Obras de S. Freud:
Fragmento de análisis de un caso de Histeria.
Notas en cursivas a lo largo del texto de JLGF
Esencialmente sucede en viaje a L., un lugar de descanso habitual de la familia de Dora y el matrimonio K, al que viajaban juntos. Dora era hospedada en una de las habitaciones de la cabaña de los K, mientras que sus padres se alojaban en el hotel de la localidad, en ocasiones Dora se quedaba sola en L. mientras su padre realizaba viajes de trabajo en otras ciudades.
La multicitada escena del lago en este texto se refiere a un día en el que paseaban el Sr. y Dora por el lago de L. Ahí él le hizo proposiciones amorosas, quizá el suceso comprendió algo mas que las palabras y Dora huyo para contarle a sus padres, el Sr. K fue confrontado pero el negó el hecho y acusó a Dora de demostrar demasiado interés en temas sexuales. Esta aseveración proviene de la Sra. K quien el contó a su marido que hojeaba las ilustraciones de un famoso libro de sexualidad (Mantegazza). Pero antes, cuando Dora tenía 14 años, él la engaño para quedar a solas y la abrazó al pie de una escalera besándola a la fuerza.
Primer sueño
Justo en el momento en
que teníamos perspectivas de aclarar un punto oscuro en el vivenciar infantil
de Dora por medio del material que se imponía al análisis, ella me comunicó que
una de las noches pasadas había vuelto a tener un sueño que ya había soñado
repetidas veces de la misma manera. Un sueño que se repetía periódicamente era,
ya por este solo carácter, muy apropiado para despertar mi curiosidad; en
interés del tratamiento era lícito tomar en cuenta la posibilidad de que este
sueño se entretejiera en la urdimbre del análisis. Me resolví entonces a
investigarlo con particular cuidado.
Primer sueño: En una
casa hay un incendio (1) contó Dora; mi padre está frente a mi cama y me
despierta. Me visto con rapidez. Mamá pretende todavía salvar su alhajero, pero
papá dice: «No quiero que yo y mis dos hijos nos quememos a causa de tu
alhajero». Descendemos de prisa por las escaleras, y una vez abajo me
despierto.
Puesto que es un sueño
recurrente, le pregunto, desde luego, cuándo lo soñó por primera vez. No lo
sabe. Pero se acuerda de que tuvo el sueño en L. (el lugar del lago donde
ocurrió la escena con el señor K.) tres noches sucesivas, y había vuelto a
tenerlo unos días antes aquí [en Viena]. (2) El enlace que de ese modo se
establecía entre el sueño y los acontecimientos de L. aumentó, desde luego, mis
expectativas respecto de su solución. Pero primero quise averiguar la ocasión
en que le había retornado por última vez, y exhorté a Dora, que por algunos
pequeños ejemplos analizados antes ya estaba instruida en la interpretación de
sueños, a que descompusiera el sueño y me comunicase lo que se le ocurría sobre
él. (3)
-«Se me ocurre algo,
pero no puede venir al caso, pues es demasiado reciente, mientras que sin duda
alguna al sueño ya lo he tenido antes».
-No importa, siga usted
-contesto-; será justamente lo último {en el tiempo} que se adecua al sueño.
-«Y bien; en estos días
papá tuvo una disputa con mamá, porque ella cierra por la noche el comedor. Es
que la habitación de mi hermano no tiene entrada propia, sino que sólo se puede
llegar a ella por el comedor. Papá no quiere que mi hermano quede así encerrado
por la noche. Dijo que no estaba bien; por la noche podría pasar algo que
obligase a salir».
-¿Y eso la hizo pensar
en el peligro de un incendio?
-«Sí».
-Le ruego que tome
buena nota de sus propias expresiones. Quizá nos hagan falta. Ha dicho que por
la noche podría pasar algo que obligase a salir. (4)
Pero Dora halla la
conexión entre la ocasión reciente y la ocasión antigua del sueño, pues
prosigue:
-«Cuando llegamos a L.
aquella vez, papá y yo, él expresó directamente su angustia por el hecho de que
pudiera producirse un incendio. Arribamos en medio de un violento temporal, y
vimos que la pequeña cabaña de madera no tenía pararrayos. La angustia era
totalmente natural, entonces».
Me incumbe, pues,
establecer el vínculo entre los acontecimientos de L. y los sueños del mismo
tenor que ella tuvo en esa época. Pregunto: ¿Tuvo usted el sueño en L. durante
las primeras noches o en las últimas, antes de su partida? Vale decir, ¿antes o
después de aquella escena en el bosque? (De hecho, yo sé que la escena no
ocurrió el mismo día de la llegada, y que después de ella permaneció todavía
unos días en L. sin dejar traslucir nada del suceso.) Primero responde: «No lo
sé». Y tras unos instantes: «Pero creo que después».
Por tanto, ahora yo
sabía que el sueño era una reacción frente a aquella vivencia. Pero, ¿por qué
se repitió ahí tres veces? Seguí preguntando:
-¿Cuánto tiempo
permaneció en L. después de la escena?
-«Cuatro días aún; al
cuarto, partí con papá».
-Ahora tengo la seguridad
de que el sueño fue el efecto inmediato de la vivencia con el señor K, Usted lo
soñó ahí por primera vez, no antes. Añadió la incertidumbre en el recuerdo sólo
para borrarse el nexo. (5) Pero en cuanto a los números, no todo se me
compagina todavía. -Si permaneció aún cuatro noches en L., pudo haber tenido el
sueño cuatro veces. ¿Acaso fue así?
Ella no contradice más
mi aseveración, pero en lugar de responderme continúa: (6)
-«A la siesta del día
de nuestro viaje por el lago, del que el señor K. y yo regresamos a mediodía,
yo me había acostado sobre el sofá, como era mi costumbre, en el dormitorio,
para dormir un poco. Me desperté de pronto y vi al señor K. de pie frente a mí...
».
-Vale decir, ¿tal como
su papá estaba en el sueño frente a la cama de usted?
-«Sí. Lo increpé,
preguntándole qué buscaba. Me respondió que no dejaría de entrar a ese dormitorio cuando quisiese; (estaban en su casa de campo en L.) por otra parte, tenía que recoger algo. Alertada
por ese episodio, pregunté a la señora K. si no existía una llave para el dormitorio,
y a la mañana siguiente (del segundo día) me encerré para hacerme la toilette.
Cuando a la siesta quise encerrarme para recostarme de nuevo en el sofá,
faltaba la llave. Estoy convencida de que el señor K. la había quitado».
He ahí entonces el tema
del cerrar o dejar abierta la habitación, que se presenta en la primera
ocurrencia acerca del sueño y que por casualidad desempeña también un papel en
la ocasión reciente del sueño. (7) ¿Pertenecería también a este contexto la
frase «Me visto con rapidez»?
-«En ese momento me
propuse no quedarme, en ausencia de papá, en casa de los K. Las mañanas que
siguieron no podía menos que temer que el señor K. me sorprendiera mientras yo
me hacía la toilette, y por eso me vestía con mucha rapidez. Es que papá paraba
en el hotel, y la señora K. partía siempre temprano para dar un paseo con él.
Pero el señor K. no volvió a fastidiarme».
Entiendo que en la
siesta del segundo día usted se hizo el designio de sustraerse de esas
persecuciones, y entonces la segunda, la tercera y la cuarta noche que
siguieron a la escena en el bosque tuvo tiempo de repetirse (wiederholen} ese
designio mientras dormía. Ya a la segunda siesta, vale decir, antes del sueño,
usted sabía que a la mañana siguiente -la tercera- no hallaría la llave para
encerrarse mientras se vestía, y pudo empeñarse en apresurar en lo posible la
toilette. Pero su sueño se repitió cada noche justamente porque respondía a un
designio. Y un designio persiste hasta que se lo ejecuta. Acaso se dijo usted:
No tendré tranquilidad, no podré dormir tranquila hasta que no me encuentre
fuera de esta casa. Lo inverso dice usted en el sueño: Una vez abajo me
despierto.
Interrumpo aquí la
comunicación del análisis para cotejar este pequeño fragmento de interpretación
con mis tesis generales acerca del mecanismo de la formación del sueño. En mi
libro La interpretación de los sueños (1900a) he puntualizado que todo sueño es
un deseo al que se figura como cumplido; la figuración es encubridora cuando se
trata de un deseo reprimido, que pertenece al inconciente, y, exceptuado el
caso de los sueños infantiles, Sólo el deseo inconciente o que alcanza hasta el
inconciente tiene la virtud de formar un sueño, Creo que habría conseguido más
fácilmente la aprobación general si me hubiera contentado con aseverar que todo
sueño posee un sentido que puede descubrirse mediante cierto trabajo de
interpretación. Tras una interpretación completa, uno podría sustituir el sueño
por pensamientos que se insertan dentro de la vida anímica de la vigilia en
lugares fácilmente reconocibles. Y habría podido proseguir diciendo que ese
sentido es tan variado como las ilaciones de pensamiento de la vigilia. Una vez
se trataría de un deseo cumplido, otra de un temor realizado; en otras
ocasiones, de una reflexión proseguida mientras se duerme, de un designio (como
en el sueño de Dora), de un fragmento de producción mental, etc. Esta manera de
exponer las cosas habría resultado indudablemente atractiva por su claridad, y
podría apoyarse en un gran número de ejemplos bien interpretados, como el del
sueño que aquí analizamos.
En lugar de ello, he
formulado una tesis general que restringe el sentido de los sueños a una única
forma de pensamiento: la figuración de deseos. He provocado así la universal
inclinación a la contradicción. Pero debo decir que no me creí en el derecho ni
en el deber de simplificar un proceso de la psicología para agradar a los
lectores, cuando mi indagación detectaba en él una complicación que sólo en
otro lugar hallará su solución armónica. Por eso tiene particular interés para
mí demostrar que las excepciones aparentes, como el presente sueño de Dora, que
a primera vista se reveló como un designio diurno proseguido mientras ella
dormía, no hacen sino corroborar una y otra vez la regla impugnada.
Sin duda, queda todavía
por interpretar una buena parte del sueño. Seguí preguntando:
-¿Qué hay sobre el
alhajero, que su madre quiere salvar?
-«A mamá le gustan
mucho las alhajas y papá le ha regalado unas cuantas».
-¿Y a usted?
-«También a mí las
alhajas me gustaban mucho antes; desde la enfermedad no llevo ninguna...Hace unos cuatro años (un año antes del sueño) hubo una gran disputa entre papá
y mamá a causa de una alhaja. Ella quería algo muy especial, unos pendientes de
gotas de perlas {Tropfen von Perlen}. Pero a papá no le gustaban, y en lugar de
las gotas le trajo una pulsera. Ella se puso furiosa y le dijo que ya que había
gastado tanto dinero en regalarle algo que no le gustaba, que se lo regalase a
otra».
-¿Y usted habrá pensado
que de buena gana lo tomaría?
-«No sé (8); de ningún
modo sé cómo aparece mamá en el sueño; ella no se encontraba en ese tiempo en
L.». (9)
-Después se lo
explicaré. Entonces, ¿no se le ocurre nada más sobre el alhajero
{Schmuckkästchen}?
Hasta ahora habló solamente de alhajas {Schmuck}, y nada
dijo de una cajita (Kästchen}.
-«Sí, el señor K. me
había regalado algún tiempo antes un costoso alhajero».
-Entonces correspondía
retribuir el obsequio. Quizás usted no sabe que «alhajero» es una designación
preferida para lo mismo a que usted aludió no hace mucho con la carterita de
mano: los genitales femeninos,
-«Sabía que usted diría
eso». (10)
-Es decir que usted lo
sabía... Ahora el sentido del sueño se vuelve todavía más claro. Usted se
dice: Ese hombre me persigue, quiere penetrar en mi habitación, mi «alhajero»
corre peligro y, si ocurre alguna desgracia, la culpa será de papá. Por eso ha
escogido usted en el sueño una situación que expresa lo contrario, un peligro del
que su papá la salva. En general, en esta parte de su sueño todo está mudado en
lo contrario; pronto sabrá la razón. El secreto reside, es cierto, en su mamá.
¿Cómo aparece ahí su mamá? Ella es, como usted sabe, su primera competidora en
el favor de su papá. En el episodio de la pulsera usted de buena gana habría
aceptado lo que su mamá rechazaba. Ahora sustituyamos «aceptar» por «dar»,
«rechazar» por «rehusar». Significa, entonces, que usted estaría dispuesta a
dar a su papá lo que su mamá le rehúsa, y aquello de lo cual se trata tendría
que ver con una alhaja. (11) Y bien; usted recuerda el alhajero que el señor K.
le obsequió. Ahí tiene usted el principio de una serie paralela de pensamientos
en que su papá debe ser reemplazado por el señor K., tal como sucedía en la
situación del que estaba frente a su cama. Él le ha obsequiado un alhajero, y
usted entonces tiene que obsequiarle su alhajero; por eso hablé antes de
«retribución del obsequio» {contra-obsequio). En esta serie de pensamientos, su
mamá tiene que ser sustituida por la señora K., quien sí estaba presente en ese
momento. Por tanto, usted está dispuesta a obsequiarle al señor K. lo que su
mujer le rehúsa. Aquí tiene usted el pensamiento que debe reprimirse con tanto
esfuerzo y que hace necesaria la mudanza de todos los elementos en su contrario
{su parte contraria o contraparte}.
El sueño vuelve a corroborar lo que ya le
dije antes: usted refresca su viejo amor por su papá a fin de protegerse de su
amor por K. Ahora bien, ¿qué prueban todos estos empeños? No solamente que
usted tuvo miedo del señor K., sino que usted se temió también a sí misma,
temió ceder a su tentación. De esa manera, ellos confirman la intensidad
{intensiv} de su amor por él. (12)
Desde luego, no quiso
acompañarme en esta parte de la interpretación. En cambio, yo había conseguido
dar un paso adelante en la interpretación del sueño, que parecía indispensable
tanto para la anamnesis del caso como para la teoría del sueño. Le prometí a
Dora que se lo comunicaría en la sesión siguiente.
En efecto, yo no podía
olvidar la referencia que parecía desprenderse de las mencionadas palabras
ambiguas (por la noche podría pasar una desgracia que obligase a salir). Y a
esto se sumaba que el esclarecimiento del sueño me parecía incompleto mientras
no se satisficiese cierto requisito que no quiero establecer con carácter
universal, es cierto, pero cuyo cumplimiento busco preferentemente. Un sueño en
regla se apoya, por así decir, en dos piernas, una de las cuales está en
contacto con la ocasión actual esencial, y la otra con un episodio relevante de
la infancia. Entre estas dos vivencias, la infantil y la presente, el sueño
establece una conexión: procura refundir el presente según el modelo del pasado
más remoto. El deseo que crea al sueño proviene siempre de la infancia, quiere transformarla
una y otra vez en realidad, corregir el presente según la infancia. Yo creía
individualizar ya nítidamente en el contenido del sueño de Dora los fragmentos
que podían conjugarse como alusión a un acontecimiento de la infancia.
Empecé su elucidación
con un pequeño experimento que, como suele suceder, tuvo éxito. Dejé al azar
sobre la mesa una gran caja de fósforos. Rogué a Dora que escudriñara sobre la
mesa para ver si había algo que no -solía estar ahí. No vio nada. Entonces le
pregunté si sabía por qué se prohibía a los niños jugar con fósforos.
-«Sí, por el peligro de
un incendio. Los hijos de mí tío son muy afectos a jugar con fósforos».
-No solamente por eso.
Se les advierte: «No juegues con fuego», y ello va acompañado de una cierta
creencia. Nada sabía Dora sobre eso.
-Y bien: se teme que se
mojen en la cama. En la base de esto se encuentra, sin duda, la oposición de
agua y fuego. Acaso, que sueñen con fuego y después se vean tentados a
apagarlo con agua. No sé decirlo con exactitud. (13) Pero veo que la oposición
de agua y fuego le presta a usted en el sueño señalados servicios. Su madre
quiere salvar el alhajero para que no se queme; en cambio, en los pensamientos
oníricos se trata de que el «alhajero» no se moje. Pero «fuego» no se emplea
sólo como opuesto de «agua»; sirve también como subrogación directa de amor,
estar enamorado, abrasado. Por tanto, desde «fuego» parten unos rieles que,
pasando por este significado simbólico, llegan hasta los pensamientos amorosos;
otros rieles, a través de su opuesto «agua», y tras desprender un ramal que
establece otro vínculo con «amor» (también este hace mojarse), llevan a otra
parte. ¿Pero adónde? Considere usted su propia expresión: «Por la noche podría
pasar algún percance que obligase a salir». ¿No significa esto una necesidad
física? Y si usted traslada ese percance a la infancia, ¿puede ser otra cosa
que mojar la cama? Ahora bien, ¿qué se hace para evitar que los niños mojen la
cama? Se los despierta por la noche, ¿no es cierto? Lo mismo que su papá hace
con usted en el sueño. Este sería, pues, el episodio real de que usted se vale
para sustituir al señor K., que la despertó mientras usted dormía, por su papá.
Tengo que inferir entonces que usted siguió mojándose en la cama por más tiempo
que el corriente en los niños. Lo mismo debe de haber ocurrido con su hermano.
En efecto, su papá dice: «No quiero que mis dos hijos... mueran». Su hermano
nada tiene que ver con la situación actual respecto de los K.; tampoco había
ido a L. ¿Qué dicen sus recuerdos sobre eso?
-«En cuanto a mí, nada
sé -respondió ella-; pero mi hermano hasta su sexto o séptimo año mojaba la
cama, y aun muchas veces le ocurrió de día».
Estaba por hacerle
notar cuánto más fácilmente se recuerda una cosa así respecto de un hermano que
respecto de uno mismo, cuando ella prosiguió con su recuerdo recuperado:
-«Sí; también a mí me
ocurrió durante un tiempo, pero sólo en el séptimo u octavo año. Tiene que
haber sido enojoso, pues ahora sé que se consultó al doctor. Duró hasta poco
antes de mi asma nerviosa».
-¿Qué dijo el doctor?
-«Declaró que era una
debilidad nerviosa; ya pasaría, sostuvo, y prescribió un tónico». (14)
Ahora la interpretación
del sueño me pareció completa. (15) Pero al día siguiente Dora me aportó
todavía un suplemento.
Había olvidado contar
que todas las veces, tras despertar, había sentido olor a humo. El humo
armonizaba muy bien con el fuego, pero además señalaba que el sueño tenía una
particular relación conmigo, pues cuando ella aseveraba que tras esto o aquello
no había nada escondido, solía oponerle: «Donde hay humo, hay fuego». Pero Dora
hizo una objeción a esta interpretación exclusivamente personal: el señor K. y
su papá eran fumadores apasionados, como también yo lo era, por lo demás.
Ella
misma fumó en su estadía en el lago, y justo antes de iniciar esa vez su
desdichado cortejo, el señor K. le acababa de liar un cigarrillo. Creía
recordar también con certeza que el olor a humo no apareció solamente en el
-último sueño, sino en aquellos tres seguidos que tuvo en L. Puesto que ella
rehusó ulteriores informaciones, quedó a mi cargo el intento de insertar este
suplemento en la ensambladura de los pensamientos oníricos. Pudo servirme de
asidero que la sensación del humo se agregase a modo de suplemento, o sea, tras
haber vencido un particular esfuerzo de la represión. De acuerdo con ello,
probablemente pertenecía al pensamiento mejor reprimido y más oscuramente
figurado en el sueño: la tentación de mostrarse complaciente con el hombre. Difícilmente
significara otra cosa, en ese caso, que la nostalgia de un beso, que dado por
un fumador por fuerza sabe a humo; ahora bien, había habido un beso entre ellos
unos dos años atrás y con seguridad se habría repetido más de una vez si la
muchacha hubiera cedido al galanteo. Los pensamientos de tentación parecen
remontarse entonces a la escena anterior y haber despertado el recuerdo del
beso frente a cuyo seductor atractivo la chupeteadora se protegió en su momento
por medio del asco. Por último, recogiendo los indicios que hacen probable una
trasferencia sobre mí, porque yo también soy fumador, llego a esta opinión: un
día se le ocurrió, probablemente durante la sesión, que desearía ser besada por
mí. Esta fue la ocasión que la llevó a repetir el sueño de advertencia y a
formarse el designio de abandonar la cura. Así, las cosas se acuerdan muy bien,
pero, en virtud de las peculiaridades de la «trasferencia», se sustraen a la
prueba.
Ahora podría vacilar
entre considerar primero el partido que puede sacarse de este sueño para la
historia del caso, o la objeción que, basándose en él, puede hacerse a la
teoría del sueño. Escojo lo primero.
Vale la pena tratar con
detalle la importancia que tiene el mojarse en la cama para la prehistoria de
los neuróticos. En aras de la claridad me limito a destacar que el caso de Dora
no era en este aspecto el habitual. Este trastorno no sólo había proseguido más
allá de la época admitida como normal, sino que, según su precisa indicación,
primero desapareció y volvió a aparecer en época relativamente tardía, después
del sexto año de vida. Por lo que sé, la causa más probable de una enuresis de
esta clase es la masturbación, que en la etiología de la enuresis desempeña un
papel no apreciado todavía suficientemente. Según mi experiencia, esta conexión
se hace muy notoria para los niños mismos, y de ahí se siguen todas sus
consecuencias psíquicas, como si nunca la hubieran olvidado, Ahora bien, en el
momento en que Dora contó el sueño nos encontrábamos en una línea de
investigación que llevaba directamente a confesar una masturbación infantil.
Poco antes ella había preguntado por qué, exactamente, había enfermado, y antes
que yo le respondiese echó la culpa al padre. La justificación para esto no
eran unos pensamientos inconcientes, sino un conocimiento conciente. Para mi
sorpresa, la muchacha conocía de qué clase había sido la enfermedad del padre.
Después que este regresó de mi consultorio, había espiado con las orejas
{belauschen} una conversación donde se mencionó el nombre de la enfermedad. Y
en años todavía anteriores, en la época del desprendimiento de la retina, un
oculista llamado a consulta debe de haber señalado la etiología luética, pues
la curiosa y alertada muchacha oyó esa vez decir, a una tía: «Estaba enfermo ya
antes de casarse», y agregó algo incomprensible para ella, que más tarde
interpretó entre sí como referido a una cosa indecente.
Por tanto, el padre
había enfermado por llevar una vida disipada, y ella suponía que le había
contagiado la enfermedad por vía hereditaria. Me guardé bien de decirle que yo,
según consigné, sostengo también la opinión de que los descendientes de
luéticos están particularmente predispuestos a contraer graves neuropsicosis.
Esta ilación de pensamiento de acusación al padre proseguía a través de un
material inconciente. A lo largo de algunos días se identificó con su madre en
pequeños: síntomas y singularidades, lo que le dio oportunidad de descollar por
lo insoportable. Me hizo colegir, además, que -estaba pensando en una estadía
en Franzensbad (16) que había visitado acompañando a su madre -ya no sé en qué
año-. La madre padecía de dolores en el bajo vientre y de un flujo (catarro)
que hicieron necesaria una cura de aguas en Franzensbad. Su opinión -también
justificada, probablemente- era que esa enfermedad se la debía a su papá, quien
había contagiado a su madre su afección venérea. Era bien comprensible que en
esta inferencia confundiera, como lo hacen la mayoría de los legos, gonorrea
con sífilis y el contagio por comercio carnal con lo hereditario. La
persistencia en la identificación [con su madre] me forzó casi a preguntarle si
también ella tenía una enfermedad venérea, y entonces me enteré de que estaba
aquejada por un catarro (flúor albus) que no podía recordar cuándo empezó.
Comprendí entonces que
tras la ilación de pensamiento que acusaba expresamente al padre se escondía,
como es habitual, una autoacusación. Le salí al paso asegurándole que el flúor
de las jóvenes solteras era a mi juicio indicio preferente de masturbación, y
que yo relegaba a un segundo plano todas las otras causas que suelen
mencionarse además para ese achaque. (17) Así, ella estaba en vías de responder
a su pregunta por las razones de su enfermedad confesando haberse masturbado,
probablemente en su infancia. Negó de la manera más terminante poder acordarse
de una cosa así; pero días después hizo algo que yo debí considerar como otro
acercamiento a la confesión.
En efecto, ese día trajo colgando una carterita
portamonedas de la forma que se había puesto de moda (cosa que no había hecho
antes ni haría después), y jugaba con ella mientras hablaba tendida en el
diván: la abría, introducía un dedo, volvía a cerrarla, etc. La miré unos
instantes y luego le expliqué qué es una acción sintomática. (18) Llamo así a
aquellos manejos que el ser humano realiza, como suele decirse, de manera
automática, inconciente, sin reparar en ellos, como jugando. Preguntado, querrá
restarles todo significado y los declarará indiferentes y casuales. Pero una
observación más cuidadosa muestra que tales acciones, de las que la conciencia
nada sabe o nada quiere saber, expresan pensamientos e impulsos inconcientes.
Así, son valiosos e instructivos en cuanto exteriorizaciones permitidas del
inconciente.
Hay dos modos de conducta conciente hacia las acciones
sintomáticas. Si es posible atribuirles una motivación corriente, se toma
conocimiento de ellas; si falta un pretexto de esa clase ante lo conciente, por
lo general no se repara en que se las ejecuta. En el caso de Dora la motivación
era fácil: « ¿Por qué no llevaría una carterita así, que está tan de moda?».
Pero una justificación de esa índole no elimina la posibilidad del origen
inconciente de la acción respectiva. Por otra parte, ni este origen ni el
sentido que se atribuye a la acción pueden demostrarse convincentemente. Hay
que limitarse a comprobar que ese sentido armoniza de manera notable con la
trama de la situación presente, con la orden del día del inconciente.
En otra oportunidad
presentaré una colección de esas acciones sintomáticas, tal como se las puede
observar en personas sanas y neuróticas. A menudo las interpretaciones son muy
fáciles. La carterita bivalva de Dora no es otra cosa que una figuración de los
genitales, y su acción de juguetear con ella abriéndola y metiendo un dedo
dentro, una comunicación pantomímica, sin duda desenfadada, pero inconfundible,
de lo que querría hacer: la masturbación. Hace poco me sucedió un caso similar,
muy divertido. Una dama anciana extrae en mitad de la sesión, supuestamente
para refrescarse con un bombón, una pequeña caja de hueso; se esfuerza por
abrirla, y después me la alcanza para que me convenza de lo difícil que es hacerlo.
Yo manifiesto mi desconfianza: esa caja tiene que significar algo en
particular, pues hoy la veo por primera vez, a pesar de que su propietaria me
visita desde hace ya más de un año. Y la dama, impaciente: « ¡A esta caja la
llevo siempre conmigo, dondequiera que vaya!». Sólo se tranquiliza después que
le hago notar, riendo, lo bien que sus palabras se adecuan a otro significado.
La caja -box, puxiz, como la carterita, como el alhajero, no es sino otro
subrogado de la vulva, de los genitales femeninos.
Hay en la vida mucho
simbolismo de esta clase, que solemos no advertir. Cuando me propuse la tarea
de traer a la luz lo que los hombres esconden, y no mediante la compulsión de
la hipnosis, sino a partir de lo que ellos dicen y muestran, lo creí más difícil
de lo que realmente es. El que tenga ojos para ver y oídos para oír se
convencerá de que los mortales no pueden guardar ningún secreto. Aquel cuyos
labios callan, se delata con las puntas de los dedos; el secreto quiere
salírsele por todos los poros. Y por eso es muy posible dar cima a la tarea de
hacer conciente lo anímico más oculto.
La acción sintomática
de Dora con la carterita no fue la precursora inmediata del: Sueño. La sesión
que nos aportó el relato de este último se inició con otra acción sintomática.
Cuando entré en la sala donde ella esperaba, escondió rápidamente una carta que
estaba leyendo. Desde luego, pregunté de quién era, y primero se negó a
decírmelo. Después resultó que se trataba de algo en extremo indiferente y sin
relación alguna con nuestra cura, Era una carta de la abuela, que la exhortaba
a escribirle más a menudo. Creo que sólo quería jugar al «secreto» conmigo, e
indicar que ahora se dejaría arrancar su secreto por el médico. Su renuencia
frente a cualquier médico nuevo me la explico por la angustia de que, ya sea al
examinarla (por el catarro) o al indagarla (por la comunicación de que se
mojaba en la cama), pudiera llegar a colegir la razón de su sufrimiento, la
masturbación. En lo sucesivo siempre hablaría muy despreciativamente de los
médicos a quienes antes, era evidente, había sobrestimado.
Acusaciones al padre,
culpable de su enfermedad, con la autoacusación que había detrás; flúor albus;
jugueteo con la carterita; enuresis después del sexto año; un secreto que no
quería dejarse arrancar por los médicos: considero establecida sin lagunas la
prueba indiciaria de la masturbación infantil. En el caso de Dora yo había
empezado a sospechar la masturbación cuando me contó acerca de los espasmos
estomacales de la prima y después se identificó con esta quejándose todo un día
de idénticas sensaciones dolorosas. Sabido es que justamente a los
masturbadores les sobrevienen con mucha frecuencia espasmos estomacales. Según
una comunicación personal que me ha hecho Wilhelm Fliess, precisamente esas
gastralgias son las que pueden interrumpirse mediante la aplicación de cocaína
en el «punto gástrico» de la nariz, por él descubierto, y curarse mediante su
cauterización. (19)
Dora me corroboró que tenía conciencia de dos cosas: que
ella misma había padecido a menudo de espasmos gástricos, y que tenía buenos
fundamentos para considerar a su prima una masturbadora. Es muy común en los
enfermos individualizar en otro un nexo que una resistencia afectiva les
imposibilita conocer en su propia persona. Pero ya no lo desconoció más, aunque
todavía no recordaba nada. Consideré también susceptible de uso clínico la
datación del mojarse en la cama «hasta poco antes que sobreviniese el asma
nerviosa». Los síntomas histéricos casi nunca se presentan mientras los niños
se masturban, sino sólo en la abstinencia (20); expresan un sustituto de la
satisfacción masturbatoria, que seguirá anhelándose en el inconciente hasta el
momento en que aparezca una satisfacción más normal de alguna otra clase, si
esta todavía es posible. Esta última condición es el punto en que se inserta
una eventual curación de la histeria por el matrimonio y el comercio sexual
normal. Si la satisfacción en el matrimonio vuelve a interrumpirse, por ejemplo
a raíz del coitus interruptus, en la enajenación (21) psíquica, etc., la libido
busca otra vez su viejo cauce y se exterioriza en síntomas histéricos.
Me gustaría agregar una
información cierta acerca del momento en que la masturbación de Dora se
interrumpió, así como del factor particular que produjo ese efecto. Pero el
carácter incompleto del análisis me fuerza a presentar aquí un material
lagunoso. Sabemos que se mojó en la cama casi hasta el momento en que tuvo su
primera disnea. Y bien; lo único que sabía indicar para el esclarecimiento de
ese primer estado era que en esa época su papá había salido de viaje por
primera vez después de su mejoría. Esta partícula de recuerdo que se había
conservado no podía sino apuntar a la etiología de la disnea. Ahora bien, las
acciones sintomáticas y otros indicios me proporcionaron buenas razones para
suponer que la niña, cuyo dormitorio se encontraba contiguo al de sus padres,
espió con las orejas {belauschen} una visita nocturna del padre a su mujer y lo
oyó jadear en el coito (de por sí, respiraba habitualmente con dificultad). En
tales casos, los niños vislumbran lo sexual en el ruido ominoso {unheimlich}.
Los movimientos expresivos de la excitación sexual ya están preparados en ellos
como unos mecanismos innatos.
Hace ya años he
puntualizado que la disnea y las palpitaciones de la histeria y de la neurosis
de angustia son sólo unos fragmentos desprendidos de la acción del coito. (22)
Y en muchos casos, entre ellos el de Dora, pude reconducir el síntoma de la
disnea, del asma nerviosa, al mismo ocasionamiento: el espiar con las orejas el
comercio sexual de personas adultas. Bajo la influencia de la coexcitación que
le sobrevino esa vez, muy bien pudo producirse el ímpetu subvirtiente en la
sexualidad de la pequeña, quien sustituyó la inclinación a masturbarse por la
inclinación a la angustia. Tiempo después, estando el padre ausente y
añorándolo la niña enamorada, aquella impresión {impronta} se le repitió como
ataque de asma. A partir de la ocasión para contraer esta enfermedad, ocasión
conservada en el recuerdo, puede colegirse todavía la ilación angustiada de
pensamientos que acompañó al ataque. Lo tuvo por primera vez tras haberse
fatigado en una excursión a la montaña, durante la cual probablemente sintió en
alguna medida una falta de aliento real. A esto se sumó la idea de que el padre
tenía prohibido trepar montañas, pues no podía fatigarse a causa de su apnea;
después, el recuerdo de cuánto se había esforzado por la noche con la mamá (¿no
le habría hecho daño?); además, la preocupación de que ella misma se hubiera
esforzado en demasía por la masturbación, que igualmente llevaba al orgasmo con
algo de disnea, y, por último, el retorno reforzado de esta disnea como
síntoma. Una parte de este material pude tomarla del análisis, pero a la otra
debí completarla por mí mismo. A raíz de la comprobación de la masturbación
pudimos ver ya que el material para un determinado tema sólo se reúne fragmento
por fragmento en diferentes épocas y contextos. (23)
Ahora se plantean una
serie de cuestiones, y de las más importantes, sobre la etiología de la
histeria:
¿Es lícito considerar típico el caso Dora en cuanto a la etiología?
¿Representa el único tipo de causación?, etc. Pero creo correcto diferir la
respuesta hasta comunicar una serie más vasta de casos analizados de manera
parecida. Por lo demás, debería empezar por rectificar el planteo. En lugar de
pronunciarme por un «sí» o un «no» cuando se me pregunta si la etiología de
este caso patológico ha de buscarse en la masturbación infantil, tendría que
elucidar primero el concepto de la etiología de las psiconeurosis. (24)
El
punto de vista desde el cual podría responder resultaría sustancialmente
desplazado respecto de aquel desde el cual se me formula la pregunta. Con
relación a nuestro caso, es suficiente que nos convenzamos de que puede
pesquisarse una masturbación infantil, y de que ella no es nada contingente ni
indiferente para la conformación del cuadro patológico. (25)
Vislumbramos una
comprensión más amplia de los síntomas de Dora si consideramos el flúor albus
confesado por ella. La palabra «catarro» con que aprendió a designar su
afección cuando un padecimiento similar forzó a su madre a visitar Franzensbad
no es sino otro «cambio de vía» a través del cual toda la serie de pensamientos
referidos a la culpa de su papá en la enfermedad encontró abierto el acceso
hacia su manifestación en el síntoma de la tos. Esta tos, sin duda surgida
originariamente de un ínfimo catarro real, era además una imitación de su
padre, aquejado de una afección pulmonar, y pudo expresar su compasión y su
cuidado por él. Pero también proclamaba al mundo, por así decir, algo que
quizás a ella todavía no le había devenido conciente: «Soy la hija de papá.
Tengo un catarro como él. El me ha enfermado, como enfermó a mi mamá. De él tengo
las malas pasiones que se expían por la enfermedad». (26)
Ahora podemos intentar
reunir las diversas determinaciones (determinismos} que hemos hallado para los
ataques de tos y de afonía. Debajo de todo en la estratificación cabe suponer
un estímulo de tos real, orgánicamente condicionado, vale decir, el grano de
arena en torno del cual el molusco forma la perla. Este estímulo es susceptible
de fijación porque afecta a una región del cuerpo que conservó en alto grado en
la muchacha la significación de una zona erógena. Por tanto, es apto para dar
expresión a la libido excitada. Quedó fijado por lo que probablemente fue el
primer revestimiento {Umkleidung} psíquico -la imitación compasiva del padre enfermo-
y, después, por los auto reproches a raíz del «catarro». Este mismo grupo de
síntomas se muestra además susceptible de figurar las relaciones con el señor
K., de lamentar su ausencia y expresar el deseo de ser para él una mejor
esposa. Después que una parte de la libido se volcó de nuevo al padre, el síntoma
cobra el que quizás es su último significado: la figuración del comercio sexual
con el padre en la identificación con la señora K. Quiero consignar, empero,
que esta serie en manera alguna es completa. El carácter incompleto del
análisis no permite, desdichadamente, seguir la cronología de los cambios de
vía del significado, ni aclarar la sucesión y la coexistencia de diversos
significados. Sólo es lícito plantear tales exigencias a un análisis completo.
No puedo dejar de
ahondar en ulteriores nexos entre el catarro genital y los síntomas histéricos
de Dora. En tiempos en que se estaba todavía lejos de alcanzar un esclarecimiento
psíquico de la histeria, escuché de labios de colegas mayores, más
experimentados, la aseveración de que en el caso de las pacientes histéricas
con flúor un empeoramiento del catarro tenía por consecuencia regularmente una
agudización de los achaques histéricos, en particular la desgana para comer y
los vómitos. Nadie tenía en claro los nexos, pero yo creo que se tendía a adherir
a la opinión de los ginecólogos, quienes, como es sabido, suponen una muy vasta
y directa influencia, orgánicamente perturbadora, de las afecciones genitales
sobre las funciones nerviosas; no obstante el examen terapéutico que corre por
nuestra cuenta es casi siempre infructuoso. Dado el estado actual de nuestros
conocimientos, tampoco es posible excluir esa influencia directa y orgánica.
Pero en todos los casos su revestimiento psíquico es más fácil de pesquisar. En
nuestras mujeres, el orgullo por la conformación de sus genitales es una parte
muy especial de su vanidad; y las afecciones de estos, consideradas capaces de
inspirar repugnancia o aun asco, operan increíblemente a modo de afrentas:
disminuyen el sentimiento de sí, provocan un estado de irritabilidad,
susceptibilidad y desconfianza. Se considera que la secreción anormal de la
mucosa de la vagina provoca asco.
Recordemos que a Dora,
tras el beso del señor K., le sobrevino una viva sensación de asco, y que
encontramos razones para completar el relato que nos hizo de esta escena
conjeturando que en el abrazo sintió la presión del miembro erecto contra su
vientre. Averiguamos, además, que la misma gobernanta a quien ella hizo echar a
causa de su infidelidad le había dicho, basándose en su propia experiencia, que
todos los hombres eran frívolos e inconstantes. Para Dora esto debió de
significar que todos los hombres eran como su papá.
Ahora bien, ella
consideraba que su padre sufría una enfermedad venérea, y creía que se la había
contagiado a ella y a su madre. Pudo imaginarse entonces que todos los hombres
sufrían de enfermedades venéreas, y el concepto que sobre estas se había
formado derivaba, desde luego, de su propia experiencia personal. Por tanto,
padecer esa enfermedad significaba para ella estar aquejada por un asqueroso
flujo. ¿No habrá sido esto otra motivación del asco que sintió en el momento
del abrazo? Este asco, trasferido al contacto con el hombre, sería entonces un
asco referido en última instancia a su propio flúor y proyectado según el
mencionado mecanismo primitivo.
Conjeturo que están en
juego aquí unas ilaciones inconcientes de pensamiento urdidas sobre una trama
orgánica prefigurada, como lo está la guirnalda sobre el armazón de alambre, de
manera que en otro caso podemos hallar intercalada otra vía de pensamientos
entre los mismos puntos de partida y de llegada. Pero el conocimiento de las
conexiones de pensamiento que han adquirido eficacia en el individuo es de
valor insustituible para la solución de los síntomas. El hecho de que en el
caso de Dora tengamos que valernos de conjeturas y completamientos se debe
únicamente a la prematura interrupción del análisis. Lo que yo presento para
llenar las lagunas se apuntala por entero en otros casos, analizados a fondo.
El sueño mediante cuyo
análisis obtuvimos las anteriores informaciones corresponde, según vimos, a un
designio que Dora retomó durmiendo. Por eso se repitió todas las noches hasta
que el designio fue cumplido, y reapareció años más tarde al presentarse una
ocasión para que ella formara un designio análogo. El designio podría
formularse concientemente del siguiente modo: «Alejarme de esta casa en la
cual, según he visto, mi virginidad corre peligro; partiré con papá y por la
mañana, al hacerme la toilette, tomaré mis precauciones para no ser
sorprendida». Estos pensamientos hallan nítida expresión en el sueño;
pertenecen a una corriente que en la vida de vigilia alcanzó la conciencia y se
volvió dominante. Tras ellos puede colegirse un itinerario de pensamientos de
subrogación más oscura que corresponde a la corriente contraria y por eso cayó
bajo la sofocación. Culmina en la tentación de entregarse al hombre en
agradecimiento por el amor y la ternura que él le había demostrado en los
últimos años, y convoca quizás el recuerdo del único beso que hasta entonces
había recibido de él. Ahora bien, de acuerdo con la teoría desarrollada en mi
libro La interpretación de los sueños, estos elementos no bastan para formar un
sueño. Un sueño no es un designio que se figure como ejecutado, sino un deseo
que se figura como cumplido, y en lo posible, además, un deseo que proviene de
la vida infantil. Tenemos la obligación de examinar si esta tesis no es
contradicha por nuestro sueño.
El sueño contiene, de
hecho, un material infantil que no guarda relación alguna, discernible a
primera vista, con el designio de escapar tanto de la casa del señor K. como de
la tentación que emana de él.
¿A raíz de qué emerge el recuerdo de cuando se
mojaba de niña en la cama y del trabajo que entonces se tomaba el padre para
habituarla a la limpieza? Puede responderse: sólo con ayuda de este itinerario
de pensamientos era posible sofocar los intensos pensamientos de tentación y
hacer que prevaleciera el designio formado contra ellos. La niña se resuelve a
huir con su padre; en realidad, huye a refugiarse en su padre por angustia
frente al hombre que la asedia; convoca una inclinación infantil hacia el padre
destinada a protegerla de su inclinación reciente hacia el extraño.
Del peligro
presente, el padre mismo es culpable, pues llevado por sus propios intereses
amorosos la ha ofrecido al extraño. Cuánto más lindo sería que ese mismo padre
no quisiera a nadie más que a ella, y se empeñara en salvarla de los peligros
que en esa época la amenazaban. El deseo infantil, hoy inconciente, de poner al
padre en el lugar del extraño es un poder-ser {PotenzJ formador de sueños, Si
existió una situación parecida a una del presente, aunque diversa de ella por
esta subrogación de personas, pasará a ser la situación principal del sueño. Y
esa situación existe; justamente como la víspera lo estuvo el señor K., una vez
su padre estaba frente a su cama y la despertó tal vez con un beso, como quizás
el señor K. se proponía hacerlo.
El designio de huir de la casa no es, pues, en
sí y por sí soñable; se convierte en tal asociado con otro designio que se
apoya en un deseo infantil. El deseo de sustituir al señor K. por el padre
presta la fuerza impulsora {pulsional} para el sueño. Recuerdo aquí la
interpretación a que me obligó el itinerario de pensamientos reforzado,
referido a la relación del padre con la señora K.: se había despertado,
evocado, una inclinación infantil hacia el padre a fin de poder mantener en la
represión {esfuerzo de desalojo} el amor reprimido hacia el señor K. Este ímpetu
subvirtiente en la vida anímica de Dora es el que el sueño refleja.
Acerca de la relación
entre los pensamientos de vigilia que se prosiguen mientras se duerme -los
restos diurnos- y el deseo inconciente formador del sueño, he consignado en La
interpretación de los sueños algunas observaciones que cito aquí inmodificadas,
pues nada tengo que agregarles, y el análisis de este sueño de Dora vuelve a
probar que las cosas no son de otro modo:
«Concedo que existe
toda una clase de sueños cuya incitación proviene de manera predominante, y.
hasta exclusiva, de los restos de la vida diurna, y opino que aun mi deseo de
llegar a ser por fin professor extraordinarius habría podido dejarme
dormir en paz aquella noche si el cuidado por la salud de mí amigo no se hubiera
conservado activo desde el día. Pero ese cuidado no habría producido ningún
sueño; la fuerza impulsora que le hacía falta a este tenía que ser aportada por
un deseo; incumbía a la preocupación el procurarse tal deseo como fuerza
impulsora. Para decirlo con un símil: Es muy posible que un pensamiento onírico
desempeñe para el sueño el papel del empresario; pero el empresario que, como
suele decirse, tiene la idea y el empuje para ponerla en práctica, nada puede
hacer sin capital; necesita de un capitalista que le costee el gasto, y este
capitalista, que aporta el gasto psíquico para el sueño, es en todos los casos
e inevitablemente, cualquiera que sea el pensamiento diurno, un deseo que
procede del inconciente».
Quien haya aprendido a
conocer la fina estructura de esos productos que son los sueños no se
sorprenderá si halla que el deseo de que el padre sustituyera al hombre
tentador no trajo el recuerdo de un material infantil cualquiera, sino
justamente de aquel que mantiene también las relaciones más íntimas con la
sofocación de esta tentación. En efecto, si Dora se siente incapaz de ceder al
amor por ese hombre, si llega a reprimirlo en vez de entregársele, con ningún
otro factor se entrama esta decisión de manera más íntima que con su prematuro
goce sexual y sus consecuencias, el mojarse en la cama, el catarro y el asco.
Una prehistoria así puede, según cuál sea la sumatoria de las condiciones
constitucionales, ser el fundamento de dos tipos de conducta hacia el reclamo
de amor en la edad madura: o bien la plena entrega a la sexualidad, sin
resistencia alguna y lindante con lo perverso, o bien, por reacción, su
desautorización y la contracción de una neurosis. La constitución de nuestra
paciente y el nivel de su educación intelectual y moral habían dado el envión
para esto último.
Quiero señalar todavía,
en particular, que a partir del análisis de este sueño hemos tenido acceso a
detalles de las vivencias de eficacia patógena que de otro modo no habrían sido
asequibles al recuerdo, o al menos a la reproducción. Según se vio, el recuerdo
de la mojadura en la cama durante la niñez ya había sido reprimido. En cuanto a
los detalles del asedio por parte del señor K., Dora nunca los había
mencionado, no se le habían ocurrido.
Haré algunas
observaciones más sobre la síntesis de este sueño. El trabajo del sueño
comienza la siesta del segundo día tras la escena en el bosque, después que
notó que ya no podía cerrar más con llave su habitación. Entonces se dijo:
«Aquí corro serio peligro», y se formó el designio de no permanecer sola en la
casa, de partir con su papá. Este designio devino susceptible de formar un
sueño porque pudo continuarse en el inconciente. Ahí tuvo su correspondiente:
convocó al amor infantil por el padre como protección contra la tentación actual.
La vuelta {revolución} que así se consuma en ella se fija y la lleva hasta la
postura subrogada por su ilación hipervalente de pensamiento (celos por la
señora K. a causa del padre, como si estuviera enamorada de él), Luchan en ella
la tentación de ceder al hombre que la corteja y la renuencia compuesta a
hacerlo. Esta última está compuesta por motivos de decoro y prudencia, por
mociones hostiles como resultado de la revelación de la gobernanta (celos,
orgullo herido) y por un elemento neurótico, la repugnancia sexual a que estaba
predispuesta y que tenía raíces en su historia infantil. El amor hacia el
padre, llamado para protegerla de la tentación, proviene de esa historia
infantil.
El sueño muda el
designio de refugiarse en el padre, ahincado en el inconciente, en una
situación que muestra cumplido el deseo de que el padre la salve del peligro.
Para ello es preciso hacer a un lado un pensamiento que estorba, pues es el
padre quien la ha expuesto a ese peligro. De la moción hostil hacia el padre
(inclinación a la venganza), aquí sofocada, tomaremos conocimiento como uno de
los motores del segundo sueño.
De acuerdo con las
condiciones en que se forman los sueños, la situación fantaseada se escoge de
suerte que repita una situación infantil. Es un triunfo singular que se logre
mudar una situación reciente, justamente la que ocasionó el sueño, en una
situación infantil. En nuestro caso, ello se consigue gracias a una pura
contingencia del material. Tal como el señor K. apareció ante su sofá y la
despertó, a menudo solía hacerlo su padre en la niñez. Toda la vuelta puede
simbolizarse certeramente sustituyendo en esa situación al señor K. por el
padre. Pero el padre, en aquel tiempo, la despertaba para que ella no se mojase
en la cama. Este «mojar» pasa a ser determinante respecto del resto del
contenido onírico, en el cual, empero, sólo está subrogado por una alusión
distante, y por su opuesto.
El opuesto de
«mojadura», de «agua», fácilmente puede ser «fuego», «quemar». La contingencia
de que el padre, al llegar a aquel lugar, expresara angustia frente al peligro
de fuego contribuye a decidir que el peligro del cual el padre la salva sea un
incendio. En esta contingencia y en el opuesto a «mojadura» se apoya la
situación escogida de la imagen onírica: Hay un incendio, el padre está frente
a su cama para despertarla. La proferencia casual del padre no habría
conquistado esta importancia en el contenido del sueño si no armonizara tan
excelentemente con la corriente afectiva que triunfó, la que a toda costa se
empeña en que aquel sea el auxiliador y el salvador. ¡El vislumbró el peligro
no bien llegó, y tenía razón! (En realidad, había expuesto a la muchacha a ese
peligro.)
En los pensamientos
oníricos, la «mojadura» recibe, por vinculaciones fácilmente discernibles, el
papel de un punto nodal para varios círculos de representaciones. «Mojadura» no
pertenece sólo al mojarse en la cama, sino al círculo de los pensamientos de
tentación sexual que, sofocados, están presentes tras este contenido onírico.
Ella sabe que hay también un mojarse a raíz del comercio sexual, que en el
coito el hombre regala a la mujer algo líquido en forma de gotas. Ella sabe que
el peligro reside justamente en eso, que es asunto de ella precaverse de que
los genitales le sean mojados.
Con «mojadura» y
«gotas» se abre al mismo tiempo el otro círculo asociativo, el del asqueroso
catarro, que en sus años más maduros tiene sin duda el mismo significado
vergonzoso que el mojarse en la cama en la niñez. «Mojado» tiene aquí el mismo
significado que «ensuciado». Los genitales, que deben mantenerse limpios, ya
han sido ensuciados por el catarro; por lo demás, lo mismo le ocurrió a su
mamá. Parece comprender que la manía de limpieza de su mamá es la reacción
contra este ensuciamiento.
Ambos círculos coinciden
en uno: La mamá ha recibido las dos cosas del papá, la mojadura sexual y el flúor,
que ensucia. Los celos hacia la mamá son inseparables del círculo de
pensamientos del amor hacia el padre, llamado aquí como protector. Pero este
material no es todavía susceptible de figuración. Ahora bien, si se halla un
recuerdo que mantenga con los dos círculos de la «mojadura» una relación
parecidamente buena, pero evite lo chocante, ese será el que podrá tomar sobre
sí la subrogación en el contenido del sueño.
Tal recuerdo se
encuentra en el episodio de las «gotas», que la mamá deseaba como alhaja. En
apariencia, el enlace de esta reminiscencia con los dos círculos, el de la
mojadura sexual y el del ensuciamiento, es exterior, superficial, mediado por
las palabras, pues «gotas» se usa como «cambio de vía», como palabra de doble
sentido, y «alhaja» en lugar de «limpio» es un opuesto algo forzado a
«ensuciado». (27) En realidad, pueden pesquisarse los más sólidos enlaces en
cuanto al contenido. El recuerdo proviene del material de los celos hacia la
mamá, celos de raíz infantil, pero proseguidos hasta mucho después. A través de
ambos puentes verbales, todo el significado que adhiere a las representaciones
del comercio sexual entre los padres, de la contracción del flúor y de la
martirizadora manía de limpieza de la mamá puede ser trasferido a una única
reminiscencia, la de las «gotas-alhaja».
No obstante, hace falta
todavía otro desplazamiento para que todo ello pueda entrar en el contenido del
sueño. En este no se recogió «gotas», más cercano al originario «mojadura»,
sino «alhaja», más alejado. Por tanto, al insertarse este elemento en la
situación onírica ya fijada antes, pudo decirse: «Mamá quiere todavía salvar
sus alhajas».
Ahora bien, en la nueva modificación, «alhajero»
(Schmuckkästchen}, se hace valer la influencia de elementos que provienen del
círculo subyacente de la tentación por el señor K. Este no le ha obsequiado
alhajas {Schmuck}, pero sí una cajita {Kästchen} para ellas: el subrogado de
todas las distinciones y ternezas a cambio de las cuales ella debería ahora
mostrarse agradecida. Y el compuesto «alhajero» que ahora se engendra tiene
todavía un particular valor subrogador. ¿No es «alhajero» una imagen usual para
los genitales femeninos intactos e impolutos? ¿Y no es, por otra parte, una
palabra inocente, y entonces apropiadísima para ocultar los pensamientos
sexuales que hay tras el sueño y para aludir al mismo tiempo a ellos?
Así, en el contenido
del sueño se dice en dos lugares: «alhajero de la mamá», y este elemento
sustituye a la mención de los celos infantiles, de las gotas; por lo tanto, de
la mojadura sexual, del ensuciamiento por el flúor y, por otra parte, de los
pensamientos de tentación actuales y contemporáneos que presionan a retribuir
el amor contrario {Gegenlíebe} y pintan la situación sexual inminente -anhelada
y amenazadora-. El elemento «alhajero» es, como ningún otro, un resultado de la
condensación y el desplazamiento y un compromiso entre corrientes opuestas. Su
múltiple origen -en fuentes tanto infantiles como actuales- es atestiguado por
su doble aparición en el contenido del sueño.
El sueño es la reacción
frente a una vivencia fresca, de efecto excitador, que necesariamente despierta
el recuerdo de la única vivencia análoga que ella tuvo años antes. Fue la
escena del beso en la tienda, a raíz del cual surgió el asco. Ahora bien, puede
llegarse a esta escena asociativamente desde otras direcciones: desde el
círculo de pensamientos del catarro y desde el de la tentación actual. Por
tanto, hace una contribución propia al contenido del sueño, la que tiene que
adaptarse a la situación preformada. Hay un incendio... el beso supo a humo
{tabaco} y por eso en el contenido del sueño se huele a humo, y se lo sigue
oliendo tras el despertar.
Desdichadamente, por
inadvertencia dejé una laguna en el análisis de este sueño. Se atribuye al
padre este dicho: «No quiero que mis dos hijos, etc. (partiendo de los
pensamientos oníricos hay que agregar aquí, sin duda: a consecuencia de la
masturbación) perezcan». Por regla general, tales dichos oníricos están
compuestos por fragmentos de dichos reales, pronunciados u oídos. Yo habría
debido inquirir por el origen real de este dicho. El resultado de esta
averiguación habría complicado más el edificio del sueño pero también habría
permitido conocerlo con mayor transparencia.
¿Debe suponerse que
este sueño tuvo en L. exactamente el mismo contenido que en su repetición
durante la cura? No parece necesario. La experiencia enseña que los seres
humanos suelen afirmar que ya han tenido el mismo sueño, mientras que en verdad
las manifestaciones singulares del sueño recurrente se diferencian por
numerosos detalles y otras importantes variaciones. Así, una de mis pacientes
me informa que hoy ha tenido de nuevo, y de igual manera, su sueño preferido
recurrente: nadaba en el mar azul, hendía gozosa las olas, cte. Después se vio,
en un estudio más atento, que sobre la base común se agregaba ora tal detalle,
ora tal otro; en una ocasión nadaba en el mar congelado en medio de unos
témpanos. Otros sueños que ella no procuraba presentar como idénticos
resultaron íntimamente enlazados con el recurrente. Por ejemplo, ve en una
fotografía de tamaño natural al mismo tiempo la parte superior y la inferior de
la isla de Helgoland; en el mar, un barco dónde se encuentran dos personas a
quienes conoció en su juventud, etc.
Es seguro que el sueño
de Dora sobrevenido durante la cura cobró un nuevo significado actual -quizá
sin modificar su contenido manifiesto- Entre sus pensamientos oníricos incluyó
una referencia a mi tratamiento; correspondía a una renovación del designio de
entonces, el de escapar a un peligro. Si su recuerdo de que ya en L. había
percibido el humo tras el despertar no era un espejismo, se admitirá que mi
proverbio «Donde hay humo, hay fuego» fue introducido muy diestramente en la
forma acabada del sueño, donde parece usado para sobre determinar el último
elemento. Fue innegablemente una casualidad el hecho de que su última ocasión
actual, el cierre del comedor por parte de la madre, a raíz de lo cual el
hermano quedaba encerrado en su dormitorio, le aportara un anudamiento con el
asedio del señor K. en L., donde maduró aquella decisión cuando no pudo ya
encerrarse con llave en el dormitorio. Quizás el hermano no apareciera en los
sueños de entonces, de manera que el dicho «mis dos hijos» llegó al contenido
del sueño sólo tras la última ocasión.
Obras de S. Freud:
Fragmento de análisis de un caso de Histeria.
El segundo sueño
Pocas semanas después del primer
sueño sobrevino el segundo, con cuya solución terminó el análisis. No se lo
puede hacer tan trasparente como al primero. No obstante, aportó una deseada
corroboración a una hipótesis que necesariamente habíamos debido formular
acerca del estado anímico de la paciente, llenó una laguna de su memoria y
permitió obtener una profunda visión de la génesis de otro de sus síntomas.
Contó Dora:
Ando paseando por una
ciudad a la que no conozco, veo calles y plazas que me son extrañas. (1)
Después llego a una casa donde yo vivo, voy a mi habitación y hallo una carta
de mi mamá tirada ahí. Escribe que, puesto que yo me he ido de casa sin
conocimiento de los padres, ella no quiso escribirme que papá ha enfermado.
«Ahora ha muerto, y si tú quieres, puedes venir». Entonces me encamino hacia la
estación ferroviaria [Bahnhof] y pregunto unas cien veces: «¿Dónde está la
estación?». Todas las veces recibo esta respuesta: «Cinco minutos». Veo después
frente a mí un bosque denso; penetro en él, y ahí pregunto a un hombre a quien
encuentro. Me dice: «Todavía dos horas y media». Me pide que lo deje
acompañarme. Lo rechazo, y marcho sola. Veo frente a mí la estación y no puedo
alcanzarla. Ahí me sobreviene el sentimiento de angustia usual cuando uno en el
sueño no puede seguir adelante. Después yo estoy en casa; entretanto tengo que
haber viajado, pero no sé nada de eso. . . . Me llego a la portería y pregunto
al portero por nuestra vivienda. La muchacha de servicio me abre y responde:
«La mamá y los otros ya están en el cementerio {Friedhof }». (2)
La interpretación de
este sueño no avanzó sin tropiezos. A raíz de las peculiares circunstancias en
las cuales interrumpimos el análisis -circunstancias enlazadas con su
contenido-, no todo quedó aclarado. A ello se debe, por otra parte, que no haya
conservado en mi recuerdo con igual seguridad en todos los puntos el orden en que
se hicieron los descubrimientos.
Empezaré por mencionar
el tema que sometíamos a análisis cuando vino a mezclarse el sueño. Desde hacía
algún tiempo, la propia Dora planteaba preguntas acerca de la conexión de sus
acciones con los motivos que podían conjeturarse. Una de esas preguntas era:
«¿Por qué durante los primeros días que
sucedieron a la escena del lago no dije nada acerca de ella?». La segunda: « ¿Por
qué se lo conté repentinamente a mis padres?».
Yo consideraba que
todavía no se había explicado en absoluto qué la había llevado a sentirse tan
gravemente afrentada por el cortejo del señor K., tanto más cuanto que empezaba
a ver que para el señor K. el cortejo a Dora no había sido un frívolo intento
de seducción. En cuanto al hecho de que pusiera a sus padres en conocimiento de
lo sucedido, yo lo explicitaba como una acción que ya se encontraba bajo la
influencia de una manía patológica de venganza. Una muchacha normal, pensaba
yo, habría resuelto por sí sola unos asuntos de esa clase. Por tanto, expondré
el material que acudió para el análisis de este sueño en el orden bastante
entreverado que se ofrece a mí reproducción. Ella deambula sola por una ciudad
extraña, ve calles y plazas. Aseguró que no era B., en la que yo había pensado
primero, sino una ciudad en la que nunca había estado. Proseguí, como era
natural: «Usted puede haber visto cuadros o fotografías de las que tomó las
imágenes del sueño». Tras esta observación sobrevino el agregado del monumento
en la plaza, e inmediatamente después el conocimiento de su origen.
Para Navidad (3) le
habían enviado un álbum con postales de una ciudad alemana de descanso, y
justamente ayer lo había buscado para mostrárselo a unos parientes que estaban
de visita en su casa. Estaba en una cajita de postales que no aparecía, y
preguntó a su mamá:
«¿Dónde está la cajita?
(4)».
Una de las imágenes
mostraba una plaza con un monumento. Ahora bien, el remitente era un joven
ingeniero a quien Dora había conocido una vez de pasada en la ciudad fabril. El
joven había aceptado un puesto en Alemania para independizarse más rápido;
aprovechaba cuanta oportunidad se le ofrecía para que Dora mantuviese vivo su
recuerdo, y era fácil colegir que se proponía en su momento, cuando su posición
mejorase, aparecérsele con un requerimiento amoroso. Pero todavía no era
tiempo, había que esperar.
El deambular por una
ciudad extraña estaba sobredeterminado. Llevó a una de las ocasiones diurnas.
Para las fiestas había recibido la visita de un primito a quien debió mostrar
la ciudad de Viena. Esta ocasión diurna era, claro está, indiferente en grado
sumo. Pero el primo le trajo a la memoria una breve estadía en Dresde. Esa vez
deambuló como extranjera, pero desde luego no dejó de visitar la famosa
galería. Otro primo que estaba con ellos y conocía Dresde quiso hacer de guía
en la recorrida por la galería. Pero ella lo rechazó y fue sola, deteniéndose
ante las imágenes que le gustaban. Permaneció dos horas frente a la Sixtina, en
una ensoñación calma y admirada. Cuando se le preguntó qué le había gustado
tanto en el cuadro, no supo responder nada claro. Al final dijo: «La Madonna».
(5)
De cualquier manera, es
indudable que estas ocurrencias pertenecen realmente al material formador del
sueño. Incluyen componentes que reencontramos sin cambios en el contenido del
sueño (ella lo rechaza y va sola; dos horas). Hago notar desde ahora que
«imágenes» corresponde a un punto nodal en la trama de los pensamientos
oníricos (las imágenes del álbum; las imágenes de Dresde). También destacaría
para una ulterior pesquisa el tema de la Madonna, de la madre virgen. Pero ante
todo veo que en esta primera parte del sueño ella se identifica con un joven.
El deambula por el extranjero, se afana por alcanzar una meta, pero se ve
demorado, hace falta paciencia, hay que esperar. Si ella tenía en su mente al
ingeniero, condeciría muy bien que esa meta fuera la posesión de una mujer, de
su propia persona. En vez de eso era una... estación ferroviaria, que por lo
demás nos es lícito sustituir por una cajita, según la correspondencia de la
pregunta del sueño con la pregunta realmente formulada. Una cajita y una mujer,
eso ya se compadece mejor. Pregunta unas cien veces. . . Esto lleva a otra
ocasión del sueño, menos indiferente. Ayer a la noche, tras la tertulia, el
padre le pidió que le buscase coñac; no puede dormir si antes no ha bebido
coñac. Dora pidió a su madre la llave del bargueño, pero ella estaba enzarzada
en una conversación y no le dio respuesta alguna, hasta que Dora le espetó, con
la exageración propia de la impaciencia:
«Te he preguntado ya
cien veces dónde está la llave». En realidad, la pregunta se había repetido,
desde luego, sólo unas cinco veces. (6)
«¿Dónde está la llave?»
me parece el correspondiente masculino de la pregunta «¿Dónde está la cajita?».
Por tanto, son preguntas... por los genitales.
En la misma reunión
familiar, alguien había brindado por el papá de Dora, haciendo votos por que
durante muchos años más, en buena salud, etc. Entretanto el padre dejaba ver un
rictus de fatiga, y ella había comprendido los pensamientos que él debió
sofocar. ¡El pobre enfermo! ¡Quién podía saber cuántos años de vida le quedaban
todavía! Con ello hemos llegado al contenido de la carta que aparece en el
sueño. El padre ha muerto, ella se había ido arbitrariamente de la casa. A raíz
de la carta del sueño, yo le recordé enseguida la carta de despedida que había
escrito a sus padres, o al menos se la había dejado a su alcance. Esa carta
estaba destinada a horrorizar al padre para que renunciase a la señora K., o a
vengarse de él si no era posible moverlo a que lo hiciese. Llegamos así al tema
de la muerte de ella y de la muerte de su padre (cementerio, más adelante en el
sueño). ¿Nos equivocamos si suponemos que la situación que constituye la
fachada del sueño corresponde a una fantasía de venganza contra el padre? Los
pensamientos compasivos del día anterior armonizarían muy bien con ello. Ahora
bien, la fantasía rezaba: «Ella se iba de casa, al extranjero, y la cuita del
padre, la nostalgia que sentía por ella, le partió el corazón». Entonces
estaría vengada. Ella comprendía muy bien lo que le hacía falta al padre, quien
ahora no podía dormir sin coñac. (7)Anotemos la manía de venganza como un nuevo
elemento para una posterior síntesis de los pensamientos oníricos. Ahora bien,
el contenido de la carta no podía menos que admitir una determinación más
vasta. ¿De dónde venía la frase «Si tú quieres»?
Acerca de ella se le
ocurrió a Dora el agregado de que tras la palabra «quieres» había colocado un
signo de interrogación, y entonces la individualizó también como cita de la
carta de la señora K. que contenía la invitación a L. (el paraje junto al
lago). En esta, de manera muy llamativa, tras la intercalación «si tú quieres
venir» había un signo de interrogación en medio de la oración. Esto nos
llevaría de nuevo, entonces, a la escena junto al lago y a los enigmas que se
anudaban a ella. Le pedí que me la contara con detalle.
Al principio no aportó
muchas cosas nuevas. El señor K. había comenzado un introito en alguna medida
serio; pero ella no lo dejó terminar. Tan pronto comprendió de qué se trataba,
le dio una bofetada en el rostro y escapó. Yo quería saber las palabras
empleadas por él; ella sólo recuerda que alegó: «Usted sabe, no me importa nada
de mí mujer». (8) En ese momento, para no toparse más con él, ella quiso
regresar a L. bordeando el lago a pie, y preguntó a un hombre a quien encontró
qué distancia había. Ante su respuesta «dos horas y media», abandonó ese
propósito y volvió en busca de la embarcación, que partió poco después. El
señor K. estaba de nuevo ahí, se le acercó, le pidió que lo disculpara y no
contara nada de lo sucedido. Pero ella no le respondió... justamente, el bosque
del sueño era en un todo parecido al bosque de la orilla del lago, en el que se
había desarrollado la escena que acababa de describirme. Y precisamente a ese
mismo bosque denso lo había visto ayer en un cuadro de la exposición
secesionista. En el trasfondo de la imagen se veían ninfas. (9)En ese momento
una sospecha se me hizo certeza. Bahnhof {estación ferroviaria;
literalmente, «patio de vías y Friedhof {cementerio; literalmente, «patio de
paz»], en lugar de los genitales femeninos, eran algo bastante llamativo; pero
habían aguzado mi atención dirigiéndola a la palabra formada de modo similar «Vorhof»
vestíbulo; literalmente, «patio anterior»}, término anatómico para designar una
determinada región de los genitales femeninos. Aún podía tratarse de un exceso
de ingenio.
Cuando se agregaron las «ninfas» que se veían
en el trasfondo del «bosque denso», ya no cabían dudas. ¡Era una geografía
sexual, simbólica! Como lo saben los médicos, pero no los legos (aunque entre
aquellos tampoco es muy corriente), se llama «ninfas» a los labios menores que
se hallan en el fondo del denso bosque del vello pubiano. Pero si alguien usa
nombres técnicos como «vestíbulo» y «ninfas», tiene que haber extraído su
conocimiento de los libros, y no por cierto de libros populares, sino de
manuales de anatomía o de una enciclopedia, el habitual refugio de los jóvenes
devorados por la curiosidad sexual. Entonces, si esta interpretación era
correcta, tras la primera situación del sueño se oculta una fantasía de
desfloración: un hombre se esfuerza por penetrar en los genitales femeninos.
(10)
Comuniqué a Dora mis
conclusiones, Tienen que haberle provocado una impresión rotunda, pues
enseguida emergió un pequeño fragmento olvidado del sueño: Ella se va tranquila
(11) a su habitación y ahí lee un gran libro que yace sobre su escritorio. El
acento recae aquí sobre los dos detalles: «tranquila», y «grande», referido al
libro. Pregunté: «¿Tenía el formato de una enciclopedia?».
Ella dijo que sí.
Ahora bien, los niños nunca leen tranquilos sobre materias prohibidas en una
enciclopedia. Lo hacen temblando de miedo, y avizoran con angustia para ver si
viene alguien. Los padres se interponen mucho en tales lecturas. Pero la fuerza
cumplidora de deseo había mejorado radicalmente en el sueño la molesta
situación. El padre había muerto y los otros ya habían viajado al cementerio.
Ella podía leer tranquila lo que quisiese. ¿No querría decir esto que una de
sus razones para la venganza era también la sublevación contra la coerción que
le imponían los padres?
Si el padre había
muerto, ella podía leer o amar como quisiese. Y bien; primero no quiso acordarse
de haber leído alguna vez una enciclopedia; después admitió que un recuerdo de
esa clase emergía en ella, si bien su contenido era inocente. En la época en
que aquella tía suya a quien tanto quería estaba gravísima y ya se había
decidido el viaje de Dora a Viena, llegó una carta de otro tío, anunciando que
ellos, por su parte, no podían viajar a Viena, pues su hijo (vale decir, un
primo de Dora) había contraído una apendicitis peligrosa. Entonces Dora buscó
en la enciclopedia para averiguar los síntomas de una apendicitis. De lo que
leyó, recuerda todavía el característico dolor localizado en el vientre.
Entonces recordé que poco después de la muerte de su tía, Dora había tenido en
Viena una supuesta apendicitis. Hasta entonces yo no me había atrevido a
incluir esa enfermedad entre sus productos histéricos.
Contó que los primeros
días tuvo mucha fiebre y sintió en el bajo vientre ese mismo dolor sobre el
cual había leído en la enciclopedia. Le pusieron compresas frías, pero ella no
las soportaba; al segundo día le vinieron fuertes dolores, anunciadores del
período, que desde su enfermedad se había vuelto muy irregular. Por esa época
había padecido constantemente de obstrucción intestinal. No parecía correcto
concebir ese estado como puramente histérico. Es común, sin duda, que se
presente una fiebre histérica; pero parecía arbitrario atribuir la fiebre de
esta dudosa enfermedad a la histeria, y no a una causa orgánica, eficaz en ese
momento. Yo estaba a punto de abandonar esa pista, cuando ella misma vino en mi
ayuda aportando el último agregado al sueño: Con particular nitidez, ella se ve
subir por la escalera.
Desde luego, pedí una
determinación especial de ello. Dora objetó que no podía menos que subir por la
escalera si quería llegar a su vivienda, situada en un piso alto. Pude desechar
fácilmente esa objeción (que quizás ella no había hecho en serio) señalándole
que si en el sueño pudo viajar desde aquella ciudad extranjera hasta Viena
omitiendo todo el viaje en ferrocarril, también podría haber dejado de lado la
subida de las escaleras. Siguió contando entonces: Tras la apendicitis había
tenido dificultades para caminar, pues arrastraba el pie derecho. Así le
ocurrió durante mucho tiempo, y por eso de buena gana evitaba las escaleras.
Todavía hoy el pie se le quedaba rezagado muchas veces. Los médicos a quienes
consultó a pedido de su padre se habían asombrado mucho ante esta insólita
secuela de una apendicitis, en particular por el hecho de que el dolor en el
vientre no volvió a aparecer y en modo alguno acompañaba al arrastrar del pie.
(12)
Era, entonces, un
genuino síntoma histérico. Por más que la fiebre obedeciera en ese momento a
una causa orgánica -acaso uno de los tan frecuentes procesos de influenza sin
localización particular-, quedaba demostrado que la neurosis se había apropiado
del ataque para usarlo como una de sus manifestaciones. Por tanto, ella se
había procurado una enfermedad sobre la cual había leído en la enciclopedia, y
se había castigado por esa lectura; pero debió reconocer que el castigo no pudo
referirse en absoluto a la lectura de ese artículo inocente, sino que se
produjo por un desplazamiento, después que a esa lectura siguió otra, más
culpable, que hoy se ocultaba en el recuerdo tras la contemporánea lectura
inocente. (13)
Quizás aún podían explorarse los temas sobre los cuales había
leído en aquella oportunidad. ¿Qué significaba entonces aquel estado que quería
imitar una peritiflitis? La secuela de la afección, el arrastrar una pierna, en
modo alguno era compatible con una peritiflitis; no podía sino convenir mejor
al significado secreto, acaso sexual, del cuadro patológico, y a su vez, si se
lograba esclarecerlo, podía echar luz sobre este significado buscado. Traté de
hallar una vía de acceso hacia este enigma. En el sueño habían aparecido
precisiones temporales; y en verdad, estas no son indiferentes en el acontecer
biológico. Pregunté entonces cuándo aconteció la apendicitis, si antes o
después de la escena junto al lago. Y la inmediata respuesta, que solucionaba
de pronto todas las dificultades, fue: nueve meses después. Este lapso es bien
característico. La supuesta apendicitis había realizado entonces la fantasía de
un parto con los modestos recursos a disposición de la paciente, los dolores y
el flujo menstrual. (14)
Desde luego, ella
conocía el significado de ese plazo, y no pudo poner en entredicho la
probabilidad de que en aquel momento leyese en la enciclopedia acerca del
embarazo y el nacimiento. Pero, ¿y la pierna que se arrastraba? Yo estaba
autorizado a ensayar una conjetura. Uno camina así cuando se ha torcido un pie.
Por tanto, ella había, dado un «mal paso», y era totalmente lógico que pudiera
parir nueve meses después de la escena junto al lago. Sólo que yo no podía
dejar de plantear una nueva exigencia. Es mi convicción que tales síntomas sólo
se forman cuando se tiene un modelo infantil para ellos. Por las experiencias
que llevo hechas basta ahora, debo sostener con firmeza que los recuerdos que
uno tiene de épocas posteriores no poseen la fuerza requerida para imponerse
como síntomas.
No esperaba tener la
suerte de que se me brindase el material infantil deseado -pues en realidad no
puedo afirmar la validez universal de la tesis expuesta, a pesar de que me
inclinaría a sostenerla-; pero la confirmación llegó enseguida. Sí; de niña se
había torcido ese mismo pie. En B., al bajar las escaleras, resbaló sobre un
escalón; el pie, que sin ninguna duda era el mismo que después arrastraba, se
le hinchó, debió ser vendado y ella guardó reposo durante algunas semanas. Fue
poco tiempo antes del asma nerviosa que le sobrevino en su octavo año de vida.
En este punto era preciso utilizar la prueba de esa fantasía. Señalé, pues, a
Dora: «Si nueve meses después de la escena del lago usted pasó por un parto y
hasta el día de hoy ha debido soportar las consecuencias del mal paso, ello
prueba que en el inconciente usted lamentó el Desenlace de la escena. La
corrigió entonces en su pensamiento inconciente. La premisa de su fantasía de
parto es, sin duda, que esa vez ocurrió algo (15), que usted vivenció y
experimentó todo lo que más tarde tuvo que tomar de la enciclopedia. Como usted
ve, su amor por el señor K. no terminó con aquella escena, sino que, como lo he
sostenido, prosiguió hasta el día de hoy -al menos en su inconciente-». Ella ya
no contradijo. (16)
Estos trabajos para el
esclarecimiento del segundo sueño habían requerido dos sesiones. Cuando al
concluir la segunda expresé mi satisfacción por lo logrado, ella respondió
desdeñosamente:
«¿Acaso ha salido
mucho?».
Me predispuso así a
recibir ulteriores revelaciones. Dora inició la tercera sesión con estas
palabras:
«¿Sabe usted, doctor,
que hoy es la última vez que vengo aquí?».
No puedo saberlo, pues
usted nada me ha dicho.
«Sí; me propuse
aguantar hasta Año Nuevo; pero no quiero esperar más tiempo la curación»,-Usted
sabe que tiene siempre la libertad de retirarse. Pero hoy trabajaremos todavía.
¿Cuándo tomó usted la
decisión?
«Hace 14 días, creo».
Suena como si se
tratase de una muchacha de servicio, de una gobernanta; un preaviso de 14 días.
«Una gobernanta que dio
preaviso había también en casa de los K. cuando los visité en L., junto al
lago».
¿Ah sí? Nunca me contó
usted nada de ella. Por favor, cuénteme.
«Pues bien; en la casa
había una muchacha joven como gobernanta de los niños, que mostraba una
conducta enteramente asombrosa hacia el señor K. No lo saludaba, no le daba
respuesta alguna, no le alcanzaba nada cuando él, estando a la mesa, le pedía
algo; en suma, lo trataba como al aíre. El, por lo demás, tampoco era muy cortés
con ella. Uno o dos días antes de la escena junto al lago la muchacha me llamó
aparte; tenía algo que contarme. Me dijo entonces que el señor K. se le había
acercado en una época en que su mujer se encontraba ausente por varias semanas,
la había requerido de amores vivamente, pidiéndole que gustase de él; le dijo
que nada le importaba de su mujer, etc.».
Son las mismas palabras
que usó cuando la requirió a usted, y a raíz de las cuales usted le dio la
bofetada en el rostro.
«Sí. Ella cedió, pero
al poco tiempo él ya no le hizo caso, y desde entonces ella lo odiaba».
¿Y esta gobernanta
había dado preaviso?
«No; estaba a punto de
hacerlo. Me dijo que enseguida, cuando se sintió abandonada, contó lo sucedido
a sus padres, que son gente decente y viven en algún lugar de Alemania. Los
padres le exigieron que abandonase al instante la casa, y le escribieron que si
no lo hacía no querían saber nada más de ella, no la autorizarían nunca más a
regresar a casa».
¿Y por qué no se fue?
«Dijo que quería
esperar todavía un poco para ver si el señor K. cambiaba de proceder. No
aguantaba vivir así. Si no veía cambio alguno, daría preaviso y se iría».
¿Y qué se hizo de la
muchacha?
«Sólo sé que se ha
ido».
¿No tuvo un hijo de esa
aventura?
«No».
En mitad del análisis
había salido entonces a la luz -en un todo de acuerdo con las reglas, por lo
demás- un fragmento de material fáctico que ayudaba a solucionar problemas
antes planteados. Pude decir a Dora:
-Ahora conozco el
motivo de aquella bofetada con que usted respondió al cortejo. No fue la
afrenta por el atrevimiento de él, sino la venganza por celos. Cuando la
señorita le contó su historia, usted echó mano de su arte para desechar todo
cuanto no convenía a sus sentimientos. Pero en el momento en que el señor K.
usó las palabras «Nada me importa de mi mujer», que había dicho también a la
señorita, nuevas mociones se despertaron en usted y la balanza' se inclinó.
Usted se dijo: ¿Cómo se atreve a tratarme como a una gobernanta, a una persona
de servicio? A esta afrenta al amor propio se sumaron los celos y los motivos
de sensatez concientes: en definitiva, era demasiado. (17) Como prueba de la
gran impresión que le ha causado la historia de la señorita, le aduzco sus
repetidas identificaciones con ella en su sueño y en su propia conducta. Usted
se lo dice a sus padres, cosa que hasta aquí no habíamos entendido, tal como la
señorita se lo escribió a los suyos. Usted se despide de mí como una
gobernanta, con un preaviso de 14 días. La carta del sueño, que le permite a
usted regresar a casa, es un correspondiente de la carta de los padres de la
señorita, donde le prohibían hacerlo.
«¿Y por qué entonces no
se lo conté enseguida a mis padres?».
¿Qué tiempo dejó pasar
antes de hacerlo?
«La escena ocurrió el
último día de junio; se lo conté a mi madre el 14 de julio».
¡Entonces otra vez 14
días, el plazo característico para una persona de servicio! Ahora puedo
responder a su pregunta. Usted comprendió muy bien a la pobre muchacha. Ella no
quería irse enseguida porque todavía tenía esperanzas, porque aguardaba a que
el señor K. le volviera a dar su ternura. Ese mismo tiene que haber sido su
motivo: aguardó a que expirara el plazo para ver si él renovaría su cortejo; de
ahí habría inferido que él la tomaba en serio, y que no quería jugar con usted
como con la gobernanta.
«En los primeros días
que siguieron a mi partida él me envió aún una tarjeta postal». (18)
-Sí, pero como no vino
nada más, usted dio libre curso a su venganza. Puedo imaginar incluso que en
esa época usted abrigaba un propósito colateral: el de moverlo, mediante la
acusación, a viajar al lugar donde usted residía.
« Eso es lo primero que
ofreció hacer» -interrumpió Dora.
-Entonces la nostalgia
que usted sentía por él se hubiera apaciguado -aquí ella movió la cabeza en
señal de asentimiento, cosa que yo no había esperado- y él habría podido darle
la satisfacción que usted pedía.
«¿Qué satisfacción?».
Es que empiezo a
sospechar que usted tomó su relación con el señor K. mucho más en serio de lo
que ha dejado traslucir hasta aquí. ¿No se hablaba a menudo de divorcio entre
los K?
«Sin duda; primero ella
no quería, por los niños; ahora ella quiere, pero él no quiere más».
¿No ha pensado en que
él quería divorciarse de su mujer para casarse con usted? ¿Y que ahora ya no
quiere hacerlo, porque no tiene ninguna sustituta? Dos años atrás, es cierto,
era usted muy joven; pero usted me ha contado que su mamá se comprometió
teniendo 17 años y después esperó dos años a su marido. La historia amorosa de
la madre suele convertirse en el modelo para la hija. Por eso usted también lo
esperaría, y suponía que él sólo esperaba hasta que usted fuera bastante madura
para convertirse en su mujer. (19)
Imagino que ese era en usted un plan de vida
muy serio. Ni siquiera le queda el derecho de sostener que semejante propósito
estaba excluido para el señor K.; me ha contado de él bastantes cosas que
apuntan directamente a un propósito así. (20)
Tampoco contradice esto la
conducta de él en L. Usted no lo dejó terminar y no sabe lo que quería decirle.
Además, el plan no habría sido de ejecución tan imposible. Las relaciones entre
su papá y la señora K., que usted probablemente apoyó tanto tiempo sólo por
eso, le daban la seguridad de que se obtendría la aquiescencia de la mujer para
el divorcio, y de su papá consigue usted lo que quiere. En verdad, si la
tentación de L. hubiera tenido otro desenlace, esa habría sido la única
solución posible para todas las partes.
Creo también que por eso lamentó usted
tanto el otro desenlace, y lo corrigió en la fantasía que se presentó como
apendicitis. Tiene que haber sido, entonces, un serio desengaño para usted que
en vez de un renovado cortejo, sus acusaciones tuvieran por resultado la
negativa y las calumnias de parte del señor K. Usted confiesa que nada la
enfurece más que se crea que imaginó la -escena del lago. Ahora sé qué es lo
que no quiere que le recuerden: que usted imaginó que el cortejo iba en serio y
el señor K. no cejaría hasta que usted se casara con él.
Ella había escuchado
sin contradecirme como otras veces. Parecía conmovida; se despidió de la manera
más amable, con cálidos deseos para el próximo año y... no regresó. El padre,
que me visitó todavía algunas veces, aseguraba que volvería; se la notaba nostálgica
de proseguir el tratamiento. Pero él no era del todo sincero. Apoyó la cura
mientras pudo alentar la esperanza de que yo «disuadiría» a Dora de la idea de
que entre él y la señora K. había otra cosa que amistad. Su interés se
desvaneció al notar que no estaba en mis propósitos conseguir tal resultado.
Yo
sabía que ella no regresaría. Fue un inequívoco acto de venganza el que ella,
en el momento en que mis expectativas de feliz culminación de la cura habían
alcanzado su apogeo, aniquilase de manera tan inopinada esas esperanzas.
También su tendencia a dañarse a sí misma contribuyó a ese proceder. Quien,
como yo, convoca los más malignos demonios que moran, apenas contenidos, en un
pecho humano, y los combate, tiene que estar preparado para la eventualidad de
no salir indemne de esta lucha. ¿Habría conservado a la muchacha para el
tratamiento sí yo mismo hubiera representado un papel, exagerando el valor que
su permanencia tenía para mí y testimoniándole un cálido interés que, por más
que mi posición de médico lo atemperase, no habría podido menos que resultar un
sustituto de la ternura que ella anhelaba? No lo sé.
Puesto que en todos los
casos permanecen ignotos una parte de los factores que nos salen al paso en
calidad de resistencia, he evitado siempre asumir papeles y me he contentado
con un arte psicológico más modesto. A despecho de todo interés teórico y de
todo afán médico por curar, tengo bien presente que la influencia psíquica
necesariamente tiene sus límites, y respeto como tales también la voluntad y la
inteligencia del paciente. Tampoco sé si el señor K. habría logrado más de
haber descubierto que aquella bofetada en modo alguno significaba un «no»
definitivo, sino que respondía a los celos que últimamente habían despertado en
Dora, mientras que las mociones más potentes de su vida anímica aún tomaban
partido en favor de él.
Si no hubiera hecho caso de este primer «no» y hubiese
proseguido su cortejo con pasión convincente, el resultado habría podido ser
fácilmente otro: que la inclinación de la muchacha se abriese paso en medio de
todos los escollos interiores. Pero opino que, con igual facilidad, habría
podido estimularla así a satisfacer en él su manía de venganza con mayor
intensidad aún. Nunca puede calcularse el desenlace de la lucha entre los
motivos: si se cancelará la represión o se la reforzará. La incapacidad para
cumplir la demanda real de amor es uno de los rasgos de carácter más esenciales
de la neurosis; los enfermos están dominados por la oposición entre la realidad
y la fantasía. Lo que anhelan con máxima intensidad en sus fantasías es
justamente aquello de lo que huyen cuando la realidad se los presenta; y se
abandonan a sus fantasías con tanto mayor gusto cuando ya no es de temer que se
realicen. Cierto es que las barreras erigidas por la represión pueden caer bajo
el asalto de excitaciones violentas, ocasionadas por la realidad; la neurosis
puede todavía ser derrotada por esta última. Pero, en general, no podemos
calcular en quién sería posible esta curación, ni por cuál medio. (21)
(Obras de S. Freud:
Fragmento de análisis de un caso de Histeria.
Epílogo
Es
cierto que anuncié esta comunicación como fragmento de un análisis; pero se la
habrá hallado incompleta en medida mucho mayor de lo que el título haría
esperar. Conviene que ensaye fundamentar esas omisiones, que en modo alguno se
deben al azar.
Falta una serie de
resultados del análisis; la razón de ello es, en parte, que en el momento en
que se interrumpió el trabajo no se los había llegado a discernir con
suficiente certeza y, en parte, que habrían requerido desarrollarse más para
alcanzar valor general. En otros lugares, donde me pareció lícito, indiqué el
rumbo probable en que se hallaría cada solución. Además, omití por completo la
técnica (que no es obvia ni mucho menos), única que permite extraer de las
ocurrencias del enfermo, como material en bruto, el metal puro y valioso de los
pensamientos inconcientes. Esto presenta la desventaja de que el lector no
pueda comprobar, en mi exposición, si he aplicado de manera correcta el
procedimiento; pero me pareció totalmente impracticable tratar al mismo tiempo
de la técnica de análisis y de la estructura interna de un caso de histeria;
para mí se convertiría en una tarea casi imposible, y con seguridad el lector
hallaría indigerible la lectura.
La técnica exige,
absolutamente, una exposición separada, que la elucide sobre la base de
numerosos ejemplos tomados de los casos más diversos, y que pueda prescindir
del resultado a que se llegó en cada uno de ellos. Tampoco intenté fundamentar
aquí las premisas psicológicas que se traslucen en mis descripciones de
fenómenos psíquicos. Nada se lograría con una fundamentación incidental; y una
bien circunstanciada constituiría una obra especial. Sólo puedo asegurar que
fui al estudio de los fenómenos que revela la observación de los
psiconeuróticos sin sentirme obligado hacia ningún sistema psicológico en
particular. Y después modifiqué una y otra vez mis opiniones, hasta que me
parecieron aptas para dar razón de la trama de lo observado. No me enorgullezco
de haber evitado la especulación; pero el material de estas hipótesis se obtuvo
mediante la más amplia y laboriosa observación, En particular, podrá chocar el
carácter tajante de mi punto de vista acerca del inconciente, pues opero con
representaciones, itinerarios de pensamiento y mociones inconcientes como si
fueran unos objetos de la psicología tan buenos e indubitables como todo lo
conciente; pero hay algo de lo que estoy seguro: quienquiera que emprenda la
exploración del mismo campo de fenómenos y empleando idéntico método no podrá
menos que situarse en este punto de vista, a pesar de todas las disuaciones de
los filósofos.
Aquellos colegas que
juzgan puramente psicológica mi teoría de la histeria, y por eso la declaran de
antemano incapaz de dar solución a un problema patológico, deducirán de este
ensayo que su reproche trasfiere ilícitamente a la teoría lo que constituye un
carácter de la técnica. Sólo la técnica terapéutica es puramente psicológica;
la teoría en modo alguno deja de apuntar a las bases orgánicas de la neurosis,
si bien no las busca en una alteración anátomo-patológica; cabe esperar
encontrarse con una alteración química, pero, no siendo ella todavía
aprehensible, la teoría la sustituye provisionalmente por la función orgánica.
Nadie podrá negar el
carácter de factor orgánico que presenta la función sexual, en la cual yo veo el
fundamento de la histeria así como de las psiconeurosis en general. Conjeturo
que una teoría de la vida sexual no podrá evitar la hipótesis de que existen
unas determinadas sustancias sexuales de efecto excitador. Es que, entre todos
los cuadros patológicos, los más próximos a las psiconeurosis genuinas son los
de intoxicación y abstinencia, en el caso de uso crónico de ciertos venenos. En
cuanto a lo que hoy puede afirmarse acerca de la «solicitación somática», los
gérmenes infantiles de la perversión, las zonas erógenas y la disposición
(constitucional} a la bisexualidad, tampoco lo he consignado en este ensayo;
sólo he puesto de relieve los lugares en que el análisis tropieza con estos
fundamentos orgánicos de los síntomas. Más no puede hacerse respecto de un caso
aislado; para evitar una elucidación incidental de estos factores me asistieron
las mismas razones que antes apunté. Esto es motivo suficiente para producir
otros trabajos, apoyados en un número mayor de análisis.
Ahora bien; con esta
publicación tan incompleta quise lograr dos cosas. En primer lugar, mostrar,
como complemento a mi libro sobre la interpretación de los sueños, el modo en
que este arte, de lo contrario inútil, puede aplicarse al descubrimiento de lo
escondido y lo reprimido en el interior de la vida anímica; además, a raíz del
análisis de los dos sueños aquí comunicados, se tomó en consideración la
técnica de la interpretación de sueños, parecida a la técnica psicoanalítica.
En segundo lugar, quise despertar interés por una serie de cosas que la ciencia
sigue ignorando totalmente; es que sólo la aplicación de este procedimiento
específico permite descubrirlas. Nadie pudo tener una vislumbre certera acerca
de la complicación de los procesos psíquicos en el caso de la histeria, de la
sucesión de las más diversas mociones, del vínculo recíproco de los opuestos,
de las represiones y desplazamientos, etc. La insistencia de Janet en la idée
fixe, que se traspone en el síntoma, no es más que una esquematizacíón
verdaderamente lamentable. No podemos evitar la conjetura de que unas
excitaciones cuyas respectivas representaciones son insusceptibles de
conciencia repercutirán entre sí diversamente, tendrán otros circuitos y
llevarán a otras exteriorizaciones que las que llamamos «normales», cuyo
contenido de representaciones nos deviene conciente. Una vez puesto en claro lo
anterior, nada más podrá oponerse a la comprensión de una terapia que suprime
síntomas neuróticos mudando representaciones del primer tipo en
representaciones normales.
También me interesaba
mostrar que la sexualidad no interviene meramente como un deus ex machina que
se presentaría de improviso en algún punto de la trama de procesos
característicos de la histeria, sino que presta la fuerza impulsora para cada
síntoma singular y para cada exteriorización singular de un síntoma. Los fenómenos
patológicos son, dicho llanamente, la práctica sexual de los enfermos. Un caso
aislado nunca permitirá demostrar una tesis tan general; pero puedo repetir una
y otra vez -porque siempre hallo que es así- que la sexualidad constituye la
clave para el problema de las psiconeurosis, así como de las neurosis en
general. El que se niegue a reconocerlo jamás podrá descubrir esa clave. Estoy
esperando todavía las indagaciones destinadas a refutar o restringir esa tesis.
Lo que he escuchado hasta ahora no fueron sino exteriorizaciones de disgusto
personal o de incredulidad. Basta oponerles el dicho de Charcot: «Ça n'empêche
pas d'exister». (1)
El caso de cuyo
historial clínico y terapéutico he publicado aquí un fragmento tampoco es
apropiado para poner bajo su justa luz el valor de la terapia psicoanalítica.
No sólo la brevedad del tratamiento, que apenas llegó a tres meses; también
otro factor, inherente al caso mismo, impidió que la cura concluyese con la
mejoría que en otras ocasiones puede alcanzarse, una mejoría admitida por el
enfermo y sus parientes y que se aproxima más o menos a una curación completa.
Se alcanza ese feliz resultado cuando los fenómenos patológicos son sustentados
únicamente por el conflicto interior entre las mociones tocantes a la sexualidad.
En estos casos, uno ve mejorar el estado de los enfermos en la medida en que,
traduciendo el material patógeno en un material normal, se ha contribuido a que
solucionen sus problemas psíquicos. Otro es el desarrollo cuando los síntomas
se han puesto al servicio de motivos vitales externos, como le había ocurrido a
Dora desde los últimos dos años. Uno se sorprende, y puede con facilidad errar
el camino, al enterarse de que el estado de los enfermos no da señales de
cambiar ni aun cuando el trabajo ha proseguido largamente. En realidad, las
cosas no son tan enfadosas; es cierto que los síntomas no desaparecen mientras
dura el trabajo, pero sí un tiempo después, cuando se han disuelto los vínculos
con el médico. La dilación de la cura o de la mejoría sólo es causada, en
realidad, por la persona del médico.
Para que se comprenda
ese estado de cosas, tenemos que hacer una digresión algo más amplia. En el
curso de una cura psicoanalítica, la neoformación de síntoma se suspende (de
manera regular, estamos autorizados a decir); pero la productividad de la
neurosis no se ha extinguido en absoluto, sino que se afirma en la creación de
un tipo particular de formaciones de pensamiento, las más de las veces
inconcientes, a las que puede darse el nombre de «trasferencias».
¿Qué son las
trasferencias? Son reediciones, recreaciones de las mociones y fantasías que a
medida que el análisis avanza no pueden menos que despertarse y hacerse
concientes; pero lo característico de todo el género es la sustitución de una
persona anterior por la persona del médico. Para decirlo de otro modo: toda una
serie de vivencias psíquicas anteriores no es revivida como algo pasado, sino
como vínculo actual con la persona del médico. Hay trasferencias de estas que
no se diferencian de sus modelos en cuanto al contenido, salvo en la aludida
sustitución. Son entonces, para continuar con el símil, simples reimpresiones,
reediciones sin cambios. Otras proceden con más arte; han experimentado una
moderación de su contenido, una sublimación, como yo lo digo, y hasta son
capaces de devenir concientes apuntalándose en alguna particularidad real de la
persona del médico o de las circunstancias que lo rodean, hábilmente usada.
Cuando uno se adentra
en la teoría de la técnica analítica, llega a la intelección de que la
trasferencia es algo necesario. Al menos, uno se convence en la práctica de que
no hay medio alguno para evitarla, y que es preciso combatir a esta última
creación de la enfermedad como se lo hace con todas las anteriores. Ahora bien,
esta parte del trabajo es, con mucho, la más difícil. La interpretación de los
sueños, la destilación de los pensamientos inconcientes a partir de las
ocurrencias del enfermo, y otras artes parecidas de traducción, se aprenden con
facilidad; el enfermo siempre brinda el texto para ello. Unicamente a la
trasferencia es preciso colegirla casi por cuenta propia, basándose en mínimos
puntos de apoyo y evitando incurrir en arbitrariedades.
Pero no se puede
eludirla; en efecto, es usada para producir todos los impedimentos que vuelven
inasequible el material a la cura, y, además, sólo después de resolverla puede
obtenerse en el enfermo la sensación de convencimiento en cuanto a la
corrección de los nexos construidos.
Se tenderá a considerar
una seria desventaja del procedimiento, de por sí nada cómodo, el hecho de que
multiplique el trabajo del médico creando un nuevo género de productos
psíquicos patológicos. Y aun se querrá inferir, de la existencia de las
trasferencias, que la cura analítica es dañina para el enfermo. Las dos cosas
serían erróneas. El trabajo del médico no es multiplicado por la trasferencia;
puede resultarle indistinto, en efecto, tener que vencer la moción respectiva
del enfermo en conexión con su Persona o con alguna otra.
Pero tampoco la cura
obliga al enfermo, mediante la trasferencia, a una neoproducción que de otra
manera no habría consumado. Si se producen curaciones de neurosis también en
institutos que excluyen el tratamiento psicoanalítico; si pudo decirse que la
histeria no era curada por el método, sino por el médico; si suele obtenerse
por resultado una ciega dependencia y un permanente cautiverio del enfermo
respecto del médico que lo liberó de sus síntomas mediante sugestión hipnótica,
la explicación científica de todo eso ha de verse en las «trasferencias» que el
enfermo emprende regularmente sobre la persona del médico.
La cura psicoanalítica
no crea la trasferencia; meramente la revela, como a tantas otras cosas ocultas
en la vida del alma. La única diferencia reside en que, espontáneamente, el
enfermo sólo da vida a trasferencias tiernas y amistosas que contribuyan a su
curación; y donde esto no es posible, se alejará todo lo rápido que pueda, sin
ser influido por el médico que no le es «simpático». En el psicoanálisis, en
cambio, de acuerdo con su diferente planteo de los motivos, son despertadas
todas las mociones, aun las hostiles; haciéndolas concientes se las aprovecha
para el análisis, y así la trasferencia es aniquilada una y otra vez. La
trasferencia, destinada a ser el máximo escollo para el psicoanálisis, se
convierte en su auxiliar más poderoso cuando se logra colegirla en cada caso y
traducírsela al enfermo. (2)
Me vi obligado a hablar de la trasferencia porque
sólo este factor me permitió esclarecer las particularidades del análisis de
Dora. Lo que constituye su ventaja y lo hizo parecer apto para una primera
publicación introductoria -su particular trasparencia- guarda íntima relación
con su gran falla, la que llevó a la ruptura prematura. Yo no logré dominar a
tiempo la trasferencia; a causa de la facilidad con que Dora ponía a mi
disposición en la cura una parte del material patógeno, olvidé tomar la
precaución de estar atento a los primeros signos de la trasferencia que se
preparaba con otra parte de ese mismo material, que yo todavía ignoraba. Desde
el comienzo fue claro que en su fantasía yo hacía de sustituto del padre, lo
cual era facilitado por la diferencia de edad entre Dora y yo. Y aun me comparó
concientemente con él; buscaba angustiosamente asegurarse de mi cabal sinceridad
hacia ella, pues su padre «prefería siempre el secreto y los rodeos tortuosos».
Después, cuando sobrevino el primer sueño, en que ella se alertaba para
abandonar ti cura como en su momento lo había hecho con la casa del señor V, yo
mismo habría debido tomar precauciones, diciéndole:
«Ahora usted ha hecho
una trasferencia desde el señor K. hacia mí. ¿Ha notado usted 'algo que le haga
inferir malos propósitos, parecidos (directamente o por vía de alguna
sublimación) a los del señor K.? ¿Algo le ha llamado la atención en mí o ha
llegado a saber alguna cosa de mí que cautive su inclinación como antes le
ocurrió con el señor K.?».
Entonces su atención se
habría dirigido sobre algún detalle de nuestro trato, en mi persona o en mis
cosas, tras lo cual se escondiera algo análogo, pero incomparablemente más
importante, concerniente al señor K. Y mediante la solución de esta
trasferencia el análisis habría obtenido el acceso a un nuevo material mnémico,
probablemente referido a hechos. Pero yo omití esta primera advertencia; creí
que había tiempo sobrado, puesto que no se establecían otros grados de la
trasferencia y aún no se había agotado el material para el análisis. Así fui
sorprendido por la trasferencia y, a causa de esa x por la cual yo le recordaba
al señor K., ella se vengó de mí como se vengara de él, y me abandonó, tal como
se había creído engañada y abandonada por él. De tal modo, actuó (agieren) un
fragmento esencial de sus recuerdos y fantasías, en lugar de reproducirlo en la
cura. (3)
No puedo saber, desde
luego, cuál era esa x: sospecho que se refería a dinero, o eran celos por otra
paciente que tras su curación siguió vinculada a mi familia. Cuando en el
análisis es posible replegar tempranamente las trasferencias, su curso se
vuelve más oscuro y se retarda, pero su subsistencia queda mejor asegurada
frente a resistencias repentinas e insuperables.
En el segundo sueño de
Dora, la trasferencia estaba subrogada por varias y nítidas alusiones. Cuando
me lo contó, yo aún no sabía -me enteré dos días después- que sólo nos quedaban
por delante dos horas de trabajo, el mismo tiempo que pasó ante la imagen de la
Madonna Sixtina y también (introduciendo una corrección: dos horas en lugar de
dos horas y media) el que le indicaron como medida del camino costero del lago,
que ella no desanduvo. Las aspiraciones y esperas del sueño, que se referían al
joven que se había trasladado a Alemania y provenían de la espera hasta que el
señor K. pudiera casarse con ella, ya se habían exteriorizado unos días antes
en la trasferencia: La cura se le -hacía larga, no tendría la paciencia de
esperar tanto, mientras que en las primeras semanas había demostrado la
suficiente penetración para atender, sin hacer tales objeciones, a mi anuncio
de que su restablecimiento pleno requeriría tal vez un año. El rechazo del
acompañante y la preferencia por ir sola, que aparecen en el sueño y provienen
de la visita a la galería de Dresde, debía experimentarlos yo mismo el día
señalado. Tenían sin duda este sentido:
«Puesto que todos los
hombres son detestables, prefiero no casarme. Es mi venganza». (4)
En los casos en que
mociones de crueldad y de venganza que ya en la vida del enfermo se aplicaron a
la sustentación de sus síntomas; se trasfieren al médico en el curso de la
cura, antes que él haya tenido tiempo de apartarlos de su persona
reconduciéndolos a sus fuentes, no puede maravillar que el estado de los
enfermos no acuse el efecto de su empeño terapéutico. Pues, ¿qué mejor venganza
para estos que mostrar, en su propia persona, la impotencia y la incapacidad
del médico? Empero, no me inclino a subestimar el valor terapéutico de
tratamientos aun tan fragmentarios como el de Dora.
Hubieron de pasar
quince meses de la conclusión del tratamiento y del presente informe antes de
que recibiera noticias del estado de mi paciente y, con ellas, del desenlace de
la cura. En una fecha no del todo indiferente, el primero de abril -sabemos que
las precisiones de tiempo no carecían de importancia en su caso-, se me
presentó para poner fin a su historia y pedirme nuevo auxilio: pero una mirada
a la expresión de su rostro me hizo adivinar que no tomaba en serio ese pedido.
En las cuatro a cinco semanas posteriores al fin del tratamiento anduvo «toda
revuelta», según dijo. Luego le sobrevino una gran mejoría, los ataques
ralearon, se puso de mejor talante. En mayo de ese año murió un hijo del
matrimonio K., que siempre había sido enfermizo.
A raíz del duelo hizo a los K.
una visita de condolencias, y ellos la recibieron como si nada hubiera ocurrido
en esos últimos tres años. En ese momento se reconcilió con ellos; se vengó de
ellos y llevó su asunto a una conclusión que le resultaba satisfactoria. Dijo a
la mujer: «Sé que tienes una relación con mi papá», y ella no lo negó. Y movió
al marido a confesar la escena junto al lago, que él antes había impugnado.
Llevó entonces a su padre esta noticia, justificatoria para ella. No reanudó el
trato con esa familia.
Le fue después muy bien
hasta mediados de octubre, época en la cual le sobrevino otro ataque de afonía,
que perduró unas seis semanas. Sorprendido ante esa comunicación, le pregunté
si había habido alguna ocasión para ello, y me enteré de que el ataque había
seguido a un fuerte susto. Vio cómo una persona era arrollada por un carruaje.
Por último sacó a relucir que la víctima del accidente no era otra que el señor
K. Lo encontró un día por la calle, en un lugar de intenso tránsito; él se
quedó atónito, como confuso, ante la presencia de ella, y en ese estado de
olvido de sí mismo se dejó atropellar por un carruaje. (5) Por lo demás, ella
se cercioró de que había pasado por el trance sin grave daño. Todavía se pica
algo cuando oye hablar de las relaciones de su papá con la señora K., pero ya
no se inmiscuye en ellas. Me dijo que estaba consagrada a sus estudios y no
pensaba en casarse.
Demandaba mi ayuda por
una neuralgia facial, del lado derecho, que ahora la acosaba día y noche.
-¿Desde cuándo? -le pregunté-. «Desde hace justamente catorce días». No pude
menos que reír, pues me fue posible demostrarle que justamente catorce días
antes había leído en los diarios una noticia referida a mí, cosa que ella
confirmó (esto sucedió en 1902).La pretendida neuralgia facial respondía
entonces a un autocastigo, al arrepentimiento por el bofetón que propinó
aquella vez al señor K. y por la trasferencia vengativa que hizo después sobre
mí. No sé qué clase de auxilio pretendía de mí, pero le prometí disculparla por
haberme privado de la satisfacción de librarla mucho más radicalmente de su
penar.
Han pasado, de nuevo,
varios años desde su visita. La muchacha se ha casado, y por cierto con aquel
joven a quien, si todos los indicios no me engañan, aludían las ocurrencias que
tuvo al comienzo del análisis del segundo sueño. (6).Si el primer sueño
dibujaba el apartamiento del hombre amado y el refugio en el padre, vale decir,
la huida de la vida hacia la enfermedad, este segundo sueño anunciaba que se
desasiría del padre y se recuperaría para la vida.
Notas Primer Sueño:
(1) «Nunca hubo un incendio en nuestra casa», respondió ante una pregunta mía
(2) Por el contenido puede demostrarse que lo soñó por primera vez en L.
(3) {Para mayor facilidad de la lectura, en el diálogo que sigue ponemos entre comillas lo dicho por Dora.}
(4) Destaco estas
palabras porque me resultan extrañas. Me suenan ambiguas. ¿No se alude con esas
mismas palabras a ciertas necesidades corporales? Ahora bien, las palabras
ambiguas son como «cambios de vía» {Wechsel} para el circuito de la asociación.
Si la aguja se pone en otra posición que la que aparece en el sueño, se llega a
los rieles por los cuales se mueven los Pensamientos buscados, todavía ocultos
tras el sueño.
(5) Cf. lo dicho acerca de la duda que acompaña al recuerdo.
(5) Cf. lo dicho acerca de la duda que acompaña al recuerdo.
(6) En efecto, se
requiere de un nuevo material mnémico antes que pueda responderse mi pregunta.
(7) Sospeché, aunque sin decírselo todavía a Dora, que ella había echado mano de este elemento a causa de su significado simbólico. «Zimmer» [habitación] subroga muy a menudo en el sueño a «Frauenzimmer» [palabra de matiz levemente despectivo para designar a una «mujer»; literalmente, «habitación de mujer»]. Y no puede resultar indiferente, desde luego, que una mujer esté «abierta» o «cerrada». Es bien notorio cuál es la «llave» que abre en este caso.
(7) Sospeché, aunque sin decírselo todavía a Dora, que ella había echado mano de este elemento a causa de su significado simbólico. «Zimmer» [habitación] subroga muy a menudo en el sueño a «Frauenzimmer» [palabra de matiz levemente despectivo para designar a una «mujer»; literalmente, «habitación de mujer»]. Y no puede resultar indiferente, desde luego, que una mujer esté «abierta» o «cerrada». Es bien notorio cuál es la «llave» que abre en este caso.
(8) Su giro habitual en
esa época para admitir algo reprimido.
(9) Esta observación,
testimonio de una total incomprensión de las reglas de la explicación de
sueños, bien conocidas en lo demás por ella, así como la manera vacilante y la
parquedad con que expresaba sus ocurrencias sobre el alhajero, me probaron que
se trataba de un material reprimido con gran fuerza.
(10) Una manera muy
frecuente de apartar de sí un conocimiento que emerge de lo reprimido.
(11) También respecto de las gotas consignaremos después una interpretación pedida por el contexto.
(12) Luego añadí: «Por lo demás la reemergencia del sueño en los últimos días me obliga a inferir que usted considera que ha vuelto a presentarse la misma situación, y ha decidido abandonar la cura, a la que asiste únicamente por voluntad de su padre». Los acontecimientos que siguieron mostraron cuán certera era mi suposición. Mi interpretación roza aquí el tema de la «trasferencia», de suma importancia práctica y teórica, que ya no tendré más oportunidad de considerar en el presente ensayo.
(11) También respecto de las gotas consignaremos después una interpretación pedida por el contexto.
(12) Luego añadí: «Por lo demás la reemergencia del sueño en los últimos días me obliga a inferir que usted considera que ha vuelto a presentarse la misma situación, y ha decidido abandonar la cura, a la que asiste únicamente por voluntad de su padre». Los acontecimientos que siguieron mostraron cuán certera era mi suposición. Mi interpretación roza aquí el tema de la «trasferencia», de suma importancia práctica y teórica, que ya no tendré más oportunidad de considerar en el presente ensayo.
(13) Freud volvió tres o cuatro veces sobre
esta cuestión; lo hizo con máxima amplitud en «Sobre la conquista del fuego»
(1932a).
(14) Este médico era el
único en quien ella confiaba, ya que notó, por esta experiencia, que no estaba
en la pista de su secreto. Sentía angustia frente a cualquier otro a quien no
supiera juzgar todavía; el motivo de esa angustia, ahora podemos conjeturarlo,
era que pudiera colegir su secreto.
(15) El núcleo del
sueño, podía traducirse tal vez con estas palabras: «La tentación es muy
fuerte. ¡Querido papá, protégeme como lo hacías cuando yo era niña, para que no
moje mi cama!».
(16) [Un centro de aguas termales en la región de Bohemia.]
(16) [Un centro de aguas termales en la región de Bohemia.]
(17) Nota agregada en
1923. Es esta una concepción extrema, que hoy no sustentaría.
(18) Véase mi Psicopatología de la vida cotidiana (1901b) [AE, 6, págs. 188 y sigs.]
(19) [Se hallará un comentario sobre esto en la sección I de la «Introducción» de Ernst Kris a la correspondencia de Freud con Fliess (Freud, 1950a)
(18) Véase mi Psicopatología de la vida cotidiana (1901b) [AE, 6, págs. 188 y sigs.]
(19) [Se hallará un comentario sobre esto en la sección I de la «Introducción» de Ernst Kris a la correspondencia de Freud con Fliess (Freud, 1950a)
(20) Para los adultos
vale, en principio, lo mismo; no obstante, en ellos basta una abstinencia
relativa, una restricción de la masturbación, de suerte que, en caso de una
libido fuerte, histeria y masturbación pueden presentarse juntas.
(21) {No en el sentido
de «convertirse en otro» ni en el usual de «alteración mental», sino en el de
«convertirse en ajeno», como en la expresión «enajenarse la simpatía de
alguien».}
(22) [En su primer trabajo sobre la neurosis de angustia (1895b), AE, 3, pág. 111. Mucho después dio otra explicación de los concomitantes somáticos de la angustia en Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, págs. 125 y sigs.
(22) [En su primer trabajo sobre la neurosis de angustia (1895b), AE, 3, pág. 111. Mucho después dio otra explicación de los concomitantes somáticos de la angustia en Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, págs. 125 y sigs.
(23) De manera
enteramente análoga se establece también en otros casos la prueba de la
masturbación infantil. El material para ello es casi siempre de naturaleza
similar: presencia de flúor albus, enuresis, ceremonial manual (Compulsión a
lavarse), etc. Por la sintomatología del caso siempre es posible colegir si el
hábito fue descubierto o no por una persona a cargo del cuidado del niño, si se
puso fin a esta práctica sexual mediante una lucha para desarraigarla o un repentino
ímpetu subvirtiente. En el caso de Dora, no se le descubrió la masturbación, y
esta cesó de golpe (secreto, angustia frente a los médicos, sustitución por la
disnea). Es verdad que los enfermos cuestionan, por regla general, la fuerza
probatoria de estos indicios, y ello aun cuando ha permanecido conciente el
recuerdo del catarro o de la advertencia de la madre («Eso vuelve estúpida a la
gente; es venenoso»). Pero tiempo después se establece con certeza el recuerdo
tan largamente reprimido de este fragmento de la vida sexual infantil, y ello
ocurre, por cierto, en todos los casos. Una de mis pacientes sufría de
representaciones obsesivas que eran retoños directos de la masturbación
infantil. Los rasgos del prohibirse y castigarse, de no permitirse hacer una
cosa cuando habla hecho otra, el no-poder-ser-perturbada, la intercalación de
pausas entre una manipulación cualquiera y la siguiente, el lavarse las manos,
etc., resultaron ser fragmentos, que se habían conservado intactos, del trabajo
que se tomó su niñera para quitarle el hábito. La advertencia « ¡A! Eso es
venenoso» era lo único que había guardado siempre en su memoria. Cf. sobre esto
mis Tres ensayos de teoría sexual (1905d) [la sección sobre «Las
exteriorizaciones sexuales masturbatorias»
(24) [En su segundo
trabajo sobre la neurosis de angustia (1895f), Freud analizó los distintos usos
del término «etiología» en su relación con las neurosis.]
(25) El hermano tiene que haber estado conectado de alguna manera con el hábito de la masturbación, pues en este contexto ella me contó, con un énfasis que delataba un «recuerdo encubridor», que su hermano solía contagiarle todas las enfermedades infecciosas; él las tenía leves, pero a ella la afectaban en forma grave. Además, en el sueño también al hermano se lo resguardaba de «perecer»; él se había mojado en la cama, pero dejó de hacerlo antes que su hermana. En cierto sentido era, asimismo, un «recuerdo encubridor» esto otro que ella dijo: hasta su primera enfermedad había andado pareja con su hermano, pero desde entonces se retrasó respecto de él en el aprendizaje. Como si hasta entonces hubiera sido un varón, y sólo entonces se hubiera convertido en una niña. Y en realidad era una criatura salvaje, pero desde el «asma» se volvió tranquila y decente. La contracción de esta enfermedad marcó en ella la frontera entre dos fases de la vida sexual; de ellas, la primera tuvo carácter masculino, y la segunda, femenino.
(26) Idéntico papel desempeñó esta palabra [catarro] en la muchacha de catorce años cuyo historial clínico resumí en pocas líneas. Yo había instalado a la niña en una pensión, en compañía de una inteligente dama, que la cuidaba como un servicio hacia mí. La dama me informó que la pequeña paciente no toleraba que ella estuviera presente en el momento en que se acostaba, y que una vez en cama tosía llamativamente, cosa que en todo el día no se le oía hacer. Cuando se le inquirió acerca de este síntoma, a la pequeña sólo se le ocurrió que su abuela tosía de ese modo, y se decía que tenía un catarro. Era claro, entonces, que también ella tenía un catarro, y no quería ser notada a raíz de la limpieza que se hacía al anochecer. Este catarro, que por medio de la palabra había sido desplazado de abajo hacia arriba, mostraba incluso una intensidad no habitual.
(25) El hermano tiene que haber estado conectado de alguna manera con el hábito de la masturbación, pues en este contexto ella me contó, con un énfasis que delataba un «recuerdo encubridor», que su hermano solía contagiarle todas las enfermedades infecciosas; él las tenía leves, pero a ella la afectaban en forma grave. Además, en el sueño también al hermano se lo resguardaba de «perecer»; él se había mojado en la cama, pero dejó de hacerlo antes que su hermana. En cierto sentido era, asimismo, un «recuerdo encubridor» esto otro que ella dijo: hasta su primera enfermedad había andado pareja con su hermano, pero desde entonces se retrasó respecto de él en el aprendizaje. Como si hasta entonces hubiera sido un varón, y sólo entonces se hubiera convertido en una niña. Y en realidad era una criatura salvaje, pero desde el «asma» se volvió tranquila y decente. La contracción de esta enfermedad marcó en ella la frontera entre dos fases de la vida sexual; de ellas, la primera tuvo carácter masculino, y la segunda, femenino.
(26) Idéntico papel desempeñó esta palabra [catarro] en la muchacha de catorce años cuyo historial clínico resumí en pocas líneas. Yo había instalado a la niña en una pensión, en compañía de una inteligente dama, que la cuidaba como un servicio hacia mí. La dama me informó que la pequeña paciente no toleraba que ella estuviera presente en el momento en que se acostaba, y que una vez en cama tosía llamativamente, cosa que en todo el día no se le oía hacer. Cuando se le inquirió acerca de este síntoma, a la pequeña sólo se le ocurrió que su abuela tosía de ese modo, y se decía que tenía un catarro. Era claro, entonces, que también ella tenía un catarro, y no quería ser notada a raíz de la limpieza que se hacía al anochecer. Este catarro, que por medio de la palabra había sido desplazado de abajo hacia arriba, mostraba incluso una intensidad no habitual.
(27) [La palabra
alemana «Schmuck» tiene un sentido mucho más amplio que «alhaja», aunque es en
esta acepción que aparece en el compuesto «Schmuckkästchen», «alhajero». Usada
como sustantivo, «Scbmuck» designa las «galas» o «adornos» de toda índole, no
sólo los personales, sino también los objetos que integran la decoración de un
ambiente. Como adjetivo, puede significar «bonito», «aseado», «elegante», «bien
vestido».]
Notas segundo sueño:
(1) Después hizo a esto
un importante agregado: En una de las plazas veo un monumento.
(2) En la sesión
siguiente hizo dos agregados a esto: Con Particular nitidez, me veo subir por
la escalera, y tras su respuesta me voy, pero en modo alguno triste, a mi
habitación, y ahí leo un gran libro que yace sobre mi escritorio.
(3) La paciente tuvo el
sueño pocos días después de Navidad
(4) En el sueño, ella
pregunta: «¿Dónde está la estación?». De esta semejanza extraje una conclusión
que desarrollaré luego.
(5) Alude a la Madonna
Sixtina de Rafael.
(6) En el contenido del
sueño, el número cinco aparece en la indicación temporal «cinco minutos». En mi
libro La interpretación de los sueños he mostrado con varios ejemplos de qué
manera el sueño trata las cifras que aparecen en los pensamientos oníricos; a
menudo se las halla desgajadas de su contexto e insertadas en otro nuevo. [a
Freud ( 1900a), AE, 5, págs. 415 y sigs.]
(7) La satisfacción
sexual es sin duda alguna el mejor somnífero, así como el insomnio es casi
siempre la consecuencia de la insatisfacción. El padre no duerme porque le
falta el comercio sexual con la mujer amada. Cf. sobre esto la frase que viene
más adelante: «No me importa nada de mi mujer». Véanse también las palabras del
padre citadas
(8) Estas palabras nos
llevarán a la solución de uno de nuestros enigmas.
(9) Aquí, por tercera
vez: imagen (imágenes de ciudades, galería en Dresde), pero en un enlace mucho
más significativo. A través de lo que se ve en la imagen {Bild}, pasa a ser una
Weibsbild {mujer, en sentido peyorativo} (bosque, ninfas).
(10) La fantasía de
desfloración es el segundo componente de esta situación. El hecho de que se
destaque la dificultad del avance, así como la angustia sentida en el sueño, aluden
a la virginidad que tanto destaca Dora; en otro pasaje la hallamos aludida por
la «Sixtina». Estos pensamientos sexuales proporcionan un fondo inconciente
para los deseos, alimentados quizá sólo secretamente, concernientes al
festejante que espera en Alemania. En cuanto al primer componente de esta misma
situación, ya tomamos conocimiento de él como la fantasía de venganza; los dos
no se recubren por completo, sino sólo parcialmente; más adelante hallaremos
las huellas de un tercer itinerario de pensamiento, aún más importante.
(11) En otra ocasión,
ella había dicho, en lugar de «tranquila», «pero en modo alguno triste».
Puedo emplear este sueño como una nueva prueba del acierto de una de las tesis
contenidas en La interpretación de los sueños (capítulo VII, sección A [AE, 5,
pág. 513] ). Afirmaba en ella que los fragmentos oníricos primero olvidados y
recordados con posterioridad son siempre los más importantes para la
comprensión del sueño, y extraje la conclusión de que también el olvido de los
sueños pide ser explicado por la resistencia intrapsíquica. La primera
oración de esta nota fue agregada en 1924.
(12) Entre las
sensaciones de dolor abdominal llamadas «neuralgia ovárica» y las dificultades
para la marcha en la pierna del mismo lado cabe suponer una conexión somática;
en Dora, fue objeto de una interpretación muy especializada, a saber: una
superposición y un uso psíquicos. Véase la observación similar a raíz del
análisis de la tos y de la conexión entre el catarro y la desgana para comer.
(13) Un ejemplo bien
típico de génesis de síntomas a partir de ocasiones que en apariencia nada
tienen que ver con lo sexual.
(14) He indicado ya que
la mayoría de los síntomas histéricos, una vez que han alcanzado su pleno
despliegue, figuran una situación fantaseada de la vida sexual: una escena del
comercio sexual, un embarazo, parto, puerperio, etc.
(15) La fantasía de
desfloración vale entonces para el señor K., y se aclara la razón por la cual
esta misma región del contenido del sueño incluye material de la escena junto
al lago (el rechazo, las dos horas y media, el bosque, la invitación a L.).
(16) A las
interpretaciones anteriores debo agregar lo siguiente: La «Madonna» es sin duda
ella misma, en primer lugar a causa del «admirador» que le envió las imágenes,
después porque se había ganado el amor del señor K. gracias al trato maternal
que daba a sus hijos, y, por último, porque siendo virgen había dado a luz un
hijo (referencia directa a la fantasía de parto). Por lo demás, la «Madonna» es
una representación contraria predilecta de las muchachas presionadas por
inculpaciones sexuales, lo cual se aplica al caso de Dora. Tuve el primer
barrunto de esta conexión siendo médico de la Clínica Psiquiátrica de la
Universidad, frente a un caso de confusión alucinatoria de curso muy rápido,
que resultó ser una reacción ante un reproche del prometido de la
paciente. De haber continuado el análisis, probablemente la nostalgia
maternal de tener un hijo se habría descubierto como oscuro aunque poderoso
motivo de su obrar. Las numerosas preguntas que Dora había formulado en
los últimos tiempos parecían como unos retoños tardíos de las preguntas del
apetito de saber sexual que ella buscó satisfacer en la enciclopedia. Cabe
suponer que leyó acerca de embarazo, parto, virginidad y temas similares. - En
el momento de reproducir el sueño, Dora había olvidado una de las preguntas que
deben insertarse en la trama de la segunda situación onírica. Sólo podía ser
esta: «¿Vive aquí el señor... ?». O: «¿Dónde vive el señor... ?». Alguna razón
tiene que haber para que olvidara esta pregunta en apariencia inocente, después
que la acogió en el sueño mismo. Hallo esa razón en su propio apellido, que al
mismo tiempo tiene el significado de algo objetivo; es además algo de sentido
múltiple, y por tanto puede equipararse a una palabra «de doble sentido». Por
desgracia, no puedo comunicar ese apellido para mostrar cuán hábilmente fue
utilizado a fin de designar algo «de doble sentido» e «indecoroso». Apoya esta
interpretación el hecho de que en otra región del sueño, cuyo material proviene
de los recuerdos de la muerte de la tía (en la oración «ya han ido al
cementerio»),, se encuentre igualmente una alusión verbal al nombre de la tía.
En estas palabras indecorosas se incluiría la referencia a una segunda fuente,
oral, pues un diccionario no podría habérselas proporcionado. No me habría
asombrado enterarme de que esta fuente fue la propia señora K., su
calumniadora. Dora la había perdonado generosamente, mientras que de las otras
personas se vengaba casi con saña; tras la serie casi inabarcable de
desplazamientos que así se obtienen, pudo sospecharse un simple factor: el amor
homosexual hacia la señora K., de profunda raigambre.
(17) Quizá no fuera
indiferente el hecho de que Dora podría haber oído de su padre, como yo mismo
se lo escuché decir a él, idéntica queja respecto de su mujer, queja cuyo
significado ella comprendía bien.
(18) Es el
apuntalamiento para el ingeniero que se oculta tras el yo de Dora en la primera
situación onírica.
(19) El esperar para
alcanzar la meta se encuentra en el contenido de la primera situación onírica;
en esta fantasía de la espera del novio veo un fragmento del tercer componente
de este sueño, que ya hemos anunciado.
(20) En particular, una
frase con que él había acompañado un regalo de Navidad, una cajita para guardar
la correspondencia, el último año de su convivencia en B.
(21) Añadiré algunas
observaciones sobre el edificio de este sueño, el cual no se deja comprender
tan a fondo que se pudiera intentar su síntesis. Como un fragmento antepuesto a
manera de fachada puede destacarse la fantasía de venganza contra el padre:
Ella se ha ido arbitrariamente de casa; el padre enferma, después muere. . . .
Ahora ella llega a casa, todos los otros ya están en el cementerio. Va a su
habitación, en modo alguno está triste, y lee tranquila la enciclopedia.
Entretanto, dos alusiones a otro acto de venganza que ella ejecuta realmente
cuando deja al alcance de sus padres una carta de despedida: La carta (en el
sueño es de su mamá) y la mención de las exequias de aquella tía que Dora tomó
por modelo, - Tras esta fantasía se ocultan los pensamientos de venganza contra
el señor K., a los que ella ha encontrado una salida en su conducta hacia mí.
La muchacha de servicio, la invitación, el bosque, las dos horas y media [«las
dos horas» en las ediciones anteriores a 1924], provienen del material de los
sucesos de L. El recuerdo de la gobernanta y su intercambio.
Notas Epílogo:
1) «Eso no impide que
las cosas sean como son».)[Esta es una de las citas favoritas de Freud; véase
su nota necrológica sobre Charcot (1893f).]
2) Nota agregada en
1923. Lo que aquí decimos sobre la trasferencia se continúa en mi ensayo
técnico sobre el «amor de trasferencia» (1915a) [y en el trabajo anterior, más
teórico, «Sobre la dinámica de la trasferencia» (1912b). - Freud ya había
examinado con cierta extensión la trasferencia en su capítulo sobre «La
psicoterapia de la histeria», en Estudios sobre la histeria (Breuer y Freud,
1895), AE, 2, págs. 306-8; pero el presente pasaje es el primero en el que
indica la importancia de la trasferencia en el proceso terapéutico del
psicoanálisis. El término «trasferencia» («Obertragung»), que aparece por
primera vez en Estudios sobre la histeria, fue empleado en un sentido algo
distinto, más general, en algunos fragmentos de La interpretación de los sueños
(1900a) (p. ej, en AE, 5, págs. 554 y sigs.)
3) [Este
importante tema fue examinado más tarde por Freud en otro de sus trabajos
técnicos, «Recordar, repetir y reelaborar», (1914g).]
4) A medida que me voy
alejando en el tiempo de la terminación de este análisis, tanto más probable me
parece que mi error técnico consistiera en la siguiente omisión: No atiné a
colegir en el momento oportuno, y comunicárselo a la enferma, que la moción de
amor homosexual (ginecófila) hacia la señora K. era la más fuerte de las
corrientes inconcientes de su vida anímica. Habría debido conjeturar que
ninguna otra persona que la señora K. podía ser la fuente principal del
conocimiento que Dora tenía de cosas sexuales: la misma persona que la acusó
por el interés que mostraba hacia tales asuntos. Era bien llamativo que supiera
todas esas cosas chocantes, y nunca quisiera saber de dónde las sabía. Habría
debido tratar de resolver ese enigma y buscar el motivo de esa extraña
represión. El segundo sueño me lo podría haber traslucido. La implacable manía
de venganza que este sueño expresaba era más apta que ninguna otra cosa para
ocultar la corriente opuesta: la nobleza con que ella perdonó la traición de la
amiga amada y ocultó a todos que fue ella, justamente, quien le hizo las
revelaciones sobre cuyo conocimiento la calumnió después. Antes de llegar a
individualizar la importancia de la corriente homosexual en los psiconeuróticos
me quedé muchas veces atascado, o caí en total confusión, en el tratamiento de
ciertos casos.
5) Una
interesante contribución a los intentos de suicidio indirecto, de los que me
ocupo en mi Psicopatología de la vida cotidiana [1901b, capítulo VIII].
6) [En las
ediciones de 1909, 1912 y 1921 figuraba en este punto la siguiente nota al pie:
«Esta idea era equivocada, como pude averiguar más adelante».]
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