El método psicoanalítico de Freud - 1903
[1904]
El procedimiento psicoanalítico de Freud
SIGMUND FREUD
El singular método psicoterápico
practicado por Freud y conocido con el nombre de psicoanálisis tiene su punto
de partida en el procedimiento «catártico», cuya descripción nos han hecho J.
Breuer y el mismo Freud en la obra por ellos publicada bajo el título de
Estudios sobre la histeria (1895). La terapia catártica era un descubrimiento
de Breuer, que había obtenido con ella, diez años antes, la curación de una
histérica, en cuyo tratamiento llegó además a vislumbrar la patogénesis de los
síntomas que la enferma presentaba. Siguiendo una indicación personal de
Breuer, se decidió luego Freud a ensayar de nuevo el método y lo aplicó a un
mayor número de pacientes. El procedimiento catártico tenía como premisa que el
paciente fuera hipnotizable y reposaba en la ampliación del campo de la
conciencia durante la hipnosis. Tendía a la supresión de los síntomas y la
conseguía retrotrayendo al paciente al estado psíquico en el cual había surgido
cada uno de ellos por vez primera. Emergían entonces en el hipnotizado
recuerdos, ideas e impulsos ausentes hasta entonces de su conciencia, y una vez
que el sujeto comunicaba al médico, entre intensas manifestaciones afectivas,
tales procesos anímicos, quedaban vencidos los síntomas y evitada su
reaparición. Breuer y Freud explicaban en su obra este proceso, repetidamente
comprobado, alegando que el síntoma representaba una sustitución de procesos
psíquicos que no habían podido llegar a la conciencia, o sea una transformación
(«conversión») de tales procesos, y atribuían la eficacia terapéutica de su
procedimiento a la derivación del afecto concomitante a los actos psíquicos
retenidos, afecto que había quedado detenido en su curso normal y como
«represado». Pero este sencillo esquema de la intervención terapéutica se
complicaba en casi todos los casos, pues resultaba que en la génesis del
síntoma no participaba una única impresión («traumática»), sino generalmente
toda una serie de ellas.
El carácter principal del método catártico,
que lo diferencia de todos los demás procedimientos psicoterápicos, reside,
pues, en que su eficacia terapéutica no depende de una sugestión prohibitiva
del médico. Por el contrario, espera que los síntomas desaparezcan
espontáneamente en cuanto la intervención médica, basada en ciertas hipótesis
sobre el mecanismo psíquico, haya conseguido dar a los procesos anímicos un
curso distinto al que venían siguiendo y que condujo a la producción de
síntomas. Las modificaciones introducidas por Freud en el procedimiento
catártico de Breuer fueron en un principio meramente técnicas; pero al traer
consigo nuevos resultados, acabaron por imponer una concepción distinta, aunque
no contradictoria, de la labor terapéutica. Si el método catártico había
renunciado a la sugestión, Freud avanzó un paso más y renunció también a la
hipnosis. Actualmente trata a sus enfermos sin someterlos a influencia ninguna
personal, haciéndoles adoptar simplemente una postura cómoda sobre un diván y
situándose él a su espalda, fuera del alcance de su vista. No les pide tampoco
que cierren los ojos, y evita todo contacto, así como cualquier otro manejo que
pudiera recordar la hipnosis. Una tal sesión transcurre, pues, como un diálogo
entre dos personas igualmente dueñas de sí, una de las cuales evita simplemente
todo esfuerzo muscular y toda impresión sensorial que pudiera distraerla y
perturbar la concentración de su atención sobre su propia actividad
anímica.
Como la posibilidad de hipnotizar a una
persona no depende tan sólo de la mayor o menor destreza del médico, sino sobre
todo de la personalidad del sujeto, existiendo muchos pacientes neuróticos a
los que no hay modo de sumir en la hipnosis, la renuncia al hipnotismo hacía
posible la aplicación del procedimiento a un número ilimitado de enfermos.
Pero, por otro lado, suprimía aquella ampliación del campo de la conciencia que
había suministrado precisamente al médico el material psíquico de
representaciones y recuerdos con cuyo auxilio se conseguía transformar los
síntomas y liberar los afectos. Así, pues, para mantener la eficacia
terapéutica del tratamiento era preciso hallar algo que sustituyese a la
hipnosis. Freud halló tal sustitución, plenamente suficiente, en las
ocurrencias espontáneas de los pacientes, esto es, en aquellas asociaciones
involuntarias que suelen surgir habitualmente en la trayectoria de un proceso
mental determinado, siendo apartadas por el sujeto, que no ve en ellas sino una
perturbación del curso de sus pensamientos. Para apoderarse de estas
ocurrencias. Freud invita a sus pacientes a comunicarle todo aquello que acuda
a su pensamiento, aunque lo juzgue secundario, impertinente o incoherente.
Pero, sobre todo, les exige que no excluyan de la comunicación ninguna idea ni
ocurrencia ninguna por parecerles vergonzosa o penosa su confesión. En su labor
de reunir este material de ideas espontáneas al que generalmente no se concede
atención ninguna, realizó Freud observaciones fundamentales luego para su
teoría. Ya en el relato de su historial patológico revelaban los enfermos
ciertas lagunas de su memoria: un olvido de hechos reales, una confusión de las
circunstancias de tiempo o un relajamiento de las relaciones causales, que
hacía incomprensibles los efectos. No hay ningún historial patológico neurótico
en el que no aparezca alguna de estas formas de la amnesia. Pero cuando se
apremia al sujeto para que llene estas lagunas de su memoria por medio de un
esfuerzo de atención, se observa que intenta rechazar, con todo género de
críticas, las asociaciones entonces emergentes, y acaba por sentir una molestia
directa cuando por fin surge el recuerdo buscado. De esta experiencia deduce
Freud que las amnesias son el resultado de un proceso al que da el nombre de
represión y cuyo motivo ve en sensaciones displacientes. En la resistencia que
se opone a la reconstitución del recuerdo cree vislumbrar las fuerzas psíquicas
que produjeron la represión.
El factor «resistencia» ha llegado a ser
luego uno de los fundamentos de su teoría. En las ocurrencias espontáneas,
generalmente desatendidas, ve ramificaciones de los productos psíquicos
reprimidos (ideas e impulsos) o deformaciones impuestas a los mismos por la
resistencia que se opone a su reproducción. Cuanto más intensa sea la
resistencia, tanto mayor será esta deformación. En esta relación de las
ocurrencias inintencionadas con el material psíquico reprimido reposa su valor
para la técnica terapéutica. Si poseemos un procedimiento que hace posible
llegar a lo reprimido partiendo de las ocurrencias y deducir de las deformaciones
lo deformado, podremos hacer también asequible a la conciencia, sin recurrir al
hipnotismo, lo que antes era inconsciente en la vida anímica. Freud ha fundado
en estas bases un arte de interpretación al que corresponde la función de
extraer del mineral representado por las ocurrencias involuntarias el metal de
ideas reprimidas en ellas contenidas. Objeto de esta interpretación no son sólo
las ocurrencias del enfermo, sino también sus sueños, los cuales facilitan un
acceso directo al conocimiento de lo inconsciente, sus actos involuntarios y
casuales (actos sintomáticos) y los errores de su vida cotidiana
(equivocaciones orales, extravío de objetos, etc.). Los detalles de este arte
de interpretación o traducción no han sido aún publicados por Freud. Trátase,
según sus indicaciones, de una serie de reglas empíricamente deducidas para
extraer, de las ocurrencias, el material psíquico, indicaciones sobre el
sentido que ha de darse a una ausencia o cesación de tales ocurrencias en el
enfermo, y experiencia sobre las principales resistencias típicas que se
presentan en el curso de tal tratamiento. Una extensa obra publicada por Freud
en 1900, con el título de Interpretación de los sueños, representa ya el primer
paso de tal introducción a la técnica psicoanalítica.
De estas indicaciones sobre la técnica
del método psicoanalítico podría deducirse que su inventor se ha impuesto un
esfuerzo superfluo y ha obrado equivocadamente al abandonar el procedimiento
hipnótico, mucho menos complicado. Pero, en primer lugar, el ejercicio de la
técnica psicoanalítica, una vez aprendida ésta, es mucho menos difícil de lo
que por descripción parece, y en segundo, no existe ningún otro camino que
conduzca al fin propuesto, y por tanto, el camino más penoso es, de todos
modos, el más corto. La hipnosis encubre la resistencia oculta así, a los ojos
del médico, el funcionamiento de las fuerzas psíquicas. Pero no vence la
resistencia, sino que se limita a eludirla, y de este modo sólo procura datos
incompletos y éxitos pasajeros. La labor que el método psicoanalítico tiende a
llevar a cabo puede expresarse en diversas fórmulas, equivalentes todas en el
fondo. Puede decirse que el fin del tratamiento es suprimir las amnesias. Una
vez cegadas todas las lagunas de la memoria y aclarados todos los misteriosos
afectos de la vida psíquica, se hace imposible la persistencia de la enfermedad
e incluso todo nuevo brote de la misma. Puede decirse también que el fin
perseguido es el de destruir todas las represiones, pues el estado psíquico resultante
es el mismo que el obtenido una vez resueltas todas las amnesias. Empleando una
fórmula más amplia, puede decirse también que se trata de hacer accesible a la
conciencia lo inconsciente, lo cual se logra con el vencimiento de la
resistencia. Pero no debe olvidarse en todo esto que semejante estado ideal no
existe tampoco en el hombre normal y que sólo raras veces se hace posible
llevar tan lejos el tratamiento.
Del mismo modo que entre la salud y la
enfermedad no existe una frontera definida y sólo prácticamente podemos
establecerla, el tratamiento no podrá proponerse otro fin que la curación del
enfermo, el restablecimiento de su capacidad de trabajo y de goce. Cuando el
tratamiento no ha sido suficientemente prolongado o no ha alcanzado éxito suficiente,
se consigue, por lo menos, un importante alivio del estado psíquico general,
aunque los síntomas continúen subsistiendo, aminorada siempre su importancia
para el sujeto y sin hacer de él un enfermo. El procedimiento terapéutico es,
con pequeñas modificaciones, el mismo para todos los cuadros sintomáticos de
las múltiples formas de la histeria y para todas las formas de la neurosis
obsesiva. Pero su empleo no es, desde luego, ilimitado. La naturaleza del
método psicoanalítico crea indicaciones y contraindicaciones, tanto por lo que
se refiere a las personas a las cuales ha de aplicarse el tratamiento como el
cuadro patológico. Los casos más favorables para su aplicación son los de
psiconeurosis crónica, con síntomas poco violentos y peligrosos, esto es, en
primer lugar, todas las formas de neurosis obsesivas, ideas o actos obsesivos,
aquellas histerias en las que desempeñan un papel principal las fobias y las
abulias, y, por último, todas las formas somáticas de la histeria, en tanto no
impongan al médico, como en la anorexia, la necesidad de hacer desaparecer
rápidamente el síntoma. En los casos agudos de histeria habrá de esperarse la
aparición de una fase más tranquila, y en aquellos en los cuales predomina el
agotamiento nervioso, deberá evitarse un tratamiento que exige por sí mismo un
cierto esfuerzo, no realiza sino muy lentos progresos y tiene que prescindir
durante algún tiempo de la subsistencia de los síntomas. Para que el
tratamiento tenga amplias probabilidades de éxito, debe también reunir el
sujeto determinadas condiciones. En primer lugar, debe ser capaz de un estado
psíquico normal, pues en períodos de confusión mental o de depresión
melancólica no es posible intentar nada, ni siquiera en los casos de histeria.
Deberá poseer asimismo un cierto grado de inteligencia natural y un cierto
nivel ético. Con las personas de escaso valor pierde pronto el médico el
interés que le capacita para ahondar en la vida anímica del enfermo.
Las deformaciones graves del carácter y
los rasgos de una constitución verdaderamente degenerada se hacen sentir
durante el tratamiento como fuentes de resistencias apenas superables. La
constitución pone, pues, en esta medida un límite a la eficacia de la
Psicoterapia. También una edad próxima a los cincuenta años crea condiciones
desfavorables para el psicoanálisis. La acumulación de material psíquico
dificulta ya su manejo, el tiempo necesario para el restablecimiento resulta
demasiado largo y la facultad de dar un nuevo curso a los procesos psíquicos
comienza a paralizarse. No obstante estas restricciones, el número de personas
a quienes puede aplicarse el método psicoanalítico es extraordinariamente
amplio, y muy considerable también, según las afirmaciones de Freud, la
extensión de nuestro poder terapéutico. Freud señala como duración del
tratamiento un período muy amplio, de seis meses a tres años; pero hace constar
que por diversas circunstancias, fácilmente adivinables, sólo ha podido
probarlo en casos muy graves, en enfermos muy antiguos, llegados ya a una plena
incapacidad funcional, que se han visto defraudados por todos los demás
tratamientos y acuden, como último recurso, al discutido método psicoanalítico.
En casos menos graves, la duración del tratamiento habría de ser mucho menor y
se alcanzaría una mayor garantía de curación para el porvenir.»