26 Conferencia. La teoría de la libido y el
narcisismo
Amorrortu Editores, Vol. XVI, Sigmund Freud Obras
Completas, 1916
Señoras y señores: Repetidas veces ‑y la última no
hace mucho [pág. 319] nos hemos ocupado de la separación entre pulsiones yoicas
y pulsiones sexuales. Primero, la represión nos mostró que ambas pueden entrar
en oposición recíproca, y entonces las pulsiones sexuales son formalmente
sometidas y obligadas a procurarse satisfacción por rodeos regresivos, luego de
lo cual su indomabilidad las resarce de su derrota. Además, aprendimos que
desde el comienzo las dos mantienen diversa relación con el maestro apremio
[pág. 323], de manera que no recorren el mismo camino de desarrollo ni entran
en idéntico vínculo con el principio de realidad. Por último, creímos advertir
que las pulsiones sexuales se enlazan con el estado afectivo de la angustia
mucho más íntimamente que las pulsiones yoicas, resultado este que parece
incompleto todavía en un solo punto importante. Aduzcamos, para reafirmarlo aún
más, el hecho notable de que la insatisfacción del hambre y de la sed, las dos
pulsiones de autoconservación más elementales, nunca tienen por consecuencia su
vuelco en angustia, mientras que la trasposición de libido insatisfecha en
angustia se cuenta, según vimos, entre los fenómenos mejor conocidos y
observados con más frecuencia.
No se nos puede privar de nuestro justo derecho a
separar pulsiones sexuales y yoicas: está implícito en la existencia de la vida
sexual como práctica particular del individuo. Sólo puede cuestionársenos la
importancia que atribuimos a esa separación, y la profundidad que le
adjudicamos. Ahora bien, nuestra respuesta se orientará por el resultado de una
comprobación. Tendremos que averiguar en qué medida las pulsiones sexuales, en
sus exteriorizaciones somáticas y anímicas, se comportan diversamente de las
otras que les contraponemos, así como la importancia de los efectos resultantes
de esas diferencias. No tenemos motivo, desde luego, para aseverar una
diferencia fundamental entre ambos grupos de pulsiones, que por lo demás no se
comprendería bien.
Ambas se nos presentan como unas designaciones de
fuentes energéticas del individuo. Y la discusión acerca de si son una sola o
son en esencia diversas, y, en el primer caso, ¨[p.375] cuándo se divorciaron,
no puede desarrollarse en el terreno de los conceptos, sino que debe atenerse a
los hechos biológicos que hay tras ellos. Por ahora sabemos muy poco acerca de
estos, y aun si supiéramos más, ello no contaría para nuestra tarea analítica.
Es evidente que muy poco provecho obtendríamos sí,
siguiendo las huellas de Jung, destacáramos la unidad originaria de todas las
pulsiones y llamáramos «libido» a la energía que se exterioriza en todas [cf. Jung (1911‑12). Puesto que ningún artificio
permite eliminar de la vida del alma la función sexual, nos veríamos en tal
caso precisados a hablar de libido sexual y de libido asexual. No obstante, lo
correcto es reservar el nombre de libido para las fuerzas pulsionales de la
vida sexual, como lo hicimos hasta aquí.
Por lo dicho, opino que no tiene mucha importancia
para el psicoanálisis decidir hasta dónde ha de proseguirse la separación entre
pulsiones sexuales y de autoconservación, indudablemente justificada; tampoco
él es competente para hacerlo. La biología, en cambio, ofrece diversas
indicaciones que nos hacen pensar que en esa cuestión se encierra algo
importante. La sexualidad es, en efecto, la única función del organismo vivo que
rebasa al individuo y procura su enlace con la especie. Es innegable que no
siempre su ejercicio trae al individuo la misma ventaja que sus otras
operaciones; más bien, al precio de un placer inusualmente elevado, le depara
peligros que amenazan su vida y con bastante frecuencia se la cobran. Además,
probablemente se requieren procesos metabólicos muy particulares, divergentes
de todos los otros, para conservar una parte de la vida individual como
disposición para la descendencia. Y por último, el individuo, que se considera
a sí mismo lo principal y considera a su sexualidad un medio como cualquier
otro para su satisfacción, en una perspectiva biológica no es más que un
episodio dentro de una serie de generaciones, un efímero apéndice de un .plasma
germinal dotado de virtual inmortalidad ‑el titular temporario de un
fideicomiso que lo sobrevive‑ (1)
Como quiera que fuese, para el esclarecimiento
psicoanalítico de las neurosis no hacen falta unos puntos de vista de tan
vastos alcances. Pesquisando por separado las pulsiones sexuales y las yoicas
obtuvimos la clave para comprender el grupo de las neurosis de trasferencia.
Pudimos reconducirlas a esta situación básica: las pulsiones sexuales entran en
pugna con las de autoconservación O, dicho en términos biológicos, aunque
también más imprecisos: una posición del yo, en cuanto individuo autónomo,
entra en conflicto con la otra, en cuanto miembro de una serie de generaciones.
A una desavenencia de esta clase se llega quizás solo en el ser humano, y por
eso la neurosis es tal vez, en conjunto, su privilegio frente a los animales.
El hiperdesarrollo de su libido y la conformación de una vida anímica ricamente
articulada, que es quizá posibilitada por aquel, parecen llamados a crear las
condiciones para que se engendre un conflicto de esa índole. Se advierte de
inmediato que son también las condiciones de los grandes progresos que han
llevado al hombre a salir de su comunidad con los animales, de suerte que su
capacidad para la neurosis no es sino el reverso de sus otras dotes. Pero
también estas son meras especulaciones, que nos desvían de nuestra tarea
inmediata.
Hasta aquí fue premisa de nuestro trabajo que
podíamos distinguir, por sus manifestaciones, las pulsiones yoicas de las
sexuales. En las neurosis de trasferencia esto se logra sin dificultad. A las
investiduras energéticas que el yo dirigía a los objetos de sus aspiraciones
sexuales llamamos «libido»; a todas las otras, que son enviadas por las
pulsiones de autoconservación, las llamamos « interés». (2) Y entonces,
persiguiendo las investiduras libidinales, sus trasmudaciones y sus destinos
finales, nos procuramos una primera intelección de la fábrica de las fuerzas
del alma. Las neurosis de transferencia nos ofrecieron el material más
favorable para ello. Pero el yo, las diversas organizaciones que lo componen,
la manera en que están edificadas y su modo de funcionamiento siguieron ocultos
para nosotros. Teníamos derecho a conjeturar que sólo el análisis de otras
perturbaciones neuróticas podría brindarnos esa intelección.
Desde temprano empezamos a extender las
concepciones psicoanalíticas a estas otras afecciones. Ya en 1908, Karl
Abraham, tras un intercambio de ideas conmigo, formuló la tesis de que el
carácter principal de la dementia praecox (incluida entre las psicosis)
consiste en que en ella falta la investidura libidinal de los objetos.
Pero entonces se planteaba esta pregunta: ¿Qué ocurrió con la libido de los
dementes extrañada de los objetos? Abraham no vaciló en responder: es revertida
al yo, y esta reversión reflexiva es la fuente del delirio de grandeza de la dementia
praecox. Este último es enteramente comparable a la sobrestimación sexual
del objeto, bien conocida en la vida amorosa [normal]. (3). De tal modo,
pudimos comprender por primera vez un rasgo de una afección psicótica
refiriéndolo a la vida amorosa normal.
Les diré que estas primeras concepciones de Abraham
se conservaron en el psicoanálisis y se convirtieron en la base de la posición
que adoptamos hacia las psicosis. Poco a poco nos fuimos familiarizando con la
idea de que la libido que hallamos adherida a los objetos, y que es expresión
del afán de ganar una satisfacción por su intermedio, puede también
abandonarlos y, en lugar de ocuparlos {setzen} a ellos, ocupar al yo. Fuimos
elaborando esta idea de manera cada vez más consecuente. El nombre para esta
colocación de la libido ‑narcisismo‑ lo tomamos de una perversión descrita por
Paul Näcke [1899 ] , en la cual a individuo adulto prodiga al cuerpo propio
todas las ternezas que suelen volcarse a un objeto sexual ajeno. (4)
Uno se dice enseguida: Si existe una fijación así
de la libido al cuerpo propio y en la persona propia, en vez de la fijación a
un objeto, este hecho no puede ser excepcional ni de poca monta. Más bien es
probable que este narcisismo sea el estado universal y originario a partir del
cual sólo más tarde se formó el amor de objeto, sin que por eso debiera
desaparecer aquel. De la historia del desarrollo de la libido de objeto,
tendríamos que recordar que muchas pulsiones sexuales se satisfacen al comienzo
en el cuerpo propio (decimos que se satisfacen de manera autoerótica [pág. 287]),
y que esta capacidad para el autoerotismo es la base que permite el retraso de
la sexualidad en el proceso de educarse en el principio de realidad [pág. 323].
Por tanto, el autoerotismo era la práctica sexual del estadio narcisista de
colocación de la libido.
Dicho brevemente: acerca de la relación entre
libido yoica y libido de objeto nos formamos una representación que puedo
ilustrarles mediante un símil extraído de la zoología. Consideren ustedes los
seres vivos más simples, aquellos que consisten en un glóbulo poco diferenciado
de sustancia protoplasmática [las amebas]. Estos seres emiten prolongaciones,
llamadas seudópodos, por las que hacen correr su sustancia corporal. Pero
pueden recoger esas prolongaciones y adoptar de nuevo forma de glóbulo. Y bien;
comparamos la emisión de las prolongaciones con el envío de libido a los
objetos mientras la masa principal de la libido puede permanecer en el interior
del yo, y suponemos que en condiciones normales la libido yoica se traspone sin
impedimentos en libido de objeto, y esta puede recogerse de nuevo en el
interior del yo. (5)'
Con ayuda de estas imágenes podemos explicar toda
una serie de estados del alma, o, dicho más modestamente, podemos describirlos
en el lenguaje de la teoría de la libido; estados que cabe incluir en la vida
normal, como la conducta psíquica en el enamoramiento, la que se tiene a raíz
de una enfermedad orgánica o mientras se duerme. Para el estado de dormir hemos
establecido el supuesto de que se basa en el extrañamiento respecto del mundo
exterior y el acomodamiento al deseo de dormir.(6) Hallamos que lo que se
exterioriza en el sueño en calidad de actividad anímica nocturna está al
servicio de un deseo de dormir y es gobernado, además, por motivos totalmente
egoístas.(7) Ahora habremos de
puntualizar, en el sentido de la teoría de la libido, que el dormir es un estado
en el cual todas las investiduras de objeto, las libidinosas así como las
egoístas son resignadas y retiradas al interior del yo. ¿Arroja esto una luz
nueva sobre el descanso que procura el dormir y sobre la naturaleza de la
fatiga en general? La imagen del aislamiento beatífico en la vida intrauterina,
que noche tras noche el durmiente
convoca en nosotros, es perfeccionada así en su costado psíquico. En el
durmiente se ha restablecido el estado originario de la distribución, el
narcisismo pleno, en el cual libido e interés yoico moran todavía unidos e
inseparables en el interior del yo que se contenta a sí mismo.
En este lugar deben hacerse dos observaciones. La
primera: ¿Cómo distinguir conceptualmente narcisismo y egoísmo? Bien; yo creo
que el narcisismo es el complemento libidinoso del egoísmo. Cuando se habla de
egoísmo se tiene en vista la utilidad para el individuo; cuando se mienta el
narcisismo, se toma en cuenta también su satisfacción libidinal. Con fines
prácticos, los dos pueden estudiarse por separado un largo trecho. Se puede ser
absolutamente egoísta y, no obstante, mantener fuertes investiduras libidinosas
de objeto, en la medida en que la satisfacción libidinosa en el objeto se
cuente entre las necesidades del yo; el egoísmo cuidará después que la
aspiración al objeto no traiga perjuicios al yo. Se puede ser egoísta y al
mismo tiempo extremadamente narcisista, es decir, tener una muy escasa
necesidad de objeto, y ello en la satisfacción sexual directa o bien en aquella
otra aspiración más alta, derivada de la necesidad sexual, que solemos llamar
«amor» por oposición a la «sensualidad». En todas estas relaciones, el egoísmo
es lo obvio, lo constante; y el narcisismo es el elemento variable. Como bien
se comprende, lo opuesto del egoísmo, el altruismo, no coincide con la investidura
libidinosa de objeto; se separa de esta porque faltan en él las aspiraciones a
la satisfacción sexual. Empero, en el enamoramiento pleno el altruismo coincide
con la investidura libidinosa de objeto. El objeto sexual atrae sobre sí, por
regla general, una parte del narcisismo de yo, lo que se hace notable en la
llamada «sobrestimación sexual» del objeto, [Cf. pág.: 378] Si en cambio se
produce la trasmisión altruista del egoísmo al objeto sexual, este cobra máximo
poder; por así decir, deglute al yo.
Creo que les complacerá si, tras la fantasía en el
fondo árida de la ciencia, les presento una imagen poética de la oposición
económica (8) entre narcisismo y enamoramiento. La tomo de West‑östlicher
Diwan, de Goethe: (9)'
Suleika:
Pueblo y siervo y vencedor
confiesan en toda edad:
la dicha mayor del hombre
es la personalidad.
Si uno mismo no se falta,
cualquier vida es llevadera.
Si en ser quien es no desmaya,
no importa que todo pierda.
Hatem:
¡Bien dicho! ¡Así será!
Mas yo voy por otra senda:
no hallo dicha terrenal
que no se condense en ella.
Suleika se me prodiga, valioso se hace mi yo.
Suleika se muestra esquiva,
al punto perdido soy.
Estoy, parece, arruinado;
me salvo sin dilación:
ya me encarno en el amado
que Suleika prefirió.
La segunda observación es un complemento a la
teoría del sueño. No podemos explicarnos la génesis del sueño si no incluimos
este supuesto: lo inconsciente reprimido adquirió cierta independencia respecto
del yo, de suerte que no se allana al deseo de dormir y retiene sus
investiduras aunque todas las investiduras de objeto dependientes del yo se
hayan recogido en beneficio del dormir. Sólo así se comprende que lo
inconsciente pueda aprovechar la cancelación o la rebaja nocturnas de la censura
y sepa apropiarse de los restos diurnos para formar, con su materia prima, un
deseo onírico prohibido. Por otra parte, es .posible que ya los restos diurnos
deban a un enlace preexistente con lo inconsciente reprimido una parte de la
resistencia que oponen al recogimiento de la libido dispuesto por el deseo de
dormir. Introduzcamos entonces con posterioridad, en nuestra concepción de la
formación de los sueños, este rasgo importante en el plano dinámico. (10)
Una enfermedad orgánica, una estimulación dolorosa,
la inflamación de un órgano, crean un estado que tiene a todas luces por
consecuencia un desasimiento de la libido respecto de sus objetos. La libido
recogida se reencuentra en el interior del yo como una investidura reforzada de
la parte enferma del cuerpo. Y aun puede aventurarse el aserto de que, en esas
condiciones, el quite de la libido de sus objetos es más llamativo que el
extrañamiento del interés egoísta respecto del mundo exterior. Desde aquí
parece abrirse un camino para la comprensión‑de la hipocondría, en la cual de
manera similar un órgano atarea al yo, sin que para nuestra percepción esté
enfermo.
Pero no cederé a la tentación de avanzar por este
camino o de elucidar otras situaciones que podríamos comprender o exponer
mediante el supuesto de una migración de la libido de objeto al yo; me urge, en
efecto, salir al paso de dos objeciones a las que sé que ustedes están
prestando oídos. En primer lugar, quieren pedirme cuentas de mi empeño en
distinguir a ultranza libido e interés, pulsión sexual y pulsión yoica, en el
dormir, la enfermedad y otras situaciones similares, toda vez que se podría dar
plena razón de las observaciones con el supuesto de una energía única y
unitaria, que libremente móvil, investiría ora el objeto, ora el yo, y podría
entrar al servicio de una u otra pulsión. Y, en segundo lugar, me reprochan mi
osadía en tratar el desasimiento de la libido respecto del objeto como fuente
de un estado patológico, cuando semejante trasposición de la libido de objeto
en libido yoica ‑o, en general, en energía yoica‑ se cuenta entre los procesos
normales de la dinámica del alma, que se repiten cada día y cada noche.
Debo replicar a ello: La primera objeción de
ustedes suena bien. Es probable que la elucidación de los estados del dormir,
de la enfermedad o del enamoramiento nunca nos habría llevado, por sí misma, a
distinguir entre una libido yoica y una libido de objeto, o entre la libido y
el interés. Pero así descuidan ustedes las indagaciones de que partimos y bajo
cuya luz consideramos las mencionadas situaciones del alma. El distingo entre
libido e interés, o sea, entre pulsiones sexuales y de autoconservación, nos
fue impuesto por la intelección del conflicto del cual nacen las neurosis de
trasferencia. No podemos volver a abandonarlo. El supuesto de que la libido de
objeto puede trasponerse en libido yoica, y que por tanto es preciso tener en cuenta
una libido yoica, se nos presentó como el único que puede solucionar el enigma
de las llamadas neurosis narcisistas (p. ej., la dementia praecox) y dar
razón de las semejanzas y diferencias con la histeria y las obsesiones. No
hacemos sino aplicar a la enfermedad, al dormir y al enamoramiento lo que en
otra parte hemos hallado incontrastablemente establecido. Nos es lícito
proseguir con esas aplicaciones y ver adónde nos llevan. La única tesis que no
es sedimento directo de nuestra experiencia analítica es la que sostiene que la
libido sigue siendo libido ya se aplique a objetos o al yo propio, y que nunca
se traspone en interés egoísta, ni a la inversa. Pero esta tesis tiene el mismo
valor que la separación entre pulsiones sexuales y pulsiones yoicas, sobre la
que ya dimos una apreciación crítica y que sustentaremos por razones
heurísticas hasta su posible fracaso.
También la segunda objeción de ustedes contiene un
justificado planteo, pero apunta en una dirección falsa. Es verdad que el
recogimiento de la libido de objeto en el interior del yo no es directamente
patógeno; vemos, en efecto, que se lo emprende cada vez que se va a dormir,
para volver a deshacerlo al despertar. La ameba recoge sus prolongaciones para
volver a emitirlas en la siguiente ocasión. Pero muy diverso es el caso cuando
un determinado proceso, muy violento, es el que obliga a quitar la libido de
los objetos. La libido, convertida en narcisista, no puede entonces hallar el
camino de regreso hacia los objetos, y es este obstáculo a su movilidad el que
pasa a ser patógeno. Parece que la acumulación de la libido narcisista no se
tolera más allá de cierta medida. Y aun podemos imaginar que se ha llegado a la
investidura de objeto justamente por eso, porque el yo se vio forzado a emitir
su libido a fin de no enfermar con su estasis. Si estuviera en nuestros planes
ocuparnos más a fondo de la dementia praecox, les mostraría que el
proceso que hace desasirse a la libido de los objetos y le bloquea el caminó de regreso se aproxima al de la
represión y ha de concebirse como su correspondiente. Pero, sobre todo,
sentirían ustedes estar pisando terreno conocido cuando se enterasen de que las
condiciones de este proceso ‑hasta donde podemos conocerlas hoy‑ son casi
idénticas a las de la represión. El conflicto parece ser el mismo y librarse
entre los mismos poderes. Si el desenlace es aquí tan distinto del de la
histeria, por ejemplo, la razón no puede estar sino en una diversidad de la
disposición {constitucional}. En estos enfermos, el desarrollo libidinal tiene
su punto débil en una fase diversa; la fijación decisiva, que, como ustedes
recuerdan [cf. pág. 315], era la que permitía la irrupción hasta la formación
de síntoma, se sitúa en otra parte, probablemente en el estadio del narcisismo
primitivo al que la dementia praecox vuelve atrás en su desenlace final.
Es un hecho muy notable que en todas las neurosis narcisistas tengamos que
suponer unos lugares de fijación de la libido que se remontan a fases muy
anteriores del desarrollo que en el caso de la histeria o de la neurosis
obsesiva. Pero ya saben ustedes que los conceptos que obtuvimos en el estudio
de las neurosis de trasferencia nos alcanzan también para orientarnos en las
neurosis narcisistas, mucho más graves en la práctica. Son numerosos los rasgos
comunes; en el fondo se trata del mismo campo de fenómenos. Pero ya pueden
imaginar cuán pocas perspectivas de esclarecer estas afecciones, que pertenecen
a la esfera de la psiquiatría, tienen aquellos que no recurren para esta tarea
al aporte del conocimiento analítico de las neurosis de trasferencia.
El cuadro clínico de la dementia praecox,
muy cambiante por lo demás, no se define exclusivamente por los síntomas que
nacen del esfuerzo por alejar a la libido de los objetos y por acumularla en el
interior del yo en calidad de libido narcisista. Más bien ocupan un vasto
espacio otros fenómenos, que remiten al afán de la libido por alcanzar de nuevo
los objetos, y que por consiguiente responden a un intento de restitución o de
curación. Y estos síntomas son incluso los más llamativos, los más ruidosos;
muestran una indudable semejanza con los de la histeria o, más raramente, con
los de la neurosis obsesiva. No obstante, son diferentes en todos sus puntos.
En la dementia praecox parece como si la libido, en su empeño por
regresar a los objetos ‑vale decir, a las representaciones de estos‑, atrapara
realmente algo de ellos, más sólo sus sombras, por así decir: creo que son las
representaciones‑palabra que les corresponden. Aquí no puedo añadir nada más
acerca del tema, pero creo que este comportamiento de la libido que aspira a
regresar nos ha permitido ganar una intelección sobre lo que constituye
realmente la diferencia entre una representación conciente y una inconsciente.
(11)
Los he llevado al campo en el cual cabe esperar que
el trabajo analítico haga sus próximos progresos [cf. pág. 345]. Desde que nos
habituamos a manejar el concepto de libido yoica, las neurosis narcisistas se
nos han hecho asequibles; nos propusimos obtener un esclarecimiento dinámico de
éstas afecciones y, a la vez, perfeccionar nuestro conocimiento de la vida
anímica mediante la comprensión del yo. La psicología del yo a que aspiramos no
ha de basarse en los datos que nos brinde la percepción de nosotros mismos,
sino, como en el caso de la libido, en el análisis de las perturbaciones y
desorganizaciones del yo. Es probable que, cuando demos remate a ese trabajo de
mayor envergadura, tengamos en poco el conocimiento sobre los destinos de la
libido que hemos logrado hasta ahora merced al estudio de las neurosis de
trasferencia. Pero todavía no hemos avanzado mucho. Las neurosis narcisistas
son apenas abordables con la técnica que nos ha servido en el caso de las
neurosis de trasferencia Pronto sabrán la razón. [cf. págs. 406‑7] Siempre nos
ocurre que tras un breve avance tropezamos con un muro que nos detiene. Como ya
saben, también en las neurosis de trasferencia tropezamos con barreras
parecidas que oponía la resistencia, pero pudimos desmontarlas pieza por pieza.
En las neurosis narcisistas la resistencia es insuperable; a lo sumo, podemos
arrojar una mirada curiosa de ese muro para atisbar lo que ocurre del otro
lado. Por tanto, nuestros presentes métodos técnicos tienen que ser sustituidos
por otros; todavía no sabemos si lograremos tal sustituto. Es verdad que
tampoco en estos enfermos carecemos de material. Aportan toda clase de
manifestaciones, si bien no en calidad de respuestas a nuestras preguntas; y
provisionalmente nos vemos constreñidos a interpretar estas manifestaciones con
ayuda de la comprensión que hemos adquirido sobre la base de los síntomas de
las neurosis de trasferencia. La concordancia es lo bastante grande para
asegurarnos un beneficio inicial. No sabemos hasta dónde nos llevará esta
técnica.
Otras dificultades se suman para detener nuestro
progreso. Las afecciones narcisistas y las psicosis relacionadas con ellas solo
pueden ser desentrañadas por observadores formados en el estudio analítico de
las neurosis de trasferencia. Pero nuestros psiquiatras no estudian
psicoanálisis, y nosotros, los psicoanalistas, vemos muy pocos casos
psiquiátricos. Primero tiene .que surgir una raza de psiquiatras que haya
pasado por la escuela del psicoanálisis como ciencia preparatoria. Los primeros
pasos para ello se dan hoy en Estados Unidos, donde muchísimos psiquiatras de
primera línea imparten a los estudiantes las doctrinas psicoanalíticas, y donde
dueños de institutos y directores de asilos de insanos se empeñan en observar a
sus enfermos en el sentido de estas doctrinas. No obstante, también nosotros,
aquí, tenemos a veces la suerte de echar una mirada por encima del muro
narcisista, y en lo que sigue les informaré de algunas cosas que creemos haber
atisbado.
La forma de enfermedad conocida como paranoia, la
insania crónica sistemática, ocupa en los intentos clasificatorios de la
psiquiatría actual una posición fluctuante. Empero, su estrecho parentesco con
la dementia praecox no ofrece ninguna duda. En una ocasión me permití
hacer la propuesta de reunir paranoia y dementia praecox bajo la
designación común de parafrenia. (12) Las formas de la paranoia son descritas
según su contenido: delirio de grandeza, delirio de persecución, delirio de
amor (erotomanía), delirio de celos, etc. Ensayos explicativos, no los esperemos
de la psiquiatría. Como ejemplo de uno de estos (envejecido y no muy valioso
por lo demás), les menciono el intento de derivar un síntoma de otro por medio
de una racionalización intelectual: el enfermo que por una inclinación primaria
se cree perseguido, supuestamente inferiría de esa persecución que él es una
personalidad muy, pero muy importante, y así desarrollaría una manía de
grandeza. Para nuestra concepción analítica, el delirio de grandeza es la
consecuencia directa a un aumento del yo por recogimiento de las investiduras
libidinosas de objeto, un narcisismo secundario como retorno del narcisismo
originario de la primera infancia. Ahora bien en los casos de delirio de
persecución hemos observado algo que nos movió a seguir cierta pista. Lo primero
que nos llamó la atención fue que en la inmensa mayoría de los casos el
perseguidor era del mismo sexo que el perseguido. Esto era todavía susceptible
de una explicación inocente, pero en algunos casos bien estudiados se evidenció
con claridad que la persona del mismo sexo más amada en épocas normales se
trasformaba en perseguidor después de contraerse la enfermedad. Ello posibilita
un ulterior desarrollo, a saber, que la persona amada es sustituida por otra,
de acuerdo con afinidades notorias entre ambas; por ejemplo, el padre lo es por
el maestro, el jefe. De estas experiencias, que siguen multiplicándose,
extraemos la conclusión de que la paranoia persecutoria es la forma en que el
individuo se defiende de una moción homosexual que se ha vuelto hiperintensa
(13) La mudanza de la ternura en odio, que, como es sabido, puede convertirse
en una seria amenaza para la vida del objeto amado y odiado, corresponde
entonces a la trasposición de mociones libidinosas en angustia, que es un
resultado regular del proceso de la represión. Escuchen ustedes, por ejemplo,
el relato de mi última observación en este sentido.
Un médico joven debió ser expulsado de su ciudad
natal porque había amenazado de muerte al hijo de un profesor universitario que
allí vivía, hasta entonces su mejor amigo. Atribuía a este ex amigo propósitos
realmente diabólicos y un poder demoníaco. Era el culpable de todos los males
que en los últimos años sobrevinieron a la familia del enfermo, y de todas sus
desventuras familiares y sociales. Pero la cosa no paraba ahí: el mal amigo y
su padre habían provocado la guerra y llamado a los rusos al país. El malhechor
merecía mil veces la muerte, y nuestro enfermo estaba convencido de que ella pondría
fin a todas las desgracias. No obstante, la ternura que antiguamente había
sentido por él fue lo bastante fuerte como para detenerle la mano en una
ocasión en que pudo abatir a su enemigo a quemarropa. En los breves coloquios
que tuve con el enfermo, se evidenció que la relación de amistad entre ambos se
remontaba muy atrás, hasta la escuela secundaria. Por lo menos una vez había
rebasado los límites de la amistad; una noche que habían pasado juntos fue para
ellos la ocasión de un comercio sexual completo. Nuestro paciente nunca había
adquirido con las mujeres el vínculo afectivo que había correspondido a su edad
y a su atractiva personalidad. Había estado comprometido con una muchacha bella
y distinguida, pero esta rompió el compromiso porque no encontraba ninguna
ternura en su novio. Años después, su enfermedad estalló justamente en el
momento en que por primera vez había conseguido satisfacer a una mujer
plenamente. Cuando ella lo abrazó, agradecida y rendida, él sintió de pronto un
enigmático dolor que le corría como un filo agudo en torno de la calota craneana.
Más tarde interpretó esta sensación como si en una autopsia le hubieran hecho
el corte para exponer el cerebro; y dado que su amigo era especialista en
anatomía patológica, poco a poco descubrió que sólo él podía haberle enviado a
esa mujer para tentarlo. Desde ahí abrió los ojos para las otras persecuciones
cuya víctima estaba destinada a ser por las maquinaciones de su ex amigo.
Ahora bien, ¿qué pensar en los casos en que el
perseguidor no pertenece al mismo sexo que el perseguido, y entonces parecen
contradecir nuestra explicación por la defensa frente a una libido homosexual?
Hace algún tiempo tuve oportunidad de indagar un caso así, y de la aparente
contradicción pude obtener una confirmación. Una joven, que se creía perseguida
por el hombre a quien había concedido dos citas amorosas, de hecho había
dirigido primero una idea delirante a una mujer en quien podía verse un
sustituto de la madre. Sólo tras el segundo encuentro avanzó hasta desasir esa
idea delirante de la mujer y trasferirla al hombre. Por tanto, también en este
caso se había cumplido la condición de que el perseguidor ha de ser del mismo
sexo. En su queja al abogado y al médico, la paciente no había mencionado ese
estadio previo de su delirio, y así dio lugar a una apariencia que contradecía
nuestra comprensión de la paranoia."
La elección homosexual de objeto originariamente
está más cerca del narcisismo que la heterosexual. Y si después es preciso
rechazar una fuerte moción homosexual no deseada, el camino de regreso al
narcisismo se ve particularmente allanado. No he tenido mucha oportunidad de
hablarles acerca de lo que hemos llegado a saber sobre los fundamentos de la
vida amorosa, y ahora es demasiado tarde para reparar esa omisión. Únicamente
quiero destacar esto: la elección de objeto, el progreso en el desarrollo
libidinal que se efectúa tras el estadio narcisista, puede producirse según dos
diversos tipos: el tipo narcisista, en que el yo propio es remplazado por otro que se le
parece en todo lo posible o el tipo de apuntalamiento [anaclítico], (15)
en que las personas que han adquirido valor por haber satisfecho las otras
necesidades de la vida son escogidas como objetos también por la libido. Una
fuerte fijación libidinal en el tipo narcisista de la elección de objeto ha de computarse
además en la disposición a la homosexualidad manifiesta.
Recuerdan ustedes que en el primer encuentro de
este semestre les conté un caso de delirio de celos en una mujer [pág. 228]. Ahora
que estamos llegando al final, ustedes querrían saber, sin duda, cómo
explicamos en el psicoanálisis una idea delirante. Pero sobre esto tengo para
decirles menos de lo que esperan. La imposibilidad de abordar la idea delirante
mediante argumentos lógicos y experimentos reales se explica, como en el caso
de las obsesiones, por el vínculo con lo inconsciente, que es representado
{repräsentiert} y sofrenado por la idea delirante o la idea obsesiva. La
diversidad entre ambas tiene su raíz en la tópica y la dinámica de esas dos
afecciones.
Como en el caso de la paranoia, también en el de la
melancolía (de la cual, por lo demás, se describen muy diversas formas
clínicas) hemos hallado un lugar en el que es posible echar una mirada a la
estructura interna de la afección. Hemos conocido que los autorreproches con
que estos melancólicos se martirizan de la manera más inmisericorde están
dirigidos, en verdad, a otra persona, el objeto sexual, a quien han perdido o
se les ha desvalorizado por culpa de ella. De ahí pudimos inferir que el
melancólico ha retirado, es cierto, su libido del objeto, pero que, por un
proceso que es preciso llamar «identificación narcisista>>, ha erigido el
objeto en el interior de su propio yo; por así decir, lo ha proyectado sobre el
yo. Aquí sólo puedo trazarles un cuadro ilustrativo, no darles una descripción
ordenada en sentido tópico-dinámico (16)
Y bien; el yo propio es tratado entonces como lo
sería el objeto resignado, y sufre todas las agresiones y manifestaciones de
venganza que estaban reservadas a aquel. También la inclinación de los melancólicos
al suicidio se vuelve más comprensible si se reflexiona en que la ira del
enfermo recae de un golpe sobre el yo propio y sobre el objeto amado‑odiado. En
el caso de la melancolía, como en el de otras afecciones narcisistas, sale a la
luz de manera muy marcada un rasgo de la vida afectiva que desde Bleuler
solemos designar como ambivalencia. (17)
Mentamos así el hecho de que se dirijan a una misma persona sentimientos
contrapuestos, de ternura y de hostilidad. Por desgracia, en el curso de estos
.coloquios ya no tendré nuevas oportunidades de contarles acerca de la
ambivalencia de sentimientos. [Cf. pág. 403.]
Además de la identificación narcisista existe una
identificación histérica, que nos es conocida desde hace mucho más tiempo. (18)
Me gustaría que ya fuese posible aclararles las diferencias entre ambas
mediante algunas definiciones. Acerca de las formas periódicas y cíclicas de la
melancolía, puedo comunicarles algo que ustedes escucharán sin duda con gusto.
En efecto, en circunstancias favorables es posible –hice dos veces la
experiencia‑, mediante un tratamiento analítico realizado en los períodos
intermedios libres, prevenir el retorno de ese estado, ya sea en el mismo
talante o en el contrapuesto. Así se averigua que también en el caso de la
melancolía y la manía se trata de una manera particular de tramitar un
conflicto cuyas premisas coinciden enteramente con las de otras neurosis.
Pueden imaginar ustedes todo lo que el psicoanálisis tiene aún por averiguar en
este campo.
Les dije, asimismo [págs. 377‑8], que mediante el
análisis de las afecciones narcisistas esperábamos poder llegar a conocer la
composición de nuestro yo y su edificio de instancias. Hemos dado los primeros
pasos en otro lugar. (19) Por el análisis del delirio de observación
[Beobachtungswahn], hemos extraído la conclusión de que en el interior del yo
existe realmente una instancia que de continuo observa, crítica y compara, y
que de tal modo se contrapone a la otra parte del yo. Opinamos, por eso, que
cuando el enfermo se queja de que cada uno de sus pasos es espiado y observado,
de que cada uno de sus pensamientos es enunciado y criticado, nos revela una
verdad que todavía no ha sido apreciada lo bastante. Sólo yerra en cuanto
traslada afuera este poder incómodo, como algo que le sería ajeno. Siente en el
interior de su yo el reinado de una instancia que mide su yo actual y cada una
de sus actividades con un yo ideal, que él mismo se ha creado en
el curso de su desarrollo. Opinamos, además, que esta creación se hizo con el
propósito de restaurar aquel contento consigo mismo que iba ligado con el
narcisismo infantil primario, pero que tuvo que experimentar desde entonces
tantas perturbaciones y afrentas. A la instancia de observación de sí la
conocemos como el censor yoico, (20) la conciencia moral; es la misma que por
las noches ejerce la censura sobre los sueños, y de la que parten las
represiones de las mociones de deseo no permitidas. Y cuando, en el caso del
delirio de observación, ella se descompone, nos revela que proviene de las
influencias de los padres, los educadores y el medio social, de la
identificación con algunas de estas personas modelo.
Esos serían algunos de los resultados que nos ha
brindado hasta ahora la aplicación del psicoanálisis a las afecciones
narcisistas. Por cierto son todavía muy pocos, y a menudo les falta ese
carácter bien perfilado que sólo proporciona la familiaridad segura con un
nuevo campo. Los debemos todos al aprovechamiento del concepto de libido yoica
o libido narcisista, con cuyo auxilio extendemos las neurosis narcisistas las concepciones que
se han acreditado en las neurosis de trasferencia. Ahora preguntarán ustedes:
¿Es posible que logremos subordinar a la teoría de la libido todas las
perturbaciones propias de las afecciones narcisistas y de las psicosis? ¿Es
posible que culpemos en todas partes al factor libidinoso de la vida anímica
por la contracción de la enfermedad, y nunca nos haga falta responsabilizar por
ella a cambios sobrevenidos en la función de la pulsión de autoconservación? Y
bien, señoras v señores; no me parece acuciante decirlo y, sobre todo, no me
parece que las cosas estén maduras para ello. Podemos dejarlo librado,
confiados, al progreso del trabajo científico. No me asombraría que la facultad
de producir el efecto patógeno resultara ser realmente un privilegio de las
pulsiones Iibidinosas, de manera que la teoría de la libido pudiera festejar su
triunfo en toda la línea, desde las más simples neurosis actuales hasta la más
grave alienación psicótica del individuo. Es que, como bien sabemos, es un
rasgo característico de la libido el de resistirse a ser subordinada a la
realidad del mundo, a la 'Aváyxr [pág. 323]. Pero considero muy probable que
las pulsiones yoicas sean arrastradas secundariamente por las incitaciones
patógenas de la libido, y forzadas a una perturbación de su funcionamiento. Y
no veo en qué sentido habría fracasado la orientación que hemos impreso a
nuestras búsquedas si descubriésemos que en las psicosis graves son las
pulsiones yoicas mismas las extraviadas de manera primaria; el futuro lo dirá,
al menos a ustedes.
Permítanme volver todavía un momento sobre la angustia,
a fin de esclarecer un último punto oscuro que habíamos dejado allí. Dijimos
[pág. 374] que no armonizaba con el vínculo entre angustia y libido, tan bien
individualizado en lo demás, el hecho de que la angustia realista frente a un
peligro hubiese de ser la exteriorización de la pulsión de autoconservación,
lo cual, empero, difícilmente puede cuestionarse. Ahora bien, ¿qué tal si el
afecto de angustia no fuera solventado por las pulsiones yoicas egoístas, sino
por la libido yoica? El estado de angustia es por cierto inadecuado siempre, y
su inadecuación se vuelve evidente cuando alcanza un grado más alto. En tal
caso perturba la acción, sea esta la huida o la defensa; y la acción es la
única adecuada y la que sirve a la autoconservación. Por tanto; si atribuimos
la parte afectiva de la angustia realista a la libido yoica, y la acción a la
pulsión de conservación del yo, habremos eliminado toda dificultad teórica. Por
lo demás, ¿no seguirán ustedes creyendo en serio que uno huye porque siente
angustia? No; uno siente angustia y emprende la huida por un motivo común, el
que nace de la percepción del peligro. Hombres que han pasado por peligros
mortales cuentan que no sintieron angustia alguna, meramente actuaron ‑p. ej.,
apuntaron el rifle a la fiera‑; y sin duda alguna, eso era lo más adecuado.
NOTAS
(1)[Freud desarrolló este argumento biológico
en Más allá del principio de placer (1920g), particularmente en el capítulo
VI.]
(2) [La expresión «interés del yo>, a
veces en la forma de «interés egoísta» o simplemente «interés», aparece con
frecuencia en esta conferencia. Freud la había empleado por primera vez en «Introducción
del narcisismo» (1914c), AE, 14. pág. 79, y también varias veces en los
escritos metapsicológicos de 1915. Por lo común, en todos esos pasajes (como en
este) se la utiliza para distinguir las fuerzas de autoconservación respecto de
la libido. La introducción del concepto de narcisismo hizo menos neto este
distingo; pero a lo largo de toda esta conferencia (véase, en particular, el
último párrafo) es evidente el empeño de Freud por separar la libido yoica (o
narcisista) del interés yoico (o pulsión de autoconservación). Sin embargo, no
mucho después abandonó este empeño y declaró que la libido narcisista debía
identificarse necesariamente con las pulsiones de autoconservación (en Más allá
del principio del placer (1920g), AE, 18 pág. 51), aunque continuó pensando que
había otras pulsiones de objeto diferentes de las libidinales ‑aquellas que describió como pulsiones
destructivas, o de muerte‑. Con posterioridad al presente trabajo no utilizó
más, empero, el término «interés». Se hallará una reseña más completa en mi
«Nota introductoria» a «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), AE, 14, págs.
109 y sigs.]
(3) [Esto es examinado en el primero de los
Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, págs., 136 y sigs.]
4 [El término procede en parte de Havelock
Ellis; véase un comentario más amplio en una de mis notas al pie de «
Introducción del narcisismo» (1914c), AE, 14, pág. 71, n. 1; este último
trabajo es la principal exposición del tema que hizo Freud.]
(5)[Se hallará un comentario sobre esta analogía
en mí «Apéndice B» a El yo y el ello (1923b), AE, 19, págs., 63 y sigs.]
(6) [Cf. 15, Pág. 80.]
(7) [Cf. 15, págs. 130‑1.]
(8) [O sea, el factor cuantitativo de las
energías actuantes; cf. supra, pág. 341]
(9) [La palabra «diván», tomada por Goethe del
persa, significa «colección de poemas»] {La obra Diván occidental oriental se
inspiró en la colección titulada Diván del poeta persa Xems‑ed‑Din, conocido
como «Hafiz» (1320‑1389).}
(10) [Esto había sido discutido por Freud más
extensamente en su «Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños»
(1917d), AE, 14, págs. 223 y sigs.]
(11) [La idea de que algunos de los síntomas
de la psicosis representan intentos de restablecimiento del paciente fue
formulada originalmente por Freud en su análisis del caso Schreber (1911c), AE,
12, pág. 65, donde en una nota al pie doy mayores referencias. En cuanto a la
distinción básica entre las representaciones concientes y las inconscientes, a
la que aquí apenas se alude había sido examinada en detalle en Lo inconsciente»
(1915e), AE, 14, págs. 198 y sigs.]
(12) [Se encontrarán algunos comentarios
sobre el uso de este término por Freud en una nota al pie del caso Schreber
(1911c), AE, 12, pág.‑ 70, n. 25.]
(13) [Véase la sección III del caso Schreber,
ibid., págs. 55 y sigs.]
(14) [Este caso había sido relatado por Freud
detalladamente poco tiempo atrás (1915`1, AE, 14, págs. 263 y sigs.]
(15) [«Anlehnungstypus»; esto se discute
ampliamente en la sección II de « Introducción del narcisismo> (1914c), AE,
14, págs. 84 y sigs. cf. supra, pág. 300.] {La expresión «tipo anaclítico», de
uso corriente en castellano, fue tomada del inglés anaclitic type; Strachey
emplea también attachment type)
(16) [Se ofrece una descripción completa en
«Duelo y melancolía» (1917e) ].
(17) [El empleo de este término es comentado
por mí en una nota del trabajo «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), AE,
14, pág. 126, n. 26].
(18) [Una temprana descripción es la que aparece
en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, págs. 167‑8. La diferencia
entre ambos tipos de identificación se explica en «Duelo y , melancolía»
(1917e), AE, 14, págs. 247‑9.]
(19) [Para lo que sigue, véase la sección III
de «Introducción del narcisismo» (1914c), AE, 14, págs. 90 y sigs. La evolución
posterior de estas ideas se reseña en mi «Introducción» a El yo y el ello
(1923b), AE, 19, págs. 8‑10.]
(20) [Freud emplea aquí la palabra «zensor»
en lugar de la forma impersonal «zensur» que aparece luego en la misma oración,
y que es la adoptada casi invariablemente por él. Otros casos de este uso
excepcional de «censor» se hallarán en La interpretación de los sueños (1.900ª),
AE 5, pág. 501, en «Introducción del narcisismo» (1914), AE. 14, pág. 94, en las Nuevas conferencias de introducción al
psicoanálisis (1933a), AE, 22, pág.‑ 15]
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