UN PROBLEMA ACTUAL: LAS CONSTRUCCIONES
PSICOANALITICAS[1]
Tomado del Libro, Un interprete en busca de sentido. SXXI Editores.
"Silencio
y duración del
tiempo valen más que construcción y rememoración": tal podría ser la
moraleja de las historias analíticas que se escriben en nuestros días. Que se
nos perdone esta ocurrencia. Si la hubiéramos
escrito en forma de interrogación habría ilustrado nuestra
propia perplejidad frente a la evolución que se anuncia en la
técnica psicoanalítica y en el
modelo implícito que de ella
se desprende. No nos parece que
este modelo pueda ser superpuesto al que se deriva de la
obra de Freud: sus diferencias
representan uno de los problemas más
actuales que se le plantean
al psicoanalista.
Si
bien es
cierto que la totalidad de la
obra de Freud puede leerse como la elaboración de un trabajo que da cuenta
de la experiencia analítica y que pone en tela de juicio cualquier
definición que pretendiera ser inmutable,
nos pareció necesario, para no
extraviarnos en el laberinto de preguntas que hace surgir un problema
semejante, referirnos al texto de Freud particularmente pertinente para nuestro propósito: "Construcciones en el análisis".[2] Este texto nos enfrenta de entrada con tres cuestiones:
1] Escrito en 1937, representa
una de las últimas
contribuciones de Freud a la
técnica psicoanalítica. Las cuatro
décadas que lo separan de los primeros escritos dejan caer todo su
peso en la definición que ahí podemos leer acerca del trabajo
del analista, y en la demostración que nos ofrece de la
relación existente entre su
práctica y su ética.[3] ¿Cuál
es ésta hoy en día?
2] La importancia otorgada
al trabajo de construcción
encuentra su razón primera en la función de "historiador" que Freud atribuye al
psicoanalista. Su
descripción hace surgir la imagen de la paciente reescritura de una
historia de la cual un capítulo esencial habría
sido borrado por la amnesia infantil. Esa escritura que traza una mano extranjera evoca la relación de todo
sujeto con los comienzos de su propia historia, que sólo pueden serle revelados
por el discurso de su entorno, por eso que está inscrito en una memoria
que no es la suya. Si, en el
plano del texto consciente, el
sujeto es tributario de una historia que le proporcionara la madre del
infans que él ha
sido, ¿hasta qué punto puede rememorar en el plano del texto inconsciente
y hasta qué punto permanecerá
tributario de la construcción del psicoanalista?
3] Cuando
Freud insiste en el papel de garante de la verdad que sostiene al analizando, cuando se veta utilizar
una sugestión cualquiera, ¿no
olvida haber escrito
él mismo que la transferencia no
está jamás a salvo
de toda escoria de ese tipo? Eso plantea el problema de la repetición
que interviene en la construcción, por el hecho de que
ésta "repite" un original y fantasmático reparto
del saber.
Detrás de estas
cuestiones se perfila la
interrogación que las subtiende: ¿somos capaces hoy en día de formular una
definición del psicoanálisis y del trabajo del psicoanalista que no
sea desmentida por lo que suceda de hecho en nuestra práctica, y que permita
superar la ruptura que surge entre la ambición del discurso teórico y una praxis confrontada con la "dura realidad" de un sujeto que no es ni un ser teórico ni un ser trascendental?
EL PSICOANALISTA Y SU
CONSTRUCCIÓN
Que un
psicoanálisis exige la presencia de un
analista y de un analizando es
uno de los raros postulados que se aceptan actualmente de manera unánime. Ésta es quizá la razón por la
cual muchos de nuestros teóricos
parecen sentir la tentación de
formular la definición por excelencia de la cura.
Pero
esto supondría no sólo que existe acuerdo sobre un modelo, por todos reconocido, del analista
y del
analizando -lo que
está lejos de ser cierto-, sino también que la distancia entre
modelo y sujeto real es inexistente o bien
idéntica para todo el mundo. Esto es una utopía.
Ahora
bien, aunque los analistas no parecen
inclinados a creer en utopías, se tiene la
impresión de que en este caso su
posición resulta ambigua. La
vehemencia con la cual defienden su modelo
de analista, de analizando o de
cura, prueba que no ignoran nada de las profundas diferencias que los separan de otros
colegas, pero paralelamente parece existir en cada uno el deseo de preservar, inmutable,
un modelo de analista (Freud), un
modelo de analizando (por qué no Emma
vonN... o Anna O... por ejemplo) y un modelo de cura tal como se
deduciría de este encuentro original que
tendría el extraño privilegio de poder repetirse idénticamente (lo que
validaría la perennidad del modelo).
Si ese
anhelo de identidad entre una experiencia
primera y aquellas que han seguido nos parece utópico, es porque no se puede descuidar el peso de dos distancias que no son puramente temporales: la que nos separa de Freud y la
que separa a Ana O... de una parte de los analizandos de hoy en día.
La
primera es función del genio creador de Freud y de la herencia teórica que nos ha legado. Si esta herencia
es lo que nos autoriza a proseguir su obra, nos despoja también de un
elemento sobre cuya importancia
tendremos que volver.
La
segunda, que se sitúa del lado del analizando, pone igualmente en tela de juicio la
ilusión de una posible identidad.
Creer en el porvenir del
psicoanálisis no autoriza, muy por el
contrario, a descuidar los parámetros socioculturales en los que encuentra su lugar. Si bien
algunos de esos parámetros han evolucionado relativamente poco desde Freud hasta nuestros días, no ocurre lo mismo en ese sector social donde los efectos del Psicoanálisis han desempeñado un papel al marcar con su huella al que se
podría llamar el analizando "modelo 1970".
El
psicoanalista puede, en la sesión,
poner la realidad entre paréntesis:
a partir del momento en que esta
realidad que es la sociedad ya no deja entre paréntesis al discurso psicoanalítico, se produce una inclusión cuyas repercusiones en nuestra propia técnica
hay que analizar. No queda sino
sorprenderse del escaso interés que estos fenómenos han suscitado
en general entre los analistas.
Pero sería una evasiva depositar en el campo social
la responsabilidad de eso
que, dependiendo de los
puntos de vista, será llamado
progreso o retroceso. Primero hay que
interrogar al psicoanalista y
reflexionar sobre los avatares que ha
sufrido el "modelo" al que respondía
Freud y que le permitía escribir:
La tarea
del analista es reconstituir eso que ha sido olvidado a partir de las huellas que han quedado, o más exactamente
construirlo. Y es
el momento que elige después para
participar al paciente de esas
construcciones, la manera en que lo hace, las explicaciones que agrega, lo que va a
enlazar entre sí a las dos partes del
trabajo analítico, la suya y la del paciente.
(...) Ese trabajo
preliminar es paralelo al que se
construye del lado del analizando...
todo analista sabe
que en un tratamiento
psicoanalítico los dos modos de trabajo son llevados paralelamente, el primero siempre un poco adelantado sobre el segundo, el cual lo alcanza poco a poco:
el analista acaba un fragmento de
construcción y lo· comunica al sujeto
con el fin de que éste sienta su
influencia. A partir del nuevo material que entonces surge,
podrá elaborar un nuevo fragmento utilizado de la misma manera y avanzar poco a poco alternando así hasta el
final.
(…) Si
en los informes sobre técnica analítica se habla tan poco de construcción, es porque se habla más bien de las interpretaciones y de sus
efectos. Pero me parece que el término construcción
es por mucho el menos (más) apropiado.
La interpretación define una manera de tratar un elemento singular del material, cómo sería una asociación o un lapsus. Pero
es una construcción cuando se
expone al sujeto un fragmento de
su vida infantil que él había olvidado.
Hemos reproducido textualmente[4] este
pasaje porque su claridad
no deja lugar a ninguna ambigüedad sobre
lo que era para
Freud el modelo de la intervención psicoanalítica, lo que tiene derecho a esperar el analizando y por qué este último es
el único que tiene el privilegio de decidir
sobre la verdad o la
inexactitud de la construcción. Sin
prejuzgar sobre los resultados en los que podrá desembocar nuestra comparación, quisiéramos hacer notar la impresión de solidez; el peso
de realidad, si así se puede decir, que se desprende del modelo de análisis en estas
líneas.
El
analista parece emparentarse más con un rudo trabajador que se esfuerza en su obra y la
defiende, dispuesto a arremangarse para ayudar al otro a salir del camino en el
que corre el riesgo de atascarse, que
con una especie de asceta del
silencio que observa con
tranquilidad el espectáculo que se le ofrece, esperando
que el otro consienta en salir de
su impasse y no exigiendo siquiera la confirmación de aquello que podría demostrar la legitimidad de esa posición.
Pero,
antes de proseguir, tenemos que disipar el
malentendido que podría suscitar el empleo
del término construcción opuesto
al de interpretación. Es evidente que ambos forman parte igualmente
importante del trabajo que incumbe al analista. Que este último esté, en los dos casos, en una posición de intérprete, nos parece indiscutible. Lo que,
en nuestra opinión, puede diferenciar
los dos términos, en la acepción que Freud les da en ese texto, es lo que el
intérprete busca poner en claro en un caso y en el otro. La interpretación -y
el ejemplo que da Freud del lapsus lo confirma- buscaría
esclarecer el funcionamiento de la psique: la construcción, descifrar su estructura. La primera encontraría su material
en el hic et nunc de un dicho (o de un
actuado, como en el acto fallido) donde
de repente se deja ver cómo funciona el
ello, cómo habla, actúa,
o es actuado el yo [je] cuando el discurso y la
intención tropiezan con un deseo que se rehúsa al silencio.
En esta acepción,
interpretar remite a la parte del trabajo
del analista que. a partir de un elemento
singular, descifra las leyes que rigen los procesos primario y secundario. Por eso Freud puede decir que la
interpretación de la imagen de un sueño,
en la medida en que descansa sobre el análisis de los mecanismos propios del desplazamiento y la condensación, pertenece
a este tipo de desciframiento.
La
construcción, por el contrario. y el
ejemplo que da Freud lo demuestra[5], interroga a una puesta en escena
fantasmática, que es efecto de la estructura del deseo y de las leyes que la
gobiernan. Tiene como mera dar
sentido, lo que exige la referencia a un
modelo que dé cuenta de la estructura
del fantasma y de la pulsión. Esa estructura quiere que el destino
de la pulsión sea buscar una eterna
satisfacción y oponerse a un
prohibido igualmente inmutable. Ese dar
sentido que efectúa el discurso del analista hará que la opacidad del fantasma, la aparente insignificancia y el
exceso de significancia del recuerdo encubridor, lleguen a sustituir a ese fragmento de la historia pulsional que devela
lo que causó su destino y de
esta manera nos muestra uno de los
avatares sufridos por el deseo.
La
construcción tiene como fin encontrar ese "fragmento de
verdad" que pertenece
a la historia del
conflicto pulsional: el mismo fundamento de la estructura psíquica[6]. Su
papel es sustituir el blanco de la leyenda
del fantasma por la
inscripción que estaba inscrita sobre otra
escena, enlazar el aparente sinsentido de un enunciado con la puesta en escena a la cual pertenece
por derecho y que el velo de la amnesia había
recubierto.
Se
puede entonces preguntar si una separación demasiado intransigente no relegaría
la interpretación en sentido estricto a un papel secundario en relación con el
de la construcción.
En
realidad. no creemos que en el espíritu de Freud baya existido
una jerarquía de esta
índole, y toda separación que se pretendiera radical sería no solamente arbitraria sino errónea.
Decir
que la interpretación busca poner en evidencia uno de los rasgos del funcionamiento de la psique no debe hacernos olvidar
que de esa operación resulta
un añadido y que este añadido
representa el elemento por el cual
el analista
podrá llevar a buen
término sus construcciones. La interpretación de
una imagen del sueño muestra
qué es el proceso de desplazamiento y cómo
funciona. Pero también indica lo que
para ese sujeto singular y en
historia singular, constituye
la razón. no del desplazamiento, sino de
los elementos sobre los cuales
se ha operado.
Se
puede decir otro tanto del lapsus,
del acto fallido o del chiste. La interpretación del elemento singular
saca a la luz
por lo tanto la singularidad de una elección que nos
remite a historia que ya nada
tiene de universal. Es la suma
de esas elecciones, encontradas por el analista a partir
de sus interpretaciones, lo que permitirá la
elaboración de una
construcción que devuelve su sentido
a una página de la historia del
sujeto.
En
cuanto a la influencia que
ejercerá esta construcción sobre el discurso del analizando, ésta
se manifestará en la puesta en marcha de una serie de modos
de funcionamiento de los que darán
testimonio la rememoración,
la asociación, la negación. Se podría agregar
que la construcción es lo que va a permitir al
analizando interpretar los
elementos o ciertos procesos
de su historia actual como repetición de una historia pasada, y que la interpretación es lo
que va a permitirle, gracias al descubrimiento de las leyes del funcionamiento psíquico, remodelar, de acuerdo con una
nueva arquitectura, una parte de las construcciones a través de
las cuales se contaba la historia de su infancia.
De
esta manera, vemos una doble
interrreacción siempre actuante entre interpretación y construcción, entre trabajo del analista y trabajo del analizando. Dicha
interrreacción es la piedra angular del
"modelo" que da Freud
de una técnica que se pretendía capaz de enunciar claramente el objetivo que ella se proponía;
conducir al sujeto a rememorar lo que la
amnesia infantil había reprimido e inducir en él una "convicción inquebrantable" acerca de la
veracidad de nuestro trabajo. Pero la lucidez y la honestidad que autentifican esa pretensión hacían que el propio Freud se preguntara
por qué la convicción puede remplazar, sin perjuicio
para el resultado esperado de un análisis, la ausencia de rememoración. Una última
cita del texto nos permitirá retomar esta cuestión por nuestra cuenta:
Hay un punto
que quisiera aún profundizar y
explicar. El camino que resulta de la
construcción en el analista debería
conducirnos hasta la rememoración en el paciente: pero no siempre nos conduce tan. lejos" Sucede
con frecuencia que no logramos
que el paciente' rememore lo que
fue reprimido" Sin embargo, si el análisis ha sido correctamente llevado, inducimos en él una convicción inquebrantable sobre la
veracidad de nuestra
construcción, lo que conducirá al mismo
resultado terapéutico que
la rememoración de un recuerdo.
La cuestión de saber en qué circunstancias se produce
eso o cómo es posible que lo que
consideramos como un sustituto
incompleto pueda dar, no obstante un
resultado completo, todo esto sería tema
para investigaciones posteriores[7].
Freud
no pudo emprender estas investigaciones
posteriores. ¿Podemos nosotros.
Treinta años después aportar elementos
de respuesta? Al hacerlo, volvemos
.a las preguntas que nos formulamos
al inicio: ¿qué sucede hoy con el
provecto del analista", y ¿hasta
qué punto la convicción del
analizando puede estar exenta de todo efecto de transferencia?
EL PROYECTO DEL ANALISTA
Si
la construcción es lo preliminar; indispensable para ese trabajo de rememoración que se espera del analizando, presupone
igualmente otro elemento preliminar, convenido también en ineluctable para el analista: su conocimiento teórico
(su modelo, se puede decir) de la obra de Freud[8]. Esta condición previa representa una especie de primera
armazón que él tendrá que recubrir y completar gracias al material que aporta el analizando. Que el resultado final
sea una choza, una fortaleza o un iglú
no impide que ciertos elementos
arquitectónicos se encuentren
presentes de manera universal: sin
ellos simplemente no habría construcción. Incluso se puede comprobar que cuanto más apunte la construcción a armonizar entre sí
elementos pertenecientes a las
experiencias más arcaicas del sujeto, más recurrirá al andamiaje teórico y menos podrá contar con los aportes
de una rememoración . Digamos
de forma abrupta que la construcción
a la que puede entregarse el analista,
en lo que concierne a acontecimientos que pertenecen a la fase oral,
corre el gran peligro de no ser más que un sustituto incompleto que se ofrece
para la convicción del analizando y no
para su rememoración.
El sujeto, decíamos,
permanece tributario de la memoria y del saber materno en la reconstrucción,
que él se daba de su historia cuando aquélla concierne a su primera infancia. No
está en su poder
rememorar lo que
fue su nacimiento o de qué modo vivió su encuentro con el
pecho. Esta parte de su historia no puede saberla sino
tomando préstamos del discurso familiar,
el cual no puede desmentir ni confirmar,
su única alternativa.es aceptarla o bien
asumir que quedan
páginas en blanco. Y por
más lejos que vaya su análisis, ahí hay vivencias que, como recuerdo personal, estarán perdidas para
siempre para una rememoración.
Ese
blanco de: su historia no puede ser llenado sino por esa otra
palabra que viene a reconstruir après coup la hipótesis de
un primer tiempo en el que exigió y rechazó el
pecho, odió y amó al Otro, en el que
rechazó o aceptó hacer
un primer don
excremencial. Esta hipótesis no
es un puro ejercicio de estilo
o de brillantez teórica, sino que se construirá a partir de lo que se devela en el sujeto como los efectos o las
cicatrices de esas primeras experiencias. No obstante, la, convicción que puede ocasionar en el
analizando no es el resultado de una rememoración en sentido
estricto más bien
se apoya en lo que reactiva la repetición inducida por la transferencia.
Pero repetición y
transferencia son armas
de doble filo. La
repetición en análisis de las emociones pasadas puede
permitirle al sujeto reconocer en
función de una experiencia que, esta vez, encuentra lugar en su
discurso, la verdad de la construcción que se le propone.
Pero esa repetid6n es también lo que puede
hacerle aceptar como parte
de su historia toda palabra
del analista, investido por la transferencia, de lo onmisciente como esa otra memoria que había garantizado al sujeto
que nada estaría perdido
de su historia ni de su deseo.
De
esto resulta que cuanto más apunte el proyecto del analista
a la completud de la construcción
histórica, más riesgo corre de no
poder hallar en la rememoración su `propia autentificación: de ahí también el peligro de que
nuestra teoría se deje
atrapar en la trampa
de una aprobación en la
cual se verifica la transferencia. Si, se hiciera el balance
de las adquisiciones teóricas que se deben a los sucesores
de Freud[9], se vería que lo principal sería la importancia creciente dada a eso que se denominan
las fases pre genitales y la
ambición de elaborar, de manera cada vez más detallada, los elemento primeros
de la experiencia humana. Pero si se puede decir con Freud que la teoría de las
pulsiones representa nuestra mitología, se puede agregar que, fiel en esto a la
estructura del mito, se vuelve a encontrar la fascinación que ejerce la
develación del origen. Hay que preguntarse si ahí no está la razón de uno de
los avatares sufridos por el modelo, y si al resultado terapéutico que
reivindicaba el proyecto de Freud no ha venido a sustituirlo un resultado
teórico que responde más a la ambición del analista que a la expectativa del
analizando. Esta íltuma, por lo tanto, se satisfará con el espejismo de un
“saberlo todo” indefinidamente esperado. Pero el analista también está en
posición de espera en lo que concierne a la “veracidad” del trabajo de
construcción, objeto de su investigación de teórico.
Es cierto que esa veracidad encontraba en la
rememoración su autentificación por excelencia: desde el momento en que la
veracidad debe renunciar a su recurso, ¿Quién y qué deslindará verdad y error, convicción y sugestión? Esta cuestión se
une a la de la definición del
"proyecto analítico".
Después de haber
denunciado con razón
la ortopedia adaptativa de ciertas concepciones, después
de haber puesto en tela de juicio
el término
"terapia"
aplicado al psicoanálisis, se tiene la impresión
de que para una
parte de los analistas el
proyecto que sostiene
su práctica se confunde con la búsqueda metafísica sobre el origen y la estructura.
Esa búsqueda puede justificarse teóricamente pero no
1ogra fundar una
praxis a la cual no puede ignorar
lo que
es esperado por ese otro (el analizando) que comparte la experiencia.
Que el
analista se niegue a convertirse en una
especie de ortopedista de
la psique nos
parece acorde con su función,
pero que denuncie toda intención terapéutica
como una escoria que hay que eliminar
nos parece el
resultado de una
ambigüedad. Eso no significa que el
psicoanálisis se deba asimilar a
cualquier otro tratamiento en
el sentido médico
del término, sino
más bien que no se puede tachar
de un plumazo ese
"añadido" que representa
la curación.[10]
El término curación debe ser entendido como el desenlace de un proceso que
apunta al retorno de una verdad que permite al analizando renunciar a los
señuelos y a los beneficios secundarios de su sintomatología. Si continuamos pretendiendo,
con Freud, que· hablar de “resultado terapéutico” no tiene nada de ofensivo,
sino todo lo contrario, para el proyecto del psicoanalista, es porque ese
resultado sigue siendo uno de los elementos que prueban la legitimidad de
nuestro trabajo.
Que ese resultado no sea indiferente para el analista como a
veces quiere hacerlo creer nos parece indirectamente demostrado por el problema
que plantea el final de una cura. Cualesquiera
que sean la ortodoxia y la habilidad del
analista, es inherente a su método privado de lo que
sería la prueba ideal del éxito de un psicoanálisis:[11] la seguridad de que el analizando no
será nunca más la presa “de ningún otro conflicto”.[12]
Si con el término “trabajo” definimos la totalidad de nuestra acción es
evidente que del juicio sobre su eficacia, con todo rigor, escapará siempre lo
esencial. El devenir de ese trabajo, su destino una vez que hayamos estimado que ha alcanzado su meta,
permanece como interrogación para el analista, excepto por el caso en que la
reanudación del análisis nos permite ver lo que había quedado en suspenso, no
podemos más que formular hipótesis, porque su no reanudación no puede en ningún
caso servir de prueba. Así pues,
sobre el punto más esencial de nuestro trabajo, es decir el final del
análisis como terminación de unas construcción, sólo el analizando posee la
respuesta. A esta última verificación, el analista, debe resignarse: la vrificaci6n no puede sino ser siempre
'"faltante". Cabe preguntarse
si esta falta no es más
difícil de soportar cuando el analista renuncia cada vez más a valorar lo que pertenecía al orden de la "curación"' para sustituirlo por el mito
de un posible saber sobre el origen, en cuya búsqueda
todo analizando estaría dispuesto a sacrificar un “tiempo interminable”[13]. Entonces dicho sacrificio,"' se convertirá en
la prueba por excelencia del valor del proyecto, con el corolario de la presencia también interminable de aquel que en cada sesión
prueba al analista que él hace suyo su modelo
de la cura (como su modo de final
de cura o de no final de cura).
El
analista se ahorra esa “falta” que aspira
a que el après coup de la experiencia pueda, por sí solo,
darle su plena significación; y evita la resignación a un no
saber sobre el destino
de su trabajo. Pero olvida que el
precio a pagar prueba, sin ninguna ambigüedad
el fracaso de su construcción teórica. En efecto, en este caso el analizando
demuestra que el no final de la construcción supone la repetición de una
fantasía de “todo saber” y no es posible sino porque la transferencia permite
al analizando enajenarse en el deseo del analista.
Pero ya sea que se hable de construcción o de interpretación, que se proponga
descifrar los elementos de una estructura o las reglas de su
funcionamiento, hoy en día parece evidente que ese trabajo descansa en la posesión, por parte
del analista de una condición de
prelación, el “ya ahí” de un triple modelo de la estructura del funcionamiento y de la cura, al cual se remite
implícitamente cada vez que analiza, que
interpreta o que· construye. Esto es lo que llamamos la herencia que nos ha legado Freud.
¿Pero
qué sucedía con el creador de los modelos? No se trata de abordar un tema
frecuentemente tratado por los analistas: la reseña del descubrimiento
freudiano. Digamos simplemente que la posición del Freud analista tiene una
particularidad que no está en nuestro poder repetir: el resultado de su trabajo
de construcción y de interpretación era conjuntamente lo que en la unidad de la
cura desembocaba en la elaboración de un análisis y lo que, en el plano del
saber, conducía a la elaboración del psicoanálisis. La interpretación de una
imagen de sueño, de un lapsus, de un chiste, se transformaba poco a poco en
interpretación del lapsus, del sueño, del chiste. La construcción de la escena
primaria a partir del sueño narrado por el "Hombre de los Lobos" del concepto
de escena primaria, y la reflexión sobre la historia de una cura se hacía
modelo de la infraestructura de toda cura (la teoría de la transferencia).
Hay
ingenuidad y megalomanía al pretender que el analista (aunque haga de cada
cura, como idealmente debería hacerlo, una experiencia en la que espera la
validación de una teoría indefinidamente cuestionada) esté en una posición
idéntica a la de Freud. Si bien es cierto que está en nuestro poder reconstruir
con un sujeto su historia, ya no nos es posible construir la historia del sujeto_
En este punto la distancia que nos separa de Freud permanece irreductible.
Nosotros verificamos un modelo, no-lo creamos.
Si
insistimos en la existencia de la distancia, no es por un afán de modestia,
sino por lo que implica para la técnica analítica y las modificaciones que en
ella se han inducido, incluyendo esa especie de desvaloración que parece
afectar al propio término "técnica".
Sería
interesante preguntarse cuál es el sitio que se le da hoy, en el análisis, a la
rememoración, y cuál a la construcción. Si formuláramos la pregunta a los
analizandos que se levantan de los diferentes divanes, no nos sorprendería constatar
que una parte confesaría que hubo poca rememoración —en el sentido preciso que
da Freud a este término—, pero que son muy capaces de darnos y de darse una
construcción que recubre la totalidad de su historia. Los decenios que nos
separan de Freud, ¿habrán desembocado en un reforzamiento de la resistencia a
rememorar, o se debe buscar la causa en la técnica analítica y en la posición
del analista como heredero de una teoría?
Agreguemos
que, si bien todo analista evita construir a priori la historia de un sujeto,
si es que conoce el peligro que habría en reducir la singularidad de una
historia a los elementos de una historia universal, no es menos cierto que a
partir de lo que se ha llamado "los cinco primeros minutos" puede
elaborar una especie de construcción en su mente. Es lícito preguntarse hasta
qué punto la construcción heredada de Freud del modelo de la histérica no corre
el riesgo de sustituir la construcción que el analista propondrá al discurso
de un histérico determinado. ¿Es para precaverse contra este peligro que el
analista es llevado a privilegiar cada vez más su propio silencio, o debe
entenderse este silencio como el resultado de una complicidad no confesada,
existente de entrada entre dos construcciones: la del analizando y la del
analista, que encontraron a priori su validación en el modelo freudiano?
Entre
el ideal de una rememoración sin falla, jamás realizable, y la ausencia de
rememoración, ya no hay una simple distancia sino llana y claramente la separación
de dos técnicas, de dos estilos y quizá de dos teorías del análisis.
También
cabe preguntarse qué esperamos nosotros de la verificación por parte del
analizando, a partir del momento en que la verdad de la construcción y de la
teoría freudiana se ha vuelto para nosotros una evidencia. Una respuesta
posible sería decir que el objetivo del análisis es dar al analizando el medio
para verificarla por sí mismo.[14]
Este objetivo teóricamente compartido por el analizando de ayer y el de hoy nos
permitirá abordar la otra cara del problema, es decir, la relación que mantiene
una parte de los analizandos, parte que parece ir en aumento, con la teoría
freudiana y su construcción del aparato psíquico.
Digamos
que si bien es cierto que la amnesia infantil no pierde sus derechos, no es
menos cierto que encontramos en ciertos sujetos, no un blanco en su historia,
sino más bien un texto que viene a recubrirlo. Ese texto repite la historia de
Edipo o, si se prefiere, el texto freudiano que cuenta la historia de la
infancia, no de ese sujeto sino del sujeto. En otros términos, una parte de los
analizandos posee a priori un saber que podría expresarse así: por una parte,
el sujeto conoce la existencia de la amnesia infantil; por la otra, cree saber
las razones de su existencia y su función, lo que hará que pueda sustituir los
blancos de su historia con el anonimato de un texto que la cultura ha
institucionalizado como discurso científico.
No
podemos subestimar lo que esto implica, y sería igualmente erróneo reducirlo a
un puro acto de defensa y no ver una victoria de la verdad que circula, en
nombre del análisis, sobre los mecanismos de represión. Creemos que esto debe
ser pensado como uno de los efectos del descubrimiento freudiano y de su
reconocimiento, y que este efecto debe ser incluido en toda reflexión sobre el
presente y el futuro del psicoanálisis y de sus aplicaciones.
A
partir de estas constataciones, podemos retomar nuestra pregunta: ¿qué resulta
de ello para el analista y para el analizando en el trabajo que se reparten? El
hecho de que este rasgo particular de algunos analizandos de hoy no pueda
aplicarse más que a una parte de ellos no debe hacer olvidar que su número no
puede ir sino en aumento, y que representan, en general, a aquellos sobre
quienes pesa la responsabilidad del futuro del análisis, es decir, aquellos que
emprenden este proceso en la perspectiva de volverse, a su vez, analistas.[15]
¿Hasta qué punto
tendremos aún la suerte de oír un "yo jamás habría pensado en eso",[16] y
pronunciarlo nosotros mismos, frente al descubrimiento de lo singular de la
historia?
A
partir del momento en que analista y analizando buscan y encuentran en los
textos de. Freud un modelo conceptual de las leyes universales de la estructura
psíquica y de su funcionamiento, uno y otro sentirán la tentación de remplazar
lo singular que se busca por un universal que ya se posee. El trabajo que exige
un análisis corre el riesgo entonces de avanzar sobre dos carriles paralelos,
que no tendrán otros puntos de articulación que los de la identidad del
postulado inicial y la identidad de la construcción final. La elaboración del
analizando no será para el analista más que la lenta y aburrida construcción
que repite lo que él cree haber sabido siempre. Para el analizando, será
aquello con lo que remplazará su propia represión gracias a los elementos de
una historia que, aunque universal, no es sustituible tal cual por la suya
propia.
Admitiendo —y,
felizmente, esto puede verse— que el uno y el otro escapen a esta tentación,
hay que preguntarse cuál es el precio a pagar y en qué va a modificar ese precio
nuestra manera de conducir una cura.
Con
esta óptica abordaremos un problema que en los últimos años ha tenido el
privilegio de ocupar un lugar central en muchas discusiones y en muchos
trabajos: el del deseo del analista concebido como punto neurálgico del
desarrollo de una cura. Que este problema sea esencial no está en discusión,
pero sí se puede preguntar —lo que no le resta nada de su importancia— hasta
qué punto este deseo no constituye lo que podría llamarse un problema actual
(según la acepción que encontramos en Freud del término "neurosis
actual").
Si
pensamos en Freud, se tiene la impresión de que el proyecto que subtiende su
búsqueda y su gestión de analista es menos enigmático de lo que a veces se
quiere creer. El término "deseo" debe siempre, ciertamente,
remitirnos a su lugar de origen: lo inconsciente. Pero no podemos descifrar el
enigma sino a través del análisis de lo que él instrumenta, en el registro de
las motivaciones, de las acciones, de las pasiones, tal como se manifiestan en
la existencia del sujeto.
El
informe de un psicoanálisis conducido por Freud nos muestra la pasión (el
término nos parece justificado) que lo anima cuando se aboca al discurso, a un
síntoma del cual espera que el análisis venga a aportar una piedra al edificio
que construye. Saber lo que sucede en la psique es el objeto de un deseo que no
se desmiente jamás en él, que incluso parece exacerbarse a todo lo largo de su
vida.
Pero es
preciso ir más allá: este deseo no puede separarse, en Freud, de una
interrogación siempre renovada sobre el psicoanálisis como método que da al
analista y al analizando acceso a ese saber. Puesto que Freud nunca renunció a
proclamar la supremacía de un conocimiento de sí mismo sobre la ilusión, pudo
seguir siendo, sin falso pudor ni subterfugio, fiel a un deseo de curar en el
cual veía el homenaje que analista y analizando rendían a la verdad, y la
derrota que infligían a la ilusión y a la enajenación.
Deseo
de saber y deseo de curar: a ellos debemos el nacimiento del psicoanálisis, y
si éste no se quedó como experiencia de uno solo, fue porque para algunos —comenzando
por aquellos que vienen a demandarnos un saber que no representa un puro lujo intelectual
sino un bien que les permite vivir— estos dos deseos pudieron preservar una
alianza que asimila acceso a la verdad y acceso a la curación (en el sentido
psicoanalítico del término).
Pero
si sobre este punto puede encontrarse cierta continuidad, hay otros sobre los
cuales el efecto del tiempo se ha hecho sentir y ha modelado de manera
particular la conducción actual de nuestras curas. Si intentamos comparar lo
que podemos deducir de los textos que conciernen a los análisis conducidos por
Freud y sus primeros alumnos, con lo que sabemos sobre lo que hoy sucede en los
análisis más ortodoxos, podemos formular algunas consideraciones bastante
generales: una prolongación muy acentuada de la duración media de la cura
psicoanalítica, prolongación que a veces hace surgir el espectro del análisis
interminable; una actitud cada vez más reservada por parte del analista en su contribución
a las construcciones y a la interpretación; la dificultad cada vez mayor que parece
encontrar cuando se trata de dar una definición de los criterios del final de
la cura; cierto desinterés por la investigación clínica en favor de una
indagación teórica a la cual a veces ya no se le ve la aplicación clínica.
Si se
consideran los analizandos, se observa, al menos en una parte de ellos, una
toma de posición que, nos parece, lleva en sí misma una contradicción. Hemos
dicho que quien viene a deman• darnos un análisis parece a menudo haber
adherido a priori a una construcción teórica de la psique que implica la
aceptación de una serie de conceptos, tales como inconsciente, represión,
complejo de Edipo, castración, a partir de los cuales elaborará cierto modelo
del funcionamiento psíquico.
¿Cuáles
son las causas y los efectos de una adhesión semejante? En el registro de las
causas dos factores nos parecen esenciales:
1) La
sugestión, en el sentido estricto del término, que ejercen el discurso
científico y el mito de la omnipotencia de la ciencia en nuestra cultura. Esa
sugestión hace que todo discurso que se proclame científico se convierta ipso
facto, sin necesidad de ponerlo a prueba, en verdad intocable.
2) La
imposición, en el sujeto, de una ilusión de poder y de omnipotencia que nuestra
época ha exacerbado en el momento mismo en que le permitía hacer del objeto
científico su nuevo soporte.
Si consideramos
lo que resulta de esto, dos consecuencias nos parecen capitales:
1) Por
una parte, se favorecerá la proyección pretransferencial, sobre el analista, de
un saber cuya extensión y potencia son proporcionales a la fuerza de la
ilusión que él desea preservar en el sujeto.
2) Por
la otra, una contradicción que hace que de manera paradójica hoy sea el
analizando, o mejor dicho el futuro analizando, quien cuestiona el paralelismo
que existía para Freud entre acceso al saber, acceso a la verdad y acceso a la
curación. Si hemos hablado de contradicción y de paradoja, es porque tal
posición nos parece servir sobre todo a las defensas neuróticas y porque lleva
en sí misma su propia negación.
Aunque
es cierto que, a veces, en una parte de quienes vienen a consultarnos es
difícil aislar una sintomatología clásica, no es menos cierto que lo que tiene
lugar, y a menudo los propios síntomas, parece interpretado de entrada por el
analizando como consecuencia de una neurosis que ya no es considerada como el
accidente acaecido en el transcurso de una existencia sino como la existencia
universal del accidente neurótico.
En
otros términos, la interpretación que el analista hace de la teoría freudiana
le permite no advertir la contradicción inherente a una posición que por una
parte niega el síntoma, en tanto portador de un mensaje particular a descifrar,
y por la otra hace de toda sintomatología la prueba de la universalidad de un
mensaje neurótico cuya razón esencial sería la de que el hombre es un ser
hablado por el lenguaje.
Al
funcionar como tal, el analista se verá confrontado con una situación nueva
cuya primera consecuencia será que toda construcción propuesta al analizando
corra el riesgo de ser entendida como confirmación de lo que su estructura
psíquica tiene de universal, y de ser empleada para reforzar las resistencias
que se oponen al retorno de un reprimido que es estrictamente individual.
En el
plano de la interpretación se encuentra la misma dificultad. El analizando favorecerá
todo aquello que, en la interpretación, se refiere a las leyes generales del
funcionamiento, leyes que él ya ha hecho suyas, y se dedicará por el contrario
a minimizar todo aquello que apunte a la singularidad del elemento
interpretado.
Ahora
bien, este tipo de resistencia puede ser particularmente difícil de
desmantelar. En efecto, se sirve de las armas que nosotros mismos, por así
decirlo, le hemos proporcionado. Se le puede mostrar a un sujeto que su
negativa a creer en la función del lapsus es desmentida por los términos
puestos en juego en el lapsus que ha cometido. Es más difícil mostrarle que
cuando nos interpreta su lapsus afirmando por ejemplo que si ha dicho que él no
venía irse cuando quería decir que ya no quería venir, es que probablemente desea
quedarse no hace más que aplicar un esquema que [e sirve para encubrir de qué
lugar quiere irse y en qué lugar desea quedarse. Resulta más difícil porque al
hacerlo hace uso de una verdad parcial que no puede ser simplemente denunciada
como error y que le sirve para cerrar la pregunta que el lapsus habría podido
hacer surgir en él.
Es
importante destacar el lado confortable que puede tener para el analista una
actitud semejante si no se cuida de ella. Ve, ofrecido en bandeja de plata, lo
que su trabajo tenía como tarea hacer surgir penosamente. Pero por el
contrario, y con mayor lucidez, puede ver en lo que sucede la nueva forma que
cobra la armadura neurótica a fin de desposeerlo de un trabajo que también era
el soporte de su proyecto.
Mas en
ambos casos, cualquiera que sea la interpretación que dé el analista de este
comportamiento, el modelo de trabajo analítico tal como Freud lo proponía será
sustituido por el modelo al que aludíamos anteriormente. Tiempo y silencio
tendrán un espacio cada vez mayor en el manejo de nuestros análisis. En el
primer caso, porque analista y analizando adhieren de hecho al mismo mito sobre
la adquisición mágica de un saber que ya no necesita ese penoso trabajo, que
conduce al sujeto desde el borde del error al de la verdad. El deseo de
preservar la omnipotencia imputada a ese saber lleva a los dos partenaires a
esquivar indefinidamente la prueba que representaría el final del análisis. En
el segundo caso porque el analista siente que su trabajo —construir e interpretar—influye
realmente, corno decía Freud, al analizando, pero con una influencia que se
manifiesta en especial como refuerzo de una construcción defensiva que hace de
él su material por excelencia. Pondrá entonces silencio y tiempo al servicio del
desmantelamiento de las defensas y aguardará, para construir o para
interpretar, que el analizando haya podido darse cuenta del poco efecto que
puede esperar de su recurso a esquemas universales que le sirven para encubrir
lo que él quiere ignorar de su propia historia.
Si las
cosas se desarrollan de esta manera, es necesario preguntarse por qué razón, en
el momento en que el problema de la técnica parece tornarse particularmente
agudo, una buena parte de los analistas parecen relegarlo fuera de su campo de
reflexión y convertirlo en una especie de subproducto ofrecido a lo sumo al
principiante. ¿Habrá caído el propio analista en la trampa de una construcción
a priori inquebrantable del modelo técnico que él no quiere cuestionar o bien
el problema es demasiado reciente para que haya tomado la distancia necesaria a
fin de dar una respuesta?
Cualquiera
que sea el caso, no es posible que los analistas puedan ignorarlo por mucho
tiempo. A partir del momento en que se debe reconocer que algo se ha movido en
el sistema de las defensas, que lo que sucede en el campo de los analizandos ya
no se puede superponer a lo que ocurría en tiempos de Freud —y esto vale
también para los analistas— deja de ser válida la posibilidad de subestimar lo
que se deriva de la puesta en práctica de una teoría o del modelo técnico al
que ella se remite. Si se mantuviera un status quo de esta índole, debería ser
interpretado como la nueva forma que cobraría la armadura neurótica, pero esta
vez de! analista, y no podría en breve plazo más que producir consecuencias
nefastas para el porvenir del psicoanálisis.
Aunque
debemos reconocer que por el momento la única respuesta es la prolongación del
tiempo del análisis y una prudente reserva en cuanto a las construcciones o las
interpretaciones que pueden dame, es preciso advertir que nos encontramos más
del lado del bricolage que del lado de una reflexión teórica. Por otra parte,
no se deben subestimar los inconvenientes de un bricolage de este tipo.
La
actual duración de los análisis plantea un problema con respecto a la muestra
cada vez más reducida de personas a las que pueden aplicarse.
En lo
que concierne al analista, éste, sin el riesgo de una segura esterilización, no
puede aislarse en una posición de expectativa pura y simple y en un silencio
"mortal".
Plantearse
preguntas no equivale a dar respuestas, pero sí es una condición previa
indispensable para toda posibilidad de encontrarlas. Concluimos estas
reflexiones sobre el modelo y la construcción con un ejemplo clínico que,
aunque constituye un caso límite y bastante particular, nos servirá como
ilustración.
THOMAS Y SU CONSTRUCCIÓN
El
calificativo de "límite" aplicado a la persona a la que llamamos
Thomas se justifica por diversas razones. Más que cualquier otro, él nos ha
planteado la cuestión de los límites de nuestro saber teórico y clínico, así
como la de los límites de la indicación de análisis, una vez que se rechaza
recurrir exclusivamente a la referencia nosográfica. Agreguemos que era el
ejemplo hablante de lo que una referencia de este orden puede tener de vago y
ambiguo si de ella se espera la obtención de una etiqueta que permita
clasificar al sujeto en un marco que daría testimonio de la habilidad del
clasificador. El colega que nos había hablado de él antes de remitírnoslo nos
había hecho pensar en una estructura perversa, y es cierto que en su historia
existían conductas fetichistas. Desde las primeras entrevistas que mantuvimos
con él, la rigidez, la precisión, el tono de su discurso, la presencia de
rituales de aseguramiento, cierta frialdad, hablaban de un sistema de defensa
obsesivo antiguo y muy bien consolidado.
Pero
con igual claridad aparecieron elementos interpretativos a propósito de su director,
del cual sospechaba que oía todas sus conversaciones telefónicas, y de quien se
preguntaba si a veces no lo hacía seguir con el fin de penetrar el misterio que
él, Thomas, representaba para su superior jerárquico. Paralelamente a estos
"elementos" existía una certeza inquebrantable en una construcción
delirante relativa a su relación con Dios. Debemos detenernos un momento en
esta construcción. La certeza de Thomas concernía al conocimiento que él
pretendía poseer sobre el deseo de Dios a su respecto y sobre los errores de
los cuales este deseo era responsable.
El primero era el de haberlo creado
"homosexual", el segundo, creer que él habría aceptado ese
veredicto, el tercero, no haber comprendido que en realidad era Thomas quien se
guardaba en la manga la última carta, puesto que con su suicidio él le probaría
a Dios que se equivocaba y que no podría sino lamentar eternamente (Si, se
trata de Dios!) haberse equivocado de modo tan profundo. Dios es para Thomas
bastante poderoso y bastante poco razonable (¡bastante loco!, diría él) para
impedirle tener acceso a la mujer, pero no lo bastante para obligarlo a amarlo
y a reconciliarse con él. ¡Se reconocen aquí ciertos acentos schreberianos!
Agreguemos que, a los 28 años, Thomas jamás había tenido una experiencia sexual
(ni hetero ni homosexual), y que se tiene la impresión de que considera la
homosexualidad como un destino que le es estrictamente singular. De hecho, es
la marca que lo designa como el elegido perseguido por Dios, el único objeto de
sus designios, lo cual prueba que Thomas es el único ser humano que conoce en
verdad y en su propia carne el enigma del deseo de Dios.
Esto lo demuestra con
el interminable "proceso" que intenta contra sus ministros: Thomas va
a ver incansablemente a sacerdotes que conoce para convencerlos del error
inherente a su interpretación de los textos sagrados y para demostrarles la
verdad de la suya propia. Hay una cierta analogía entre este interminable
alegato que dura desde hace diez años y el lado sumario que se observa en ciertos
delirantes (con conocimiento de causa evitamos el término "personalidad
paranoica", psiquiátricamente justificado, que fijaría a Thomas en un
lugar nosológico que en este caso nos parece reduccionista). Éste es el
complejo cuadro que nos ofrece Thomas, al cual se agrega su "estilo"
bastante particular de conducir el análisis. De una regularidad ejemplar,
siempre puntual a sus sesiones, en el momento en que se instala en el diván
continúa un discurso que, en general, jamás tiene punto de interrupción salvo
por nuestro "Bien, señor" que cierra la sesión, lo cual nos invita al
silencio, si no nos lo impone.
Cada vez que intervenimos, su respuesta es tan
firme como estereotipada rechaza nuestra intervención y decreta que nada tiene
que ver con lo que él nos dice; de manera igualmente sistemática, algunas
sesiones después le escucharemos retornarla por su cuenta, volver a enunciarla
en nuestros propios términos, pero sirviéndose de ella para la consolidación de
su sistema defensivo. En cuanto al material surgido en los dos primeros años,
se centró sobre su relación con Dios, su suicidio, del que habla con una
precisión y una frialdad muy inquietantes, su deseo por el cuerpo masculino,
deseo que no tiene ninguna veleidad de satisfacer ya que es su no satisfacción
lo que garantiza su posición frente a Dios y le permite presentarse como
diferente del deseo del otro y como objeto de lo que ese deseo persigue.
Parafraseando la bellísima definición que da Freud a propósito del sueño de la
Hermosa Carnicera —el deseo de un deseo insatisfecho— diremos que para Thomas
se trata de preservar la no satisfacción de su deseo como prueba del deseo de
Dios respecto a él y prueba de la diferencia que separa a estos dos deseos.
Thomas no puede ni renunciar a ser objeto del deseo del otro ( y aquí vemos el
legítimo fundamento de esta terminología de Lacan), ni aceptar responder a una
demanda que él siente como la anulación de su existencia, como el retorno a un
estado de indiferenciación en el espacio materno. Incapaz de asumir la
diferencia de los sexos y de aceptar que el otro no tenga lugar en la escena de
lo real, trata de salvaguardar su derecho a la palabra jugando con una diferencia
(o, mejor, una antinomia) de los deseos que lo preservan tanto del encuentro
con el sexo femenino como del temor de desidentificación que representa para
él la homosexualidad.
En lo que a nosotros concierne, lo que él quiere
probarle a la analista (en la cual comienza por ver la oportunidad que él,
Thomas, ofrece a Dios con el fin de que éste reconsidere sus errores, lo que
hace del analista el instrumento de Dios), es que el no que simboliza para
Thomas su único referente identificatorio (él es el sujeto que dice eternamente
no al eterno deseo de Dios), resiste a toda prueba, rechaza todo compromiso.
Este cuadro, como todo cuadro de este tipo, es forzosamente incompleto y
reduccionista. En el curso del análisis vimos hundirse la aparente solidez del
discurso y hacer irrupción una angustia masiva, acompañada con frecuencia de
una vivencia de despersonalización. También ocurrió que Thomas estallara en
llanto. Ciertos sueños testimoniaban un trabajo que se realizaba en
profundidad, a la vez que Thomas intentaba preservar su sistema defensivo de
toda ruptura. También estaba su fiel asistencia a las sesiones, lo que probaba
la perseverancia de una demanda que, por disfrazada que estuviese, expresaba la
esperanza de encontrar una salida al callejón en el que desde siempre se había
extraviado. Estas pinceladas bastan para dar una visión del desarrollo de sus sesiones
hasta el momento en que tienen lugar, al final del segundo año de análisis, los
hechos que vamos a relatar. Agreguemos que en ese momento Thomas había
comenzado a frecuentar algunos medios homosexuales, pero que al parecer esto no
había sacudido su construcción, la cual se contentaba con remodelar. [17]
Así,
pues, un día Thomas, al pasar ante una librería, se entera de que un semanario
ha realizado una encuesta sobre el problema de la homosexualidad y que se ha
publicado una serie de artículos sobre ese tema; compra la revista en cuestión
y consigue los números anteriores. Estos artículos incluyen la publicación de
cartas enviadas por homosexuales y una sede de textos científicos que, bajo
diferentes firmas, explican de manera simplificada, pero no siempre falsa, lo
que en una perspectiva general constituiría la teoría psicoanalítica de la
homosexualidad. Thomas se abalanza literalmente sobre esta "pastura"
y en el lapso de algunas semanas asistimos al establecimiento de una construcción
sin falla, que viene a dar cuenta de las causas de homosexualidad, que
"explica" los mínimos hechos de su vivencia, tan elaborada e
inquebrantable como su sistema delirante con respecto a Dios... pero que lo remplaza
totalmente. Identificación con el deseo inconsciente de la madre,
identificación negativa con d padre, negación de la diferencia de sexos, angustia
de castración, culpabilidad edípica, etc.; a partir de estos elementos, tomados
desordenadamente de los textos, Thomas elabora un soberbio andamiaje
estructural, sirviéndose con bastante sutileza de elementos que forman parte de
su anamnesis real (ausencia del padre, hijo preferido de la madre, odio vis-á-vis
un hermano mayor, ambivalencia respecto a su hermana menor, etc.), y que
desemboca en su construcción teórica de la homosexualidad, construcción que
mantiene una extraña relación con la verdad y con el fantasma. Cuando Thomas
afirma que "si él es homosexual es porque sin duda respondió al deseo
inconsciente de la madre, que la ausencia del padre y el desinterés de la madre
por este último, así como su preferencia con respecto a él le impidieron
identificarse con un padre poderoso", está del lado de la verdad, y si
cuando proclama que con su homosexualidad ha "respondido al deseo materno
inconsciente" encontramos, desplazada sobre la madre, su certeza de
conocer el enigma del deseo del otro y su esperanza de hacerlo responsable de
su drama, encontramos también nuestra propia interpretación implícita, ea
decir que Thomas no pudo escapar al deseo de una madre para quien él
representabais realización de su propio fantasma. Podríamos decir otro tanto
respecto a lo que enuncia a propósito de su relación con el padre o con sus
hermanos.
Es difícil
dar cuenta de esta especie de metamorfosis que se opera bajo nuestros ojos:
súbito desvanecimiento del personaje de Dios y paralelamente de los elementos
interpretativos referentes a su medio laboral, el abandono igualmente repentino
de las ideas de suicidio, la interrupción de los fenómenos de angustia, su
proyecto de cambiar de trabajo y encontrar algo más interesante, su alejamiento
del medio familiar. Estos elementos sincrónicos y que surgen en un lapso tan
breve nos dejaron tanto más perplejos por cuanto la continuación del análisis
no volvió a hacer aparecer ni las ideas delirantes, ni las ideas de suicidio,
ni los elementos interpretativos como se expresaban al inicio de su análisis.
Agreguemos que esta construcción nada tiene que ver con un insight o con una rememoración
cualquiera. Los términos que emplea Thomas (identificación negativa, complejo
de castración, Edipo invertido) no lo remiten a ninguna verdad subjetiva; los
toma confusaente de la lectura del texto, repite un discurso que se enuncia en
otra parte y que afirma: "ésta es la verdad". Esta construcción la
retorna por su cuenta en una construcción semejante a un artefacto. Pero los
efectos de este "artefacto", tal como aparecerían ante la mirada de
un observador, se parecen mucho a lo que llamaríamos un "resultado terapéutico".
En nuestro campo es arriesgado servirse del "si..."; no obstante
expresaremos nuestra impresión diciendo que si en ese momento hubiéramos interrumpido
el análisis es probable que Thomas no hubiese retornado a su estado anterior.
Nos parece que el sistema delirante que lo caracterizaba fue remplazado
definitivamente por su construcción "psicoanalizante", lo que tuvo,
como efecto principal, la desaparición del proyecto suicida y el investimiento
de ciertos sectores de su actividad.
El que no hayamos creído deber hacerlo
(Thomas continúa su análisis) prueba que no ignoramos el papel puramente
defensivo de su construcción, y que ese discurso que viene a sustituir
exhaustiva. mente los blancos de su historia tiene muy poca relación con el
retorno del texto original. Pero esto no resta nada a la importancia de la
pregunta que plantea lo sucedido: ¿por qué esta adhesión instantánea y total a
ese discurso? ¿Cómo explicar esos efectos?
Dejaremos en silencio, por ser exterior
al objeto de nuestro texto, todo lo que podría decirse con respecto a esa
palabra sesgada, y escrita por hombres, que viene a confirmar aprés coup algunas
de nuestras intervenciones, o lo que representó para él la doble referencia
identificatoria que le fue ofrecida: identificarse con los autores de las
cartas, con el drama de aquellos a quienes llama sus "hermanos", e
identificarse con una palabra que interpreta en nombre del psicoanálisis pero
que no es la nuestra. También dejaremos de lado el fantasma de omnipotencia que
Thomas persigue y lo que para él significa despojarnos de un saber del que se
ve de repente como depositario absoluto. Nos parece más pertinente una cuestión
quizá secundaria en la historia de Thomas, pero principal en el problema que
tratamos: cuando Thomas nos anuncia que es homosexual porque tal es el deseo
inconsciente (y no conocido por ningún otro) de su madre, no hace más que cambiar
los términos del primer enunciado sobre el deseo de Dios, dejando intacto el
fantasma que lo sostenía.
La diferencia es que en este segundo caso se sirve de
una construcción que se pretende científica, y que esta construcción, que
encuentra su material en un saber institucionalizado por la cultura, desactiva la
angustia y la culpa. Le concede una suerte de nuevo "estado civil" que
le da derecho de ciudadanía en un sistema donde encuentra otro código
identificatorio, que le permite descubrirse conforme un modelo cuya
autenticidad está garantizada por la ciencia. Hay que agregar que cuando Thomas
llegó a vemos conocía otro discurso científico que, por el contrario, había
rechazado: el discurso médico que asimilaba la homosexualidad a una enfermedad
endocrina (eso es lo que le habían dicho dos médicos a los que había consultado).
Este discurso no podía más que rechazarlo, ya que, por una parte, al transformar
la homosexualidad en enfermedad desvalorizaba la función de signo que le había
asignado y, por otra, porque ese veredicto amenazaba con reforzar su angustia
inconsciente de ser transformado en mujer, angustia que testimoniaba su
necesidad compulsiva de asegurarse, no acerca de su salud, sino acerca de su
morfología (de ahí la serie de mediciones a las que se dedicaba,
periódicamente, los cursos de gimnasia correctiva, sus tentativas por
desarrollar su sistema muscular, etc.). La "ciencia analítica", por
el contrario, viene a garantizarle (es así como lo entiende), en el plano
anatómico, la integridad de su cuerpo, y al mismo tiempo lo libera de toda
culpabilidad, pues otro es el responsable de su deseo. Además, elemento de gran
importancia, esa ciencia remplaza a los ministros de Dios que ponían en duda
su certeza por esos nuevos ministros del Dios-Saber que, de manera opuesta, vienen
a garantizar la legitimidad.
Aquí finaliza nuestro ejemplo. Es evidente que
Thomas constituye un caso límite y, por ello, no ejemplar. Está en análisis y
su adhesión a lo que adquiere carácter de discurso en Freud debe vincularse
evidentemente a su relación con nosotros. Además, su necesidad de apoyarse en
una construcción y un saber que no deje ninguna brecha a la pregunta que podría
formular su deseo nos remite a lo singular de su drama. Pero esto no impide
que, por particular que sea, nos aporte un ejemplo de la función defensiva, en
el sentido psicopatológico del término, que puede desempeñar el saber, y de lo
que construye en su nombre por poco que. aquel que es su depositario sea
revestido de los emblemas que un grupo, una cultura o un sujeto le otorguen en
nombre de la verdad científica, de la sugestión de la transferencia Este
ejemplo clínico va a servirnos también de conexión con las reflexiones que
siguen y que tratan de la función que puede atribuirse al psicoanálisis y a sus
construcciones cada vez que el teórico y el objeto interrogado se sitúan en el
exterior de la situación analítica, fuera de los parámetros que delimitan el
campo en el que se desenvuelve un psicoanálisis.
VERDAD E ILUSIÓN EN LA
BÚSQUEDA DE SABER
Thomas
nos ha demostrado que el saber, al igual que cualquier tema delirante, puede
ponerse al servicio del deseo y de su sinrazón. Podemos preguntarnos si, mutatis
mutandis, la circulación de cierto discurso analítico no cumple una función
análoga: rechazar la hipoteca que hace pesar sobre el "Bien Saber" el
descubrimiento de Freud en el momento mismo en que se acepta la hipótesis de la
existencia del inconsciente. Así se ahorraría el interés que debe pagarse por
todo derecho de hipoteca: tener que renunciar a la certeza de que la relación
del sujeto con el saber, con la ciencia o con el psicoanálisis, es lo que lo
libera de su enajenación en la ilusión. Se sabe que una hipoteca exige el pago
regular de intereses: eso hace que el prestatario se vea siempre desposeído de
una parte de su haber. Esta metáfora financiera ilustra lo que nos parece el
punto neurálgico del balance que se podría hacer del aporte psicoanalítico a
nuestra cultura"[18] y
sus efectos. Tenemos la impresión de que en algún lugar fueron falseadas las
cuentas. Pero antes de proseguir, y a fin de evitar malentendidos, deseamos
recordar que el término "reflexiones" empleado por nosotros debe ser
tomado al pie de la letra. La actualidad del problema, la imposibilidad de
tomar la distancia necesaria para una evaluación justa, el hecho de que
forzosamente seamos parte activa de la cultura y del discurso interrogado, no
nos permiten superar el estadio de una reflexión que interroga y no pretende ni
responder ni interpretar.
Lo que
queremos demostrar es que eI discurso psicoanalítico no está a salvo de los
efectos y de los perjuicios, de las ilusiones y de los errores de los que todo
saber puede convertirse en soporte. La falta de originalidad de una posición
semejante nos parece proporcional al olvido en el que cae periódicamente, y no
por casualidad, una parte de los conceptos psicoanalíticos. Es por esto por lo
que nuestro propósito será recordar el estatuto que cobran en nuestra teoría el
concepto de ilusión y el de verdad, por lo mismo puesto en tela de juicio, para
interrogar lo que es su matriz común: el deseo de saber.
Ya en
las primeras páginas de un texto célebre de 1927[19]
Freud definía !o que es la ilusión desde una perspectiva psicoanalítica: lo que
ahí dice pone en tela de juicio la relación del sujeto 'con la verdad y plantea
una pregunta que hace caer una sombra sobre esa búsqueda de "certeza"
que no es sólo patrimonio del delirio. Diferente del error (no es forzosamente
un error), se emparenta con la idea delirante pero no coincide con ella porque,
a diferencia de ésta, no está necesariamente en contradicción con la realidad.
Lo que la especifica es el vínculo que la liga al cumplimiento de un deseo, de
allí la definición de Freud:
Definimos una creencia como ilusión cada vez que el cumplimiento de un anhelo es un factor eminente en su motivación. Al hacerlo, no tomamos en cuenta su relación con la realidad de la misma manera que la ilusión misma no toma en cuenta su verificabilidad (o su verificación). .
Si
comparamos esta definición con la que clásicamente da el Robert o cualquier.
otro diccionario (aberración, error, interpretación errónea) se advierte la
originalidad de la acepción psicoanalítica y la transposición del objeto sobre
el cual ella hace caer el juicio. Ya no es el enunciado de la creencia el que
hará decir que equis sujeto está en la verdad o en el error, sino loqueen el
enunciante se devela corno causa por él desconocida de su aceptación o de su
rechazo del enunciado. En otras palabras, lo que es cuestionado y lo que funda
la posición del psicoanalista es el deseo de aquel que declara verdadero o
falso el enunciado (y no ya la verdad o el error de éste). Esta definición está
cargada de consecuencia: si creer en una "verdad" o rechazar un
"error" puede. ser efecto, por igual, de la ilusión que el sujeto
quiere preservar, de ello resulta que todo saber, por exacto que sea, corno
toda ciencia, puede convertirse en soporte de una ilusión que apunta al
cumplimiento de un deseo que rehúsa someterse al principio de realidad. Lo cual
demuestra de inmediato la dificultad de dar un estatuto psicoanalítico al
término "verdad".
Ahora bien, éstos son un concepto y una referencia
a los que el analista, corno todo ser hablante, no puede renunciar. La relación
del sujeto con el discurso implica la posibilidad de deslindar la verdad de la
mentira; para que "yo" hable, es preciso que 'yo" sepa si
"yo" miento o si 'yo" digo la verdad. El que esta referencia a
la verdad dependa de una ilusión, el que se convierta en la certera delirante, el
que constituya la prueba gracias a la cual se acepta no saber, estas diferentes
funciones no disminuyen en nada la ineluctabilidad de su presencia.
Es por
ello por lo que el problema de la verdad nos conduce a interrogar ese deseo de saber que no forma parte de los
factores elementales de la vida afectiva,[20] y
que sin embargo se muestra coextensivo de la entrada del infans en el lenguaje
y presente desde la primera demanda que él dirige a aquella supuesta
depositaria de un "todo-saber" [tout-savoir], así como de una
"total-respuesta" [toute-réponse]. Agreguemos que para Freud ese
deseo "corresponde por una parte a una sublimación
de la necesidad de, posesión y que por la otra utiliza el deseo de ver"
(las cursivas son nuestras). Esta definición plantea un doble problema: ¿a qué
remite aquí el término "sublimación" y en qué consiste la
"utilización" de la pulsión escópica? Y se puede decir con Freud que
ese deseo surge en el niño entre "el tercero y el quinto arto" en el
momento en que "amenazado por la
llegada real o supuesta de un nuevo niño a la familia y porque teme que este
acontecimiento implique paro él una disminución de cuidados y de amor, se pone a
reflexionar y su mente se dedica a trabajar", lo cual lo confronta con
el gran enigma: ¿de dónde vienen los niños?
Pensamos
que esta pregunta es heredera de otra que la ha precedido, que lo que sucede
"entre el tercero y el quinto año" no es el inicio de una actividad
intelectual provocada por el "deseo de investigar y de saber" sino ese
momento conflictivo en el que el niño debe renunciar a creer que otro puede
siempre garantizarle la verdad de lo dicho, puede continuar siendo el lugar de
una "total-respuesta", y en el que deberá aceptar su soledad[21] y
el peso de la duda.
Pero,
¿qué sucede con el 'saber", en cuanto objeto de deseo, en un momento
previo de ese conflicto? En un texto sobre la transgresión[22]
hemos escrito que el deseo de saber es ante todo la búsqueda de un saber sobre
cl deseo, del cual se espera así tener el dominio. Lo que se interroga en
primer lugar es ese objeto-enigma del deseo materno, y el niño concibe su
conocimiento como posibilidad de revestir la apariencia y convenirse en su Amo.
Aquí la fuerza de la ilusión nos parece lo único en juego en la búsqueda de una
"verdad" de la que podría decirse, parafraseando a Lacan, que se
espera que haga a lo real más apto para el deseo y conforme con el fantasma.
Que el discurso sea por excelencia el instrumento por el cual el sujeto
interroga lo real, que esa interrogación nazca de ese "asombro" (del
que hablaba Aristóteles) que experimenta el sujeto enfrentado a la
contradicción existente entre realidad y fantasma, no impide que lo que se
espera en un primer momento como respuesta sea la negación de algo visto, de
algo oído y de algo percibido que en un tiempo previo había venido a
contradecir el enunciado fantasmático. Es por esto por lo que el saber puede
perfectamente ponerse al servicio de la ilusión y por este hecho renunciar para
siempre a encontrar la verdad en su camino.[23]
El abandono por parte del niño de una meta pulsional que encontraba en el tener
el ver, el saber,[24] tres
objetos aptos para satisfacerla, abandono necesario de la asunción en nombre
propio de esta búsqueda “solitaria" que obliga al sujeto a aceptar la incertidumbre
y la incompletud de todo conocimiento, debe entenderse, en nuestra opinión,
como lo que viene a marcar la relación entre el sujeto y el saber con el sello
de la castración. No podemos aquí sino recordar los términos de lo que hemos
estudiado sobre este tema en otro lugar,[25]
aceptar la castración implica que el sujeto del discurso (y del saber) renuncie
a que una voz en la escena de lo real (es decir, la madre) sea el garante de
una certeza de verdad y que él haga de los "textos" la única
referencia posible. Ahora bien, el 'texto", como ei lenguaje y como el
saber, es aquello que no tiene origen ni fin. Discurso de un muerto, ¡participa
del destino propio al discurso: ser una eterna remisión que agrega cada vez una
página en la que la palabra "fin" ya no tiene lugar, página que
siempre puede venir a demostrar el error de lo que hasta entonces se plantea
como saber absoluto.
Aceptar
ese riesgo implica que la energía libidinal al servicio de lo
"creado" (y también de lo "aprendido") haya podido
renunciar a encontrar un placer erógeno en la actividad productora o en
"el objeto" que de ella resulta: aquí, entonces, encuentra su razón
de ser el término "energía sublimada" (o simplemente, sublimación).
En
conclusión, vemos que el deseo de saber toma el lugar de un deseo de tener y de
ver respecto a los cuales comienza por compartir la aspiración de omnipotencia
y que, semejante en esto a la totalidad de la libido pulsional, la sublimación es
uno de los destinas posibles para él,- pero no forzosamente su destino.
Si a
partir de estos elementos interrogamos psicoanalíticamente la relación del
sujeto con la verdad, podemos enunciar, parafraseando lo qué dice Freud sobre
la ilusión, que "definiremos una creencia como soportada por una búsqueda
de verdad cada vez que la renuncia a la realización del deseo nos parezca
compatible con su motivación". Ni siquiera aquí se puede tomar en
consideración sólo su "relación con la realidad", y debemos basar
nuestro juicio sobre lo que podemos conocer de las motivaciones del enunciante,
renunciando a juzgar, lo que sería mucho más cómodo, en función del solo
enunciado. No es sino la elucidación de la relación del sujeto con el error,
con la verdad o con el saber, la que nos dirá cuál es su posición, si la verdad
objetiva de su enunciado confirma o contradice la verdad del enunciante y de
sus motivaciones.[26]
Esta
observación nos permite abordar una última cuestión: ¿a qué responde la
adhesión de una parte de nuestros contemporáneos a la teoría analítica; cuál
es el efecto de la circulación, en ciertos sectores de la cultura, de nuestras
construcciones o de nuestros modelos? Es fácil demostrar por qué el saber
psicoanalítico puede ejercer una fascinación privilegiada. Último en nacer en
esa serie infinita de respuestas que el hombre ha dado sobre el enigma de su
ser (serie cuya diversidad y perennidad prueban la fuerza con la que se impone
la cuestión), ha develado la existencia de "otra escena", y por
primera vez ese espacio, ya sospechado porlos filósofos pero siempre dejado sin
cultivar, encontró en Freud al que reveló la temática, la dinámica, la economía
que le son propias. Se pudo levantar su mapa metapsicológico, lo cual obligó a
revisar todo lo que se había dicho hasta entonces sobre la naturaleza del mundo
psíquico. De allí la facilidad con la que se abrió camino esta primera ilusión
consistente en creer que se posee un "texto" último que permite
tachar alegremente-del registro del saber aquello que se ignora, y que aporta
por fin un punto de origen (aquí comienza el saber) y un punto final (aquí
termina la verdad). A la creencia en el advenimiento del saber absoluto se agrega
la ilusión de la presencia de un origen igualmente absoluto: el círculo, entonces,
podría cerrarse. Ya no es necesario demostrar que se pudo pedir al psicoanálisis
que se pusiese al servido de esta ilusión; las pruebas abundan .a nuestro
alrededor. Pero no debemos subestimar lo que es función de la especificidad del
objeto propio del psicoanálisis: el inconsciente, sus leyes y sus efectos. Más
allá del mito del poder que el saber siempre ha inducido, ¿qué otra ilusión
particular es responsable de la recuperación (según un término de moda) o de
la esterilización de eso que Freud podría llamar con justicia "la
peste"?
Creer
que se tiene la respuesta a una pregunta semejante sería en sí una ilusión:
primero porque aun aquí será el apres
coup de nuestra cultura (su porvenir y el de sus ilusiones actuales) lo
único que podrá dar un justo testimonio; segundo porque eso nos exigiría
interrogar a ese vasto y complejo campo qué es la "sociedad", lo cual
no está en nuestro poder. Sobre un punto, sin embargo, quisiéramos dar
elementos de respuesta: el que toca a la represión ya su economía. Hemos dicho
elementos, lo cual aquí también debe tomarse al pie de la letra. La represión
está en el fundamento del destino del sujeto y de la civilización por dos
razones: por una parte es el precio que paga el sujeto por su pasaje más allá
del estado infantil;[27] por la otra, es el precio por medio del cual
el individuo se asegura su supervivencia como ser social; donde aprieta el
zapato, es que ni el sujeto ni la sociedad pueden garantizar los efectos de tal
pago ni legislar sobre un "precio óptimo", ni impedir los fraudes,
por exceso o por falta. Hay que agregar que el rasgo esencial de lo reprimido es
apuntar a su retorno a la escena de lo consciente y de la acción, y que en este
caso se comprueba frecuentemente que las defensas instaladas contra ese
peligro son más nefastas que el peligro mismo.
Por
otra parte, ¿cuál es e] objetivo explícito del psicoanálisis sino el
esclarecimiento de esos mecanismos, el surgimiento de ese "fragmento de
verdad histórica" que tanto el discurso del sujeto como el discurso de la
cultura buscan eternamente ocultar? Toda ilusión debe ser concebida, en último
análisis, como el compromiso firmado entre la instancia represora, el impacto
de lo reprimido y la posibilidad de dar nacimiento a un enunciado que esté lo
bastante deformado como para ser aceptado sin conflicto por el sujeto y lo
bastante conforme con el deseo como para ser investido por la libido. Hay
derecho a decir que la develación inherente al discurso de Freud, fuera del
campo de la psicopatología strictu sensu, pone en peligro (y siempre lo hará,
en nuestra opinión) aquello que en la estructura social tiene la función de
consolidar la represión (aquí se puede agregar: de satisfacción pulsional) por
ser necesaria a su propio funcionamiento. Esto demuestra la respuesta primera y
"natural" que había provocado Freud: su rechazo puro y simple.
Las
razones por las cuales este rechazo no logró sostenerse no pueden buscarse en
el campo del psicoanálisis mismo: son función de una "situación", de
un momento de la historia y de la posibilidad del advenimiento del discurso de
Freud y la razón de las respuestas que se le dieron.
Pero
la dimensión histórica no debe hacer olvidar la universalidad de ciertos
conceptos freudianos ni subestimar la perennidad de lo que demuestran sobre la
relación del sujeto con lo "real" (término en el cual incluimos ese
real muy ambiguo que es lo social). Uno de los resultados de lo irreductible de
esta relación será que el discurso cultural, portavoz de la institución social,
apuntará siempre a sojuzgar el saber, por revolucionario que sea, y a la
consolidación de la institución que tiene la función de preservar.[28]
Es por
esto por lo que, paralelamente al discurso que da testimonio en el individuo
de la armadura neurótica que éste se ha forjado utilizando una parte de
nuestros enunciados, surgirá, pero esta vez en el campo social, un discurso que
pretenderá que, puesto , que la cultura actual conoce la existencia de la
represión, eso prueba que ella no ejerce acción represora, que ya que está
dispuesta a cuestionar las leyes de su funcionamiento se ha liberado de su
yugo, que porque sabe que cuando ella habla de "progreso atómico"
entiende en realidad las armas del mismo nombre, está a salvo del "acto
fallido" que amenaza con dar libre curso a la pulsión de muerte que lleva
en sí.
No es ciertamente
una casualidad que de todos los conceptos freudianos este último siga siendo el
menos aceptado y el más controvertido por el discurso psicoanalítico o que se
pretenda tal. Porque el sujeto ha creído en la posibilidad de un autoconocimiento
que podría no hacer el duelo de la ilusión que lo sostiene, y la cultura, el
advenimiento de un discurso que garantizaría la solidez y perennidad de sus
postulados —la construcción psicoanalítica— ha podido servir de pantalla sobre
la cual se proyecta el sueño de un saber que no sabe renunciar a la fascinación
del poder y de la ilusión. Pero el problema no es tan sencillo y la posición
del analista que intenta responder resulta ambigua. Decir que la circulación
del discurso analítico en la cultura muestra que el mismo se ha vuelto parte
inherente del sistema defensivo que preserva el statu qua neurótico que exige
la sociedad, es trasponer al nivel social lo que denunciamos en el caso del
individuo. Ahora bien, cada vez que en términos de Freud consideramos la
"humanidad como un todo y la ponemos en el lugar del individuo humano
singular", debemos preguntarnos hasta qué punto la psique del todo se deja
reducir a la del uno, y si no se trata de la ilusión de la existencia de una
analogía completa que nos autorizaría en ambos casos a pretender una misma
exhaustividad de lo analizado o de lo analizable. Sin embargo, en el caso de
la sociedad, no se puede eludir la cuestión de los límites impuestos a la neutralidad
del analista. La naturaleza del objeto analizado tiene forzosamente un impacto
sobre el intérprete, quien no puede excluirse de un discurso cultural y de un
modelo de civilización que le dan su estatus de sujeto en tanto ser social.
Si la
aplicación de nuestro modelo al hecho cultural (se trate de etnología, de
mitología o de sociología), muestra lo bien fundado de ciertas analogías, es
válido preguntarse si dicha aplicación no encuentra su punto de llegada cada
vez que el "hecho" impone un "resto", es decir, cada vez
que tanto la aplicación del modelo como la naturaleza del objeto sobre el cual
se aplica vienen a demostrar la existencia de un a priori indispensable para
que la experiencia pueda ser pensada, pero que escapa a la verificación que se
propone la experiencia. Hemos tratado este problema más a fondo a propósito
del "psicoanálisis didáctico" y del "resto" que amenaza con
hacer aparecer la relación del analista con su saber.[29]
Diremos
aquí, de manera más general, que si interpretar remite siempre a una
interrogación sobre el deseo y sobre los señuelos de su sinrazón, uno de los
señuelos más eficaces y tenaces consiste en que el propio deseo del intérprete
se abra camino hacia el corazón mismo de la interrogación. En este caso la
respuesta corre el riesgo de no ser más que el enunciado apto para satisfacer
el fantasma del enunciante. La neutralidad del analista no debe confundirse con
la imagen de Epinal[30]
que se hace de ella: la calma olímpica de quien se niega a enunciar un juicio,
que frustra al analizando de toda respuesta a su demanda, que lo induce —con
benevolencia y una "autoridad justa"— a interiorizar un "buen
superyó", que es como por casualidad el del juez mismo.
Esta
imagen hace pensar en aquella que ilustran los tres monos de la parábola
asiática: no oír nada, no ver nada, no decir nada. La neutralidad deber ser
comprendida como ese lento y difícil aprendizaje al cual supuestamente se
somete el analista a lo largo de toda su práctica. Poder respetar esa posición
implica que él siga paso a paso el discurso forjado por un deseo que no es el
suyo, que sea capaz de hacer callar su narcisismo y sus creencias para
convertirse en escucha de un discurso que no tiene derecho a interpretar más
que en la medida en que él respete totalmente los Contornos, el estilo, la
singularidad.
La
legitimidad del campo en el que la acción del intérprete tiene carta de
ciudadanía está definida por la posibilidad de que el analista preserve su
neutralidad. Este campo está lejos de ser infinito; la no transgresión de sus
fronteras es tanto más difícil de respetar a medida que el analista interrogue
eso que rebasa el campo de la clínica. En este terreno ajeno difícilmente puede
evitar encontrarse como sujeto que se adhiere a su verdad, asir modelo, a su
ilusión.
Nuestra
convicción sobre el buen fundamento de estas reflexiones acerca de una cultura
y una sociedad como las nuestras no nos impide saber que nuestro deseo está forzosamente
en juego cada vez que somos parte activa de lo interpretado.
Es por
eso por lo que en este punto comienza la interpretación de la cual nuestro
propio discurso puede hacerse objeto.
[1] Texto de dos conferencias impartidas
en las facultades universitarias de SaintLouis, en Bruselas el 25 y 26 de
febrero de 1970.
[2] Por este término entendemos el
proyecto que subtiende al trabajo del analista.
[3] La autora cita la edición inglesa.
[4] Aulagnier o bien la traducción al
castellano comete el error al anotar la palabra “menos”, cuando el texto
Freudiano en castellano dice “más”. AE XXIII,, p.262. “Pro yo opino que “construcción”
es, con mucho, la designación más apropiada,..”
[5] El ejemplo construido por Freud
en dicho texto es el
siguiente: "Hasta cierra
edad se considero usted el poseedor único e incontestable de su madre,
y luego llego otro bebé que le causó una grave desilusión.
Su madre le dejó durante
cierto tiempo e incluso
al regresar ya no se consagró
exclusivamente a usted. Sus
sentimientos para con ella se hicieron ambivalentes, usted comenzó a dar importancia a su
padre... ", etcétera
[6] La dualidad pulsional es para Freud el primer
elemento de una
universalidad que trasciende
incluso lo humano para englobar a
lo viviente en su conjunto, Si bien reconoció el lado hipotético el discurso que busca dar cuenta de esta dualidad. nunca dudó de su existencia, corno
tampoco la presencia de un
sistema consciente y uno inconsciente.
[7] Cuando Freud habla de sustitución entre una construcción y una rememoración, se trata para
él de lo que se refiere a un
recuerdo aislado a un fragmento de la historia, y no -pues eso no tendría sentido en su concepción del análisis- de una construcción que sustituiría en su totalidad el blanco del cual es responsable la
amnesia infantil.
[8] La ausencia de ese preliminar en
Freud y l distancia que ello implicó serán examinadas más adelante.
[9] Esto es válido tanto para la teoría
de M. Klein como para la de J. Lacan, a quienes se les debe el lado positivo
del balance.
[10] La “curación por añadidura” es una
formula debida a J. Lacan. El uso que a veces se ha hecho de este enunciado
prueba ¡que tan fácil es entender mal cuando el malentendido sirve a beneficios
secundarios que a menudo devienen “primarios”.
[11] Cf. Al respecto lo que escribe Freud
en “Análisis terminable e interminable” OC. Vol. XXIII.
[12] Ibid
[13] Es obvio que no estamos cuestionando
el evidente no final del trabajo de autoanálisis al que puede consagrarse el
sujeto, sino la duración de la relación analítica, experiencia que exige la
presencia de un analista y una de cuyas metas debería ser, para el analizando,
la posibilidad de retomar por su cuenta la búsqueda.
[14] Podemos afirmar que esta prueba,
cada vez que está presente, garantiza plenamente que un análisis tuvo lugar.
[15] Se puede y se debe preguntar hasta qué punto
el creciente porcentaje de estos Últimos en la agenda de una parte de los analistas,
y particularmente de aquellos que se interesan por la teoría (o se piensa que
lo hacen), no falsea cierta visión del análisis; es una pregunta que nos hemos
planteado a nosotros mismos. Pero, aunque así fuera, esto no haría más que
reducir el alcance de lo que estamos planteando y no por ello lo anularía.
[16] Frase en la que Freud ve la
confirmación, hecha por el analizando, de la verdad de la interpretación.
[17] La homosexualidad resulta un efecto
del deseo y de la perversidad de Dios; el, Thomas, es el Único que ha percibido
esta verdad; en el proceso que intenta corma Dios el legajo de fa acusación no
hace sino aumentar en importancia- En cuanto a la demanda que dirige al
analista, cobra un carácter más extraño el final del análisis no tendrá sentido
ni podrá sobrevenir si no coincide con la terminación del fenómeno homosexual en
su totalidad, lo cual prueba canco su imposibilidad de renunciar a esa relación
como la omnipotencia divina que él proyecta sobre nosotros y el desafío que nos
lanza.
[18] Piénsese en la respuesta ofrecida al
discurso analítico a partir del momento en que la sociedad lo ha
institucionalizado y le ha dado acceso a sus academias. Tan entusiasta
respuesta es inquietante: la 'peste" no puede tener carta de ciudadanía en
un mundo civilizado sino a partir del momento en que se está seguro de que hay
una vacunación infalible.
[19] S. Freud, “El porvenir de una
ilusión”, en OC, vol. XXI, Op.Cit.
[20] S. Freud, “Tres ensayos de teoría sexual” en OC,
vol. VII, Op. Cit
[21] El niño en sus investigaciones
sexuales está siempre solitario para éI se trata de un primer paso con vistas a
orientarse en el mundo y se senda extranjero frente a las personas de su entorno.
que basta entonces habían gozado de su plena confianza.
[22] En nuestro texto “El deseo de saber
en sus relaciones con la transgresión", capitulo 5 de esta edición.
[23] Lo que ilustra el fetichismo
doblemente ni el fetiche tiene como fondón renegar de un primer "visto'
insoportable, el saber que el perverso pretende poseer sobre la verdad del goce
viene a su va a renegar de la verdad de su deseo, se dedica a preservar la
represión y a protegerla de la irrupción de la angustia.
[24] Que el saber pueda ser en un primer tiempo un
objeto apto para el fantasma, nos parece confirmado cambien por la creencia que
tiene el dilo en la omnipotencia del pensamiento y en ese saber adivinatorio
que le atribuye a la madre (como en eso que con frecuencia se encuentra en el
delirio, bajo la forma de delirio de interpretación o de delirio de
observación).
[25] En el seminario que desarrollamos en
Sainte-Anne consagramos diferentes exposiciones a este problema. Intentamos mostrar
que mientras la voz materna se mantenga garante de la verdad del discurso que ledo
el niño.. encuentra el "placer" como clave y soporte de su relación
discursiva.
[26] Cf. lo que escribimos al respecto supra, capitulo 1.
[27] Reconocer que la sublimación calo
que permite economizarla (cf. Freud en su "Introducción del
narcisismo", vol. XIV, Op.Cit.) no impide que siempre se haya reprimido.
[28] Lo que la historia demuestra es que
esta intención puede fracasar, pero esta misma historia prueba la constancia
con la que las recaídas del fracaso van a ser empleadas para consolidar el
nuevo andamiaje que. a su vez y de manera análoga, va a preservar su
construcción de los ataques del tiempo y a evitarle a sus muros el deterioro
que le harían sufrir ciertas inscripciones.
[29] Cf. supra, capítulo 2.
[30] Se refiere atas imágenes populares creadas
por Jean-Charles Pellerin desde la época de la revolución, reunidas en el museo
Internacional de l'Imagerie Populaire, en Epinal. Francia. [E.)