Recordar, repetir y reelaborar
(Nuevos consejos sobre la técnica del
psicoanálisis, II) (1914)
Erinnern, liederholen und Durcharbeiten
(Weitere Ratschlage zur
Technik der
Psychoanalyse, II)
Anotaciones José Luis González F.
No me parece ocioso recordar una y otra vez a los
estudiantes las profundas alteraciones que la técnica psicoanalítica ha
experimentado desde sus
comienzos. Al principio, en la fase de
la catarsis breueriana,
se enfocó directamente el momento de la
formación de síntoma
y hubo un
empeño, mantenido de
manera consecuente, por hacer producir {reproduzieren} los procesos
psíquicos de aquella situación a fin de guiarlos para que
tuvieran su decurso
a través de una actividad conciente. Recordar y abreaccionar eran en aquel tiempo las metas que se procuraba alcanzar con
auxilio del estado hipnótico.
Luego, después que se renunció a la hipnosis, pasó a primer plano la tarea de
colegir desde las ocurrencias
libres del analizado aquello que él denegaba recordar. Se
pretendía sortear la resistencia mediante
el trabajo interpretativo y la comunicación de sus resultados al
enfermo; así se mantenía el
enfoque sobre las
situaciones de la formación del síntoma y sobre aquellas otras que se
averiguaban presentes detrás del momento en
que se contrajo la
enfermedad; en cambio, la
abreacción era relegada y parecía sustituida por el gasto de
trabajo que el analizado tenía que prestar
al vencer, como le era prescrito,
(por la obediencia a la regla ¥α* fundamental), la crítica a sus ocurrencias.
Por último, se plasmó la consecuente técnica que hoy empleamos: el médico
renuncia a enfocar un momento o un problema determinados, se conformaron
estudiar la superficie psíquica que el analizado presenta cada vez, y se vale
del arte interpretativo, en lo esencial, para discernir las resistencias que se
recortan en el enfermo y hacérselas concientes. Así se establece una nueva modalidad de división del trabajo: el
médico pone en descubierto las resistencias desconocidas para el enfermo;
dominadas ellas, el paciente narra con toda facilidad las situaciones y los
nexos olvidados. Desde luego que la meta de estas técnicas ha
permanecido idéntica. En
términos descriptivos: llenar las lagunas del recuerdo; en términos
dinámicos: vencer las resistencias
de represión.
Hay que agradecer siempre a
la vieja técnica
hipnótica que nos exhibiera
ciertos procesos psíquicos
del análisis en su aislamiento y
esquematización. Sólo en virtud de ello pudimos cobrar la osadía de crear
nosotros mismos situaciones complejas en
la cura analítica, y mantenerlas trasparentes.
El recordar, en aquellos tratamientos hipnóticos,
cobraba una forma muy simple. El paciente se trasladaba a una situación
anterior, que no parecía confundir nunca con la situación presente; comunicaba
los procesos psíquicos de ella hasta donde habían permanecido normales, y
agregaba lo que pudiera resultar por la trasposición de los procesos entonces
inconcientes en concientes.
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Intercalo ahora algunas observaciones que todo analista ha hallado corroboradas en su
experiencia.1 El
olvido de impresiones, escenas, vivencias, se reduce las más de las veces a un
de ellas. Cuando el paciente se
refiere a este olvido, rara vez omite agregar: «En verdad
lo he sabido siempre, sólo que
no me pasaba por la cabeza». Y no
es infrecuente que exteriorice su desengaño por no ocurrírsele bastantes cosas
que pudiera reconocer corno «olvidadas», o sea, en las que nunca hubiera vuelto
a pensar después que sucedieron. Sin embargo, también esta añoranza resulta
satisfecha, sobre todo en las histerias de conversión. El «olvido» experimenta
otra restricción al apreciarse los recuerdos encubridores, de tan universal
presencia. En muchos casos he recibido la impresión de que la consabida amnesia
infantil, tan sustantiva para nuestra teoría, está contrabalanceada en su
totalidad por los recuerdos encubridores. En estos no se conserva sólo algo
esencial de b vida infantil, sino en verdad todo lo esencial. Sólo hace falta saber desarrollarlo desde ellos
por medio del análisis. Representan {repräsentieren} tan acabadamente a los
años infantiles olvidados como el contenido manifiesto
del sueño a los pensamientos
oníricos.
Los otros grupos de procesos psíquicos que como
actos puramente internos uno puede oponer a las impresiones y vivencias fantasías,
procesos de referimiento, mociones de sentimiento, nexos
deben ser considerados separadamente en su relación con el olvidar y el
recordar. Aquí su cede, con particular
frecuencia, que se «recuerde» algo que nunca pudo ser «olvidado» porque en
ningún tiempo se lo advirtió, nunca fue conciente; además, para el decurso
psíquico no parece
tener importancia alguna
que uno de esos «nexos» fuera conciente y luego se
olvidara, o no hubiera llegado nunca a la conciencia. El convencimiento que el
enfermo adquiere en el curso del análisis es por completo independiente de
cualquier recuerdo de
esa índole.
En las diversas formas de la neurosis obsesiva, en
particular, lo olvidado se limita las más de las veces
a disolución de nexos,
desconocimiento de consecuencias, aislamiento
de recuerdos.
Para un tipo particular de importantísimas
vivencias, sobrevenidas en épocas muy tempranas
de la infancia y que en su tiempo no fueron entendidas, pero han hallado
inteligencia e interpretación con efecto retardado {nachtraglich}, la mayoría
de las veces es imposible despertar un recuerdo. Se llega a tomar noticia de
ellas a través de sueños, y los más probatorios motivos extraídos
de la ensambladura de la neurosis lo fuerzan a uno a creer en ellas;
hasta es posible convencerse de que el analizado, superadas sus resistencias,
no aduce contra ese supuesto la falta del sentimiento de recuerdo ( sensación
de familiaridad) . Comoquiera que fuese, este tema exige tanta precaución
crítica, y aporta tantas cosas nuevas y sorprendentes, que lo reservo para
tratarlo en forma especial con materiales
apropiados.2
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Cuando aplicamos la nueva técnica resta muy poco,
nada muchas veces, de aquel decurso de alentadora tersura.3 Es cierto que se presentan casos que durante
un trecho se comportan como en la técnica hipnótica, y sólo después se deniegan;
pero otros tienen desde el comienzo un comportamiento diverso. Si nos atenemos al signo distintivo de
esta técnica respecto del tipo anterior, podemos decir que el analizado no
recuerda , en general,· nada de
lo olvidado v
reprimido, sino que lo actúa.4 No lo reproduce como recuerdo, si lo como acción; lo repite,
sin saber, desde luego, que lo hace.
Por ejemplo: El analizado no refiere acordarse de
haber sido desafiante e incrédulo frente a la autoridad de los padres; en
cambio, se comporta de esa manera frente al médico. No recuerda haberse quedado
atascado, presa de desconcierto y desamparo, en su investigación sexual
infantil, pero presenta una acumulación de sueños confusos, se lamenta de que
nada le sale bien y, proclama, es su destino no acabar nunca ninguna empresa.
No se acuerda de haber sentido intensa vergüenza por ciertos quehaceres
sexuales, ni de haber temido que lo
descubrieran, pero manifiesta avergonzarse del tratamiento a que ahora se
somete y procura mantenerlo en
secreto frente a todos.
En
especial, él empieza
la cura con
una repetición así. A menudo, tras comunicar a cierto
paciente de variada biografía y
prolongado historial clínico
la regla fundamental del psicoanálisis, y
exhortarlo luego a
decir todo cuanto
se le ocurra, uno espera que sus comunicaciones afluyan en torrente, pero experimenta, al principio,
que no sabe decir palabra. Calla, y afirma
que no se le ocurre
nada. Esta no es, desde luego, sino
la repetición de una
actitud homosexual que se
esfuerza hacia el primer plano como
resistencia a todo recordar.5 Y durante
el lapso que permanezca en tratamiento no se liberará de
esta compulsión de repetición,6 uno comprende, al fin, que esta es su manera
de recordar.
Por supuesto
que lo
que más nos
interesa es la
relación de esta compulsión de repetir con la trasferencia y la
resistencia. Pronto advertimos que la
trasferencia misma es sólo una pieza de repetición, y la
repetición es la
trasferencia del pasado olvidado; pero no sólo sobre el médico:
también sobre todos
los otros ámbitos
de la situación presente.
Por eso tenemos que estar
preparados para que el analizado se entregue a la compulsión de repetir, que le
sustituye ahora al impulso de recordar, no sólo en la relación personal con el
médico, sino en todas las otras actividades y vínculos simultáneos de su vida por ej., si durante la cura elige un objeto de
amor, toma a su cargo una tarea,
inicia una empresa.
Tampoco es difícil
discernir la participación de la resistencia. Mientras mayor sea esta,
tanto más será sustituido el recordar por el actuar (repetir). En efecto, en la hipnosis, el
recordar ideal de lo olvidado corresponde a un estado en que la resistencia ha
sido por completo abolida. Si la cura
empieza bajo el patronazgo de una
trasferencia suave, positiva y no expresa, esto permite, como en el caso de la
hipnosis, una profundización en el
recuerdo, en cuyo trascurso hasta callan los síntomas patológicos; pero si en
el ulterior trayecto esa trasferencia se vuelve hostil o hiperintensa, y por
eso necesita de represión, el recordar
deja sitio enseguida al actuar.
Y a partir de ese punto las resistencias comandan
la secuencia de lo que se repetirá. El enfermo extrae del arsenal del
pasado las armas con que se defiende de la continuación
de la cura, y que nos es preciso arrancarle pieza por pieza.
Tenemos dicho que el analizado repite en vez de
recordar, y repite bajo las condiciones de la resistencia; ahora estamos
autorizados a preguntar: ¿Qué repite
o actúa, en verdad? He aquí la respuesta: Repite todo
cuanto desde las fuentes de su
reprimido ya se ha abierto paso hasta su ser manifiesto: sus inhibiciones y
actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter. Y, además, durante el
tratamiento repite todos sus síntomas. En este punto podemos advertir
que poniendo de relieve la compulsión de
repetición no hemos obtenido ningún hecho nuevo, sino sólo una
concepción más unificadora. Y caemos
en la cuenta de que la condición de enfermo del analizado no puede cesar con el
comienzo de su análisis, y que no debemos tratar su enfermedad como un episodio
histórico, sino como un poder actual. Esta condición patológica va
entrando pieza por pieza dentro del horizonte y del campo de acción de la cura,
y mientras el enfermo lo vivencia como algo real objetivo y actual, tenemos nosotros que
realizar el trabajo terapéutico, que en buena parte consiste en
la reconducción al pasado.
El hacer recordar dentro de la hipnosis no podía
menos que provocar la impresión de un experimento de laboratorio. El hacer
repetir en el curso del tratamiento analítico, según esta técnica más nueva, equivale a convocar un fragmento de vida real, y por eso no en todos los casos
puede ser inofensivo y carente de
peligro. De aquí arranca todo el problema
del a menudo
inevitable empeoramiento durante la cura».
La introducción del tratamiento
conlleva, particularmente, que el
enfermo cambie su actitud conciente frente a la enfermedad. Por lo
común se ha
conformado con lamentarse de ella, despreciarla como
algo sin sentido,
menospreciarla en su valor, pero en lo demás ha prolongado frente a sus
exteriorizaciones la conducta represora, la política del avestruz, que practicó contra los orígenes de
ella. Puede suceder entonces que no tenga noticia formal
sobre las condiciones de su fobia, no escuche el texto
correcto de sus ideas obsesivas o no aprehenda el genuino
propósito de su
impulso obsesivo.7
Para la cura, desde luego, ello no sirve. Es preciso que el paciente cobre
el coraje de
ocupar su atención en los fenómenos de su enfermedad.
Ya no tiene permitido considerarla
algo despreciable; más
bien será un digno oponente, un fragmento de su
ser que
se nutre de buenos motivos y
del que deberá
espigar algo valioso
para su vida posterior. Así es preparada desde el comienzo la
reconciliación con eso reprimido que se exterioriza en los síntomas, pero
también se concede cierta tolerancia a la condición de enfermo. Si en virtud
de esta nueva relación
con la enfermedad se agudizan
conflictos y resaltan
al primer plano unos síntomas
que antes eran
casi imperceptibles, uno puede
fácilmente consolar de ello al paciente puntualizándole que son
unos empeoramientos necesarios, pero pasajeros, y que no es
posible liquidar a un enemigo ausente o que no esté lo bastante cerca. Sin
embargo, la resistencia puede explotar
la situación para
sus propósitos o querer abusar
del permiso de estar enfermo.
Parece hacer una demostración:
«¡Mira lo que resulta de ahí, si yo no intervengo realmente en esas cosas! ¿No
he hecho bien en entregarlas a la
represión?». Jóvenes y
niños, en particular, suelen aprovechar la tolerancia
de la condición de
enfermo que la cura requiere para regodearse en los síntomas
patológicos.
Ulteriores peligros nacen por d hecho de que al
progresar la cura pueden también conseguir la repetición mociones pulsionales
nuevas, situadas a mayor profundidad, que
todavía no se habían abierto
paso. Por último, las acciones
del paciente fuera de la
trasferencia pueden con
llevar pasajeros perjuicios para
su vida, o aun ser escogidas de
modo que
desvaloricen duraderamente las
perspectivas de salud.
Es fácil de justificar la táctica que el médico
seguirá en ésta situación. Para él, el recordar a la
manera antigua, el reproducir en un ámbito psíquico, sigue siendo
la meta, aunque sepa que con
la nueva
técnica no se
lo puede lograr. Se dispone a librar una permanente lucha
con el
paciente a fin de retener en un ámbito
psíquico todos los impulsos que él querría guiar hacia lo
motor, y si consigue tramitar mediante el trabajo del recuerdo
algo que el
paciente preferiría descargar
por medio de
una acción, lo celebra como un triunfo de la cura. Cuando
la ligazón trasferencia se ha vuelto de algún modo viable, el tratamiento logra impedir al enfermo
todas las acciones
de repetición más significativas
y utilizar el designio de ellas como un material para el trabajo terapéutico.
El mejor modo
de salvar al enfermo de los
perjuicios que le causaría la
ejecución de sus impulsos es comprometerlo a no
adoptar durante la cura ninguna decisión de importancia
vital ( p. ej.,
abrazar una profesión o escoger un objeto definitivo de amor); que
espere, para cualquiera de
tales propósitos, el
momento de la curación.
Desde
luego que de la libertad personal del
analizado se respeta lo
conciliable con tales previsiones; no se le estorba ejecutar propósitos
irrelevantes, aunque sean disparatados, y tampoco se olvida que el ser humano
sólo escarmienta y se vuelve prudente
por experiencia propia. Sin duda,
también hay enfermos a los
que no se puede disuadir de embarcarse durante el tratamiento
en aventuradas empresas, totalmente inadecuadas, y sólo tras ejecutarlas se
volverán dóciles y accesibles para la cura psicoanalítica. En ocasiones, puede
ocurrir aun que no se tenga tiempo de
refrenar con la
trasferencia las pulsiones
silvestres, o que el paciente, en una acción
de repetición, desgarre
el lazo que lo ata al
tratamiento. Puedo mencionar, como ejemplo extremo, (el caso de una dama
anciana que repetidas
veces, en un estado crepuscular, había abandonado su casa y a su marido,
y huido a alguna parte, sin que nunca le deviniera candente un
motivo para esta
«evasión». Inició tratamiento conmigo en una trasferencia
tierna bien definida, la acrecentó de una
manera ominosamente rápida en los
primeros días, y al
cabo de una
semana también se
«evadió» de mí, antes que yo hubiera tenido tiempo de
decirle aigo capaz de
impedirle esa repetición.
Ahora
bien, el principal recurso para domeñar la compulsión de repetición del
paciente, y transformarla en un motivo para el recordar, reside en el manejo de
la trasferencia. Volvemos esa compulsión inocua y, más aún, aprovechable si le
concedemos su derecho a ser
tolerada en cierto ámbito: le
abrimos la trasferencia como la palestra donde tiene permitido desplegarse con
una libertad casi total, y donde se le ordena que
escenifique para nosotros todo pulsionar patógeno que
permanezca escondido en la vida anímica
del analizado. Con tal que el
paciente nos muestre al menos la solicitud {Entgegenkommen}de respetar las
condiciones de existencia del tratamiento, conseguimos, casi siempre, dar a
todos los síntomas de la enfermedad un nuevo significado trasferencial,8 sustituir su neurosis
ordinaria por una neurosis de trasferencia,9 de la que puede ser curado en virtud del trabajo
terapéutico. La trasferencia
crea así un reino intermedio entre la
enfermedad y la vida, en virtud del cual
se cumple el tránsito de aquella a esta. El nuevo estado ha asumido
todos los caracteres de la enfermedad, pero constituye una enfermedad
artificial asequible por doquiera a nuestra intervención. Al mismo tiempo es un
fragmento del vivenciar real objetivo, pero posibilitado por unas condiciones
particularmente favorables, y que posee la naturaleza de algo provisional. De las reacciones de repetíción,10 que
se muestran en la trasferencia, los caminos consabidos llevan luego al
despertar de los recuerdos, que,
vencidas las resistencias, sobrevienen con facilidad.
Podría interrumpir
aquí, si el
título de este
ensayo no me obligara a exponer
otra pieza de la técnica analítica. El vencimiento de la resistencia
comienza, como se
sabe, con el acto de ponerla en
descubierto el médico, pues el
analizado nunca la discierne, y comunicársela a este. Ahora bien, parece
que principiantes en el análisis se inclinan
a confundir este comienzo con el
análisis en su totalidad. A menudo me han llamado a consejo para
casos en que el médico se quejaba de haber expuesto al enfermo su
resistencia, a pesar de lo cual
nada había cambiado
o, peo la
resistencia había cobrado
más fuerza y
toda la situación se había vuelto aún menos trasparente. La
cura parecía no dar un paso adelante.
Luego, esta expectativa sombría siempre resultó errónea. Por regla general, la
cura se encontraba en su mayor progreso; sólo que el médico había olvidado que
nombrar la resistencia no puede producir su cese inmediato. Es preciso dar
tiempo al enfermo para enfrascarse en la resistencia, no consabida para él; 11 para reelaborarla
{durcharbciten}, vencerla prosiguiendo el trabajo en desafío a ella y
obedeciendo a la regla analítica fundamental.
Sólo en
el apogeo de la resistencia, descubre uno, dentro del trabajo en común con el
analizado, las mociones pulsionales reprimidas que la alimentan y de cuya
existencia y poder el paciente se convence en virtud de tal vivencia. En
esas circunstancias, el médico no tiene más que esperar y con sentir un
decurso que no puede ser evitado, pero tampoco apurado. Ateniéndose a esta
intelección, se ahorrará a me nudo el espejismo de haber
fracasado cuando en verdad ha
promovido el tratamiento siguiendo la línea
correcta. En la práctica, esta reelaboración de las resistencias puede convertirse en una ardua tarea para el
analizado y en una prueba de paciencia
para el médico. No obstante, es la pieza del trabajo que produce el máximo
efecto alterador sobre el paciente y que distingue al
tratamiento analítico de todo influjo sugestivo. En teoría se la
puede equiparar a la «abreacción» de los montos de afecto estrangulados
por la represión, abreacción sin la cual el tratamiento hipnótico permanece infructuoso .12
*
{Abreviatura, poco usual
en Freud, de “psicoanalítica”.}
1 [En la
primera edición este párrafo y los tres siguientes (que constituyen la
«intercalación») aparecían impresos en un tipo de letra más pequeño.]
2 Esta
es, desde luego, una
referencia al «Hombre de los Lobos» y al sueño que este tuvo a los
cuatro años de edad. Freud acababa de terminar su análisis, y es probable que
redactase el historial clínico más o menos simultáneamente con la preparación
del presente trabajo, aun que aquel se publicó sólo cuatro años más tarde
(1918b). Antes de eso, empero,
abordó el examen de esta clase especial de recuerdos infantiles en la 23 de sus
Conferencias de introducción al psicoanálisis (191617), AE,
16, págs. 3348.
3 Freud
retoma la argumentación donde
la había dejado
antes de la intercalación precedente.
4 Esto había sido señalado
por Freud mucho
antes, en su
Epílogo, del análisis de Dora.
AE, 7, pág. 104, donde considera
el tena
de la trasferencia.
5 «Sobre
la iniciación del tratamiento» (1913c),
supra, pág. 139
6 Esta
es, aparentemente, la primera vez que Freud menciona el concepto, que en un sentido
más general habría de
tener tan importante cometido en su posterior
doctrina de las
pulsiones. Referido, como aquí, a
su aplicación clínica, se lo encuentra nuevamente en «Lo ominoso» ( l9l9), AE,
17, pág. 238, y forma parte de las pruebas aducidas en apoyo de la tesis general
de Más allá del principio de placer (1920),
AE, 18, págs.
18 y sigs.,
donde se remite
a este trabajo.]
7 Se
hallarán ejemplos en
los historiales clínicos
del pequeño Hans ( 1909),
AE10, pág 101, y
«Hombre de las
Ratas» (1909), AE, 10, pág. 174
8
«übertragungsbedeutung»; en las ediciones anteriores a 1924
rezaba aquí «übertragungsbedingung» {«condición trasferencia!»}.
9 El
vínculo entre este uso particular de la expresión y el corriente (como designación
de las histerias
y la neurosis
obsesiva) se indica en la 27 de las Conferencias de
introducción al psicoanálisis
( 1916 17), AE, 16,
pág. 404.)
10 En
la primera edición
decía «acciones de repetición».
11 sich in
den ihm unbekannten Widerstand
zu vertiefen». En 1a primera
edición, en vez de «unbekannten» se
leía «nun bekannten». {Antes de
la modificación, el
texto rezaba: « ...
para enfrascarse en esta
resistencia que ahora
le es consabida»}.
12 El
concepto de «reelaboración», introducido en el presente trabajo, se relaciona
evidentemente con la «inercia psíquica», a la que Freud dedica varios pasajes.
Algunos de ellos se mencionan en una
nota mía de «Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica» (
1915, AE, 14, pág. 272. En Inhibíción, síntoma y angustia (1926), AE, 20, págs.
149-50, la necesidad de la reelaboración es atribuida a la
resistencia de lo
inconciente (o del ello), tema al cual se vuelve en “Análisis terminable e
interminable” (1937), AE, 23, págs. 24-34.]
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