"Freud"
Pierre-Sylvestre Clancier.
Capítulo 2. Hipótesis del Inconsciente
y Capítulo 3. Una nueva tópica.
Freud por Salvador Dalí |
Capitulo 2
HPOTESIS DEL
INCONSCIENTE
La división de lo psíquico en un psíquico consciente y
un psíquico inconsciente constituye la premisa fundamental del psicoanálisis,
sin la cual este sería incapaz de comprender los procesos patológicos tan
frecuentes como graves de la vida psíquica y de hacerlos entro en el marco de
la ciencia.(1)
Sigmund Freud
UNA HIPÓTESIS
"NECESARIA" Y "LEGITIMA"
Freud comprueba a través de sus experiencias de análisis
terapéuticos que la predominancia de ideas inconscientes eficientes es un
hecho esencial en la psicología de las neurosis. ¿Qué entiende por ello?
Entiende el hecho de que efectivamente existe un alto número de representaciones
que pueden actuar de manera sensible sobre nuestro espíritu sin dejar de estar
latentes en nuestra conciencia, lo que no quiere decir que sean
representaciones débiles. Freud posee desde muy temprano la convicción, que
logró a partir de estudios de casos de histeria, de que existen pensamientos
latentes que no penetran en la conciencia, no importa lo fuerte que haya
llegado a ser.
De modo, pues, que es conveniente reservar el término de
inconsciente para ese tipo de pensamientos que obran en las neurosis. Freud
insiste en el hecho de que la hipótesis del inconsciente es
"necesaria" y "legítima" y que contamos con muchas pruebas
de la existencia del inconsciente.
Para Freud, en efecto, la asimilación, formulada de entrada,
entre lo psíquico y el inconsciente es un verdadero abuso filosófico, una pura
y simple petición de principio, pues se trata de una asimilación que no toma
en cuenta el hecho de que los datos de la conciencia son en extremo
deficitarios. ¿De qué modo se podrían explicar en el enfermo los actos
fallidos, los sueños y todo cuanto se llama síntomas psíquicos y fenómenos
compulsivos sin hacer intervenir la noción de inconsciente? "También podemos
aducir, en apoyo de la existencia de un estado psíquico inconsciente —dice
Freud—, el hecho de que la conciencia solo integra en un momento dado un
limitado contenido, de manera que la mayor parte de aquello que denominamos
conocimiento consciente tiene que hallarse de todos modos, durante largos
períodos de tiempo, en estado de latencia, esto es, en un estado de
inconsciencia psíquica" 2. Y en apoyo
de su hipótesis añade: "La negación del inconsciente resulta
incomprensible en cuanto reparamos en la existencia de todos nuestros recuerdos
latentes" 3.
Por eso Freud se aplica a mostrar la naturaleza de los
estados psíquicos inconscientes que pueden plantearse como problemas. Y
demuestra que estos mantienen un estrecho contacto con los procesos psíquicos
conscientes a los que pueden ser traspuestos mediante la ejecución de
determinado trabajo.
Así, según Freud, los estados psíquicos inconscientes pueden
describirse por medio de las categorías que se aplican a los actos psíquicos
conscientes, esto es, la representación, la tendencia y la decisión. No se
podría, pues, vacilar un solo instante en encararlos como verdaderos objetos
de la investigación psicológica y en confrontarlos con los actos psíquicos
conscientes.
Por lo demás, la hipótesis del inconsciente es cabalmente
"legítima", pues sin ella tendríamos que decir que todos los actos y
todas las manifestaciones que observamos en nosotros sin saber vincularlos con
el resto de nuestra vida psíquica deben juzgarse como si pertenecieran a otra
persona. Esto sería absurdo, ya que equivaldría a suponer la existencia en
nosotros de una segunda conciencia hermética a la primera, que perdería por
eso mismo su título de conciencia. De modo, pues, que para Freud es más justo
admitir, sencillamente, la existencia de actos psíquicos privados de
conciencia.
LOS PUNTOS DE VISTA
TÓPICO Y DINÁMICO
La hipótesis freudiana del inconsciente no se limita a
admitir la coexistencia de diversos actos psíquicos, sino que además determina
para cada uno de ellos una naturaleza y un tipo diferentes de funcionamiento.
Ya en 1895, fecha en que colabora con Breuer en los Estudios sobre la histeria,
su hipótesis implica una diferenciación tópica, es decir, de alguna manera
espacial y geográfica, pero figurada, del aparato psíquico. Es como si Freud
levantara una especie de carta imaginaria del aparato psíquico para esclarecer
sus diversas componentes y la relación que estas mantienen entre sí.
Según esta figuración tópica, también el inconsciente estaría
compuesto por diferentes estratos, pues la investigación analítica solo podría
llevarse a cabo por determinadas vías, las cuales vendrían a suponer cierta
distribución de los diversos grupos de representaciones que caracterizan leyes
de asociaciones distintas. La disposición de los recuerdos agrupados y
clasificados alrededor de un núcleo patógeno es más lógica que cronológica.
Además, Freud describe la captación por el yo al nivel de la conciencia de
recuerdos inconscientes, según un esquema espacial, y define a la conciencia
como un "desfiladero" que solo permite que se infiltre un recuerdo
por vez en el "espacio del yo".
INCONSCIENTE,
PRECONSCIENTE, CONSCIENTE 4
Si se pasa a una representación positiva de lo que implica
el punto de vista tópico, puede decirse "que, según nos demuestra el
psicoanálisis, un acto psíquico pasa generalmente por dos estados o fases,
entre los cuales se halla intercalado una especie de examen (censura)" 5. En el primer estado el acto es inconsciente y
forma parte del sistema Ics; puede ser rechazado por la prueba de la censura y
no llegar al segundo estado, en cuyo caso se dice que ha sido reprimido:
permanece inconsciente. Sin embargo, si logra sobrepasar la censura, entra en
el segundo estado y entonces pasa a formar parte del segundo sistema, al que
Freud llama sistema Cs. No obstante, su vinculación con la conciencia no se
halla todavía íntegramente determinada por el hecho de pertenecer al segundo
sistema; el acto psíquico no es aún, hablando con propiedad, consciente, sino
más bien susceptible de volverse consciente. Esta noción de "posibilidad
de hacerse consciente" induce a Freud a incluir en el sistema Cs la
existencia de un sistema Pcs.
De todos modos, nos dice: "con la aceptación de estos
(dos o tres) sistemas psíquicos el psicoanálisis se ha separado un paso más de
la psicología descriptiva de la conciencia" 6
LA REPRESIÓN 7
Hemos dicho precedentemente, para introducir la distinción
entre Ics, Pcs y Cs, que un acto psíquico puede ser "reprimido", esto
es, puede no llegar a la conciencia y seguir siendo inconsciente. Hemos así
establecido que la represión es un proceso que actúa sobre algunas representaciones
al amparo de los sistemas Ics y Pcs (Cs). Freud describe luego este proceso con
mayor precisión; según él, a la representación se le sustrae la carga (catexis)
preconsciente, como consecuencia de lo cual conserva una catexis inconsciente,
o bien hay sustitución de la catexis preconsciente por una inconsciente En
otros términos, la idea o imagen del acto psíquico queda privada de toda
energía psíquica consciente.
Pero a fin de esclarecer este proceso, hasta allí
bastante misterioso, Freud se ve obligado a recurrir a otro proceso,
destinado, ora a mantener la represión, ora a constituirla y hacerla durar.
Esto solo puede explicarse, según él, si se admite la existencia de "una
contracatexis, por medio de la cual se protege el sistema Pcs contra la presión
de la representación inconsciente" 8.
Freud se ve por lo demás llevado a precisar que "es muy posible que
precisamente la catexis sustraída a la representación sea la empleada para la
contracatexis" 9.
Destaquemos el aspecto innovador y original de los términos
utilizados por Freud. En efecto, los términos "catexis" y
"contracatexis" corresponden a lo que Freud mismo llama "punto
de vista económico". Quiere, pues, decir que, desde este punto de vista y
con los términos que implica, Freud intenta "perseguir los destinos de las
magnitudes de excitación y establecer una estimación, por lo menos relativa, de
ellos" 10. De ahí que para caracterizar
apropiadamente la investigación psicoanalítica proponga emplear el giro
"exposición metapsicológica" cada vez que se logre informar acerca de
un proceso psíquico en sus relaciones dinámica, tópica y económica. El punto de
vista tópico corresponde, como hemos visto, a la descripción figurada según un
orden espacial del aparato psíquico. El punto de vista dinámico permite
explicitar la génesis de las neurosis en torno de la noción de conflicto
psíquico.
Es dable, pues, encarar el proceso de la represión con
arreglo a estos tres puntos de vista metapsicológicos.
Desde el punto de vista tópico, la represión queda definida
como una operación de conservación fuera del campo de la conciencia, pero la
instancia represiva no es asimilada a la conciencia. Lo que permite rendir
cuenta de ello es, en efecto, la censura, a la que intentaremos luego
explicitar.
Desde el punto de vista económico, la represión se explica por
una sutil combinación de sus tracciones de carga, sobrecargas y contracargas
que atañen a las representaciones (imagen, idea...) de la pulsión. Si se considera
por fin la represión desde el punto de vista dinámico, entonces se tratará de
saber cuáles son sus motivos, o, para decirlo de otro modo, se tratará de
explicar por qué una pulsión que, ya satisfecha, normalmente engendraría cierto
placer llega en este caso a proporcionar tal displacer, que arrastra consigo
al proceso de la represión.
LA CENSURA
Según Freud, el riguroso examen de censura que sufre un acto
psíquico entre dos estados o fases del aparato psíquico llena esencialmente su
papel en el paso del Ics al Pcs. Esta es la operación que importa explicar,
pues se halla en el origen de la represión. Efectivamente, Freud dice que todo
acto psíquico es originariamente inconsciente y puede, o bien seguir siéndolo,
o bien alcanzar la conciencia, según sea la censura que se opere sobre él. La
distinción entre actividad preconsciente y actividad inconsciente está lejos
de ser primaria y solo puede establecerse después de la intervención de la
censura. A partir de allí la distinción entre pensamientos preconscientes,
susceptibles de convertirse en objetos de conciencia en cualquier momento, y
pensamientos inconscientes, a los que esta condición les está negada, reviste
sumo interés, tanto teórico como práctico. A este propósito Freud emplea una
analogía didáctica, cual es la de la fotografía; en efecto, "el primer
estadio de la fotografía es el negativo. Toda imagen fotográfica tiene que
pasar por el proceso negativo, y algunos de estos negativos, que han resistido
bien la prueba, son admitidos al proceso positivo, que acaba en la imagen
perfecta" 11.
La censura que obra entre el Ics y el Pcs es a menudo más
fácilmente analizable en el sueño, donde opera de manera constante, pero más
atenuadamente que en el estado de vigilia. Freud considera que en la
deformación de los sueños se debe atribuir un papel al fenómeno de la censura.
Esta impone allí "atenuaciones, aproximaciones y alusiones al pensamiento
verdadero" 12, Esto les permite a un
número mayor de vástagos del inconsciente presentarse a la conciencia. Freud
insiste a este respecto en el hecho de que el término de censura no debe
comprenderse en un sentido demasiado antropomórfico. No se trata, por ejemplo,
de representarse "al censor onírico bajo la forma de un hombrecillo severo
o de un duende alojado en un departamento del cerebro, desde el cual ejerce sus
funciones censoras" 13.
En la palabra "censura" solo hay que ver un término
útil para caracterizar una relación dinámica. A la pregunta de saber por qué
tendencias se opera la censura, Freud responde que las tendencias que influyen
sobre la censura del sueño son las mismas que, una vez en estado de vigilia,
son reconocidas por el durmiente como si fueran propias. Y a la pregunta de
saber contra qué tendencias va dirigida la censura, Freud responde que se trata
de las tendencias consideradas reprensibles e indecentes desde un punto de
vista moral, social y estético. Se trata de tendencias correspondientes a la
manifestación de un egoísmo exagerado, a la realización de un "yo
desembarazado de toda traba moral" y que no obedece más que a las
exigencias del instinto sexual.
Señalemos por último que Freud sitúa asimismo una censura
entre Preconsciente y Consciente, aun cuando precisa que "no debemos ver
en esta complicación una dificultad, sino aceptar que a todo paso de un sistema
al inmediatamente superior, esto es, a todo progreso hacia una fase más elevada
de la organización psíquica, corresponde una nueva censura" 14.
PROPIEDADES
PARTICULARES DEL SISTEMA INCONSCIENTE
Freud instituye la cohesión del sistema Ics y distingue
radicalmente a este del sistema Pcs por medio de la noción económica de una
energía de carga particular de cada uno de los sistemas. Así, la característica
esencial del inconsciente sería la de que no hay en él "sino contenidos
más o menos enérgicamente separados" 15. Según Freud, en este sistema "no hay
negación ni duda alguna, ni tampoco grado ninguno de seguridad" 16. El paso de un acto psíquico de un sistema al
otro se efectúa mediante una descarga por parte del primero y una sobrecarga
por parte del segundo. La marca particular del Ics es lo que Freud denomina
"proceso psíquico primario", a saber, una extrema movilidad de las
intensidades de carga. En otras palabras, la "energía libre" es la
característica esencial del Ics. Tal libertad y tal movilidad de la energía de
carga aparecen sobre todo en lo que Freud denomina "el
desplazamiento" y "la condensación".
Estos dos procesos (desplazamiento y condensación) son por
lo demás especialmente puestos de relieve por Freud en el análisis del sueño.
La noción de desplazamiento resulta de la comprobación clínica de una
independencia posible de la representación y el afecto. Desde su Proyecto de
psicología científica (1895), Freud había comprobado que una representación
podía transmitir su magnitud de carga a otra representación. El proceso de
desplazamiento se definirá, pues, por el hecho de que la energía cargada sobre
una representación es susceptible de sustraerse de ella para aplicarse a
otras representaciones, de intensidad previamente débil, pero vinculadas a la
primera por una serie de asociaciones. El desplazamiento es particularmente
descubrible en el trabajo de elaboración del sueño. Allí, nos dice Freud,
"el desplazamiento se manifiesta de dos maneras: haciendo que un elemento
latente quede reemplazado, no por uno de sus propios elementos constitutivos,
sino por algo más lejano a él, esto es, por una alusión, o motivando que el
acento psíquico quede transferido de un elemento importante a otro que lo es
menos, de manera que el sueño recibe un diferente centro y adquiere un aspecto
que nos desorienta" 17.
El proceso de desplazamiento favorece el de condensación en
la medida en que el desplazamiento origina, a lo largo de dos series de
asociaciones, representaciones nodales.
En efecto la condensación hace de una sola representación el
representante de un gran número de series de asociaciones, en el cruce de las
cuales se sitúa. Vale decir que esa representación recibe la carga de las
energías que se hallaban previamente vinculadas a las diversas series de
asociaciones. Y también en el sueño es más fácilmente descubrible este proceso.
En él la condensación se manifiesta por el hecho de que el relato del sueño,
comparado con su contenido latente, aparece truncado y singularmente plagado
de lagunas.
En el sueño, efectivamente, la condensación puede operarse
por diversos medios. Por ejemplo, un elemento, ya se trate de un personaje o de
un tema dominante, es lo único conservado porque se encuentra en varios
pensamientos del sueño, o porque diferentes elementos se reúnen en una entidad
compuesta; una persona, por ejemplo, puede ser creada de manera cabal por
adición y superposición de rasgos tomados de otras personas.
Otro rasgo característico de los procesos del sistema Ics es
el hecho de ser "intemporales". "Los procesos del sistema Ics
se hallan fuera del tiempo, esto es, no aparecen ordenados cronológicamente, no
sufren modificación ninguna por el transcurso del tiempo y carecen de toda
relación con él", escribe Freud, para añadir: "También la relación
temporal se halla ligada al trabajo del sistema consciente" 18.
Por último, los procesos inconscientes son indiferentes a la
realidad y lo único que los ordena es el principio de placer-desplacer. Quiere
decir que hay en ellos sustitución de la realidad exterior por la realidad
psíquica, según la cual la realización de un deseo (inconsciente) se lleva a
cabo en función de reglas completamente distintas de la satisfacción de las
necesidades vitales.
Procesos tales, que se definen por la satisfacción de las
pulsiones según el principio de placer, corresponden, por tanto, a la reducción
de las tensiones al más bajo nivel 19.
PROPIEDADES
PARTICULARES DEL SISTEMA PRECONSCIENTE
Recordemos que los contenidos del sistema Pcs están ausentes
del campo de la conciencia en acto, pero que se distinguen de los del sistema
Ics por el hecho de ser potencialmente accesibles a la conciencia. No
obstante, Freud describe, como hemos visto, una segunda conciencia entre el
preconsciente y el consciente en acto. Esta censura difiere, sin embargo, de
la primera entre el Ics y el Pcs por el hecho de que entresaca y escoge mucho
más que lo que oculta y deforma. Freud precisa que dentro del sistema Pcs
"desplazamientos y condensaciones como los que se producen en el caso del
proceso primario quedan excluidos o son muy limitados" 20. Y habla, a propósito del sistema Pcs. de
"proceso secundario" que permite la carga del yo y que restringe las
tendencias del proceso primario.
Así, la energía psíquica ya no circula libremente en él, sino
que se encuentra "ligada". Vale decir que hay en ello una mayor
estabilidad de las cargas, en la medida en que lo considerado es la identidad
de pensamiento. Freud habla respecto del Pcs, de "una inhibición de la
tendencia a la descarga de las representaciones catectizadas" 21.
La noción de energía ligada implica igualmente que las
representaciones preconscientes tienden a ser religadas entre ellas; en otros
términos, "al sistema Pcs le corresponde, además, la constitución de una
capacidad de relación entre los contenidos de las representaciones", de
manera que estos pueden influirse recíprocamente 22.
Los procesos psíquicos preconscientes obedecen al principio de realidad y no al
principio de placer. Dicho de otro modo, ya no son el reflejo de una búsqueda
de satisfacción por las vías más directas. Sus rodeos son la marca de las
condiciones que impone el mundo exterior.
Por último, el Pcs y el yo mantienen
relaciones estrechas. Freud llega incluso en esta primera teoría tópica a
hacerlos coincidir de manera total. Pese a ello, y según vamos ahora a verlo,
en la segunda tópica freudiana la nueva definición del yo y la puesta en
evidencia de la instancia del superyó hacen que el preconsciente no pueda ser
confundido con el yo. Esta instancia participa, en efecto, también en el
inconsciente, mientras que por otro lado la instancia del superyó reviste
aspectos preconscientes.
Capítulo 3
UNA NUEVA TÓPICA
Como hemos visto, el punto de vista tópico adoptado por Freud
implica una diferenciación del aparato psíquico en diversos sistemas que poseen
propiedades particulares y que están ordenados de determinada manera. Esta perspectiva
le permite a Freud hablar metafóricamente de tales sistemas como de lugares
psíquicos a los que es dable, de un modo figurado, representar espacialmente. A
este respecto, la comparación utilizada por Freud entre un aparato óptico y el
aparato psíquico explicita de manera particular la noción de lugar psíquico. Si
nos refiriésemos, por ejemplo, a un microscopio, los sistemas psíquicos corresponderían
más bien a los puntos virtuales de este aparato situados entre dos lentes que
a sus piezas materiales 1.
Hemos visto cómo a partir de esta teoría Freud llegó a
establecer una distinción fundamental entre los sistemas Ics, Pcs y Cs. A
partir de 1920, Freud estableció, elaborando una concepción nueva de la personalidad,
una segunda y mayor distinción entre tres instancias: el ello, el yo y el
superyó. Estos nuevos lugares psíquicos ya no corresponden en verdad a los
primeros. En efecto, si la instancia del ello reviste la mayoría de los
caracteres del sistema Ics, las otras instancias, vale decir, el yo y el
superyó, también poseen un origen y una parte inconscientes.
Esencialmente, la importancia de las defensas inconscientes
en la constitución de las neurosis es lo que lleva a Freud a esta reelaboración
teórica. Era ya difícil, en efecto hacer corresponder íntegramente el yo con el
sistema Pcs-Cs, y lo reprimido con el Ics.
El esquema general de esta segunda tópica pone en escena tres
instancias. El ello es de algún modo el depósito de las pulsiones; el yo representa
los intereses de la persona íntegra y se encuentra, por tanto, fuertemente
cargado de libido narcisista, mientras que el superyó, cuya función es a la
vez la de un juez y la de un censor, corresponde a la interiorización de las
exigencias parentales y de los tabúes sociales. A este respecto, y antes de
pasar a un análisis pormenorizado de las tres instancias, importa explicitar el
papel desempeñado por las diversas identificaciones en la formación de la
personalidad. Esta segunda tópica se comprende, en efecto, a partir de las
nociones de identificación y de complejo de Edipo.
IDENTIFICACIÓN Y
COMPLEJO DE EDIPO
La identificación debe considerarse como un proceso mayor que
permite verdaderamente la constitución de la personalidad humana. Es esta una
operación que adquiere toda su importancia en el pensamiento freudiano a partir
del creciente interés asignado al complejo de Edipo y de la elaboración de la
segunda tópica, en la que las instancias que se especifican a partir del ello
son caracterizadas por las identificaciones de las que proceden.
Ya en 1914,
Freud pone en relación, en Introducción al narcisismo, la elección de objeto
narcisista que corresponde a una elección de objeto siguiendo el ejemplo de la
propia persona, por una parte, y por la otra la identificación según la cual
determinada instancia del sujeto sigue el modelo de sus objetos anteriores,
como por ejemplo los padres. Esto equivale a mencionar toda la importancia
concedida por Freud al concepto de identificación en la formación de la
personalidad. Es este un concento que permite comprender la formación de las
instancias de acuerdo con la segunda tópica. Por la misma época Freud describe
los vínculos del complejo de Edipo con la constitución del sujeto en términos
de identificación: hay identificaciones que reemplazan a las cargas libidinales
dirigidas hacia los padres. Freud retorna esta descripción en sus Nuevas aportaciones
al psicoanálisis:
"Tampoco a mí me satisfacen por completo estas
observaciones sobre la identificación, pero me daré por contento si me
concedéis que la instauración del superyó puede ser descripta como un caso plenamente
logrado de identificación con la instancia parental. El hecho decisivo para
esta concepción es el de que la nueva creación de una instancia superior en el
yo se halla íntimamente ligada a los destinos del complejo de Edipo, de manera
que el superyó se nos muestra como el heredero de esta vinculación afectiva,
tan importante para la infancia. Comprendemos que, al cesar el complejo de
Edipo, el niño tuvo que renunciar a las intensas cargas de objeto que había
concentrado en sus padres, y, como compensación de esa pérdida de objeto, las
identificaciones con los padres —identificaciones existentes probablemente
desde mucho antes en su yo— quedan muy intensificadas" 2.
Es importante subrayar a este propósito el verdadero trastrueque
que existe entre las identificaciones, el complejo de Edipo y las instancias.
En efecto, como lo destaca Freud en sus mencionadas aportaciones, la
identificación ha desempeñado un papel primordial en el complejo de Edipo en
el comienzo de la formación de este. El niño, por ejemplo, ha dado muestras de
un vivo interés por su padre: ha hecho de él su ideal. Esta actitud se concilia
muy bien con el complejo de Edipo, al que concurre a elaborar. Paralelamente a
la identificación con su padre, o poco después, el niño ha dirigido sus deseos
libidinales hacia su madre. Ambos tipos de apego, uno por su padre —con quien
se identifica— y el otro por su madre —concebida como un objeto sexual—,
coexisten en él sin incomodarse. Pero como su vida psíquica tiende a
unificarse, esas tendencias terminan por aproximarse: de su encuentro nace el
complejo de Edipo. Este complejo corresponde pues al hecho de que el niño,
viéndose impedido por su padre de llegar a su propia madre, desvía su
identificación con el padre en un sentido hostil; tanto, que termina por
significar el deseo de reemplazar al padre hasta junto a la madre 3.
Queda ahora por preguntarnos qué nos enseñan estos procesos
en la formación de las instancias.
EL SUPERYO
Freud descubre, a partir del análisis que efectúa de casos
patológicos tales como la aflicción prolongada y la melancolía, que "una
parte del yo se sitúa enfrente de la otra y la valora críticamente, como si la
tomara por objeto" 4. Supone entonces
que la instancia crítica, que en el caso del melancólico se halla disociada del
yo, "puede demostrar igualmente en otras circunstancias su independencia"
5. Sus posteriores observaciones confirmarán
esta hipótesis. Años después, en 1923, en su ensayo El "yo" y el
"ello" especifica esta instancia, a la que hasta entonces había
descripto paralelamente a la noción de "conciencia moral" y de
censura: la califica de "superyó" (über-Ich).
En sus Nuevas aportaciones al psicoanálisis resume su
descubrimiento en estos términos: "...pero es más prudente dejar
independiente esta instancia y suponer que la conciencia moral es una de sus
funciones, y otra la auto-observación, indispensable como premisa de la
actividad juzgadora de la conciencia moral. Y como el reconocimiento de una
existencia independiente exige para lo que así existe un nombre propio, daremos
en adelante a esta instancia, entrañada en el yo, el nombre de superyó" 6.
Lo que diferencia la visión freudiana acerca de
esta instancia de la concepción clásica de la conciencia moral es que aquella
la considera enraizada en el inconsciente y que por lo tanto puede operar como
censor de manera inconsciente. Además, considerada en su más amplio sentido,
como en el ensayo El "yo" y el "ello", esta instancia
corresponde a la vez a las funciones de prohibición y a las de idealización
(ideal del yo).
Freud reconoce que la represión es la obra de esta particular
instancia, que restringe y prohíbe. Por lo demás, "la represión es obra
del superyó, el cual la lleva a cabo por sí mismo o por medio del yo, obediente
a sus mandatos", y sin que el individuo tenga conciencia de ello, ya que,
como precisa Freud, "determinadas partes del superyó y el yo mismo
permanecen inconscientes", de lo cual se desprende el interés de la segunda
tópica 7. Freud explica por qué la formación
del superyó corresponde a una situación secundaria. En efecto, el individuo no
está dotado de una conciencia interior innata, y el chiquilín debe ser considerado
como amoral, pues en él ninguna inhibición viene a contrariar su tendencia al
placer.
El primer obstáculo a la satisfacción de esta es la autoridad de los
padres. En un segundo período, después de la interiorización de este obstáculo
exterior, pasa el superyó a desempeñar el papel de la instancia parental.
"El superyó —precisa Freud—, que de este modo se arroga el poder, la
función y hasta los métodos de la instancia parental, no es tan solo el
sucesor legal, sino también el heredero legítimo de ella" 8. Tal cual lo habíamos precedentemente
entrevisto, el fundamento de un proceso como ese es una identificación: el niño
asimila su yo a un yo extraño. Inicialmente se trata de una identificación con
los padres; sin embargo, en el curso de su desarrollo el superyó también se
apropia de la influencia de otras personas. Se tratará, por ejemplo, de
educadores, de preceptores y de toda persona que pueda servir de modelo ideal.
"Normalmente, el superyó se aleja cada vez más de los primitivos individuos
parentales, haciéndose, por decirlo así, más impersonal", escribe Freud 9.
Y en el momento en que el complejo de Edipo deja su lugar al
superyó, el niño considera a sus padres como personajes extraordinarios, aun
cuando como consecuencia de ello el superyó permanecerá fundamentalmente determinado
por las primerísimas imágenes parentales. Lo que preside la elaboración del
superyó es, así, la renuncia a los deseos edípicos, a la vez libidinales y
hostiles. De modo, pues, que el superyó no es simplemente una instancia
compulsiva; también representa, para el yo, un ideal. "Hemos de citar aun
una importantísima función que adscribimos al superyó.
Es también el sustrato del ideal del yo, con el cual se
compara el yo, al cual aspira y cuya demanda de perfección siempre creciente se
esfuerza en satisfacer. No cabe duda de que este ideal del yo es el residuo de
la antigua representación de los padres, la expresión de la admiración ante
aquellas perfecciones que el niño le atribuía por entonces", afirma Freud 10, de manera que el superyó aparece como una
instancia rica en sutileza, pues no se contenta en sus relaciones con el yo con
dirigir consejos a este último: "Actúa así, sé de este modo", es
decir, como el padre; tiene además una función correctiva y selectiva que le
permite decir: "No actúes así, no actúes del todo como tu padre".
Esta polaridad del ideal del yo resulta del hecho de que el niño ha efectuado
inmensos esfuerzos para reprimir su Edipo y del hecho también, de que de esta
represión ha surgido su yo ideal. Freud demuestra por lo demás que los padres,
para educar a sus hijos, se conforman con conminaciones de su propio superyó:
"A imagen del superyó de ellos" se forma el superyó del niño, un
superyó que se llena, pues, del mismo contenido que el de sus padres,
"pasando a ser el sustrato de la tradición de todas las valoraciones
permanentes que por tal camino se han transmitido a través de las generaciones"
11. Esta función del superyó es lo que le
permite a Freud responder "a aquellos que, sintiéndose heridos en su
conciencia moral", le objetaban "la existencia de algo más elevado en
el hombre". "Ciertamente —dice—, y este elevado ser es el ideal del
yo o superyó". "No es difícil mostrar que el ideal del yo satisface
todas aquellas exigencias que se plantean en la parte más elevada del hombre.
Contiene, en calidad de sustitución de la aspiración hacía el padre, el nódulo
del que han partido todas las religiones. La convicción de la comparación del
yo con su ideal da origen a la religiosa humildad de los creyentes" 13.
Pese a todo, el yo no se deja captar fácilmente en todas sus
dimensiones. Freud muestra, por ejemplo, o que existen sensaciones
inconscientes que pueden intentar manifestarse sin que el yo perciba la
compulsión que sufre. Y por este camino debe Freud especificar otra instancia
de la personalidad: el ello.
EL ELLO
Después de haber analizado la relación que existe entre la
percepción externa, la percepción interna y el sistema superficial
"percepción-conciencia", Freud intenta dar una forma más precisa a su
representación del yo. Según él, este se forma a partir del sistema P
(percepción), que es de algún modo su núcleo, y comprende en primer lugar el
preconsciente, que descansa en las huellas mnémicas. Sin embargo, Freud
destaca que el yo también es inconsciente. Precisamente el hecho de que el yo
se comporte a menudo de manera pasiva lleva a Freud a retomar una noción introducida
por G. Groddeck, la del "ello", según la cual vendríamos a estar
"vividos por fuerzas desconocidas, por fuerzas que escapan a nuestro
gobierno" 14. Y Freud señala:
"no vacilarnos en asignar a la opinión de Groddeck un
lugar eh los dominios de la ciencia. Por mi parte, propongo tenerla en cuenta,
dando el nombre de yo al ente que emana del sistema P y que es primero
preconsciente, y el de ello, según lo hace Groddeck, a lo psíquico restante —inconsciente—,
en lo que el yo se continúa" 15.
De manera que para Freud el ello es, sin ninguna duda, la
instancia más oscura e impenetrable de la personalidad. Por eso resulta
frecuentemente más cómodo describirla por contraste con el yo. Freud se vale a
este respecto de las comparaciones por imágenes: "...como un caos o como
una caldera plena de hirvientes estímulos". Lo reprimido corresponde, por
tanto, al ello, pero no constituye más que una parte de él.
El ello se llena de energía a partir de las pulsiones, pero
no tiene en sí organización ninguna, ningún principio voluntario; simplemente
apunta a satisfacer las pulsiones, de acuerdo con el principio de placer. Todos
los procesos que se llevan a cabo en él son ilógicos y no obedecen al principio
de contradicción. En efecto, las más contradictorias emociones se encuentran en
él entremezcladas, sin negarse entre sí "No hay en el ello —escribe Freud—
nada equivalente a la negación, y comprobamos también con gran sorpresa la
excepción de aquel principio filosófico según el cual el espacio y el tiempo
son formas necesarias de nuestros actos anímicos.16
Nada hay en el ello que corresponda a la representación del tiempo; no hay
reconocimiento de un decurso temporal, y —hecho harto singular, que espera ser
acogido en el pensamiento filosófico— ni modificación del proceso anímico por
el decurso del tiempo" 17. Los deseos y
las impresiones ocultos en el ello como consecuencia de la represión son de
alguna manera inmutables e intemporales; únicamente el análisis terapéutico,
al hacerlos llegar a la conciencia, puede lograr que el individuo los perciba
en el pasado.
Freud insiste de modo muy especial en "la inmutabilidad
de lo reprimido en el curso del tiempo" 18.
Además, el ello es evidentemente extraño a todo juicio de valor; es
absolutamente amoral y no hace, luego, distinción alguna entre el bien y el
mal. El ello está íntegramente sometido al principio de placer. Su energía
pulsional difiere de la de las demás instancias por el hecho de ser "más
fácilmente móvil y capaz de descargar", de lo cual se deducen
"aquellos desplazamientos y aquellas condensaciones que son
características del ello y que tan absolutamente prescinden de la calidad de
aquello a lo que afectan y a lo que en el yo llamaríamos una
representación"19
Es importante, pues, destacar que Freud atribuye al ello una
gran parte de las propiedades que en su primera tópica había atribuido al
sistema Ics. No obstante, antes de seguir precisando las relaciones que
mantienen entre sí las dos tópicas, es conveniente ante todo definir la
instancia del yo, así como las vinculaciones que unen a las tres instancias en
el seno de la segunda tópica.
EL YO
Según Freud, al observar las relaciones del yo con el sistema
P (percepción), esto es, la parte superficial del aparato psíquico, es dable
deslindar las propiedades esenciales de esta instancia. El sistema P se halla,
en efecto, orientado hacia el exterior y permite la transmisión de toda
impresión recibida. Freud reconoce que el yo superficial emana del sistema P
como de un nódulo 20. Así, "el yo es
aquella parte del ello que fue modificada por la proximidad y la influencia
del mundo exterior y dispuesta para recibir los estímulos y servir de
protección contra ellos, siendo así comparable a la capa cortical de la que se
rodea un nódulo de sustancia viva"21.
El yo tiene por función, consiguientemente,
representarle al ello el mundo exterior. Observa este mundo y deposita su
imagen entre sus recuerdos de percepción. Y Freud escribe que "la percepción
es para el yo lo que para el ello es el instinto" 22.
Tanto es así, que el yo puede utilizar los recuerdos que ha sacado de la
experiencia y de ese modo reemplazar el principio de placer, al que gobierna,
por el principio de realidad. Y Freud asevera que, "valiéndonos del léxico
corriente, podemos decir que el yo representa en la vida anímica la razón y la
reflexión, mientras que el ello representa las pasiones indómitas" 23. Por lo demás, del modo de funcionamiento
propio de esta instancia parece derivar la noción de tiempo. Efectivamente, el
yo se caracteriza por el hecho de resumir y sintetizar el conjunto de sus contenidos.
Su maduración se apoya en una percepción del instinto, pero solo se consuma
con el dominio de este. Ahora bien, este dominio no se lleva a cabo sino
mediante el abarcamiento del representante del instinto en un mayor conjunto
asociativo.
A decir verdad, no obstante, el
yo ha tomado en préstamo todas sus energías del ello, "y no dejamos de
tener un atisbo de la grieta por la cual sustrae al ello nuevos montantes de
energía. Tal camino es, por ejemplo, también la identificación con objetos
conservados o abandonados" 24. Quiere
decir, pues, que se apropia de un alto número de residuos de cargas objetales,
los cuales emanan directamente de las exigencias pulsionales del ello. Esto es
explicable si se considera que el yo debe satisfacer, en la medida de lo
posible, las intenciones del ello mediante la elaboración de compromisos
socorridos por circunstancias propicias. Freud utiliza a este respecto una
metáfora particularmente esclarecedora:
"Podemos, pues, comparar el yo, en su
relación con el ello, con el jinete que rige y refrena la fuerza de su
cabalgadura, superior a la suya, con la diferencia de que el jinete lleva esto
a cabo con sus propias energías, y el yo lo hace con energías prestadas. Pero
así como el jinete se ve obligado alguna vez a dejarse conducir a donde su
cabalgadura quiere, así también el yo se nos muestra en ocasiones forzado a
transformar en acción la voluntad del ello, como si fuera la suya propia" 25.
Este análisis del yo no puede
dejar de convencernos respecto de las estrechas relaciones que mantienen entre
sí las tres instancias de la personalidad psíquica, tales como las ha definido
Freud. Lo que importa poner ahora en evidencia son, precisamente, esas
relaciones.
INTERRELACIONES ENTRE LAS INSTANCIAS Y RELACIONES ENTRE LAS DOS TÓPICAS
Según Freud, el yo debe armonizar
las exigencias siempre contradictorias de esos tres tiranos que son la realidad
exterior, el ello y el superyó. Cuando no puede lograrlo, reacciona entonces
mediante una masiva producción de angustia. El equilibrio del yo es, en efecto,
precario, amenazado como se halla por esos tres exigentes amos. Al
desarrollarse a partir de la personalidad, el yo debe satisfacer a la realidad
exterior y a la vez debe, no obstante, responder a las exigencias del ello.
Estableciendo el nexo entre el mundo real y el ello, frecuentemente se ve
obligado a disfrazar los imperativos inconscientes surgidos del ello en
racionalizaciones preconscientes. Por otra parte el superyó lo restringe
severamente, sin preocuparse por los conflictos —de los que ya está al tanto—
nacidos de la oposición entre el ello y el mundo exterior, entre el principio
de placer y el principio de realidad. El superyó le asigna, en efecto, los
rígidos principios de su comportamiento. Si el yo desobedece al superyó,
entonces se halla abrumado por un opresor sentimiento de culpabilidad. De
modo, pues, que el yo, impulsado por el ello, vejado por el superyó y repelido
por la dura realidad, debe luchar constantemente a fin de lograr la realización
de un equilibrio entre esas diversas compulsiones.
La segunda compulsión que hemos
enunciado, es decir, la del
superyó, se explica con facilidad si se piensa que "el superyó se sumerge
en el ello; como heredero del complejo de Edipo, mantiene íntimas relaciones
con él, y está más alejado que el yo del sistema de las percepciones" 26 De modo, pues, que los conflictos desarrollados
entre el yo y las antiguas cargas libidinales del ello se perpetúan al oponer
al yo el heredero del ello, esto es, el superyó Efectivamente, escribe Freud,
"cuando el yo no ha conseguido por completo el sojuzgamiento del complejo
de Edipo, entra de nuevo en actividad su energía de carga, procedente del
ello, actividad que se manifestará en la formación reactiva del ideal del
yo"27. De modo que el conflicto que se
había desarrollado antes en las capas más profundas de la personalidad y que no
pudo resolverse mediante una sublimación o una identificación satisfactoria se
halla desplazado a una región superior.
Freud mismo propuso en sus Nuevas
aportaciones al psicoanálisis, un cuadro capaz de esclarecer las relaciones
existentes entre las tres tendencias de la personalidad. Nos ha parecido útil
reproducirlo 28.
Además de lo que decíamos precedentemente, esto es que el
superyó hunde sus raíces en el ello, se comprueba que el superyó se halla más
alejado del sistema de percepción que el yo. E igualmente se observa que el
ello está vinculado al mundo exterior no más que por intermedio del yo.
Ahora, por lo que respecta a las relaciones entre las dos
tópicas, nos parece que si esta segunda teoría hace del yo una instancia es
porque tiende a informar mejor acerca de las modalidades del conflicto
psíquico. La primera tópica se limitaba, en efecto, a remitir a tipos diferentes
de funcionamiento mental: los del proceso psíquico primero opuestos a los del
proceso psíquico secundario. En cambio, en la segunda tópica son los elementos
claves del conflicto —el yo como polo defensivo, el superyó como conjunto de
prohibiciones, y el ello como polo de las pulsiones— los que se erigen como
instancias del aparato psíquico.
El paso a esta segunda tópica no implica que
las nuevas delimitaciones invaliden las que ya existían entre el Ics el Pcs y
el Cs Pero en las instancias del yo y el superyó, por ejemplo, se encuentran
reagrupados procesos y funciones que, según la primera tópica, se distribuían
entre diferentes sistemas. Vale decir que el ello abarca los mismos contenidos
que antes abarcaba el Ics, pero no cubre el conjunto de los procesos psíquicos
inconcientes. A este respecto la
gran innovación de la segunda tópica incumbe al hecho de que Freud define en
ella la instancia contra la cual se efectúa la defensa como polo pulsional de
la personalidad, y no ya sencillamente como polo inconsciente. La división
entre las partes vulnerables del conflicto va no es tan radical. Freud concibe
en ella, por el contrario, el desarrollo de las instancias de una manera
progresiva y reciproca,
NOTAS
Capítulo 2
(1) Cf. "Lo inconsciente",
Metapsicología, en ob. cit., t. I, págs.1051-1068.
(2) Idem, pág. 1051.
(3) Idem, págs. 1051-1052.
(4) Es de uso corriente en la literatura psicoanalítica de
lengua francesa abreviar estos términos, como también nosotros lo haremos en
este ensayo, de la siguiente manera: Ics, Pcs y Cs.
5 Freud, ob. cit., pág. 1054.
6 Idem, Ibidem.
7 Idem, pág. 1058.
8 Idem, Ibidem.
9 Idem, Ibidem.
10 Idem, Ibidem.
11 Freud, "Algunas observaciones sobre el concepto
de lo inconsciente en el psicoanálisis", Metapsicología, en ob. cit., t.
I, pág. 1033.
12 Freud, "La censura del sueño", Introducción
al psicoanálisis, en ob. cit., t. II, pág. 219.
13 Idem, pág. 220.
14 Metapsicología, en ob. cit., t. I, pág. 1083.
15 Ibidem, pág. 1080.
16 ibídem.
17 Freud, "La elaboración del sueño",
Introducción al psicoanálisis, en ob. cit., t. II, pág. 238.
18 Freud, Meta psicología, en ob. cit., t. I, págs.
1060-1061.
19 Ello en una de las perspectivas freudianas que
tienden a relacionar principio de placer y pulsión de muerte. Sin embargo, en
una perspectiva del todo diferente, Freud relacionó con frecuencia principio de
placer y principio de constancia, correspondiendo el primero más bien a una
conservación de la constancia del nivel energético.
20 Freud, Metapsicología, en ab. cit., t. I, pág. 1061.
21 Idem, Ibidem.
22 Idem, Ibidem.
Capítulo 3
1 Cf. Freud, La interpretación de los sueños, en ob,
cit., t. 1, págs. 231-584.
2 Freud, "La división de la personalidad
psíquica", Nuevas aportaciones al psicoanálisis, en ob. cit., t. II, pág.
908.
3 Cf. Freud, "Teoría sexual", Introducción al
psicoanálisis, 19161918, en ob. cit., t. II, págs. 321-325.
4 Freud, "La aflicción y la melancolía",
Metapsicología, en ob. cit., t. I, pág. 1077.
5 Idem, ibídem.
6 Freud, "La división de la personalidad
psíquica", Nuevas aportaciones al psicoanálisis, en ob. cit., t. II, pág.
906.
7 Idem, pág. 911. Idem, pág. 907. 9 Idem, pág. 908.
10 Idem, pág. 909.
11 Idem, pág. 910.
12 Freud, El "yo" y el "ello", en
ob. cit., t. II, págs. 19-20.
13 Idem, pág. 20.
14 G. Groddeck, Das Buch vom Es, Internat, psychanalyt.
Verlag., 1923, trad. al francés con el título de Au fond de l'homme, céla, Gallimard,
París, 1963. Por lo demás, Freud precisa que también Groddeck se inspiró en
Nietzsche, quien empleaba la expresión gramatical Es para designar lo
impersonal que hay en nuestro ser, lo sujeto a las necesidades naturales.
15 Freud, El "yo" y el "ello", en
ob. cit., t. II, pág. 14.
16 Freud, "La división de la personalidad
psíquica", Nuevas aportaciones al psicoanálisis, en ob. cit., t. II, pág.
913.
17 Idem, ibídem.
18 Observemos que Freud arremete a menudo con vehemencia
contra los conceptos fundamentales de la filosofía kantiana.
19 Freud, ob. cit., t. II, pág. 913.
20 Freud, El "yo" y el "ello", en
ob. cit., t. II, pág. 14.
21 Freud, "La división de la personalidad
psíquica", Nuevas aportaciones al psicoanálisis, en ob. cit., t. II, pág.
914.
22 El "yo" y el "ello", en ob. cit.,
t. II, pág. 14.
23 "La división...", en ob. cit., t. II, pág.
914.
24 Idem, Ibidem.
25 El "yo" y el "ello", en ob. cit.,
t. II, pág. 15.
26 "La división...". En ob. cit., t. II, pág.
915.
27 El "yo" y el "ello", en ob. cit.,
t. II, pág. 21.
28 Freud, Nuevas aportaciones..., en ob. cit., t. II,
pág. 915. Resulta divertido comprobar que Freud parece superponer en este cuadro
(¿consciente o inconscientemente?) dos esquemas: el del ojo y el del huevo. Es
por lo demás, una superposición cabalmente significativa de las relaciones
entre las instancias
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