil o extraña.
De modo particular, ciertos enfermos declaran que esas imágenes no les son
“representadas”, sino que las perciben con toda naturalidad y con gran asombro
de parte de ellos.
Pueden también existir otros
sentimientos de trasformación sin que se los atribuya a un responsable; así,
por ejemplo, los enfermos se quejan de pérdida o trasformación de las ideas y
los sentimientos, sin que por ello crean que esas ideas, esos sentimientos se
los han robado o impuesto. Otro tanto ocurre respecto de los sentimientos de
alteración de la piel, del rostro y de las dimensiones de los miembros. Es este
un grupo de enfermos que no se quejan de la influencia de un poder extraño y
hostil; se quejan del sentimiento de alienación. Los enfermos se vuelven
extraños a sí mismos; ya no se comprenden: sus miembros, su rostro, su
expresión, sus pensamientos y sus sentimientos les han sido alienados. No hay
duda de que los síntomas de este grupo de enfermos pertenecen al período de
principio de la demencia precoz, aun cuando se los suela volver a hallar en
estadios evolutivos más avanzados.
En buen número de casos parece seguro, y muy verosímil en
otros, que, a partir de sentimientos de trasformación aparecidos bajo el signo
de la extrañeza y sin que se los atribuya a un responsable, se forman
sentimientos de persecución en los que el sentimiento de trasformación es
atribuido a la acción de una persona extraña, “sugestión” o “influencia
telepática”. En otros casos, la idea de persecución e influencia termina por
desembocar en la construcción de un aparato de influir. A partir de ello nos
encontramos, al parecer, a punto de admitir que el aparato de influir es el
término final de la evolución del síntoma, que comenzó con simples sentimientos
de trasformación.
No creo, sin embargo, que toda esta sucesión en la formación
del síntoma haya sido hasta el día de hoy susceptible de observación
ininterrumpida en un mismo enfermo. Pero he podido observar de manera
indiscutible esta concatenación entre dos fases (he de dar más adelante un
ejemplo al respecto), y no titubeo en afirmar que en circunstancias
particularmente favorables se podría comprobar en un individuo único la
existencia cabal de esta serie evolutiva.
Entretanto, me hallo en la situación
del bacterióloco que estudia los plasmodios y reconoce las diversas formaciones
patológicas en los glóbulos sanguíneos como estudios de una evolución continua,
aun cuando no pueda observar en cada glóbulo nada más que una sola fase
evolutiva y no esté en condiciones de seguir todo el desarrollo del plasmodio
dentro de un solo glóbulo.
El reconocimiento de los diversos síntomas como fases de un
proceso de desarrollo único se ve dificultado no sólo por los errores de
observación y las reticencias del enfermo, sino también porque, de acuerdo con
las demás manifestaciones mórbidas que presenta el enfermo, las diversas fases
se engloban en síntomas secundarios o derivados, y de este modo los
sentimientos de trasformación quedan ocultos por una psicosis o una neurosis
asociada o consecutiva y perteneciente a otro grupo mórbido, como por ejemplo
una melancolía, una manía, una paranoia, una neurosis obsesiva, una histeria de
angustia o una demencia. Se trata, pues, de cuadros clínicos que pasan a primer
plano, y los elementos de la evolución del delirio de influencia, más difíciles
de captar, escapan a la vista del observador y a veces hasta del enfermo.
También es posible que no todo estadio evolutivo alcance la conciencia de todos
los enfermos, que uno u otro de estos aspectos se desarrolle en el inconsciente
y que consiguientemente la parte que sea dable seguir en el consciente del
enfermo ofrezca lagunas. Según la rapidez del proceso mórbido y las tendencias
individuales a formar otros cuadros psicológicos, hay otras fases que se las
puede simplemente pasar por alto.
Todas las ideas de influencias en el curso de la
esquizofrenia pueden presentarse tanto como consecuencia de un aparato de
influir como en ausencia de éste. Mientras que a las corrientes eléctricas se
las relaciona, típicamente, con la acción del aparato de influir, no he
advertido, sin embargo, más que un solo caso (en la sección de neuropsiquiatría
del hospital de Belgrado) en que esas corrientes se producían sin la
intervención del aparato y hasta un poder hostil. Se trata de Joseph H.,
albañil, de 34 años, que ya ha pasado una parte de su vida en un asilo de
alienados. Se siente recorrido por corrientes eléctricas que pasan al suelo a
través de sus piernas. El mismo da nacimiento a tales corrientes dentro de su
cuerpo, como sostiene con cierto orgullo. Esto constituye, justamente, su
fuerza. No quiere revelar cómo y por qué actúa de ese modo.
Cuando descubrió
las corrientes por primera vez, se sintió un tanto sorprendido, pero pronto
comprendió que ellas mantenían con él cierta relación y que estaban al servicio
de un fin misterioso, respecto del cual no quiere dar el menor informe.
Relataré asimismo un caso particular de paranoia somática que
ha de ser un argumento especialmente válido en apoyo de la hipótesis del
proceso evolutivo, tal cual la expongo en el presente artículo. Dentro de otro
contexto, Freud ya ha citado este ejemplo: la señorita Emma A. se sentía
influida, de una manera completamente insólita, por aquel al que ella amaba.
Decía que sus ojos no estaban correctamente ubicados en su rostro, que se
habían torcido. Esto provenía del hecho de que su querido era un mal hombre, un
mentiroso, que hacía “torcer los ojos”. En la iglesia se sintió un día
bruscamente sacudida, como si la hubieran cambiado de lugar: su querido era
alguien que engañaba y la había vuelto mala y parecida a él mismo.
La enferma no se siente simplemente perseguida e influida por
un enemigo. Más bien se trata de un sentimiento de influencia por
identificación con el perseguidor. Recordemos la tesis defendida por Freud y
por mí mismo, acerca de la cual habremos de insistir en el curso de esta
discusión: la identificación dentro del mecanismo de la elección de objeto
precede a la elección de objeto por proyección, que constituye la verdadera
posición del objeto. Entonces podemos considerar el caso de Emma A. como una fase
evolutiva del delirio de influencia que precede a la proyección del sentimiento
de influencia sobre un perseguidor ubicado a distancia en el mundo exterior;
constituye un paso entre los sentimientos de trasformación de la personalidad,
sentidos como extraños y sin que se los impute a extraño alguno, y las
trasformaciones atribuidas al poder de una persona exterior. La identificación
representa un paso intermedio entre el sentimiento de alienación y el delirio
de influencia: apuntada y completa de una manera especialmente demostrativa,
según la teoría psicoanalítica, nuestra concepción de un síntoma que se
desarrolla hasta su término final de máquina de influir. Seguramente se trata
del hallazgo –de la invención, incluso- de un objeto hostil; mas para el proceso
intelectual importa poco hallarse frente a un objeto hostil o benévolo, y el
psicoanalista no encontrará en tal caso nada que decir sobre la asimilación de
la hostilidad al amor.
Dentro de esta enumeración de las diversas formas, mejor
dicho, de las diversas fases, del delirio de influencia, no quiero omitir el
caso Staudenmayer, cuya biografía detalló años atrás un miembro de la Sociedad
de Psicoanálisis.
Staudenmayer, a quien se considera, si no me equivoco, como
un paranoico auténtico, o por lo menos yo lo he considerado así, describía las
sensaciones que sentía con motivo del tránsito intestinal del bolo fecal;
atribuía los diversos movimientos peristálticos, de los que era patológicamente
consciente, a la actividad de demonios particulares que se habían aposentado en
el intestino y a los que incumbía la ejecución de los diversos movimientos.
Podemos, por tanto, hacer entrar en el siguiente esquema los
fenómenos observados en estos enfermos, ya como efectos del aparato, ya con
independencia de éste.
1.- Simples sentimientos de alteración, primitivamente
sin sentimiento de “extrañeza” y después acompañados por éste, sin referencia a
una persona responsable (alteraciones de funciones físicas psíquicas y de
ciertas partes del cuerpo). En muchos casos, esta fase de la enfermedad parece
realmente superada a una edad muy precoz, antes de la pubertad. Como a esta
edad el sujeto no puede todavía proporcionar una información exacta sobre sus
propios estados, y como aún tiene la posibilidad de compensar y convertir sus
alteraciones patológicas en rasgos de carácter infantiles de difícil
apreciación (maldad, agresividad, fantasías disimuladas, onanismo, repliegue en
sí mismo, obtusión, etc.), es esta una fase que las más de las veces pasa
inadvertida por los educadores, y los enfermos no la mencionan, o lo hacen de
una manera inexacta. Sólo la pubertad, que exige de muy especial modo una
adaptación al mundo cultural y obliga al individuo a abandonar, tanto para él
mismo como para los demás, esos groseros medios de expresión de su constitución
anormal, patentiza a la enfermedad y le permite al síntoma desarrollarse, de
manera que lo encontramos, pues, bajo una forma más evolucionada.
2.- Sentimientos de alteración en forma de sensaciones
anormales con designación de un responsable, que es el propio enfermo (caso
Joseph H.).
3.- Sentimientos de alteraciones con designación de un
responsable que se sitúa dentro del enfermo, pero que no es el enfermo mismo
(caso Staudenmayer).
4.- Sentimientos de alteración con proyección alucinatoria
del proceso interior hacia el exterior, sin designación de un responsable y sin
sentimiento de extrañeza al principio, pero acompañada después por éste (visión
de imágenes).
5.- Sentimientos de alteraciones con designación de un responsable
por vía de identificación (caso Emma A.).
6.- Sentimientos de alteraciones con proyección del proceso
interior hacia el exterior, y designación de una responsable según el mecanismo
paranoico (se le proyectan imágenes, se le hace sugestión e hipnotismo, se lo
electriza, se le imponen y roban pensamientos y sentimientos, se le producen
erecciones, poluciones, etc.).
7.- Sentimientos de alteraciones atribuidos a un “aparato de
influir” manipulando por enemigos. Al principio éstos son generalmente desconocidos
e indefinibles. Con el tiempo, el enfermo llega a definirlos; sabe quiénes son,
y su círculo se amplía, como ocurre en el complot paranoico. Al principio el
enfermo no se explica en absoluto de qué manera está construida la máquina;
sólo paulatinamente elabora la idea que se hace de ella.
Habiendo, pues, distinguido ideas de influencia y
aparato de influir, sólo consideraremos ahora este último, sin tomar en cuenta
sus efectos.
Dejaremos a un lado, desde ahora, la “linterna mágica”, que
proyecta bien con el efecto que se le atribuye y porque no representa, fuera de
su inexistencia, ningún error de juicio. Una superestructura racional como ésta
es completamente impenetrable. Si echamos un vistazo a través de las brechas de
construcciones dañadas, podemos percibir el interior y adquirir por lo menos un
principio de comprensión.
a) La máquina de influir habitual ha sido construida, por lo
tanto, de una manera completamente incomprensible. No podemos siquiera imaginar
partes enteras de ella. Hasta en casos donde el enfermo tiene la impresión de
comprender bien la construcción de la máquina, resulta evidente que se trata de
un sentimiento análogo al de quien sueña, que tiene tan sólo el sentimiento de
una comprensión, pero no la comprensión misma. Podemos darnos cuenta de ello
pidiéndole al enfermo que describa la máquina.
b) El aparato es, tanto como yo recuerde, siempre una
máquina, y una máquina complicada.
El psicoanalista no ha de dudar un solo instante que esa
máquina es un símbolo. Es esta una idea que ha merecido recientemente un apoyo
explícito. Freud ha explicado en sus conferencias que en los sueños las
máquinas complicadas siempre significan los órganos genitales.
Hace ya tiempo que he sometido al análisis sueños de
máquinas, y debo confirmar en un todo la afirmación de Freud.
Pero además puedo
añadir esto: según mis análisis, las máquinas siempre representan los órganos
genitales del propio durmiente, y se trata de sueños de masturbación. Son
sueños del tipo de los sueños de fuga, tales como los he descrito en mi
artículo sobre los delirios alcohólicos(2). He mostrado en ese trabajo de qué manera el deseo de
masturbación -mejor aún, la disposición para la eyaculación- siempre encuentra,
cuando ha llegado a una representación onírica que favorece la descarga, esta
representación favorable remplazada de urgencia por otra, gracias a la cual se
introduce por un instante una nueva inhibición, y la eyaculación se ve
obstaculizada. El sueño se opone al deseo de eyaculación por mutaciones
simbólicas sucesivas.
El sueño de la máquina tiene un mecanismo análogo. La única
diferencia consiste en que las diversas piezas no desaparecen a medida que se
introducen piezas nuevas y en que, en lugar de ocupar el lugar de las antiguas
las nuevas vienen simplemente a sumarse a éstas. De este modo se elabora una
máquina de una complicación inextricable. Y, a fin de reforzar su papel
inhibidor, el símbolo se vuelva más complejo en vez de verse remplazado. Cada
nueva complicación atrae la atención del durmiente, despierta su interés
intelectual y debilita en la misma medida su interés libidinal. Actúa, pues,
como inhibición de la pulsión.
En el curso de los sueños de máquina el durmiente suele
despertar más de una vez con una mano sobre los órganos genitales, si sueña que
manipula la máquina. Con arreglo a esto, se podría suponer que el aparato de
influir es una representación proyectada en el mundo exterior- de los órganos
genitales del enfermo; vendría a ser análoga en sus génesis a la máquina cuando
se quejan, cosa que hacen a menudo, de que el aparato produce erecciones, les
sonsaca esperma y debilita su virilidad. De todos modos, al asimilar el síntoma
a una producción onírica y ubicar la enfermedad en el nivel psicoanalíticamente
accesible de la interpretación del sueño, ya hemos dado un paso más allá de las
necesidades de racionalización y causalidad, en las que se apoya la clínica
tradicional para interpretar la máquina de influir dentro de la esquizofrenia.
Voy ahora a presentar mi caso clínico, que va no sólo a
fortalecer, sino también a desarrollar de manera considerable nuestra
hipótesis.
La paciente, la señorita Natalia A., de 31 años de edad, ex
-estudiante de filosofía hace ya años que se ha vuelto sorda como consecuencia
de una infección maligna del oído medio; sólo por escrito se comunica con los
de su medio. Refiere que desde hace seis años y medio se encuentra bajo la
influencia de un aparato eléctrico que ha sido fabricado en Berlín, pese a la
prohibición de la policía. El aparato tiene la forma de un cuerpo humano, la
forma, incluso, de la propia enferma.
Pero no exactamente. Tanto su madre como
sus amigos, hombres y mujeres, se hallan sometidos a la influencia del aparato,
o de otros aparatos análogos. La enferma no puede proporcionar detalle alguno
relativo a los otros aparatos; sólo puede describir la máquina cuya influencia
sufre. Lo único que le parece seguro es que el aparato empleado para los
hombres es un aparato varón; es decir, que posee una forma masculina, y que el
empleado para las mujeres es un aparato femenino. El tronco tiene la forma de
una tapa, como una tapa de féretro común, forrada con terciopelo o felpa. A
propósito de los miembros, en dos oportunidades me suministró la enferma una
importante información para mi objeto.
En la primera entrevista los describió
como segmentos del cuerpo completamente naturales. Semanas después, los
miembros ya no estaban materialmente bajo la tapa del féretro, sino tan sólo
dibujados sobre ésta en su posición natural a lo largo del cuerpo. La enferma
no ve la cabeza; dice que no lo sabe muy bien. No sabe si la máquina posee la
misma cabeza que ella. En general, no puede dar información alguna sobre la
cabeza.
Tampoco sabe con mayor claridad cómo se manipula al aparato,
ni de qué modo se encuentra ligada a él. Lo está por una especie de telepatía.
El hecho más importante es que al aparato se lo manipula de cualquier manera y
que todo lo que le sucede ocurre efectivamente en el nivel de su propio cuerpo.
Cuando se pincha al aparato, ella siente el pinchazo en el sitio
correspondiente de su propio cuerpo. El lupus que tiene en la nariz se ha
producido también en la del aparato por medios apropiados; más aun: como consecuencia
de éste ha sido ella afectada.
El interior del aparato está constituido por baterías
eléctricas cuya forma es probablemente la de los órganos internos del hombre.
Los malhechores que manipulan el aparato provocan en la
enferma secreciones nasales, olores repugnantes, sueños, pensamientos y
sentimientos. Perturban su pensamiento, Sus palabras y su escritura. Antes
hasta le habían provocado sensaciones sexuales al manipular los órganos
genitales del aparato. Pero de un tiempo a esta parte ha dejado de poseer tales
órganos. La enferma no puede decir cómo ni por qué el aparato los ha perdido.
Sea como fuere, desde que el aparato ya no los tiene, ella tampoco tiene
sensaciones sexuales.
Poco a poco se ha familiarizado con la construcción del
aparato gracias a su larga experiencia y a la opinión ajena; evidentemente, se
trata de alucinaciones verbales. Le parece que ya antes había oído hablar al
respecto. El hombre que se vale del aparato en su propósito de perseguir a la
enferma actúa por celos. Se trata de un pretendiente desairado, un profesor
universitario. Al poco tiempo de haber rechazado su pedido de mano, la enferma
había sentido que el pretendiente influía tanto sobre ella como sobre su madre
por medio de sugestiones. Sugería que ambas entablaran amistad con su cuñada.
Era patente que de ese modo pensaba obtener la posterior aceptación de su
pedido de mano, gracias a la influencia de su cuñada. Cuando la sugestión
fracasó, el pretendiente recurrió al aparato de influir. No sólo la enferma,
sino también su madre, sus médicos, sus amigos, todas las personas, en fin,
favorables a ella y que tomaban su partido se encontraron sometidas a la
influencia de aquella diabólica máquina. De resultas de ello sus médicos
formularon falsos diagnósticos, pues el aparato les presentaba enfermedades
diferentes de la que ella sufría. Por culpa de él se le hizo imposible
entenderse con sus amigos y su familia; todos los humanos fueron convertidos en
enemigos suyos por el aparato, quien por último la obligó a huir de todas partes.
No puede saber mucho más por boca de la enferma. Cuando la vi
por tercera vez se mostró reticente y afirmó que también yo estaba bajo la
influencia de la máquina, que también yo era hostil a ella y que ya no podía
hacerse comprender por mí.
Esta observación aporta un argumento decisivo a favor de la
tesis de que el aparato es una fase evolutiva de un síntoma -el delirio de
influencia- que también puede existir sin la formación delirante de la máquina.
La enferma dice expresamente que su perseguidor se vale de la máquina sólo con
posteridad al fracaso de su tentativa de influencia por sugestión. El hecho de
haber creído ella que ya antes había oído hablar de la máquina no es menos
significativo para el psicoanalista. El hecho de que un enamorado tenga la
impresión de haber conocido desde siempre a la mujer a la que ama nos confirma
que ha reencontrado en ella una imago antigua de amor, y del mismo modo ese
incierto reconocimiento del aparato alega en favor del hecho de que sus efectos
ya le resultaban familiares a la enferma antes de estar bajo la influencia de
la máquina: ya había experimentado antes sentimientos de influencia, y ahora
responsabilizaba de éstos al aparato de influir.
Posteriormente hubimos de
saber en qué época de su vida se sitúa el momento en que había experimentado
por primera vez ese tipo de sentimientos.
Pero la singular construcción del aparato se vincula de muy
particular manera a mis hipótesis relativas a la significación simbólica de la
máquina como proyección de los órganos genitales de la enferma. En realidad, el
aparato representa no sólo los órganos genitales, sino, con toda evidencia, a
la enferma íntegra. Representa, en el sentido físico del término, una verdadera
proyección: el cuerpo de la enferma proyectado en el mundo exterior. Es lo que
se desprende de una manera unívoca de las declaraciones de la enferma: el
aparato posee, ante todo, una forma humana, forma que, a pesar de las
particularidades que la apartan, puede ser reconocida sin la menor vacilación,
y -el hecho más importante- reconocida como tal por la enferma. Ha adquirido
casi la apariencia de ésta. La enferma experimenta todas las manipulaciones del
aparato en los sitios correspondientes de su propio cuerpo. Los siente como
cualitativamente idénticos. Los efectos provocados en el nivel del aparato
aparecen asimismo en el cuerpo de la enferma. El aparato ya no tiene órganos
genitales desde que la enferma ha dejado de sentir sensaciones sexuales, pero
los tuvo tanto tiempo como de éstas tuvo conciencia la enferma.
La técnica de la interpretación de los sueños nos permite
añadir algo más. Que la enferma no sepa cosa alguna precisa acerca de la cabeza
del aparato y que no pueda, sobre todo, indicar si se trata de su propia
cabeza, es circunstancia que milita a favor del hecho de que se trata, por
cierto, de la suya. La persona a la que no se ve en el sueño es el propio
durmiente. En el sueño de la clínica ya he dado un ejemplo en el que se indica
a la durmiente por el hecho de que ésta no ve la cabeza de la persona con la
que sueña, que representa, sin duda alguna, a su propia persona(3).
Que la tapa esté recubierta de felpa o de terciopelo es una
situación que refuerza esta hipótesis. Hay mujeres que pretenden que las
caricias autoeróticas de la piel provocan la misma sensación.
El hecho de que las vísceras estén representadas en forma de
batería eléctrica permite, claro está, una interpretación superficial; más
adelante trataremos de que la sucede otra más profunda. La interpretación
superficial utiliza la noción inculcada a los niños de edad escolar en el
sentido de que hay que comparar el interior de nuestro cuerpo y aun el cuerpo
íntegro con una máquina misteriosa. Esto nos permite explicar la representación
de los órganos internos como representación sensible y literal de la concepción
infantil.
Y la máquina, tal cual nos la presente la enferma, nos
permite comprender no sólo la significación, sino también la ontogénesis del
aparato.
Recordemos que la enferma nos señaló en un primer momento que
los miembros se hallaban fijados al aparato con su forma natural y de una
manera normal. Semanas más tarde contó, sin embargo, que los miembros se
hallaban dibujados en la tapa. Pienso que somos testigos de un importante
proceso evolutivo de la formación delirante. Asistimos, evidentemente, a una
fase del proceso progresivo de desnaturalización del aparato, que pierde,
pedazo por pedazo, los signos distintivos de su forma humana para trasformarse
en una máquina de influir típica e incomprensible. Así es como, víctimas del
proceso, desaparecen sucesivamente los órganos genitales y luego los miembros.
La paciente no puede indicar la manera en que se han suprimido los órganos
genitales. En cambio, los miembros han sido eliminados al perder su forma
tridimensional, y se contraen en una imagen de los dimensiones; se los proyecta
en un plano. No me habría asombrado si de allí a algunas semanas la enferma me
hubiera informado que el aparato carecía en absoluto de miembros.
Y tampoco me
habría sorprendido si me hubiera afirmado que el aparato nunca los había
tenido. Así es: ni que decir que el olvido de los diversos estadios evolutivos
desempeña el mismo papel en la construcción del aparato que el olvido del modo
de formación de las imágenes oníricas. Y espero que no parezca temerario sacar
la conclusión retroactiva de que la forma en “tapa de féretro” del cuerpo del
aparato y su interior es el resultado de un trabajo de distorsión progresiva a
partir de la imagen de un ser humano, que es la imagen misma de la enferma.
Nuestros conocimientos psicoanalíticos nos permiten suponer
por qué se origina un proceso de distorsión tal. Como toda distorsión de las
formaciones psíquicas, ésta se debe, ciertamente, a una defensa que se opone a
la aparición o a la persistencia de representaciones no disimuladas y que está
destinada a proteger al Yo consciente. La enferma se niega, por supuesto, a
reconocerse a sí misma en el “aparato de influir”, y por eso le suprime poco a
poco todos los atributos de la figura humana, pues se siente tanto mejor
protegida contra ese temido reconocimiento cuanto menos se parece la formación
delirante a una figura humana, y, con mayor razón, a la suya propia.
Admito, pues, que he encontrado la máquina de influir de
Natalia A. en cierta fase de su desarrollo.
Tuve, por lo demás, la suerte de haber podido observar un
impulso evolutivo, el atingente a los miembros, y de haber recibido de la
enferma una ilustración unívoca con respecto al de los órganos genitales.
Presumo que el resultado final de esta evolución ha de ser la máquina de
influir típica, tal como se la conoce en clínica psiquiátrica. Pero no puedo
afirmar que el aparato haya de recorrer íntegro el proceso evolutivo hasta el
único término. Es muy posible que se detenga en el camino en una fase
intermedia.
III
No obstante, ahora debo hacer lugar a una segunda hipótesis,
sobre la cual las referencias anteriores habrían podido atraer nuestra
atención. El aparato de influir de Natalia A. es quizá, a pesar de todo, una
excepción inexplicable. La máquina complicada, indescriptible, o construida
retroactivamente de una manera imaginaria -tal cual la describen generalmente
los enfermos-, es, quién sabe, la que debe merecer la investigación y cuya
interpretación parece ser lo único que permite pasar al aparato de influir de
la señorita N.
Como para fundamentar nuestra hipótesis no disponemos de
ningún otro material que el del sueño de la máquina, pongamos a prueba esta
suposición: el aparato de influir es una proyección, una representación de los
órganos genitales del enfermo.
Sé qué les pido a mis lectores al proponerles esta segunda
hipótesis, y ello juntamente con la primera, o en lugar de ésta. No me
sorprendería que un crítico severo me acusara de ligereza o de charlatanismo.
Me he sorprendido desagradablemente a mí mismo cuando describí que esta segunda
hipótesis, que seguía el mismo método, podía ser tan inverosímil como la
primera. Puesto que ambas tienen un contenido del todo diferente y conducen,
por lo tanto, a muy diferentes teorías, deberían ser parejamente inverosímiles
y carentes de valor por igual.
Otra concepción teórica acudió entonces en mi auxilio, y ésta
me permitió de pronto hacer equivalente a las dos concepciones del aparato de
influir. Sin embargo, se trata de una exposición que exige repasar cierto
número de aspectos. Sólo podré llevarlo a cabo al término de mi trabajo.
Antes que nada tengo que llamar la atención sobre un síntoma
de la esquizofrenia, al que designé desde hace ya mucho con el término de
pérdida de los límites del yo. Aún hoy lo designaré de ese modo. Los enfermos
se quejan de que todo el mundo conoce sus pensamientos, de que sus pensamientos
no se hallen a cubierto en su cabeza, sino difundidos sin límites en el mundo,
de manera que se desarrollan simultáneamente en todas las cabezas. El enfermo
ha perdido la conciencia de ser una entidad psíquica, un yo que posee sus
propios límites. Una enferma de 16 años, hospitalizada en la clínica Wagner, se
reía alegremente cada vez que yo la interrogaba a propósito de sus
pensamientos. Me explicaba, después, que se había reído porque creía que yo la
estaba embromando, ya que de todas maneras yo debía de conocer sus
pensamientos, pues éstos se hallaban simultáneamente en nuestras respectivas
cabezas.
Conocemos el estadio en el curso del cual reina en el niño la
concepción de que los demás conocen sus pensamientos. Los padres lo saben todo,
hasta lo más secreto que pueda haber, y lo saben hasta que el niño logra su
primer mentira. Posteriormente esa concepción suele resurgir como consecuencia
del sentimiento de culpabilidad, cuando se sorprende al niño en flagrante
delito de mentira. La lucha por el derecho de poseer secretos sin que los
padres lo sepan es uno de los más poderosos factores de la formación del yo, de
la delimitación y la realización de una voluntad propia. Nos queda ahora por
determinar la fase evolutiva, que coincide con la época en que el niño no ha
descubierto aún ese derecho y no duda de que la omnisciencia de los padres y
los educadores descansa en hechos(4).
El síntoma “Se le hacen pensamientos al enfermo” deriva de la
concepción infantil de que los demás conocen sus pensamientos. No se trata más
que de la expresión reforzada del hecho, basado en una situación infantil aun
más precoz, de que el niño no puede hacer nada sí por solo, sino que todo lo
recibe de los demás, tanto la utilización de sus miembros como el lenguaje y el
pensamiento. En ese período “realmente se le hace todo al niño” -cada placer y
cada dolor-, y éste no se halla ciertamente en condiciones de comprender en qué
medida participa en sus propias performances(5). El descubrimiento del poder de hacer algo por sí solo,
sin la ayuda ajena, va acompañado en el niño por un sentimiento de alegre
asombro. Se podría considerar el síntoma como una regresión a este estadio
infantil.
Es un estadio infantil éste, ahora bien, que nos plantea
desde luego un problema. ¿Hasta dónde se remonta? ¿De dónde proviene el motivo
que impulsa hacia la formación del yo, por reacción al mundo exterior? ¿Qué es
lo que determina la formación de las fronteras del yo? ¿Quién le confiere al
niño la conciencia de una unidad psíquica imposible de cambiar, de una
personalidad psíquica definida?
Teóricamente no podemos fijar el comienzo de la formación del
yo antes del comienzo del comienzo del hallago del objeto (Objekt-findung). El
hallazgo del objeto sigue el camino de la satisfacción pulsional y del rechazo
del placer y crea la toma de conciencia de la existencia de un mundo exterior,
un mundo que se comporta de una manera muy independiente de los deseos del
sujeto. No puedo admitir que la sexualidad desempeñe desde un primer momento un
papel más importante que el del instinto de nutrición en la creación de la toma
de conciencia, pero pronto habrá de atribuírsele un papel sumamente especial,
que tendremos que apreciar. Por el momento comprobamos que existe un período
durante el cual no hay, para el hombre, objeto del mundo exterior, es decir, ni
mundo exterior ni objeto, y por consiguiente no hay yo ni conciencia del
sujeto.
Pero ya en ese período existen deseos y pulsiones, así como
una manera de adueñarse de las cosas que excitan los órganos de los sentidos.
La fase que precede a la del hallago del objeto es la de la identificación.
Esto se descubrió con motivo de los análisis de neuróticos, en el curso de los
cuales se hacía presente que la posición objetal defectuosa de los enfermos, su
incapacidad para apropiarse de los objetos de satisfacción, o para alcanzar
metas de satisfacción, se debía, en la mayoría de los casos al hecho de que los
enfermos se identificaban con sus objetos. Lo que del mundo exterior les gusta
a estos enfermos son ellos mismos; por eso no han hallado el camino del mundo
exterior, la posición del objeto, y en las relaciones en cuestión -se trata
exclusivamente de las relaciones libidinales- no han formado un yo. A esta
disposición singular de la libido se la ha denominado narcisista. La libido
está dirigida, como el nombre lo indica, sobre la propia persona; permanece
aferrada al yo propio y no a los objetos del mundo exterior. Las observaciones
y las consideraciones teóricas (ante todo las investigaciones de Freud) han
fundamentado la hipótesis de que esa posición de la libido debe de situarse en
el comienzo del desarrollo de la vida psíquica, en el período “anobjetal”
(objektlos). Es una posición que se debe considerar como correlativa de la
anobjetabilidad”, si no como su causa. Corresponde al estadio del desarrollo
intelectual en que el hombre considera todas las estimulaciones sensoriales a
las que se halla sometido como endógenas e inmanentes. Es este un estadio en el
que no puede todavía comprobar que existe una distancia especial y temporal
entre el objeto estimulador y la sensación recibida.
La siguiente etapa del desarrollo la constituyen la
proyección hacia el exterior de la excitación y su atribución a un objeto a
distancia, es decir, el alejamiento y la objetivación de la parte del
intelecto; correlativamente se lleva a cabo la transferencia de la libido a un
mundo exterior descubierto por el sujeto; mejor aun, creado por él. Para
consolidar esta conquista psíquica se desarrolla una instancia crítica de la
objetividad, a saber, la posibilidad de diferencial entre objetividad y
subjetividad. Y esa conciencia de realidad le permite al individuo reconocer
los procesos internos en su condición de tales y en sus relaciones con las
estimulaciones exteriores; en otras palabras, le permite considerar los
procesos internos como internos, y no confundirlos con los objetos
estimuladores.
Ese proceso evolutivo correlativo puede sufrir, tanto por el
lado de la inteligencia (o, como decimos nosotros, por parte del yo, cuya arma
principal es, justamente, la inteligencia) como por el lado de la transferencia
libidinal, inhibiciones que se sitúan en niveles diferentes, en estadios
diversos de la evolución, que acarrean, luego, muy variables resultados en lo
que atañe a las relaciones entre el yo y la libido. Como Freud, llamaremos a
esos momentos de inhibición puntos de fijación. Parece que en una gran mayoría
de casos los perjuicios y el momento determinante para la alteración del yo se
sitúan en las lesiones de la libido. Es cosa que aparece, sobre todo, en la
concepción freudiana de la paranoia; Freud considera a ésta como una reacción
con respecto a la homosexualidad reprimida. Debemos figurarnos que la
prohibición de atribuir un objeto a la moción (Regung) homosexual -es decir, la
inhibición en la transferencia de la libido homosexual-, conduce a una
proyección de las pulsiones, cuando a éstas se las debería reconocer como
internas y como asentadas, si la disposición de la libido fuese correcta. Esta
proyección es una medida de defensa del yo contra la libido homosexual
rechazada y que irrumpe fuera de la represión. A esta inhibición de la libido corresponde
una inhibición intelectual, que se manifiesta en forma de una alteración del
juicio o locura. A un proceso interno se lo considera externo como consecuencia
de una ubicación errónea, de una proyección inadecuada. Se trata de una mayor o
menor “debilidad afectiva del juicio”, con todas las reacciones del psiquismo
que corresponden al proceso mórdibo determinado en su cantidad y su calidad.
Digamos, pues, que, cuando la libido queda modificada por un
proceso mórbido, el yo encuentra un mundo loco por dominar y se comparta,
luego, como un yo loco(6).
Algunas psiconeurosis que se presentan a una edad bastante
avanzada son indudablemente la continuidad de un período en el que el estado
del sujeto se aproximaba a una perfecta salud mental. En el curso de este tipo
de psiconeurosis podemos comprobar sin dificultad que la afección mórbida del
yo está provocada por la afección de la libido. En las psicosis que aparecen
insidiosamente en el curso de la infancia podemos admitir que las afecciones
mórbidas de la libido y el Yo no se suceden en el tiempo, sino que se trata en
parte de una inhibición correlativa de la evolución. Uno de los grupos
pulsionales no evoluciona normalmente, y debido a ello el otro grupo pulsional
sufre un atraso funcional. Al mismo tiempo se desarrollan reacciones
secundarias: las debemos considerar como esfuerzos de autocura y de adaptación
a la perturbación funcional, como compensaciones y sobrecompensaciones de ésta.
Y se trata, por otra parte, de regresiones de funciones normalmente
desarrolladas, que en determinado momento de la vida, cuando sobreviene un
conflicto particular entre las partes sanas y la afección del psiquismo,
abandonan su nivel y se repliegan, para adaptarse mejor, al nivel de las
funciones enfermas. En ese cambio de regreso pueden aparecer formaciones
sintomáticas provisionales o permanentes que pertenecen a diversos cuadros
clínicos; de este modo se constituyen las formas mixtas de las enfermedades
mentales. Debemos aplicarnos a observar con toda atención la persistencia de
tales procesos parciales y a esperar la posibilidad de su nivelación
diferencial en determinados momentos.
Siempre que consideremos las inhibiciones pulsionales debemos
tener presente que todas las pulsiones inhibidas se transforman en angustia, o
son derivadas en forma de angustia. Podemos decir, con Freud, que “en cierto
sentido teórico los síntomas se forman sólo para rehuir el desarrollo, de otro modo
inevitable, de la angustia”.
IV
Freud nos ha enseñado a reconocer en la proyección de la
libido homosexual en el curso de la paranoia una medida de defensa del yo
contra una tendencia genital inoportuna, tendencia que es una ofensa para las
normas sociales del individuo y que surge del inconsciente.
¿No podría suceder otro tanto en el caso de la señorita
Natalia cuando se trata de la proyección de su propio cuerpo?
Naturalmente, una proyección como ésa debería estar, por
analogía, al servicio de la defensa contra la libido, que pertenece al cuerpo
propio y que se ha vuelto, o bien demasiado fuerte, o bien demasiado inoportuno
para que el sujeto pueda tolerarla como si fuera suya. Sería lógico admitir que
esa proyección incumbe sólo a la libido vinculada al cuerpo, no así a la
vinculada al yo psíquico,(7) y que la libido vuelta hacia el yo psíquico ha provocado
más bien la defensa contra la libido del cuerpo, porque de algún modo tenía
vergüenza de ella. La circunstancia de que se haya elegido, en general, a la
proyección como mecanismo de defensa -la proyección, que pertenece a las
funciones psíquicas primitivas en el hallazgo del objeto- nos induce a suponer
que se trata de una posición libidinal, de una posición que coincide en el
tiempo con los comienzos del hallazgo intelectual del objeto. Es cosa que se ha
podido producir en la vía de la regresión, o por la persistencia de un fenómeno
residual (Freud) bien compensado, o latente durante algunos años, hasta el
comienzo manifiesto de la enfermedad. Pero en el caso de las regresiones
siempre se trata de una búsqueda de las posiciones libidinales, no inhibidas en
otro tiempo. La regresión en el curso de la paranoia se remota a una época en
la que la elección de objeto homosexual no se hallaba aún bajo el peso de una
prohibición del yo y en la que había, por lo tanto, una libido homosexual
libre; sólo con el tiempo las exigencias culturales de un yo más evolucionado
sometieron a esta última a la represión.
La libido orientada hacia la propia persona, cuyo yo quiere
defenderse valido de la proyección del cuerpo propio, debe de datar, por
consiguiente, de una época en la que no podía estar en contradicción con las
exigencias de otros objetos de amor en el sentido de ser vehículo de un interés
libidinal. Ese período debe coincidir con el estadio evolutivo en el curso del
cual el hallazgo del objeto ocurría aún en el nivel del cuerpo propio, cuando a
éste aún se lo consideraba como mundo exterior.
Distingo intencionalmente entre elección objetal y hallazgo
del objeto. Por elección objetal designo tan sólo la catexia libidinal del
objeto; por hallazgo del objeto, la comprobación intelectual de su presencia.
El intelecto encuentra un objeto; la libido lo elige. Son procesos que pueden
ocurrir simultáneamente o sucederse, pero se los debe considerar como distintos
para mi propósito.
La proyección del cuerpo propio debería verse relacionada,
por lo tanto, con una fase evolutiva en la que ese cuerpo materializaba el
hallazgo del objeto, y éste debe de situarse en una época en la que el lactante
descubre su propio cuerpo de manera fragmentada como mundo exterior y trata de
tomarse las manos y los pies como si se tratara de objetos extraños a él. En
este período, todo lo que ocurre proviene de su propio cuerpo. Su psique es
objeto de estimulaciones ejercidas por su cuerpo como si emanaran de objetos
extraños Esos disjecta membra se constituyen, así, en un todo bien coordinado
que se halla bajo el control de una unidad psíquica a la que vienen a confluir
todas las sensaciones de placer y desplacer provenientes de las partes
constituyentes; se hayan, pues, reunidos en un yo, y esto se produce por vía de
la identificación con el cuerpo propio. El yo así encontrado es catectizado por
la libido existente. El narcisismo se constituye en relación con el psiquismo
del yo, y el autoerotismo en relación con los diversos órganos en su carácter
de fuentes de placer.
Si las teorías psicoanalíticas que he empleado hasta aquí son
exactas, entonces el hallazgo del objeto en el nivel de los órganos (que no se
pueden considerar como trozos del mundo exterior como no sea por la vía de un
mecanismo de proyección) debe ir precedido por la fase que precede en general a
la proyección del hallazgo del objeto exterior, o sea, a través de la
identificación con una posición libidinal narcisista(8). En tal caso deberíamos admitir la existencia de dos
fases sucesivas de identificación y proyección. La proyección, que participa en
el hallazgo del objeto al nivel de los órganos, vendría entonces a representar
la segunda parte de la fase precedente, para la cual aún debemos buscar la
parte correspondiente a la identificación supuesta.
Admito como un hecho la existencia de estas dos fases sucesivas
en el curso del hallazgo del objeto y de la elección objetal; quiero decir, la
fase de identificación y la de proyección. No entramos en contradicción con las
concepciones psicoanalíticas cuando decimos que el hombre llega al mundo como
unidad orgánica en cuyo seno la libido y el yo no son aún distintos y en que
toda la libido se halla ligada a la unidad orgánica, que no merece el nombre de
yo (es decir, de una formación psicológica de autoprotección) más de lo que
podría merecerlo una célula. En este estado, el hombre es a la vez un ser
sexual (Gescblechtswesen) individual. Se lo puede comparar con la célula, que,
al nutrirse (actividad análoga a la función del yo), efectúa al mismo tiempo su
función sexual y que prosigue su nutrición hasta el momento en que se separa en
dos. Es un estadio biológico hasta el estadio de la concepción, pero se lo debe
considerar como psicológico a partir del momento en que, en una fase
determinada de la vida fetal, ya existe un desarrollo cerebral. Desde el punto
de vista de la libido, esto significa que el recién nacido es un ser
íntegramente sexual. Estoy de acuerdo con la hipótesis de Freud según la cual
el primer renunciamiento del hombre es el renunciamiento a la protección del
cuerpo materno: le es impuesto a la libido, y es un renunciamiento imperfecto,
al que responde el grito de angustia al nacer. No obstante, una vez superado
ese primer trauma, y con tal que ningún malestar obligue al lactante a entrar
nuevamente en conflicto consigo mismo y con el mundo, el recién nacido es
completamente idéntico a sí mismo; tiene toda su libido para sus adentros y no
sabe nada del mundo exterior, ni aun del que pronto será llevado a descubrir en
él mismo.
Ese es el estadio de identidad en el individuo, al cual
sucede la primera proyección, cuyo fin consiste en encontrar el objeto en el
propio cuerpo. No es un estadio que nazca gracias a un proceso psíquico activo
al que pudiéramos llamar identificación, sino que es innato. Pero su resultado
es el mismo que el de una identidad establecida de manera activa: pura
satisfacción de sí mismo, ausencia de mundo exterior y ausencia, también, de
objetos. Llamémoslo estadio del narcisismo innato. A partir de él se irradia la
libido, que va a catectizar, por medio de la proyección, primeramente al cuerpo
propio, para regresar de nuevo al yo por el camino del descubrimiento de sí
mismo. El yo ha sufrido en el ínterin considerables modificaciones gracias a
las primeras mociones psíquicas -a las que con todo derecho podemos denominar
experiencias- y va desde entonces a ser recatectizado por la libido. A este
narcisismo llamémoslo narcisismo adquirido; éste encuentra ya una gran parte de
narcisismo innato, al que se sobreañade.
Normalmente, el estado de narcisismo permanece adherido para
siempre a los órganos y sus funciones y entra en conflicto con las diversas
fases posteriores del desarrollo del yo. El yo se desarrolla bajo la protección
de las adquisiciones psíquicas efectuadas en el intervalo y se apoya en la
angustia y el juicio. Es un conflicto que al principio se desenvuelve en torno
de las funciones de excreción y de las fuentes de placer autoeróticas, porque
éstas son las más difíciles de relacionar con el mundo exterior. Sin embargo,
debemos recordar de una vez por todas que el desarrollo del yo permanece
sometido, hasta la muerte del sujeto, a una interrumpida variación de la
posición libidinal narcisista. En su lucha por la existencia, el hombre está
permanentemente obligado a redescubrirse y reconocerse, y por fin el proceso de
adquisición del narcisismo es un proceso inmanente al alma del hombre culto;
sólo es concebible sobre la base del narcisismo innato, que permanece intacto y
del que recibe su alimento y su regeneración. Esa lucha constante por él mismo
se desarrolla, en diferentes grados, en el nivel de los diversos componentes
pulsionales; en diferentes momentos y en grados diversos se anexa la
homosexualidad, la heterosexualidad y cada uno de los componentes libidinales.
De conformidad con esta diversidad psíquica, provoca diversas reacciones de
evolución circunstancialmente diversa, compensaciones, superestructuras y
eliminaciones. Esas reacciones psíquicas secundarias vuelven a relacionarse
entre sí y crear relaciones dinámicas inextricables de calidad, relación y
modalidad. Así se explica la diversidad de los tipos caracteriales y de los
síntomas mórbidos. Tanto la evolución del yo como de la libido pueden, cada
cual por sí sola y en relación con la otra, encontrarse fijadas a otros tantos
puntos y crear otros tantos fines de regresión como momentos relacionales y
evolutivos primarios, secundarios, terciarios, etc., existen. Todo el problema
se torna aun más complejo e inaccesible debido a su situación en el tiempo y el
espacio.
Admitamos, pues, que la proyección del cuerpo propio es una
repetición patológica de un estadio psíquico en el curso del cual el individuo
quería descubrir su cuerpo con el auxilio de la proyección. No es temerario
proseguir este razonamiento comparando proyección normal y proyección
patológica. La proyección en la evolución primitiva normal se produjo porque la
posición libidinal narcisista innata fue abandonada en razón de la influencia
de las excitaciones exteriores; del mismo modo observamos, la proyección
patológica proviene de una acumulación de libido narcisista, análoga a la
libido primitiva, pero intempestiva, regresiva o residual, libido cuyo carácter
es idéntico al del narcisismo innato, es decir, que excluye al sujeto del mundo
exterior. La proyección del cuerpo vendría a ser entonces una defensa contra
una posición libidinal correspondiente a la del fin del desarrollo fetal y a la
del comienzo del desarrollo extrauterino. En su Introducción al psicoanálisis,
Freud no vacila en declarar que los problemas psicológicos merecen que se los
siga hasta la vida intrauterina.
Partamos de allí para intentar la explicación de los diversos
síntomas esquizofrénicos. ¿No podrían la catalepsia y la flexibilidad cérea
corresponder a la fase en que el hombre no siente sus órganos como suyos
propios y, al no reconocerlos como de su pertenencia, parece abandonarlos, por
lo tanto, al poder de una voluntad extraña? A estos síntomas corresponde, como
si fuera su complementario, aquel en el que se imponen movimientos a los
miembros del enfermo. Es este un síntoma que repite de una manera
particularmente asombrosa la situación en que el cuerpo propio era para el
enfermo un cuerpo extraño, mundo exterior, y parecía regido por poderes ajenos.
¿No será el estupor catatónico, que representa un rechazo total del mundo exterior,
un regreso al seno materno? ¿No será el síntoma catatónico el último refugio de
un psiquismo que abandona las funciones del yo, aun las más primitivas, y se
retira por completo a una posición fetal o de lactante, porque en la situación
actual de su libido no puede utilizar siquiera las funciones más simples del
yo, las que mantienen una relación con el mundo exterior? El síntoma
catatónico, la rigidez negativista del esquizofrénico, no es otra cosa que un
renunciamiento al mundo exterior expresado en el “lenguaje de los órganos”. ¿No
sucede lo mismo con el “reflejo del lactante” en la fase terminal de la
parálisis general, que da testimonio de una regresión como ésa hacia los
primerísimos estadios de la vida?(9).
El sentimiento de que todos los hombres conocen y poseen los
pensamientos del enfermo es el equivalente psíquico de la flexibilidad cérea y
del estadio en que el hombre se considera a sí mismo como una parte del mundo
exterior, en que se halla privado de la conciencia de una voluntad propia y de
los límites de su yo. No hay aún, desde luego, pensamientos en el estadio cuya
situación se repite de manera patológica, pero la formación del pensamiento está
sometida, como ya lo he desarrollado, al mismo proceso; quiere decir que
primero se la considera como proveniente del exterior antes de que se la
atribuye al yo como función. Y quiere decir, asimismo, que primero se la debe
integrar en la conciencia a la unidad del yo antes de poder actuar como función
automática del yo. Esto no es posible antes de que el intelecto haya sido
alcanzado por el estadio de la representación de los recuerdos. Freud nos ha
enseñado que también éste es bastante tardío y que lo precede el de la
alucinación de las imágenes anémicas, o sea, un estadio en el que las
representaciones surgen realmente en el mundo exterior y no se las reconoce
como procesos interiores. Y el estadio de la función de representación
alucinatoria, que ya representa una especie de objetivación, de hallazgo del
objeto y de elección objetal, coincide asimismo con ese primer período de la
vida. Claro está que la regresión no evoluciona de manera uniforme para todos
los factores y en todas las relaciones psíquicas. Mientras que la posibilidad
de pensar bajo la forma de representación de recuerdos persiste, la libido ya
ha regresado al estadio del lactante y se pone consiguientemente en relación
con el modo de pensamiento que encuentra a su disposición. Se ha perdido la
conciencia de la personalidad, y esta pérdida se hace presente en el hecho de
que el enfermo no sabe situar su material psicológico que ha permanecido
intacto. Al decir que sus pensamientos y sentimientos están en la cabeza de
todo el mundo, el enfermo expresará tan sólo, con la ayuda de palabras y
conceptos -tomados de su stock de recuerdos de una fase evolutiva posterior-,
que su libido se sitúa en un estadio en el que él se identificaba todavía con
el mundo exterior, en el que no había aún fijado los límites de su yo con
respecto al mundo exterior, y expresaré, también, que ahora se siente por ello
obligado a abandonar las relaciones de objeto intelectuales normales, por lo
mismo que éstas dependen de una posición regresiva de la libido.
Esos sentimientos y ese modo de expresión dependen de la
circunstancia de haber conservado el psiquismo la posibilidad de funcionar con
la ayuda de representación de recuerdos. Una posibilidad que también puede
regresar(10), y el enfermo presentará entonces alucinaciones,
mientras que la libido se replegará a una posición que precede a la fase de la
identificación. El intelecto ya no encuentra salida para restablecer una relación
con el mundo exterior, ni aun la de la identificación. La psique se aproxima
cada vez más al seno materno. ¿No representará la apercepción de las imágenes
dentro de un plano un estadio de evolución de la visión que parece anteceder al
estadio alucinatorio? Los psicólogos pretenden que el hombre ve las cosas
dentro de un plano, de manera bidimensional, antes de poder captarlas
tridimensionalmente.
V
He dicho que el hallazgo y la elección narcisista de sí mismo
se repiten en ocasión de cada nueva adquisición del yo, de manera tal que, bajo
el control de la conciencia moral y el juicio, la nueva adquisición es, o bien
rechazada, o bien catectizada por la libido y atribuida al yo.
A este narcisismo designémoslo psíquico y opongámoslo al
narcisismo orgánico, que garantiza en el inconsciente la unidad y la
posibilidad de función del organismo. Nada nuevo digo al recordar hasta qué
punto la unidad física y la misma dependen de un fenómeno denominado,
sencillamente, amor a la vida, y que un “corazón partido” puede por cierto
acarrear la muerte.
Ostwald refiere, en Grandes hombres, que unos profesores
universitarios que hubieron de jubilarse por haber alcanzado el límite de edad
murieron de allí a poco no obstante haber transcurrido su último año lectivo en
perfecto estado de salud: murieron, no en razón de lo avanzado de su edad, sino
porque perdieron su amor a la vida cuando ya no pudieron vivir como les
gustaba. También Freud narró, hace unos años, la notable historia de un músico
célebre que murió como consecuencia de una enfermedad sin que se lo pudiera
socorrer, porque había interrumpido su producción artística.
Debemos admitir que la libido recorre nuestro cuerpo íntegro,
acaso como una sustancia (así lo admite Freud), y que la cohesión de nuestro
organismo está condicionada por un tonus libidinal cuyas fluctuaciones, que
dependen en gran medida de las fluctuaciones del narcisismo y de la libido
objetal,(11) determinan en buena proporción la resistencia del
organismo a la enfermedad y la muerte. El amor a la vida ha salvado a más de un
enfermo abandonado por los médicos.
Cuando se asiste a un estancamiento de la libido orgánica en
el nivel de un determinado órgano, se puede comprobar, cualquiera que sea la
razón de esa posición preferencial,(12) una toma de conciencia de las relaciones y las funciones
orgánicas que en la vida normal están condenadas a vegetar en el inconsciente.
Se trata de un fenómeno análogo al que hace llegar a la conciencia los objetos
libidinalmente catectizados por el narcisismo psíquico y el amor de objeto
cuando la catexia libidinal alcanza cierta fuerza. Ese estancamiento libidinal
atrae la atención sobre el órgano y torna consciente la alteración de éste y
sus funciones; es, pues, la base de los sentimientos de alteración.
Tal es el mecanismo de la hipocondría, descrito por Freud. Al
estancamiento de la libido sucede, por tanto, la alienación (Enthemdung): el yo
se aparta del órgano o de su función patológicamente sobrecatectizados por la
libido.(13) A esta alienación se la debe considerar como una medida
de defensa del yo contra la angustia hipocondríaca ligada a la hipocondría. La
sensación de extrañeza es una protección contra la catectización libidinal del
objeto; poco importa que se trate de un objeto del mundo exterior, de la propia
persona o de una parte de ésta. Desde luego, la alienación no puede abolir la
posición libidinal inconsciente. No es más que un desmentido. No constituye el
anonadamiento de la catectización libidinal patológica. No es más que una
política del avestruz del yo, política a la que con toda facilidad se puede
llevar hasta el absurdo y que debe ser remplazada por otros mecanismos de
defensa, diferentes o reforzados.
Cuando en el curso de la paranoia el sentimiento de extrañeza
fracasa en su función protectora, la pulsión libidinal orientada hacia el
objeto homosexual se proyecta en ese mismo objeto y aparece entonces en una
dirección inversa, como agresión contra aquel al que ama, como persecución. Los
extraños se convierten en enemigos. La hostilidad es una tentativa de
autoprotección, nueva y reforzada, contra la libido inconsciente rechazada.
Lo mismo puede ocurrir en lo que atañe a la libido orgánica
narcisista en el curso de la esquizofrenia. El órgano alienado -en el caso que
nos interesa, todo el cuerpo- aparece como un enemigo exterior, como un aparato
al que se recurre para dañar al enfermo.
Debemos, pues, distinguir tres fases principales dentro de la
historia del aparato de influir:
1) El sentimiento de alteración, provocado por el
estancamiento libidinal en el nivel de un órgano (hipocondría);
2) El sentimiento de alienación, provocado por el rechazo
opuesto por el yo al órgano enfermo. El yo niega al órgano alterado o a su
función; ya no los considera como partes integrantes de las relaciones que aún
reconoce entre los órganos y las funciones que han permanecido perfecta o
relativamente sanos. El órgano se halla, pues, excluido.
3) El sentimiento de persecución (paranoia somática), surgido
de la proyección de las modificaciones patológicas en el mundo exterior: a) ora
atribuyendo su origen a un poder extraño hostil; b) ora construyendo un aparato
de influir para reunir en un conjunto las proyecciones hacia el exterior de
todos los órganos enfermos (del cuerpo íntegro), o de ciertos órganos tan sólo.
Entre éstos, los órganos genitales pueden ocupar un sitio de privilegio, como
frecuente punto de partida del mecanismo de proyección.
Se debe recibir con suma seriedad la hipótesis de un
estancamiento libidinal, en el sentido fisiológico del término, en el nivel de
los diversos órganos. De este modo se pueden explicar las intumescencias
transitorias de tal o cual órgano que se suelen observar, sobre todo, en el
curso de la esquizofrenia sin que exista un proceso inflamatorio o un edema, en
sentido cabal, simplemente como equivalentes de una erección, provocados de la
misma manera que las erecciones del pene o del clítoris, es decir, por un
atiborramiento humoral excesivo del órgano debido a su carga libidinal.(14)
VI
No nos sorprenderá que las personas que manipulan el hostil
aparato deban de presentarse al observador imparcial como objetos de amor: pretendientes,
amantes, médicos. Son personas que están en relación con la sensualidad o el
cuerpo y que exigen transferencia libidinal; normalmente, ésta se les concede.
Pero la libido narcisista debe de experimentar de manera hostil, cuando está
fijada con demasiada fuerza, la exigencia de esa transferencia y sentir como
enemigo al objeto que provoca ésta.
Destaquemos, no obstante, que entre los perseguidos, no entre
los perseguidores, se puede contar otra categoría de objetos de amor de esos
enfermos: la madre, los médicos que prodigan sus cuidados a los enfermos,
algunos amigos de la familia.
Están obligados a compartir la suerte de los
enfermos y caen bajo la influencia del aparato. Y, a la inversa de lo que
sucede en la paranoia, no son los perseguidores, sino los perseguidos, quienes
se organizan en una especie de complot pasivo y sistematizado. Se podría
intentar dar la siguiente explicación.
Ante todo se observa que los perseguidores sólo se reclutan
entre las personas que viven alejadas del enfermo, especialmente alejadas. En
cambio, los perseguidos pertenecen a un círculo de conocidos allegados y que
viven cerca del enfermo. Representan una especie de familia efectiva y
constantemente presente; en ella hay que incluir a los médicos, que son, por lo
demás, imagos paternas y que con ese carácter forman ya parte de la familia.
Pero ocurre, ahora bien, que los miembros de la familia, que han estado desde
siempre en relación con el enfermo, son justamente los objetos de amor
sometidos a la elección objetal narcisista por identificación. Con respecto a
estas personas el enfermo ejerce aún hoy la misma forma de elección objetal al
someterlas a su propio destino, al identificarse con ellas. Ni aun normalmente
una transferencia libidinal sobre los miembros de la familia se experimenta
como una exigencia que necesite vencer una gran distancia o un gran alejamiento
de sí mismo, o bien una renuncia al narcisismo. Al identificarse con estas
personas, la enferma toma por un camino bien trazado, un camino que no se presenta
a su narcisismo como tal peligroso que deba oponerse a la catectización
libidinal de esos objetos, sentirlos como hostiles. Distinto es lo que ocurre
en el caso de los pretendientes y de que la aman. Estos amenazan muy seriamente
su posición narcisista con sus exigencias de una libido objetal; por tanto, se
los rechaza como a enemigos. La distancia espacial de esas personas actúa como
un estimulante de los sentimientos de la lejanía desde el punto de vista
libidinal. La transferencia a distancia es experimentada como si exigiera de
una manera particularmente perentoria el conocimiento de una posición objetal y
el desasimiento de sí mismo.
Esto es igualmente cierto en la vida normal. El
alejamiento en el espacio de las personas amadas pone en peligro la libido
objetal, o hasta puede incitar al sujeto a revertir la libido sobre sí mismo, a
abandonar el objeto. Amar a distancia es a menudo una difícil tarea; sólo a
regañadientes se la soporta. Pero nuestra enferma es sencillamente incapaz de
abandonar sus objetos de amor de una manera normal, pues tampoco los ha
catectizado normalmente. Sólo mediante un mecanismo paranoico puede liquidar
los más exigentes objetos de amor; los menos apremiantes sólo los puede
liquidar merced a un mecanismo de identificación.
Apenas me resulta posible explicar por qué encontramos
exclusivamente hombres entre los perseguidores que utilizan la máquina de
influir; al menos según mi experiencia. Acaso se deba a errores de observación,
acaso al azar del material clínico encontrado. A ello han de responder
posteriores investigaciones. El hecho de que no obstante, en contra de la
teoría de Freud -quien atribuía a la paranoia una génesis exclusivamente
homosexual-, se pueda advertir la aparición de perseguidores heterosexuales
puede explicarse sin que por ello se contradiga a nuestro autor. La máquina de
influir puede corresponder a una fase psíquica regresiva en el curso de la cual
lo que importa no es la oposición entre los sexos, sino únicamente la oposición
entre libido objetal y libido narcisista: todo objeto, sea cual fuere su sexo,
que exige una transferencia es sentido por el sujeto como un objeto hostil.
VII
Tras un largo rodeo, al que no se lo ha de considerar
superfluo, volvemos al problema de saber en qué basarse para afirmar que el
aparato de influir puede ser, tal cual se presenta en clínica, esto es, con la
forma típica de una máquina, una proyección del cuerpo de la enferma, como en
el caso de Natalia A.
Creo que esto no debería presentar mayores dificultades. Si
no queremos admitir que la máquina está constituida por el reemplazo sucesivo
de las diversas partes constituyentes de la imagen del propio cuerpo (como
Fuchs aus alopex); si nos mantenemos firmes en la hipótesis de que la máquina
representa los órganos genitales, como lo hemos sabido por el sueño de la
máquina, y si sabemos aplicar esta elucidación al típico aparato de influir en
su forma de máquina, entonces podemos permitirnos las siguientes reflexiones.
La regresión de la libido a los estadios infantiles muy
precoces supone el regreso de la libido -que entretanto se hacía centrado en la
genitalidad- a una posición libidinal pregenital, una posición en la que todo
el cuerpo es zona libidinal, en la que todo el cuerpo es un órgano genital.
Fantasmas como éstos se hallan asimismo en las neurosis muy infantiles desde el
punto de vista sexual, neurosis recargadas de narcisismo. También yo he
observado algunas. Proviene este fantasma del complejo del cuerpo materno y
generalmente tiene por contenido el deseo del sujeto de reintegrarse al órgano
genital del que ha salido: no puede conformarse con nada menos. El hombre
íntegro es un pene. Los enfermos de sexo masculino toman igualmente, de una
manera sobredeterminada, la vía de la identificación con el padre (pene del padre)
para la formación de este síntoma. También en el curso de la neurosis hay que
concebir éste como una regresión a una fase de libido orgánica narcisista
difusa; las más de las veces se vincula a una impotencia sexual. El órgano
genital queda, pues, abandonado.(15) El hecho de que el aparato de influir de la señorita N.
carezca de órganos genitales refleja la misma situación. El fantasma del seno
materno y la identificación con la madre(16) encuentran su expresión en la forma combada de la tapa,
que tal vez representa al cuerpo grávido de la madre. Las baterías que allí se
hallan representan, tal vez al niño, que es la paciente misma. Que al niño se
lo piensa en forma de baterías, es decir, de una máquina, es circunstancia que
habla también a favor de la hipótesis de que todo el sujeto se siente como
órgano genital, y ello tanto más cuanto que la falta simultánea de órganos
genitales representa la fase pregenital, que en cierto sentido es una fase
agenital.
La forma de máquina adquirida por el aparato de influir ésta,
por tanto, a favor de una proyección del cuerpo propio, considerado
íntegramente como órgano genital.
Si la máquina no es en el sueño nada más que una
representación del órgano genital elevado a la primacía, ello no contradice en
absoluto la posibilidad de que la máquina sea en el curso de la esquizofrenia
una representación de todo el cuerpo con sentido de órgano genital, de que sea,
pues, una representación proveniente de la fase pregenital. El enfermo no ha
perdido, claro está, el material de representación adquirido con anterioridad.
La imagen del órgano genital -en su condición de representante de la
sexualidad- se ha conservado en su reserva representativa (Vortellungsvorrat).
Se lo utilizará, por consiguiente, como representación figurada (Varstellung),
como medio de expresión, como lenguaje, un lenguaje que debe comunicar
fenómenos que se producen antes de la existencia del medio de expresión. El
órgano genital sólo es entonces símbolo de una sexualidad que, más antigua que
la simbólica y que todos los medios de expresión empleados en el comercio
interhumano, no dispone, luego, para comunicarse de expresión alguna que
corresponda a su estadio. En el lenguaje extraído del acervo de
representaciones y palabras que datan de la fase genital, la imagen no
significa otra cosa que “Todo yo soy sexualidad”. Pero el tenor del texto es:
“Todo yo soy órgano genital”. Es, pues, un texto al que hay que traducir a un
lenguaje que se adapte a las relaciones libidinales efectivas.
Es posible que la forma de máquina, esa que se encuentra
habitualmente en los aparatos de influir, se deba simplemente al hecho de que
las fases precursoras no se hayan formado de manera sucesiva, porque el proceso
patológico se precipitó con demasiada rapidez en ese dominio remoto de la vida.
Y puede ser también que los estadios precursores hayan pasado inadvertidos por
los observadores, o los enfermos no los hayan hecho saber, o bien no se los
haya reconocido con su valor de estadios precursores. De ahí, pues, que la
relación entre el aparato de influir de la señorita N. y el aparato común, el
de forma de máquina, se haya podido perder para la ciencia.
Dos concepciones se oponían. Por una parte se suponía que el
aparato de influir en forma de máquina habíase constituido por la desfiguración
gradual del aparato de influir que representa una proyección del cuerpo; por la
otra, que la máquina de influir en forma de máquina representaba, si hemos de
ajustarnos al sueño, una proyección de los órganos genitales.
Esta oposición
parece abolida. La desfiguración del aparato de apariencia humana, cuya
evolución desembocada en la imagen de una máquina, corresponde, como
proyección, a la evolución del proceso mórbido, que a partir de un yo procede
un ser sexual difuso, o, para emplear el lenguaje que corresponde a la fase
genital del hombre, un órgano genital, una máquina independiente de las
intenciones del yo y sometida, por lo tanto, a una voluntada extraña.(17) Así es; el órgano genital no se somete a la voluntad del
yo, sino que, por el contrario, lo domina. Otra reminiscencia de esta
estructura psicológica la encontramos en el asombro del muchacho cuando
advierte su primera erección. Y el hecho de que ésta sea rápidamente
considerada como una hazaña excepcional y misteriosa habla igualmente en favor
de la concepción según la cual a la erección se la experimenta como algo
independiente del yo e imperfectamente dominado, como algo que forma parte del
mundo exterior.
Notas:
1.- Publicado originalmente en Zeitsebrift fur arztliche
Psychoanalyse, V, 1919, Pág. 1-33, bajo el título de “Uber die entstsheung des
Beeinsflussungsapparates in der Schizophrenie”.
3.- La señorita N. sueña: “Estoy sentada en la fila más alta
del anfiteatro de cirugía. Abajo están operando a una mujer. Tiene la cabeza
vuelta hacia mí, pero no se la veo, como si me la ocultara la primera fila de
bancos.Sólo veo a la mujer a partir de su pecho, y, en efecto, veo amontonarse
sobre sus muslos toallas y ropa blanca. Fuera de esto, nada preciso veo”.
Interpretación: La durmiente se ve a sí misma en el sueño con
la forma de la mujer a la que están operando. Pocos días antes, la durmiente ha
ido a ver a un joven médico, y éste ha emprendido un asalto erótico. Se hallaba
en esa ocasión tendida sobre el diván. El médico le había levantado las faldas
y, mientras él “operaba allá abajo”, ella veía amontonarse sobre sus muslos su
ropa interior blanca.La visión que de la mujer tiene en su sueño es exactamente
la misma que de sí misma podía tener en aquella situación. Y no ve la cabeza de
la mujer, tal cual no podía ver la suya propia.
Según Freud, la “Mujer sin cabeza” significa en los sueños la
madre. No puedo hablar en este momento acerca de las bases de tal
interpretación. Señalemos desde luego que en nuestro trabajo ha de tener, en
determinado momento, una particular significación.
4.- Esto parece situarse en la época de la primera mentira
exitosa. Quien conoce a los niños sabe cuán cerca del comienzo de la vida está
ese momento. En el curso del primer año de vida no son raras las mentiras. Las
compruebo sobre todo en niños que se oponen al aprendizaje reglamentario del
aseo y que intentan, con la ayuda de fingimiento, gestos o balbuceos, engañar a
los educadores, haciéndoles creer que ya han ido al retrete de acuerdo con el
reglamento, cuando sólo con reticencia acceden a hacerlo, si no es que
prefieren hacer sus necesidades en la cama antes que en el bacín. El educador
que en tal caso se deja engañar por el niño sólo puede, para salvar su
autoridad, apelar a la omnisciencia divina, a fin de obligar al niño a la
verdad cuando éste halla interés en mentir para salvaguardad un placer
prohibido. No tarda el adulto en recurrir a esa instancia superior de la
omnisciencia. La introducción del Dios omnisciente en la educación se vuelve
tanto más rápidamente indispensable cuanto que al lado del educador mismo ha
aprendido el niño a mentir. Los educadores procuran obtener la obediencia a las
leyes educativas con promesas ilusorias que no cumplen, y de ese modo el niño
aprende a utilizar falsos pretexto para disfrazar sus verdaderas intenciones.
No les queda a esos educadores, para salvaguardar el éxito de la educación,
otro recurso que delegar en Dios la autoridad de la omnisciencia de la que
ellos mismos se han despojado; en Dios, al que su esencia inasible garantiza
por mucho tiempo aún toda tentativa de engaño. Pero muchos son los niños que ni
con esa instancia se detienen, y tientan a Dios poniendo a prueba su
omnipotencia y su omnisciencia. Muchos son también los que logran desenmascarar
en Dios la fantasía del poder parental destronado y, sobre todo, al poder
paterno.
5.- En el curso de la discusión del presente trabajo en la
Sociedad Psicoanalítica de Viena. Freud destacó en particular que la creencia
del niño, tal cual la expongo –o sea, la de que los demás conocen sus
pensamientos- se origina en especial en el aprendizaje del habla, pues el niño
recibe, juntamente con el lenguaje, los pensamientos de los demás, y su
creencia de que éstos conocen sus pensamientos se presenta, pues, basada en los
hechos, tal como el sentimiento de que los demás le han “hecho” el habla y, con
ella, los pensamientos.
6.- Los casos en los que la inhibición afecta primitivamente
al intelecto forman parte de la demencia.
7.- La proyección de la posición libidinal dirigida hacia el
yo psíquico informa acerca de los síntomas de la paranoia simple, cuyo
mecanismo fue descubierto por Freud. En adelante haremos abstracción del hecho
de que la libido del yo es necesariamente homosexual, puesto que tiende hacia
el sexo al que el propio sujeto pertenece. Sólo deseamos señalar brevemente,
con motivo de los síntomas que presenta Natalia A., un mecanismo derivado de la
posición de la libido del yo en oposición a la libido objetal.
La enferma cuenta que, después que hubo rechazado al
pretendiente, tuvo la sensación de que éste la sugestionaba, como sugestionaba
asimismo a su madre, para forzarlas a entablar amistad con su cuñada: era
patente que perseguir el fin de hacer aceptar con retroactividad su pedido de
mano. Lo que aparece aquí como una sugestión del pretendiente no es más que la
proyección de la tendencia inconsciente de la enferma misma a aceptar la
proposición de matrimonio. La enferma no había declinado la solicitud sin que
ello le provocara un conflicto: había vacilado entre la aceptación y el
rechazo. Sin dejar permitir la concreción del rechazo. Proyectó su inclinación
inconsciente a aceptar en el objeto de su deseo conflictivo. Experimenta, pues,
su inclinación como una tentativa de influencia por parte del objeto, y la
inclinación se introduce como tal en la sintomatología. La enferma es
ambivalente para con el candidato. Proyecta la parte libidinal positiva del
conflicto, no obstante que la valencia negativa –el rechazo- se expresa, por lo
mismo que pertenece al yo, por el paso al acto. La elección de la valencia, que
debe desembocar, luego, en una proyección, habría podido ser todo lo contrario
en un caso diferente. Sólo se trata de atraer la atención sobre el mecanismo de
la proyección parcial de tendencias ambivalentes.
La doctora Héléne Deutsch aportó en ocasión de la discusión
del presente trabajo en la Sociedad Psicoanalítica de Viena una contribución
especial relativa a este mecanismo y atrajo, con ello, mi atención sobre este
principio. Una esquizofrénica tenía la impresión de que todas sus amigas
dejaban de trabajar tan pronto como ella se entregaba al trabajo; le parecía
que todo el mundo se sentaba cuando ella se ponía de pie. En una palabra, que
los demás siempre hacían lo contrario de lo que hacía ella. Se trataba sólo de
una impresión, pues la enferma era ciega. La doctora Héléne Deutsch interpreta
ese síntoma como la proyección de una de las dos tendencias conflictivas de la
enferma, que siempre aparecen de manera simultánea en el curso de todas sus
actividades: hacer algo y no hacerlo. Fue una interpretación confirmada en el
curso de la discusión por ejemplos proporcionados por otros doctores.
En especial, Freud aportó entonces esta formulación: es la
ambivalencia quien provoca el mecanismo de la proyección. Esto, una vez
formulado, parece evidente. La formulación de Freud se presenta como la
consecuencia natural de una segunda formulación freudiana: la ambivalencia
provoca la represión, pues no se puede proyectar lo reprimido más que allí
donde todavía subsisten límites entre el inconsciente y el consciente. Así
planteado, el problema justifica muy en especial la palabra esquizofrenia, tal
como la creó Bleuler y se la encuentra en la concepción de Potzl (véase más
adelante la nota 13).
El presente trabajo viene a demostrar que en esa discusión yo
había adoptado el punto de vista de Freud, aunque de manera inconsciente.
8.- Freud ya ha señalado, en su biografía de Schreber, que
en el curso de la esquizofrenia la libido aún se halla más acá del
autoerotismo. Rematamos en la misma conclusión por otros caminos, cosa que hago
valer como argumento a favor de la exactitud de la hipótesis freudiana.
9.- Algunos enfermos son, incluso, conscientes de una
regresión hacia los primeros meses de vida, aun al estadio fetal, regresión que
sólo es una amenaza vinculada a la evolución mórbida. Un paciente me decía:
“Siento que rejuvenezco y que me empequeñezco incesantemente. Ahora tengo
cuatro años. Pronto volveré a estar en pañales y luego en el seno materno”.
La doctora Héléne Deutsch narró, en el curso de la discusión
del presente trabajo en la Sociedad Psicoanalítica de Viena, el caso de una
esquizofrénica de 31 años que defecaba y se orinaba en la cama y que
justificaba su comportamiento con el dicho de que “se la convertía en niña”.
En el curso de la misma discusión, Freud, refiriéndose
especialmente al aparato de influir de Natalia A. y a la relación recíproca
entre la sexualidad y la muerte, daba a observar la significación y el modo de
inhumación de las momias egipcias. El féretro de forma humana en que se ha
colocado a la momia corresponde a la representación más tardía del regreso del
hombre a la “Madre Tierra”, es decir, a un regreso al seno materno por la
muerte.
Esa indicación de Freud muestra de qué manera se resarcen los
hombres de la cruel muerte mediante la creencia en una vida bienaventurada en
el seno materno. La fantasía del regreso al seno materno es una fantasía
filogenético preformada; puede figurar como la cuarta de las “fantasías
primitivas” (Urphantasie) admitidas por Freud. Aparece como síntoma de la
esquizofrenia en su condición de realidad patológica del psiquismo en
regresión. La momia regresa al seno materno por la vía de una muerte corporal;
el esquizofrénico, por la de una muerte espiritual (fantasía de seno materno:
creo que debemos esta expresión a Gustave Gruner).
10.- Para mayores detalles, véase: Freud,
“Metapsychologische Erganzung zur Traumlehre” (Internat. Zschr. F. arztl. Psa.,
IV, 6, 1916-1917. G. W., t. X, Imago Publish. CO., Londres) (en español,
“Adición metapsicológica a la teoría de los sueños”, Obras completas, ed. Cit.,
t. I, págn.1069-1075). Este trabajo apareció mientras yo corregía el presente
artículo. Señalo con satisfacción el alto número de concordancias que hay entre
mis concepciones y las de Freud, tales como aparecen en su trabajo, cuya
existencia y cuyo contenido yo no conocía.
11.- La melancolía es precisamente la enfermedad, cuyo
mecanismo consiste en una disgregación del narcisismo psíquico en el abandono
del amor por el yo psíquico. Demuestra en su forma más pura la dependencia del
narcisismo orgánico respecto del narcisismo psíquico. La separación entre la
libido y el yo psíquico –lo cual significa rechazar y condenar la justificación
a existir como persona psíquica propia- entraña el rechazo de la propia persona
física, la tendencia a la autodestrucción corporal. Quiere, pues, decir que
asistimos consecutivamente a un desamarre de la libido de esos órganos, que
garantizan el funcionamiento y el valor del individuo físico en su condición de
ser específico, separación debido a la cual la función fisiológica se siente
afectada y hasta suspendida. Así, el apetito, la defecación, la menstruación,
la potencia genital, etc., ya no funcionan, y ello íntegramente debido a
mecanismos inconscientes. Es un detenimiento que debemos atribuir a la
disgregación de las diversas posiciones orgánicas de la libido, posiciones que
son, en su estricto sentido, vegetativas, esto es, inconscientes. Hay que
distinguirlas con todo rigor de las tendencias al suicidio, consciente e
intencionales, que se expresan en el rechazo de la alimentación o en los actos
de violencia que ponen en peligro la vida.
La melancolía es una psicosis de persecución sin proyección;
debe su estructura a un mecanismo de identificación especial. Mientras yo
corregía las pruebas del presente artículo apareció el trabajo de Freud
titulado “La aflicción y la melancolía” que a este propósito indico al lector.
13.- El doctor Otto Potzl formula una hipótesis respecto de
la cual no me es dado afirmar si representa su propia tesis o si la ha
planteado al referirse a otros autores. La rigidez catatónica sería la
expresión de la imposibilidad del enfermo de dosificar sus impulsos motores –de
dosificarlos unos con respecto a otros- reducidos a sus componentes agonistas y
antagónicas como consecuencia de la disociación de la voluntad, de manera tal
que una actividad orientada hacia un fin sea nuevamente posible. (Comparemos
esto con la novela breve de Meyrink titulada la maldición del sapo, en la que
el ciempiés no puede mover uno solo de sus miembros apenas concentra su atención
en cada una de sus múltiples patas.).
La concepción de Potzl es compatible con la explicación
psicoanalítica según la cual la libido narcisista regresiva se halla sometida a
una distribución patológica en el momento de la catectización de las diversas
funciones psíquicas y orgánicas. Así, las componentes agonistas y antagónicas,
desde los pares de fuerza hasta los fines opuestos, son llevadas aisladamente
al campo de la conciencia debido a la ruptura de equilibrio entre las
cantidades de libido que les corresponden. De este modo se las despoja de su
posibilidad de funcionamiento automático.
Se trataría de una forma particular de la hipocondría y de la
alienación, forma ajustada al par de fuerzas antagónicas, con las
correspondientes consecuencias específicas. La concepción de Potzl, sobre que
no cambia en nada la situación de este caso particular dentro de la teoría de
la exclusión del mundo exterior en el curso de la regresión de la libido
narcisista, permite llevar adelante el estudio de la hipocondría en lo que
concierne a otros puntos especiales de la estructura psicosomática del hombre.
Esta teoría nos permite formular la hipótesis de una fase en la que la
actividad de los pares de fuerza antagónicas no era todavía automática, y hubo
de descubrírsela y conocérsela arrancándola de la persona propia del sujeto
cual si se tratara de un mundo externo y extraño a él. Ciertamente, es una fase
que no se puede determinar con mayor precisión; acaso es sólo virtual en la
vida del hombre, y en la ontogénesis sólo estaría presente como “engrama”de
estadios filogenéticos que abarcan la formación de nuestros órganos motores tan
complejos a partir de formas rudimentarias y convergentes. La regresión
esquizofrénica se remontaría entonces a esos engramas primitivos de la especie,
y la teoría debería aseverar que tales restos de funciones filogenéticas pueden
conservar la posibilidad de ser reactivados. No debemos retroceder ante esta
hipótesis. Ella nos permite seguir adelante con la elaboración del problema de
la esquizofrenia. Tal vez esta extraña enfermedad consiste, quién sabe, en el
hecho de que los vestigios funcionales filogenéticos han conservado en algunos
individuos una posibilidad de reviviscencia tan extraordinaria. Con tanto mejor
voluntad debería acoger el psicoanálisis una concepción como ésta cuanto que en
gran número de casos ha situado ya el origen de los síntomas en la historia de
la especie. A partir de ello y por medio de la ontogénesis se explicarían quizá
las misteriosas corrientes eléctricas de que se quejan los enfermos. Esta
parestesia debió de ser un día una sensación que acompañaba a las funciones
nerviosas y musculares primitivas. Acaso constituye una reminiscencia de la
sensación del recién nacido, que, al abandonar el bienestar del cuerpo materno,
llega al medio aéreo inhabitual del mundo exterior, o bien al contacto de sus
primeros pañales. Tal vez de ese primer lecho en el mundo exterior se acuerda
cuando, ya enfermo, se siente electrizado por hilos invisibles conectados a su
cama.
14.- Fauser informó en Sttugart, hace algunos años, que en
el curso de la demencia precoz había podido probar la existencia de una
sobresaturación de la sangre en productos de secreción sexuales, gracias al
procedimiento de diálisis de Aberhalden. De ser exactos, estos hechos
proporcionarían un fundamento orgánico a esta hipótesis, de origen psicológico.
De las experiencias de Steinach podemos aguardar otros importantes
esclarecimientos. (Una vez terminado el presente artículo, apareció en el
Munchener med. Wochenscbrift, núm. 6, 1918, bajo el título “Umstimmung der
Homosexualitat durch Austaush des Pubertatsdrusen”, un trabajo interesante y
muy significativo de Steinach y Lichtenstern que satisfacía parcialmente
nuestra espera.)
Además, con posterioridad a este trabajo, apareció en el
Internat. Ztschr. fur ztl. Psa., IV, 5, un artículo de S. Ferenczi titulado
“Von Krankheitsund Pathoneuroses” en el que se aplicaba de manera especialmente
fructífera la hipótesis de la catectización libidinal de órganos aislados, tal
como ya la hemos explicado.
15.- El esquizofrénico de sexo masculino siente este
abandono de los órganos genitales como una pérdida de virilidad, la que le ha
sido “sustraída”, o como una transformación directa en mujer. Esta última
concepción se basa en las concepciones infantiles del niño de que no existe más
que una sola especie de órganos genitales, a saber, los que él mismo posee, y
de que la mujer es el resultado de una castración, es decir, lisa y llanamente,
de la pérdida de los órganos genitales. El complejo de castración se confunde a
menudo con la identificación del esperma con la orina, identificación que data
del período erótico uretral y de excreción urinaria. Yo he visto, por ejemplo,
sobrevenir un paroxismo de angustia de castración en un esquizofrénico que se
hallaba en retención voluntaria de orina; debí ponerle una sonda. El enfermo
pretendía que yo tenía relaciones sexuales con él valido de ésta y que le había
robado todo su esperma. De este modo su retención de orina aparecía como una
negativa a entregar su esperma, que representaba su virilidad. La concepción
narcisista según la cual heces y orina son partes del propio cuerpo explica de
manera evidente por qué estos enfermos juegan con sus productos excrementicios.
La coprofagia, en fin, no se halla inhibida, pues el enfermo se figura que los
excrementos son nada menos que el cuerpo del que provienen.
16.- En la “mujer sin cabeza” se encuentra la prueba de esta
identificación, tomada del lenguaje simbólico (véase la nota 3).
17.-
Pues las máquinas, creadas por el espíritu ingenioso del hombre a imagen misma
del cuerpo humano, son una proyección inconsciente de su propia estructura
corporal. Justamente, la mente del hombre no puede abandonar su relación con el
inconsciente.
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